Mamá, me voy a Chile. Con 19 años recién cumplidos, Rodrigo toma su equipo fotográfico, una pequeña maleta y retorna a su país natal. Diez años pasó exiliado con su familia en Estados Unidos huyendo del alcance de la dictadura pinochetista. En la población La Victoria, uno de los focos de contención de los desmanes del régimen, conoce a Álvaro Hoppe, y junto a su hermano, se dedica a captar en imágenes la represión.

Rodrigo no deja atrás sus raíces. Su madre, Verónica, milita en las Juventudes Comunistas, sustituye la carrera de Economía por clases sobre marxismo. El ejemplar de El Capital de Carlos Marx es citado y estudiado muchas veces en la casa. Con apenas tres años Rodrigo participa en su primer acto político, una marcha por Salvador Allende.
A Carmen Gloria le llama la atención el joven de pelo negro rizado, piel clara y ancha espalda. ¿Quién es?, pregunta desde el campus de la Universidad donde estudia Ingeniería. Un muchacho que hace fotos, le dicen. Ella es un año menor que Rodrigo y ese día está repartiendo volantes del paro nacional convocado para esos días.
Es 2 de julio de 1986 y en plena manifestación son apresados. La patrulla militar intercepta al joven, es cuando ella ve que lo están golpeando, pero también la apresan. Ambos reciben una paliza casi de muerte. Son obligados a tenderse boca abajo, a corta distancia entre uno y otro. Él yace en el piso y ella tiene su rostro contra la pared. El teniente Julio Castañer ordena rociarlos con gasolina. A Carmen Gloria le echan combustible en todo el cuerpo; a Rodrigo solo le alcanza la espalda. Castañer usa un encendedor y luego les prende fuego. La orden es matarlos por revoltosos, mas otro teniente que está cerca del lugar dice que no porque va contra los principios del catolicismo. El resto de los soldados que se encuentran en el lugar cubren los cuerpos con frazadas para apagar las llamas. Luego los trasladan y los abandonan cerca del aeropuerto de Santiago.
Rodrigo fallece cuatro días más tarde. Carmen Gloria sobrevive, pero con quemaduras graves que le desfiguran el rostro.
“Ellos todavía humeaban y su piel estaba de un color blanquecino, y tenían un aspecto como baboso, sin pelos”, recuerda Fernando Guzmán, quien 29 años más tarde testifica sobre lo sucedido ese día y rompe así un pacto de silencio de casi tres décadas.
Dos semanas después del ataque, señala, a los soldados les dan instrucciones precisas sobre el caso. “A cambio de nuestro silencio, la institución nos proveyó de permisos, de dinero, como una manera de continuar con esta mentira y mantenernos callados”, asegura Guzmán en el juicio donde también investigan a otros seis exoficiales.
El ataque es condenado por varios gobiernos y grupos defensores de Derechos Humanos. Aún así, Pinochet solo se limita a decir: “A lo mejor llevaba algo oculto, se le reventó y se quemó”.
Pero Guzmán declara ante el juez que eso es “un invento del Ejército para poder justificar dicho actuar”. Yo portaba el radio ese día y pude ver claramente cómo ocurrió el ataque desde la parte superior de un camión militar, argumenta.
Ellos están frente a la justicia a pesar del tiempo transcurrido. Carmen Gloria, quien reside actualmente en Canadá, vuelve a Chile para el juicio sabiendo que “más vale tarde que nunca”. Los insta a asumir su responsabilidad y a vivir con la conciencia tranquila.
En entrevista con Radio Cooperativa, afirma, sin rencores, que los oficiales que la agredieron eran adolescentes como ella y Rodrigo y también son víctimas de la dictadura, “porque fueron amenazados de muerte si hablaban”.
“Hoy se dice finalmente la verdad, se valida lo que yo y tantos testigos sostuvimos”, dice esperando que “ahora la justicia enmiende el camino que por tantos años de dictadura fue cómplice por el silencio”.


 
                        
                        
                        
                    












COMENTAR
vicgtor alejandro dijo:
1
31 de julio de 2015
16:32:50
Elpidio Valdes dijo:
2
4 de agosto de 2015
14:49:11
Responder comentario