27 de agosto de 2005
Cuca acusa y exige justicia
ALEXIS ROJAS AGUILERA
HOLGUÍN.— Cuca nunca
más fue la misma. El 6 de julio de 1981 le sucedió un hecho terrible
del que no logró reponerse. Ese día perdió a su pequeño Yosami, de
10 años de edad, víctima del terrorismo organizado por los gobiernos
de Estados Unidos.
De asesinos califica Norma a quienes introdujeron en Cuba una epidemia que causó y todavía causa mucho sufrimiento.
Su hijo fue de los
primeros niños holguineros fallecidos por la introducción en Cuba
del dengue hemorrágico. Fue el primer y demoledor golpe que le dio la
vida a esta mujer, afrontado con estoicismo al cual siguió otro de
singular crudeza, la muerte de su esposo, el ingeniero mecánico Jorge
Rodríguez Ferrán. Luego otras pérdidas familiares se sumarían: el
padre, la madre, el hermano...
Yosami, niño cubano víctima del dengue hemorrágico.
En su modesta vivienda de
la calle Progreso, esquina a Agramonte, desde entonces vive Norma
Beatriz Escalona Arenas, apegada a los recuerdos y consagrada a la
crianza y educación de un segundo vástago, Jorge Ernesto, de 18
años, que le prodiga amor y consuelo.
Para ella el tiempo no ha
pasado, ni mitigado el dolor, pero sí endurecido sus convicciones
revolucionarias y el repudio que siente por quienes provocaron la
pérdida de estos seres queridos.
Asesinos, es la primera
palabra que aflora a sus labios cuando habla de quienes diseminaron
por el país la brutal arma bacteriológica nacida en los laboratorios
del imperio, que hoy pretende erigirse en campeón de la lucha contra
el terrorismo. Y el rostro se le crispa.
Es su dolor, sin lágrimas
esta vez, "porque lloré mucho con lo de Fabio di Celmo, con las
Madres de la Plaza de Mayo, con madres cubanas que como yo han perdido
lo más querido, parte de su misma alma, y han testimoniado acusando,
reclamando justicia. Con todos he llorado. Y las lágrimas son
compañeras inseparables de mi soledad".
"Yosami
heredó la inteligencia, perseverancia, aplicación y dedicación para
el estudio, de su padre, un hombre de cuna humilde que supo con
sacrificios hacerse ingeniero en cursos para trabajadores, alguien que
fue muy querido en el hospital Lenin, donde laboró muchos años como
técnico de refrigeración, así como en otros sitios donde trabajó".
Fue un niño muy deseado
en un matrimonio no precisamente joven. Su llegada fortaleció la
unidad de la familia en tiempos extraordinariamente felices. Jorge
veía por los ojos del hijo y formaban un dúo perfecto.
"Mi
esposo no era muy locuaz, salvo con él. Forjaban planes
constantemente. Cada progreso en su aprendizaje, cada signo de avance
del niño, se convertía en fiesta e incrementaba el orgullo que
sentía. Jorge no pudo resistir el golpe. Luchó y luchó, pero no
resistió. Cada día visitaba la tumba de Yosami y se le abría una
nueva herida.
"Jorge
estaba absolutamente seguro de que la muerte del niño era
responsabilidad de mercenarios a sueldo del imperialismo, aun cuando
la sospecha no había sido confirmada. Al paso del tiempo se
comprobó. Siempre los acusó, hasta el último aliento. La muerte de
Jorge es también culpa de esos criminales".
Y ese nuevo golpe lo
recibió Cuca con cuatro meses de embarazo, "para mi consuelo, alguien
que heredó los mejores atributos intelectuales y morales del padre y
el hermano, la bondad de ambos, quien hoy transita por el Servicio
Militar General y resulta ejemplo en su Unidad; él es un modelo de
hijo y de estudiante, y será mañana un buen especialista en
Informática al servicio de la Revolución. Tal es mi recompensa.
"Sumo
mi voz para acusar al imperialismo y a los mafiosos de Miami, a
genocidas como Posada Carriles y Orlando Bosch, a todos los que han
llenado de luto a hogares cubanos. Por mis sufrimientos, por mi dolor,
por mi felicidad destrozada, exijo justicia.
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