ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Incluso frente a la Casa Blanca hubo protestas por la brutalidad policial.

El mundo que ve por televisión las imágenes de los estallidos sociales que se suceden en Ferguson o lee en los periódicos los detalles que únicamente fija en la memoria la letra impresa, es bueno que recuerde la frecuencia con que estos episodios suceden en Estados Unidos, la nación que nació con esclavitud y racismo y mantiene la discriminación.

El jurado que decidía si se procesaba al asesino policía Darren Wilson, lo absolvió del crimen de Michael Brown. Eran nueve personas blancas y tres negras. El suburbio de la ciudad de San Luis, estado de Misuri, estalló de nuevo como el día del asesinato.

Para la comunidad negra, el fiscal Robert McCulloch es desde hace tiempo sospechoso de tener demasiados lazos con la policía y una historia que dificulta su imparcialidad, pues su padre, policía, fue muerto por un hombre de raza negra. Hubo muchas acusaciones de que era una parte interesada.

Como lo tenía todo calculado, no acusó, sino se limitó a hacer una presentación de las pruebas, pero el abogado Jeffrey Toobin escribió en The New Yorker que ello «alimentaba la percepción de que era una evaluación independiente pero hay pocas dudas de que lo tenía todo controlado».

Mucho gas lacrimógeno y pimienta para contener la ira en Ferguson.

En Estados Unidos es así y cada cierto tiempo se produce un homicidio intencional policial o una masacre en una universidad o una escuela, generalmente por blancos racistas o, cuando menos, amantes de la violencia.

En julio pasado el negro Trayvon Martin, de 17 años, desarmado, fue asesinado alevosamente en Florida por George Zimmerman (absuelto impunemente), y el crimen desató una ola de protestas en diversas ciudades norteamericanas, igual que la muerte racista de Michael Brown.

¿Y qué hizo Kajieme Powell para que le metieran doce balazos en su cuerpo en la citada ciudad de San Luis con sus 25 años? Tenía hambre y había sustraído dos bebidas energéticas y roscas en una tienda. Cuando lo conminan a levantar los brazos, Powell no hace caso y un video aficionado no muestra amenaza para los policías.

Tan desesperado estaba que gritó, avanzando hacia los policías: “Dispárenme, dispárenme ya.” Como era negro, los policías lo complacieron descargando sus armas sobre él. Murió por tener hambre.

Su asesinato tiene tanta explicación como el del joven de 28 años Akai Gurley, ocurrido en Nueva York en el séptimo piso de un edificio de Brooklyn, donde había ido a visitar a su novia. Los policías estaban en el piso de arriba inspeccionando y como es un barrio pobre, no lo pensaron mucho antes de que uno de ellos apretara el gatillo y le arrancara la vida. Las autoridades dijeron que el homicidio ocurrió por accidente, exactamente cuatro meses después de que otro policía matara con una llave de estrangulamiento a Eric Garner, al que intentaba detener por causas desconocidas.

Por tener en sus manos una pistola de juguete, que tanto pululan en las tiendas norteamericanas debido a la propaganda de violencia en televisión, cine y juegos electrónicos, el niño de 12 años Tamir Rice recibió un balazo mortal en un parque de Cleveland porque a un policía le pareció peligroso.

Según el FBI y los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, unas 400 personas mueren anualmente en USA por disparos de policías.

Ferguson se volcó a las calles a condenar el crimen.

Uno de los problemas graves de hoy en la nación más discriminatoria de la Tierra es la potenciación del racismo y de sentimientos ultraderechistas, reflejados en la aguda desproporción entre los miembros de una minoría y sus representantes en la policía y en las autoridades.

Ferguson es una muestra de la política oficial de evitar equidad en la representación de las minorías en los aparatos de poder. El 60 % de la población de ese suburbio de San Luis es de negros, pero casi no tienen presencia en la alcaldía y en la policía hay 53 blancos y solo tres negros.

Generalmente son agentes blancos quienes cometen las atrocidades que provocan estallidos sociales que terminan con muerte y destrucción y acaban absueltos, como en el caso de Rodney King, en California, cuando fueron liberados los cuatro policías que le propinaron una soberana paliza por ser negro. Quedaron libres. El policía blanco norteamericano suele abusar de su impunidad y disparar casi por cualquier cosa sobre sus semejantes.

Ferguson sigue ardiendo, en el sentido político y literal de la palabra. La población negra no admite la decisión del jurado de no procesar al policía asesino y el abogado de la familia aseguró que el proceso había sido «completamente injusto».

La no aceptación de la decisión del gran jurado por gran parte de los afroamericanos responde a las experiencias de una comunidad sobre la que es difícil que personas de raza blanca hagan justicia real, especialmente cuando ostentan todos los cargos de poder político y de fuerza.

En el verano de 2013, un jurado de Florida declaró no culpable a quien dio muerte al adolescente Trayvon Martin. La sensación de la comunidad negra es que Trayvon fue visto como sospechoso por su agresor simplemente por el color de su piel, así como por la capucha que llevaba puesta, de la que las autoridades y el cine han hecho un estereotipo de criminal.

Nadie espere que el presidente Barack Obama haga algo. Él no es negro, sino representante del complejo militar-industrial, de la Asociación Nacional del Rifle, del sector energético de los grandes monopolios y de los descomunales grupos financieros que dominan en Estados Unidos. Los poderosos son wasp (blancos anglosajones protestantes) y propician los desmanes violentos.

Lo que ocurre en Ferguson se repite por todo el país, donde los cuerpos policiales están compuestos por mayoría de blancos, incluso en poblaciones con una clara mayoría de negros.

Ferguson es la pantalla que refleja la mala conciencia blanca por el racismo en este país.

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