(9 de marzo de 2004)
Un vietnamita de
paseo por la tierra de los cubanos
RAÚL VALDÉS VIVÓ
Desde el primer minuto
Nong Duc Manh se ganó el cariño de los cubanos. Desde que recién
llegado a nuestra tierra dejó los brazos de Balaguer, quien le dio
la bienvenida, para entregarse a los cientos de pioneros que lo
aclamaban y todo esto aparecer en la televisión, que lo mostró con
una sonrisa alegre y una mirada brillante, como habrían sido las
del Presidente Ho Chi Minh de llegar a Cuba. En verdad, él lo traía
por dentro.
Dijo bien Machado que la
condecoración más alta de nuestra Patria, con el nombre supremo
para nosotros de José Martí, al colocarse por Fidel en el pecho
del visitante recogía toda una historia, la de ese pueblo hermano,
que ha sabido siempre luchar, desde hace siglos, y ha entrado en la
etapa de las victorias en el tiempo de vida que tiene nuestro huésped.
Los cubanos, hasta aquí,
hemos asociado el nombre de Viet Nam, al que sentimos como país de
Nuestra América, así de cercano en los sentimientos, no importa
que sea tanta la distancia que cuando allá se ve el sol, los
cubanos dejamos de verlo, como el país cuya nación supo pasar con
honor la prueba de la guerra más cruel en los anales de la memoria
humana. Aquella guerra de todo el pueblo fue capaz de impedir que,
aun con el empleo de dos tercios de su poderío militar, pudiera
Estados Unidos hacer que Viet Nam renunciara a la idea del Tío Ho
de que nada hay más precioso que la independencia y la libertad.
Fue la segunda gran hazaña
de los vietnamitas. La primera culminó en la Batalla de Dien Bien
Phu que expulsó a los colonialistas franceses, de la que pronto se
cumplirán 50 años, en la cual el nombre de Giap entró en la
leyenda. Hubo un insólito testigo cubano de esa Batalla, alguien
que al recorrer la exposición mundial de París —sin haberla
siquiera visto de lejos—, se dio un paseo por la tierra de los
anamitas y en los objetos que allí la representaban, adivinó la
resistencia y el triunfo. Eso lo evocó Nong Duc Manh al agradecer a
nombre de todos los héroes y mártires de Viet Nam el honor de que
en su pecho de Secretario General del Partido reluzca la imagen de
ese testigo.
Sin embargo, lo más
importante es que cubanos y vietnamitas estamos traduciendo en
nuevos hechos y más apoyo mutuo, nuestra hermandad de combate desde
que comenzamos a ser libres.
Cada pueblo por los
caminos de su historia, pero yendo a las mismas cumbres de justicia
y amor del socialismo, estamos elevando la cooperación a la altura
de nuestra solidaridad durante aquella guerra en la que Cuba —lo
dijo nuestro Comandante—estaba dispuesta a derramar hasta su
sangre por Viet Nam, que la derramaba ya por todos los pueblos.
Estamos en los momentos
soñados desde que Melba movió a millones de cubanos a enviar ropas
a los vietnamitas que, encima del ciclón de las primeras bombas,
enfrentaban el lanzado por la naturaleza, convirtiendo el río
Mekong en rugiente mar. Desde que Cuba abrió su Embajada en la
selva de los patriotas sureños, a poca distancia de la ciudad que
alojaba al sanguinario régimen títere. Desde que nuestros marinos
en Haiphong se negaron a someterse al minado de Nixon y quedaron
firmes en las naves que habían llevado azúcar a los niños que debían
estudiar en los refugios bajo tierra. Desde que el Che pedía al
mundo con su palabra y su sacrificio, abrir dos, tres, muchos Viet
Nam. Desde que Fidel llegó hasta las trincheras abiertas en ese Sur
desde el Norte socialista y les entregó a los combatientes una
bandera del Frente Nacional de Liberación pidiéndoles que la
llevaran a Saigón, como lo hicieron.
Todos los sueños de
entonces se convierten en colaboración efectiva en muchas ramas del
hacer y del saber.
En todos esos sitios
visitados por Nong Duc Manh y los otros a los que, sin poder ir, ha
estado de paseo, porque todos los hogares lo han tenido
espiritualmente de visitante; antes, apenas se abrían al amanecer
los ojos, la pregunta era acerca de las tropas aniquiladas en el
Sur, los aviones derribados en el Norte, las propuestas de paz sin
humillación para nadie que defendía Viet Nam.Ahora la pregunta se
refiere a los pasos para fortalecer el intercambio útil para los
dos países, los proyectos, los trabajos conjuntos.
Aquí los vietnamitas
nos enseñan a cultivar el arroz, allá los constructores cubanos
colaboran en transformar en poderosa carretera el más misterioso
camino de la historia, el Camino Ho Chi Minh, que iba por selvas jamás
pisadas por el hombre, venciendo abismos y terribles bombardeos,
para que los tres pueblos de Indochina pudieran pelear unidos y
vencer. No faltó el modesto apoyo cubano entonces y hoy tampoco.
Y en la inauguración de
una universidad del futuro, cooperando también en la electrónica,
está la dimensión de la nueva batalla común: es contra el tiempo.
José Martí le tendería
la mano al Tío Ho para visitar juntos, como poetas, como los
maestros que eternamente serán, las tierras que son dos en la
geografía, y una sola en la historia, e ir de paseo.
|