ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Los civiles desprotegidos son los principales afectados por las guerras. Foto: Reuters

La guerra es horrible. Generalmente en ellas perecen civiles indefensos: niños, mujeres, an­cianos. Los combates suelen suceder mientras los habitantes de la zona en conflicto tratan de escapar del fuego cruzado de quienes atacan y quienes se defienden.

Para los beligerantes, por lo general, el objetivo principal es avanzar hacia nuevas posiciones que fortalezcan su presencia y luego llegar al objetivo final, ya sea tomar un pueblo, derrotar a un ejército o expulsar a quienes, apoyados en las armas, han invadido y ocupado territorios que no les pertenecen.
En fin, es un mal que debía desaparecer de la faz de la tierra.

Pero la guerra no es solo eso, y generalmente, tras ellas hay componentes externos —po­líticos y militares— que buscan el predominio geopolítico en su afán por dominar el mundo.

Las mismas tienen silenciosos perdedores en una población civil que opta por abandonar sus casas, pueblos, lugares de trabajo o estudio, y emigrar, ya sea hacia otras zonas de su propio país o a territorios cercanos, a los que acuden en busca de refugio y alimentación.

Pero es muy frecuente también, que quienes optan por desplazarse de los lugares de conflictos, terminan amenazados por otros enemigos, el hambre y las enfermedades, que pueden causar más bajas que las propias batallas militares.

Hoy en día, cuando la causa principal de las guerras puede ser la pobreza por un lado y por otro la ambición voraz del gran capital por apoderarse de recursos energéticos y otros minerales, el tema de los refugiados o desplazados se ha convertido en un componente de gran peso a la hora de evaluar las consecuencias de una u otra contienda.

En cada uno de los escenarios actuales: Irak, Siria, Libia, Yemen, Ucrania y otros, los desplazados por la guerra se han convertido en un grave problema al que la comunidad internacional y los organismos humanitarios tratan de prestar ayuda, pero siempre resulta insuficiente porque no es sistemática ni abarca las necesidades en toda su magnitud.

En Siria, por ejemplo, la guerra desatada allí por terroristas organizados y financiados desde Occidente, ha dejado un país donde el 80 % de su población vive en la pobreza y casi dos tercios de su totalidad no cuenta con alimentos ni otros artículos necesarios para la supervivencia, según revela un informe del Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La propia institución recoge en el documento que 3,3 millones de personas huyeron de Siria en el 2014, lo que convierte a esa na­ción en la segunda con mayor número de refugiados del mundo, después de Palestina.

La tragedia que vive el pueblo sirio se puede resumir, además, en las 220 000 personas muertas y las 840 000 que han resultado heridas en estos últimos cuatro años de ataques por parte de grupos terroristas.

El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, dijo enfáticamente que el pueblo sirio es “víctima de la peor crisis humanitaria de nuestro tiempo”.

No es suficiente que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) facilite cada mes comida para seis millones de personas, de ellas un millón de desplazados sirios y de países cercanos, cuyas vidas dependen totalmente de la ayuda foránea.

En declaraciones a IPS, Fatmeh, una refugiada siria en el Líbano, expresó que ya renunció a la esperanza de vivir en paz y normalidad alguna vez. “Sé que el mundo se olvidó de nosotros”, enfatizó.

La ayuda especial del Programa Mundial de Alimentos para países del Oriente Medio tiene una situación caótica, por cuanto está operando con un déficit del 81 % de las contribuciones necesarias para brindar comida a los refugiados en la región.

La humanidad toda puede preguntarse cuál será el destino de países completos—Irak y Siria son dos ejemplos—, donde además de los millones de sus hijos que han tenido que abandonar sus lugares de residencia, los terroristas del llamado Estado Islámico (EI), cometen las más salvajes barbaries contra seres humanos, destruyen el patrimonio conservado por siglos, que for­ma parte del origen de las civilizaciones en nuestro planeta.

Otra interrogante de mucha actualidad apun­ta directamente hacia los centros de poder, que fomentan guerras para vender más armas y obtener más dinero.

Cómo se verá el mundo del futuro con países donde las poblaciones que no han muerto en los conflictos bélicos, ya no vivan allí donde nacieron y crearon riquezas materiales y espirituales. Será un mundo de suelo arrasado y personas sin saber siquiera a qué nación pertenecen.

Serán estos los silenciosos perdedores o parias cuyo destino incierto es impredecible.

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Sergio D. Hdez Lima dijo:

1

10 de julio de 2015

04:03:18


Estimado Elson: En primer lugar quiero hacer una aclaracion ortografica, arrasar es la forma correcta del verbo, no es una critica destructiva, al mejor escribano se le va un borron. Su articulo es muy interesante y aborda una triste realidad. Las guerras son un cancer que nuestra humanidad no ha podido extirpar, lo mas triste de todo es el perjuicio que causa en miles de ancianos, mujeres, incluso bebes, ya sea por muertes, mutilaciones, traumas o el hecho de verse obligados a abandonar su hogar y refugiarse en cualquier sitio, generalmente en condiciones infrahumanas. Todo es producto de la ambicion ciega de las grandes potencias o de entes de poder que hacen cualquier cosa por la riqueza economica o el poder politico. Muy injusto, lamentable y veridico.

leandra dijo:

2

10 de julio de 2015

14:58:19


Estoy muy de acuerdo con Sergio, al abrir el artículo me di cuenta, menos mal que no envié comentario al respecto. Además considero a Sergio, por su desenvolvimiento, casi un bloguero, si no es periodista ya.