
VALENCIA, Carabobo.—Como un padre mayor anda el doctor Pedro Manuel Díaz León por los pasillos, consultas y salones del Centro de Diagnóstico Integral de la comunidad de Santa Inés, un sector pobre al sur de esta ciudad del centro-norte venezolano.
Tiene el aire de cabeza de familia en la edad, la experiencia, y sobre todo en el cariño que prodiga desde una ejemplaridad tan humana como profesional, que conquista por inercia el respeto y la confianza. En las manos de este matancero, el bisturí de cirujano tal parece un apéndice natural, tan innato como sus cualidades de gente buena, solícita, atenta a la alegría de los demás, como si la responsabilidad por el bienestar ajeno le perteneciera.
“No me gusta ver a las personas tristes, angustiadas, haciendo las cosas por la fuerza, sin un mínimo de agrado o buenas ganas. Menos en el salón, donde funciona un equipo, y uno, que tiene siempre cierto papel de líder, siente que algo es su culpa. Por eso trato de animar el ambiente”.
No es raro verlo cantando, silbando, reinventando las historias personales más simpáticas y adaptándolas según la situación. Tiene para contar bastante, porque su historia de bata blanca empezó temprano y en tierras bien lejanas, en las selvas del Burundi africano, a donde se fue en 1980, apenas a un año de graduado.
“¡Qué misión esa! Primero por el susto de lo nuevo, sentía que me faltaba conocimiento, y segundo, por la avalancha de trabajo que me curtió como hombre y médico. Imagínate, en un país con un solo especialista en Ginecología…
“O sea, que no había mucho de quién aprender, y casi todo se lo debí a un cirujano belga y a la práctica permanente con el bisturí. Apenas empezaba y preferí abandonar la cuenta de fístulas vesicovaginales operadas, debido a roturas uterinas y partos demorados. Nunca había hecho, por ejemplo, una histerectomía vaginal, también por roturas uterinas, y allí completaba entre 15 y 25 cada mes.
“Entenderás que cuando llegué a Cuba, más bien lo que me faltaban eran pacientes. Es otra cultura, la mujer conoce y se cuida más. Entonces tuve tiempo para vencer la especialidad de Ginecología y Obstetricia de Primer Grado, e instalarme después en el policlínico de Jagüey Grande”.
Honduras, en el 2006, fue su siguiente misión, “fuera del país, sí, porque de vuelta tuve otra que ha sido quizá la más bonita, en la Ciénaga de Zapata”.
“Cada día allí es como aprender algo nuevo, porque la gente es distinta en su carácter, su humildad es como de sangre, fiel a aquellas historias de las personas pobres que habitaban la zona. La Revolución les cambió la vida, garantizó sus derechos básicos, los sacó del aislamiento, la miseria y el abandono, y ellos responden con su sencillez de siempre, su laboriosidad”.
De la Ciénaga cubana, con esa carga de humanidad aprendida allí, unida a su jovialidad innata, vino entonces a Venezuela, un 28 de octubre. Padre mayor donde está, puede decir que a la altura de su vida resume lo mejor de sus experiencias, desde la habilidad cirujana “en serie” traída del África, hasta el espíritu cenaguero de ser alegre, de andar para servir y hacer el bien.
De lo primero, tiene cuentas matemáticas que lo confirman: casi 500 cirugías realizadas en su propio CDI; de lo segundo, su afán por el trabajo y la influencia magnífica de su carácter en todo su alrededor. “Aquí hay mucho que operar, básicamente porque la natalidad no es controlada. Con 26 y 27 años las muchachas tienen tres hijos o más. Debo hacer muchísimas esterilizaciones quirúrgicas (ligaduras), cuatro o cinco casos diarios, y eso suma.
“Otra cosa importante es lo accesible de la medicina que ofrecemos los cubanos, totalmente gratis. Una operación similar, en clínicas privadas, cuesta aquí entre 50 000 y 60 000 bolívares, y quienes más lo padecen, y vienen en busca nuestra, no son precisamente los que pueden pagarlo.
“A diario vienen personas muy pobres que no pueden comprar siquiera una venoclisis, un suero, y ruegan por ser atendidos. Lloran primero porque los atiendan, y luego vuelven a llorar, emocionados por la atención y la cirugía. En ese agradecimiento está el acto que más me satisface”.
Alrededor suyo, el equipo de salón lo es más porque tiene a “Pedrito” como centro, tanto dentro del quirófano como en la residencia. Dice Adairis Frómeta, la enfermera, que en su alegría aprendió a convivir lejos de Cuba y superar un poco esa nostalgia tremenda por los suyos, “gracias al ánimo que siempre inspira, con una canción, un verso, y hasta una sopa cocinada en colectivo”.
“La energía que transmite es lo mejor, desde el mariachi o la canción romántica que suelta en cualquier lado, hasta las diligencias de última hora para que ningún inconveniente interrumpa el trabajo. Él mismo lo gestiona todo, el frasco que falta, el clima por arreglar, pero el salón no se puede cerrar”, describe el doctor Eduardo Iglesias, del mismo equipo.
“He aprendido con él muchas cosas, sobre todo, anteponer siempre lo humano. Ojalá lleguemos a su edad como él. Nos lleva esa ventaja”.
Por su carácter, habrá muchos que piensen que no tiene sus flaquezas, sus vulnerabilidades, por ejemplo, la nostalgia. Extraña, como todos, a su familia larga, de la mujer a los nietos, “hasta el más pequeño, que es el que pienso ‘cebar’ como sucesor”, dice, mientras le brilla una línea húmeda en los ojos, sin dejar de sonreír, como para que el influjo siga siendo el mejor. No vacila en afirmar que la gratitud mayor la tiene con la vida, por permitirle las andanzas y sus lecciones: “De caminar por ella, así, alegre, es que aprendí a apreciar todo, lo grande y lo pequeño, lo sencillo y lo complejo, la fraternidad del compañero y la necesidad del paciente”.
“Me siento mejor ser humano después de caminar por la vida y ver distintas realidades. Ahora, sin embargo, estoy mejor aquí, parado pero sirviendo, de pie junto a los problemas, en el lugar donde se padece de verdad el problema. Siempre habrá un agradecimiento que lo haga sentir a uno más vivo, porque es más útil, y esas son las cosas que a pesar del rigor del trabajo, hacen que los años pasen… y yo me sienta entero”.
He operado a 465 pacientes, y en general el team quirúrgico ha sido lo principal. Sin ese equipo: el anestesiólogo, la enfermera de salón, la instrumentista —personas verdaderamente dedicadas al trabajo— nada habría sido posible.
Extraña a todos en casa, de la mujer a los nietos. “El nieto más pequeño apunta a ser el sucesor, lo estoy embullando”, dice y con la mayor sencillez resalta que un simple “muchas gracias, doctor”, es el acto que más le satisface.















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Daniel Salgado Yero dijo:
1
6 de octubre de 2015
06:03:29
Lourdes dijo:
2
6 de octubre de 2015
10:14:02
yanai dijo:
3
6 de octubre de 2015
14:42:52
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