CARACAS.—Desde el aire, el Caribe parece un mismo país.
El color del mar, las líneas contrastantes de las costas, las lomas y los llanos de un verde singular, más un avión cargado de cubanos, refuerzan la impresión de que aunque vuelas lejos de tus fronteras, no has salido del archipiélago.
Poco más de un par de horas demora la ruta aérea entre Cuba y Venezuela, y en la cabina —fuera de los momentos expectantes del despegue y el aterrizaje— el ambiente se acerca demasiado al barrio que dejé atrás.
No más se estabiliza el vuelo y parece que amaneció en el edificio: tres muchachas se acaban de conocer y ya intercambian fotos de familia, revelan costumbres hogareñas, radiografían a sus vecinos, hablan de los hijos tenidos y por tener.
Al final del trayecto se han dado suficientes señas como para proclamarse amigas y no perder comunicación: una es doctora, otra enfermera, la tercera terapeuta.
El hombre de la risa estentórea, el que va de un asiento a otro palmeteando los hombros de quienes conoce, prodigando historias que nadie le pidió sobre su mes en Cuba, se llama Ramón. No lo conozco, pero lo dijo alto muchas veces, y hasta la azafata lo llamó por su nombre: “siéntese un rato, por favor, para ofrecer la merienda”.
A juzgar por el chaleco, Ramón es entrenador deportivo, y aunque en todo lo que habló no dijo su disciplina, no pude imaginarlo en algo mejor que una mesa de dominó. Abordaba a todos con alguna broma, hasta que el tiro le salió en reversa con un colega:
—Compadre, mira que tú vas al baño, ¿la próstata? —le espetó sin medida.
—No —ripostó el otro— la cerveza que te perdiste anoche por andar en la calle.
Ramón no volvió a hablar, pero casi desde cada asiento una historia distinta se dejaba escuchar, unas veces más alto, otras en un rumor. Una línea fina las dividía en dos bandos: la del viajero que sabe bien de la tierra adonde va, y la del primerizo que solo lleva referencias y expectativas.
De aquel avión, la mayoría sabía adonde volaba, regresaba allá, y en sus palabras Venezuela brotaba de diferentes maneras: la lejanía rural del consultorio, la gente agradecida de los cerros, el cruce en lancha de los ríos caudalosos, las plazas marginales ocupadas por el deporte y el arte, la precaución necesaria, la vida cotidiana encarecida por el boicot económico de los oligarcas, la familia que se extraña...
Los nuevos —entre quienes me contaba— escuchaban en silencio y preguntaban, tratando de adelantarse a lo que encontrarían.
No sé lo que pensaban esos médicos que se estrenaban, las enfermeras, los profesores, los deportivos, los técnicos agrícolas, todos los primerizos; pero este reportero en lontananza sí sabía que su historia de algún modo sería la misma de aquellos; porque iba allá para contarla, para hacerla saber en sus matices, sea en la selva, en la gran ciudad, en la ribera del río.
Venezuela, para este periodista, se construiría en lo que aquellos vivieran, en el diarismo altruista de salvar una vida, de asistir al enfermo, de sacar de la postración al inválido sin esperanzas, de movilizar las plazas marginales con las culturas del arte y del ejercicio físico.
Habrá que cumplir los ritos —como buen cubano—, de la evocación martiana en la Plaza Bolívar, ante la figura ecuestre de El Libertador; rendir con el silencio un homenaje profundo, en el cuartel que corona la montaña y suena un cañonazo a la memoria del Comandante Eterno.
Pero después, habrá que irse temprano a los rincones de un país donde los nuestros llevan años construyendo una solidaridad real, de pueblo a pueblo; porque solo de estos modos el tributo se hace verdadero y no queda en el discurso y la apariencia.
Hay que contar las maneras en que los cubanos —miles de ellos— corporizan el sentir martiano de “servir como hijos a Venezuela”, y consagran con su actuar el homenaje al Apóstol, a Bolívar, a Hugo Chávez.
Aterrizamos de noche y en Caracas llueve. Entrando a la ciudad las montañas simulan una cortina de luces que dan una bienvenida alegre.
“Son los cerros famosos —dijo el chofer—. La verdad es más dura que eso. Allí también hay cubanos”.
La Venezuela conocida ya me la dijeron en la voz de otros. La que está por conocer tendré que descubrirla. Ramón, las tres muchachas, mis compañeros de viaje en el avión… me ayudarán con eso.















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yuliozorrilla dijo:
1
22 de junio de 2015
04:52:19
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