Que un niño use un arma y ametralle a sus compañeritos de aula. Que otro menor de edad tenga que vender esperma en una esquina neoyorkina. Que debajo de los puentes de la gran urbe norteamericana duerman cada noche cientos de seres humanos, sin techo y sin comida, mientras una minoría rica acumula las mayores cantidades de riqueza; son solo un grupo de derechos humanos violentados en el Estado más opulento del mundo. Pero parece que cuando de derechos humanos se habla, los que solo se cumplen en discursos y en el poder mediático al servicio del gobierno de Estados Unidos, se quieren imponer como el patrón de referencia universal.
Y ese patrón es como un cuño en las voces no solo de gobernantes y otros altos funcionarios de la nación del Norte, sino también, de los asalariados que, traidores a su patria, cobran sueldos de mercenarios para reproducir lo que orientan los otros asalariados que por décadas los han instruido y financiado desde el sur de la Florida.
¿Cómo entender que Estados Unidos no pueda reglamentar el uso de armas por su población? ¿Cómo es posible que la desigualdad entre ricos y pobres crezca en espiral, mientras se trata de llevar al mundo un patrón de mensaje de democracia y derechos humanos, que, además de no ser real, es vergonzoso?
Se trata de esquemas manejados políticamente, como si fueran mercancías sometidas a las leyes del mercado; por supuesto, con el apoyo mediático reiterativo.
Esos ejemplos forman parte, en lo interno, de un gran conglomerado que tiene expresiones aberrantes en el orden externo.
Digamos: Cuando a presos ilegalmente detenidos y llevados a una ilegal cárcel, en una ilegal base que Washington ocupa en tierra cubana y son torturados, se les niega el derecho a abogados de defensa, no se les acusa oficialmente de nada aunque lleven más de diez años sometidos a ese suplicio, y otras acciones denigrantes, son más que pisoteados los derechos humanos y la democracia de la que tanto hablan.
O, cuando la aviación de guerra del Pentágono bombardea territorios distantes para imponer su “ley”, la que quieren acuñar como “única ley” en países soberanos a los que se les ha mutilado su pueblo, su patrimonio, su cultura y su vida.
Por estos y otros muchos ejemplos que se podrían poner o repetir, resulta tan hipócrita el manejo político del concepto derechos humanos, para presionar a gobiernos no afines con los del país del Norte.
A ese panorama se une, como es lógico, el de grandes medios y sus representantes que repiten como papagayos los eslóganes más obsoletos y vacíos de contenido cuando escriben sobre el tema respecto a Cuba y a otros países.
Con solo leer someramente los acápites de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nos damos cuenta de la manipulación que Washington hace, tanto para “evaluar”—se toman el derecho— el cumplimiento de los derechos civiles y políticos como para los derechos económicos, sociales y culturales.
El derecho a la vida, ese GRAN DERECHO, en mayúscula, solo se puede concebir cuando se garantizan salud, educación, alimentación y trabajo para sus congéneres.
Para nada se puede hablar de ese derecho cuando una minoría cuenta con todo y una mayoría se debate entre no poder pagar para ser curado en un hospital; no poder estudiar por no tener dinero; vivir a la intemperie ante la falta de un techo; o simplemente tener que comer las sobras que se lanzan en los latones de basura.
Cuando hay países desarrollados donde su población joven se encuentra desempleada en cifras superiores al 30%, de qué derechos humanos se está hablando.
¿Qué es el bloqueo económico y financiero contra Cuba, sino una violación flagrante de los derechos humanos, cuando el país más rico del planeta se ha aprestado a matar de hambre a todo un pueblo?
Y voy más lejos; ¿cómo se puede interpretar el respeto a los derechos humanos para el propio pueblo norteamericano al que no se le ha permitido el uso de algún medicamento solo por ser producido en Cuba; o cuando no se aceptó recibir ayuda solidaria cubana para mitigar los daños causados por el huracán Katrina?
O cuando Cuba condenó primero que todos, los ataques terroristas del 11 de septiembre y brindó su solidaridad y ayuda para atender a las víctimas de aquel acto de barbarie. Algo que un gobierno arrogante no aceptó por venir de Cuba.
Estados Unidos, por mucho poder mediático que utilice, no podrá silenciar que también la población encarcelada en ese país supera los dos millones de personas —el 25 % de la población carcelaria del mundo— y que no pocos reos son declarados inocentes luego de cumplir decenas de años en prisión e, incluso, de morir en ella.
Sería interminable el listado de violaciones diarias de los derechos humanos, solo por la aplicación de las leyes de un sistema que poco o nada puede mostrar en esa y otras materias.















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renato peña dijo:
1
6 de abril de 2016
07:33:49
Karel dijo:
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6 de abril de 2016
07:53:07
pedro perez dijo:
3
6 de abril de 2016
09:37:53
Ariadna dijo:
4
6 de abril de 2016
10:22:13
Henry Respondió:
11 de abril de 2016
23:49:48
Miguel Angel dijo:
5
6 de abril de 2016
10:50:40
Miguel Angel dijo:
6
6 de abril de 2016
12:15:40
Tabares dijo:
7
6 de abril de 2016
12:15:53
Miguel Angel dijo:
8
6 de abril de 2016
12:27:13
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