ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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La valentía de los rescatistas cubanos se ha demostrado varias veces en poco tiempo. Foto: Ricardo López Hevia

Un socorrista vestido de uniforme no espera, por estos días, ni cinco minutos en una parada de la ciudad de Matanzas. Pasadas las seis de la tarde del lunes, mochila al hombro, Israel Tápanes Torres está en el área conocida como Viaducto, saca el brazo y pide «botella» al carro del periódico Granma.

«¿Hasta el Canimao?», pregunta, y le decimos que sí. Vamos rumbo a ese hotel en las afueras de la urbe, donde se hospeda parte de nuestro equipo, otros periodistas, y personas que enfrentan el incendio.

Israel sube. Es un muchacho joven –31 años tiene, sabremos después– viste el overol rojo de la Cruz Roja cubana, y lleva un pañuelo negro en el cuello, bajo el cual asoma un vendaje que le cubre la quemadura de la nuca.

Nos pica la curiosidad, ¿qué hace un socorrista solo, a esa hora, moviéndose por la ciudad? Su historia en este hecho comenzó a las 7:30 de la noche del viernes 5 de agosto. Era la primera vez que se enfrentaba a un hecho de este tipo.

En la madrugada del sábado estaban atendiendo, en el área de los tanques siniestrados, las lesiones leves de los bomberos, entonces fue la explosión enorme. «En ese momento se trataba de correr, venía para arriba de nosotros un vapor enorme, corrí y corrí, y sentí que me alcanzó en el cuello».

No sabe de qué grado es su quemadura, el enfermero no le dijo y él no preguntó. Sus jefes prefirieron que se quedara replegado en el alojamiento. No estuvo el resto del sábado ni el domingo. Pero después de la compleja madrugada del lunes, sobre el mediodía, lo mandaron a buscar, la cosa prometía ponerse más fea.

Tras par de explosiones, determinaron que el escenario no iría a peor, «y me mandaron de nuevo a descansar».

Queremos saber cómo está la cosa por «allá adentro», si hay heridos o bajas; nos asegura que no, que no hay destrucción en las instalaciones de Supertanqueros, que cada vez que el panorama se complica, las fuerzas se retiran.

Dice que después de aquella primera madrugada son mucho más cautelosos y están muy atentos a la mínima señal.

Israel es natural de Los Mangos, una barriada de la ciudad de Matanzas; ha sido maestro de oficios en la Oficina del Conservador de la ciudad y ahora es almacenero en una institución militar. Supo de la Cruz Roja a través de unos amigos, y decidió que quería integrarla.

Luego de que mermara la pandemia de la COVID-19, hace menos de un año, hizo los entrenamientos necesarios y se incorporó. En ese tiempo participó solo en la búsqueda y rescate de personas desaparecidas.

Cuando le preguntamos por qué escogió asumir un destino con tantos riesgos, responde exactamente, y apenas, lo mismo que un socorrista con toda su vida dedicada a esa tarea, a quien entrevistamos en el terreno horas antes: «Esto es voluntario».

Le pedimos su opinión sobre cómo evolucionará el incendio; su visión, después de lo que ha conversado con los compañeros de más experiencia y los bomberos, es esperanzadora.

No cree que nuevas explosiones puedan ser superiores a las ya vividas allí. Pero nada es letra escrita en incidentes de este tipo; salvo, quizá, una cosa: la voluntad. Y esa –basta un viaje en auto de apenas minutos para asegurarlo– no le falta a Israel.

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