BARRANQUILLA, Colombia. —Tatiana es una mulata esbelta, de unos treinta y tantos años, bonachona, atenta con los forasteros que por estos días «invaden» su ciudad, mochila a la espalda, buscando las hazañas de los deportistas en los Centrocaribes.
Ingeniera en sistemas, desempleada, con dos hijos de cuatro y seis años de edad, no halló otra alternativa para llevar dinero a la casa que aliarse al ejército de colaboradores que llevan la lid junto a los voluntarios.
A las 5:00 de la mañana Tatiana deja el hogar para venir al centro de prensa del evento y montarse en un ómnibus hasta el anochecer, dando vueltas una y otra vez llevando periodistas a las distintas instalaciones, luego recogiéndolos, mientras en casa, antes de salir, dejó sobre los sillones de la sala la ropita y las meriendas para sus dos crías, que llevados por los abuelos van a la escuela. (Aquí el curso escolar ya comenzó)
«Llego muerta a la casa, más allá de las nueve de la noche, y a esa hora nada de descanso, hay que preparar las cosas para los niños al día siguiente». Y, mientras los Juegos le ofrecen un corto respiro monetario, no sabe qué pasará con su familia después de la clausura de Barranquilla 2018, el próximo 3 de agosto.
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Afuera, en su mundanal ruido, se aprecia una ciudad de contrastes que van desde la opulencia hasta la más deprimente pobreza. De un lado, altos edificios, empresas extranjeras, lujosos condominios, automóviles de último modelo exhibidos por sus concesionarios, un crecimiento constructivo que, según esperan los barranquilleros, ojalá les abra la esperanza de prosperar.
De la otra acera, la tragedia de esta semana, cuando las lluvias invadieron el modesto municipio de San Gil, en el departamento de Santander, y dejaron a un niño de seis años muerto y otros 20 heridos, mientras compartían un partido de fútbol, «porque la Alcaldía no ha realizado las obras tantas veces solicitadas por la población para evacuar esas aguas y evitar catástrofes», según expresaban a los noticieros de la televisión local los residentes del lugar.
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Los juegos siguen su inexorable curso, hay colas delante de los puntos de ventas de boletos, y hay, también, madres con pequeños de brazos postradas a la entrada de los escenarios de competencia que, desde el incómodo suelo le extienden la mano al viajero ofreciéndole un caramelo como recompensa si le deja una limosna.
La gente dice que están viviendo la vuelta de un alcalde que ya tuvo un mandato tiempo atrás. Dicen también que lo llamaron al puesto nuevamente pensando en que trabaje y no robe. Bastantes propagandas le han hecho los medios acá, y entre los puntos a su favor blasona de que, en coordinación con la Policía Nacional, dispuso de más de 4 000 agentes para garantizar la seguridad del evento, sin que tantos de ellos evitaran que, a un grupo de deportistas de Venezuela, unos bandoleros le secuestraran el camión con sus equipajes, capturados ante la vergüenza pública, horas antes de efectuarse la inauguración.
Así va un trozo de la vida por acá, en puro contraste de rosa y grises intensos, casi negros. Quizá a pocos le importe que Tatiana seguirá sin trabajo cuando Barranquilla sea ya un recuerdo.




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felix diaz dijo:
1
29 de julio de 2018
06:56:25
cosme Respondió:
31 de julio de 2018
14:14:13
Jesús guillen dijo:
2
29 de julio de 2018
21:29:09
maguero dijo:
3
30 de julio de 2018
11:13:14
lenin dijo:
4
30 de julio de 2018
14:15:56
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