
Hace unos 25 años, viniendo desde el aeropuerto internacional de Sheremetievo en dirección al centro de Moscú, se avanzaba por una extensa y ancha carretera a cuyos lados crecían interminables bosques de abedules. En el invierno era una traza que impactaba por sus gradaciones de blanco y gris, una monotonía a veces rota por el intermitente verde, azul, rojo, naranja… de algún que otro Lada o Moskvich.
A pocos kilómetros de la ciudad, en medio del descampado, las miradas y el tiempo se detenían invariablemente ante un monumento poco común: los grandes yaquis metálicos, símbolos de la resistencia moscovita ante el cerco nazi fascista.
“Hasta aquí llegaron los alemanes”, solían repetir ante los yaquis los más conocedores de la historia. Lo cierto es que junto a la carretera de Volokolamsk se escribió una de las páginas más legendarias de la Gran Guerra Patria. Ante la hasta entonces imbatible maquinaria militar hitleriana, un puñado de hombres de la división del general Iván Panfilov asumía una sola alternativa. “Es grande Rusia, pero no tenemos adónde retroceder: detrás está Moscú”, arengó a sus soldados y oficiales el comisario Vasily Klochkov, momentos antes de entrar en su último combate.
Hoy: la misma respuesta
Los yaquis-monumentos siguen todavía allí, aunque a veces ni se notan, porque Moscú ha crecido también en dirección al Sheremetievo, y son cada vez más los grandes edificios y las vallas de publicidad los que disputan el lugar a los bosques de abedules. Por doquier se cruzan en varios niveles las modernas y demasiado transitadas autopistas que llevan hacia las zonas más pobladas de la capital rusa, que ya hoy anda por los 11 millones de habitantes.
En estos finales de abril del 2015 la primavera una vez más demora en abrirse camino, y una tarde-noche sin aviso la nieve vuelve a caer y se derrite a la mañana siguiente, porque los termómetros suben enseguida sobre cero grados. No sería raro otro desfile por el Día de la Victoria este 9 de mayo bajo el blancor de una nevada, pero después de largos meses de gélidas temperaturas la gente prefiere el sol y se despoja cuanto antes de sus oscuras ropas de invierno, como si con ello adelantasen el tiempo.

Igual se apura la naturaleza. Ya brotan los primeros retoños en los árboles. Sobre la tierra deseosa de vida, tras obligado y prolongado descanso, despiertan las primeras flores. Los moscovitas comienzan enseguida a cosechar sus jardines y huertos familiares en cualquier espacio disponible.
Este año la ciudad y el país tienen razones de sobra para celebrar en grande. El aniversario 70 de la victoria contra el fascismo es de por sí una fecha sumamente importante, a la que hoy se le agrega el componente de una compleja situación internacional, que nadie predijo un par de años atrás.
Nuevamente la historia se mezcla con el presente. El 7 de noviembre de 1941 en la Plaza Roja se celebró el tradicional desfile militar por el aniversario 24 de la Revolución de Octubre. No era la típica parada militar llena de recuerdos y simbolismos. No, las tropas que desfilaban frente al Mausoleo de Lenin y al mariscal Iosiv Stalin, eran soldados y oficiales que salían desde allí directamente al cercano frente de combate, a defender Moscú costase lo que costase.
Esa misma Plaza Roja es hoy noticia mundial, cuando amigos del mundo entero se unen a los anfitriones en la que otra veces ha sido llamada la “fiesta con lágrimas en los ojos”.
En medio de la histórica explanada púrpura, un gigantesco cartel con una paloma blanca, junto a las fotos del día de la victoria hace 70 años, son un mensaje bien claro. Los rusos quieren la paz, pero, como en el 41, van a defenderla a cualquier precio. Ante las amenazas a sus fronteras, los bloqueos económicos y los chantajes políticos, incluso de aquellos que ayer fueron sus aliados en la guerra, la respuesta de hoy es la misma: “no tenemos adónde retroceder”.
El majestuoso desfile militar de hoy es, junto a la paloma blanca, un nuevo movimiento disuasivo.
El costo del dolor
No pueden olvidar ni los rusos ni el resto de los pueblos que integraron la URSS, sean cuales fuesen sus veleidades políticas de hoy, ni un solo minuto de aquellos 1 418 días y sus noches, desde la madrugada del 22 de junio de 1941 cuando las tropas hitlerianas bombardearon y penetraron sorpresivamente el territorio soviético, hasta la madrugada del 9 de mayo de 1945, cuando los altos mandos alemanes firmaron ante el mariscal de la URSS Gueorgui Zhúkov el acta de capitulación incondicional de la Alemania fascista.
La Gran Guerra Patria, como aún se les nombra a aquellos cuatro años de tenaz resistencia y heroísmo sin par, es la etapa más decisiva de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La victoria de mayo del 45 puede medirse en cifras tan convincentes como desgarradoras.
El 75 % de todas las tropas de la Alemania hitleriana fueron enviadas a combatir y resultaron vencidas en el frente soviético. Nadie tiene derecho siquiera a insinuar un papel más decisivo en la victoria. Pero la URSS pagó por ella con 27 millones de seres humanos, entre los cuales 13,7 millones fueron civiles. De estos últimos los ocupantes nazis aniquilaron 7,4 millones; otros 2,2 millones murieron en trabajos forzosos en Alemania; y 4,1 millones perecieron por hambre.
El resto, los otros 13,3 millones de vidas fueron ofrendadas por los hombres y mujeres soviéticos en el campo de batalla.
Del heroísmo de los soldados, sargentos y oficiales del Ejército Rojo cuentan miles de libros, obras de teatro y películas de todo el mundo. Nombres como Alexander Matrósov, Alexei Marésiev o Zoya Kosmodemyánskaya son símbolos que resumen el sacrificio y la entrega de millones de héroes y heroínas del gran país de los soviets.
Ninguna otra nación del mundo en toda la historia, ni durante la Segunda Guerra Mundial, sufrió las pérdidas materiales de la URSS. Unos 25 millones de personas quedaron sin techo, a escombros fueron reducidos 31 950 fábricas, y otras instalaciones de producción y servicios, 4 100 estaciones ferroviarias, 36 000 centros de comunicaciones, 6 000 hospitales, 33 000 policlínicos, 82 000 escuelas primarias y secundarias, 1 520 escuelas técnicas de nivel medio, 334 centros docentes superiores, 605 instituciones científicas, 427 museos, 43 000 bibliotecas públicas y 167 teatros, a lo que se sumó el robo de incontables y valiosísimas obras de arte, que aún hoy no han sido recuperadas.
Curiosamente, dentro de la mundialmente conocida tienda GUM, cuyo edificio de cuatro plantas es nuevamente el frente opuesto a la tribuna en la Plaza Roja, se encuentra desde hace varias semanas una exposición sobre el arte en el frente de combate de la Gran Guerra Patria, un testimonio bello y sencillo que contrasta sobremanera con las arrogantes boutiques de las marcas más prestigiosas de la moda planetaria. Es la Moscú de estos tiempos, la que no cree en lágrimas, pero tampoco las olvida.
Porque el otro costo, el del dolor, el de las familias destruidas, el de las mentes y los cuerpos mutilados, nunca podrá cuantificarse y mucho menos reponerse.
Tengan Rusia y sus amigos verdaderos esta nueva fiesta, la de los tristes recuerdos, la de la merecida alegría y la inquebrantable fe en la victoria. La paloma de la paz vale por lo que es capaz de defenderse.
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pjmelián dijo:
1
9 de mayo de 2015
11:36:59
Francisco Rivero dijo:
2
9 de mayo de 2015
22:32:43
Reinaldo Soares de Souza dijo:
3
10 de mayo de 2015
00:00:18
Jorge L Gomez dijo:
4
10 de mayo de 2015
16:33:40
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