Para Lohman y Panosso Netto (2016), la actividad turística descansa en una estructura de sistema que combina los conceptos: hospitalidad, tiempo libre, distracciones, recreación, turismo y viaje, comida-bebida, eventos, paisaje y autenticidad. Una de las modalidades de este sistema es el denominado «turismo cultural» en el cual –a diferencia de aquel que solo ofrece disfrutes del tipo «sol y playa»– la actividad es organizada en torno a los aspectos culturales existentes en un determinado destino (pueblo, ciudad, región o país). El «turismo cultural» es una opción atractiva para territorios en los que es posible identificar y señalizar (con los destaques visuales adecuados) una cantidad significativa de eventos histórico-culturales relevantes para el país, la región o las culturas hemisférica o universal. En este sentido, es lógico suponer que semejante modalidad necesita ser acompañada de una sólida interrelación con las instituciones dedicadas a rescatar y preservar el patrimonio histórico-cultural de los territorios, así como de un profundo conocimiento por parte de los operadores turísticos y, en general, el personal participante de la experiencia que se le ofrece al turista.
Para McKercher y du Cros, autores del libro Cultural tourism (2015), esta actividad implica un complejísimo entramado donde intervienen actores, intereses y fuerzas diversas en una práctica que «en un sentido ancho», según afirman, mueve entre el 35 % y el 80 % de la masa global de turistas. Este «sentido ancho» hace que, dentro de la modalidad de «turismo cultural», puedan ser incluidas motivaciones tan distintas como las de carácter etnográfico, literario, cinematográfico, festivo-celebratorias, participación en eventos, visitas a museos o circuitos histórico-culturales, ecoturismo, comunitario, gastronómico y religioso, entre otros, en los cuales el desplazamiento y la idea de placer que impulsa al turista están asociados a su deseo de adquirir conocimientos o participar en experiencias que tienen lugar más allá de su ámbito cotidiano de vida y que podemos considerar de valor cultural.
Entre las ventajas de esta modalidad de turismo se encuentra el hecho de que, al menos hasta cierto punto, no depende de las estaciones del año, y entre sus desventajas está el hecho de que demanda de una creatividad enorme para lograr que el interés del turista no quede agotado con solo la visita a uno u otro lugar exacto. Es por ello que McKercher y du Cros hablan de un tránsito «desde el rol de administradores y custodios de bienes culturales al de proveedores de productos». Semejante proposición tiende puentes que conectan el desarrollo del turismo cultural con la innovación permanente tanto en la estructura de las ofertas (por parte de los turoperadores y otros agentes), la recuperación y puesta en servicio de los bienes culturales de los territorios, como en la creatividad y crecimiento de las industrias culturales y creativas en los territorios.
Al mismo tiempo que la definición anterior transparenta el mecanismo económico y de ciencia del marketing que subyace en la actividad turística, es necesario recordar que, tanto la tendencia a la estandarización y homogeneidad (acompañantes de la «globalización») como la «sobrexplotación» o la superficialidad son enemigos de primer orden para el desarrollo del «turismo cultural».
Atendiendo a todo lo anterior, el «turismo cultural» necesita del complemento de una actitud de vigilancia crítica que preserve, de una misma vez, la significación histórica, política, ideológica, identitaria, patrimonial y, en general, cultural, tanto de las ofertas que se hacen al turista como de la estructura y la vida de las comunidades donde la práctica de la actividad tiene lugar.
BIBLIOGRAFÍA:
Lohman, Gui y Panosso Netto, Alessandre. Tourism Theory: Concepts, Models and Systems. Wallingford, Oxfordshire: CAB International, (2016).
Cros, Hilary du y McKercher, Bob. Cultural tourism. New York: Routledge, 2015.
Jafari, Jafar y Xiao, Honggen (editores). Encyclopedia of tourism. Suiza: Springer Reference, 2016.
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