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Los colores de la Patria

SARA MÁS y FÉLIX LÓPEZ

Siglos de exclusión y olvido bajo el color de la piel. Discriminación y desamparos fraguados desde que llegaron los esclavos del África, se asentaron los antillanos en esta Isla, crecieron sus familias y se mezclaron todas las razas. Un pasado no olvidado que siempre tuvo para el negro un sinónimo de pobre, de segunda categoría. Y una Revolución que vino después a poner todos los colores en su sitio: en el ser humano. Y también, como parte digna del pueblo, en el Parlamento.

Es entonces José Maceo Fonst, el nieto del General mambí y sobrino del General Antonio, el que se siente altamente ofendido por Bush y no repara en recordarle, desde su escaño: "Yo soy antiimperialista de nacimiento". Y le dice más: "Que pregunte entre sus amigos mafiosos de Miami qué le pasó a Batista por tratar de tiranizar a este pueblo".

Foto: RICARDO LÓPEZ HEVIATan convencida como él de que "Cuba no se doblega", está Raquel Rendón. Representar a los CDR, la mayor organización de masas, le hizo tomar el micrófono. Pero ella habló también de una historia personal, la de "una familia que vivió penurias y tristezas que no resurgirán jamás". Raquel no vivió el capitalismo, pero los suyos sí. Y sabe por eso lo cruel que fue para sus padres, por negros y pobres: "Mi madre, al igual que mis tíos, tuvo que trabajar como criada en casa de burgueses para dar de comer a su mamá y a sus hermanos". Ninguno de ellos pudo ir a la escuela, aunque querían. Esos fueron parte de sus sueños imposibles. "Pero yo sí me gradué de Derecho, sin importar mi condición de negra y de mujer". No fue ella la única en la familia: sus ocho hermanos son hoy profesionales. "Y eso —asegura—, nada más ocurre en un lugar llamado Cuba Socialista".

Pero la honra no tiene precio. Ni color. Algo que con frecuencia se olvida. La viven como diputados y cubanos un hombre humilde como Teodoro, el trabajador de Comunales, o la licenciada en Enfermería Isidora Benjamín Gordon, la hija de inmigrantes haitianos, que sabe por ellos lo que fue ser pobre en el oriente de Cuba. Y el pelotero Omar Linares, ese que ante el asombro de muchos rechaza una oferta millonaria, la comodidad, el lujo, y se compromete más con el deporte de su país, porque también para él "más importante que los músculos del cuerpo son los músculos del alma".

O Gilberto Romero Vinet, el que no se cansa de pasar revista a la memoria: "¿En qué Parlamento del mundo, a no ser el nuestro, un negro como yo, hijo de obrero agrícola, que a los 12 años tuvo que cortar caña, puede estar sentado defendiendo los intereses del pueblo?"

Todavía podríamos permitirnos decenas de ejemplos más de cómo la Revolución y el Socialismo dignificaron al ser humano, dos palabras que para nosotros significan hombre o mujer, blanco, negro o mulato. En el ser humano, como nos enseñó un cubano de la talla de Nicolás Guillén, se juntan todos los que sean capaces de sentir, mejorarse y amar. En el Parlamento, como en nuestra vida toda, el que no tiene de negro tiene de carabalí.

Publicado 26-06-2002

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