Aunque la tiranía machadista había sido derrocada por el pueblo el 12 de agosto de 1933, los dirigentes del Partido Comunista cubano eran conscientes de que el aparato represivo del machadato se mantenía intacto, y que, si trataban de repatriar desde México los restos del líder del antimperialista Julio Antonio Mella, asesinado allí, las fuerzas represivas harían todo lo posible por impedirlo.
Por orden directa del dictador Gerardo Machado, el joven revolucionario fue alevosamente ultimado en ese país, el 10 de enero de 1929, y, desde entonces, siempre estuvo presente en los planes del Partido, traer sus restos a la Patria, para que los militantes y el pueblo le rindieran un póstumo homenaje.
Casi a los 26 años de existencia física, ya Mella se había proyectado en múltiples frentes y esferas: inició la Reforma Universitaria, vinculó a los estudiantes con los obreros, organizó el Primer Congreso de Estudiantes, fue artífice de la Universidad Popular José Martí y de la Liga Antimperialista de Cuba, y fundó, junto a Carlos Baliño, Fabio Grobart y otros revolucionarios, el primer partido marxista-leninista de Cuba.
Esas acciones revolucionarias en las que estaba involucrado resultaron el motivo del cobarde ensañamiento contra el joven, y los dirigentes del Partido lo conocían.
Por eso tuvieron que planificar minuciosamente una operación clandestina para poder traer a Cuba las cenizas del líder revolucionario, quien, después de muerto, continuaba siendo perseguido.
En la capital azteca, los representantes de organizaciones revolucionarias acordaron, entre otras actividades, realizar una colecta para costear el traslado de los restos de Mella a Cuba.
Asimismo, el 5 de septiembre de 1933, se había constituido el Comité del Frente Único Pro-Mella, que era el encargado de coordinar todas las tareas.
Para presidir la delegación cubana se escogió al doctor Juan Marinello Vidaurreta, respetable intelectual y militante comunista, quien desde hacía seis meses se encontraba exiliado allí.
En respuesta a la solicitud recibida, el Departamento de Salubridad fijó el 6 de septiembre como la fecha para realizar la exhumación de los restos de Mella, por lo que fueron citados para presentarse ese día, en el Panteón Dolores, los compañeros que tenían tareas que cumplir en esa ceremonia, junto a Marinello: Mirta y Sergio Aguirre, Jorge Rojas y Aida Carreras, entre otros comunistas cubanos y mexicanos.
De acuerdo con los libros sepulcrales, la tumba de Mella correspondía a la No. 44, pero no era así. Realmente era la No. 45.
Se extrajo el ataúd, y los compañeros lo llevaron en hombros hasta el horno crematorio, con el riesgo de que había presencia de policías en el lugar.
Transcurrieron unas dos horas de incineración, cuando advirtieron que no tenían más tiempo, por la presencia de los agentes. Entonces los restos fueron colocados en una caja tallada.
Marinello y sus compañeros pasaron con ella entre los policías, que ya habían detenido a un grupo de compañeros. Se había dicho que los restos debían llevarlos a la Agencia Alcázar, para ser enviados a Cuba.
Inmediatamente, Marinello, como se había acordado, tomó un auto que lo llevó al salón de exposiciones en el que depositó las cenizas.
Más tarde llegaron otros compañeros, que las sacaron de la caja y las llevaron para la casa de Mirta Aguirre, y tiempo después estuvieron bajo la protección de una maestra peruana de confianza.

Mientras numerosos agentes indagaban en la Agencia Alcázar por los cubanos y las cenizas, la señora Aida Carreras, madre de Mirta y Sergio Aguirre, abandonaba el camposanto, ganaba la calzada y se perdía entre los transeúntes. Ella era la que las resguardaba. Todo lo anterior había sido una genial operación de desinformación.
Para rendirle homenaje al líder antimperialista cubano, se organizó una solemne velada en el anfiteatro Bolívar, en el mismo edificio de la Universidad, que la Policía asaltó para tratar de apoderarse de las cenizas. Por supuesto que el cofre, en el cual supuestamente se encontraban las cenizas, y una gran foto de Mella, estaban allí.
En tanto, en La Habana, el Partido Comunista organizaba una gran movilización para recibir el barco en los muelles de la Ward Line (hoy La Coubre).
El 27 de septiembre de 1933 atracó el vapor. Marinello y sus acompañantes bajaron al muelle, donde fueron recibidos solemnemente por la multitud que los esperaba.
Las preciadas cenizas habían viajado en primera clase, custodiadas por una estadounidense. Juan Blanco, integrante de las brigadas de autodefensa del Partido, recibió las cenizas y las colocó en una urna de mármol que se había confeccionado para la ocasión.
Custodiadas por la multitud, se trasladaron hasta el local de la Liga Antimperialista, en las calles Reina y Escobar, para su velatorio.
Se había previsto que, para esa fecha, estaría terminado el obelisco que se levantaba en el Parque de la Fraternidad, donde reposarían los restos de Mella.
Se solicitó el permiso para efectuar el entierro el día 29, a las dos de la tarde. Una balacera originada por el ejército en la calle Reina interrumpió la luctuosa ceremonia, y ocasionó numerosos heridos, y la muerte del pionero de 13 años, Francisco González Cueto (Paquito).
En medio del asalto, Juan Blanco y su esposa lograron tomar y ocultar las cenizas hasta el año 1935, cuando, por motivos de seguridad, se las entregaron a Marinello. Luego otros compañeros las custodiaron.
Años después, en 1962, cuando Marinello se desempeñaba como rector de la Universidad de La Habana, se las entregó al entonces Comandante Raúl Castro Ruz, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Fuentes: Revista Bohemia, 1ro. y 8 de octubre de 1933.
La revolución que no se fue a bolina, de Rolando Rodríguez.
Conversaciones con Juan Marinello, de Luis Báez.
COMENTAR
Responder comentario