Un mundo con ribetes de histeria
ARNALDO MUSA
Los recientes Y
condenables atentados en Londres contribuyen a la manipulada política
imperialista para hacernos ver el resultado de acciones terroristas
dondequiera, que no es más que una burla al derecho de los pueblos de
conocer la verdad.
Orson Welles, maestro del pánico en radio y cine, no en política.
La actual Administración
norteamericana aprovechó al máximo los atentados a las Torres
Gemelas de Nueva York y al Pentágono, el 11 de septiembre del 2001,
para envolver al mundo en una histeria antiterrorista, superior a la
creada durante la denominada guerra fría, en la que se chantajeaba a
los pueblos con las armas de exterminio masivo.
La figura de Osama bin
Laden, un individuo entrenado y preparado por los propios servicios
especiales norteamericanos, no solo ha servido para que EE.UU. la
esgrimiera como uno de sus argumentos para justificar las agresiones a
Afganistán e Iraq, sino para inclinar el voto de los indecisos a
favor de Bush (considerado el "hombre fuerte") en las más recientes
elecciones presidenciales, al difundirse presuntas declaraciones en
las que emitía nuevas amenazas terroristas, que hicieron entrar en
pánico a gran parte de la sociedad estadounidense.
Pero este terrorismo de
Estado ya había sido exhibido no mucho antes, cuando el presidente
William Clinton ordenó en 1998 el bombardeo de las supuestas bases
terroristas en Afganistán y una fábrica de medicamentos en Sudán,
en represalia por los atentados contra las embajadas norteamericanas
de Kenia y Tanzania.
Apuntaba el intelectual
norteamericano James Petras que las razones dadas por EE.UU. no eran
convincentes y sí muy dudosas, como las esgrimidas cuando sus
intervenciones militares en Panamá, Somalia e Iraq.
Toda esta histeria
antiterrorista ha servido para desatar una guerra genocida en nombre
de la lucha contra el terrorismo, que pretende también encubrir la
utilización sistemática de los más perversos métodos contra los
pueblos de América Latina y el Caribe.
En el recién divulgado
Llamamiento contra el terrorismo y en defensa de la humanidad, firmado
por centenares de intelectuales en la capital cubana, se señala que
no se puede olvidar el saldo atroz de la Operación Cóndor, ni la
guerra sucia en Centroamérica y el Caribe, ni el resto de los
crímenes de guerra de quienes han trabajado al servicio de la CIA y
de altos funcionarios de varias administraciones de Estados Unidos.
La inmensa mayoría de
esos instrumentos del terror aún permanece sin castigo, por obra y
gracia del imperialismo yanki, y ahora de su actual representante,
George W. Bush, cuyo espíritu protector a Luis Posada Carriles y sus
secuaces, y... ¿quién sabe?... a Osama bin Laden, ha puesto en tela
de juicio la pregonada cruzada antiterrorista de Estados Unidos.
PÁNICO DE ANTES...
TAMBIÉN DAÑINO
La creación del pánico
colectivo no es algo nuevo en el mundo capitalista y tuvo
antecedentes, unos más conocidos que otros, en las décadas de 1920 y
1930, en los que los medios masivos de comunicación fueron el
principal instrumento de terror.
El 16 de enero de 1926
muchas personas se atemorizaron cuando el sacerdote Ronald Knox, en su
programa Broadcasting from the Barricades, hizo creer en la BBC que
una multitud de desempleados habían invadido Londres, tomado
Trafalgar Square, saqueado la Galería Nacional y reducido a cenizas
al Big Ben (www.bbc.co.uk).
Cientos de llamadas
llegaron a hoteles, estaciones de radio y puestos policiales para
inquirir hacia dónde se dirigía la rebelión civil. En Irlanda, el
pueblo celebró en las calles lo que creyó la caída de la Cámara de
los Comunes, recordó el periódico International Herald Tribune, que
se edita en Jakarta en idioma inglés.
Solo 20 minutos de un
programa sirvieron para agitar a toda Gran Bretaña, y uno puede
preguntarse por qué puede surgir una situación semejante. Es que, en
parte, el hecho reflejó la situación de inseguridad política y
económica que vivía entonces esa nación, donde millones de personas
habían quedado sin trabajo y el Partido Comunista aumentaba su
membresía, con el temor de la clase dominante.
Al otro lado del
Atlántico, muchos periódicos insistieron en que una situación
semejante NO podría ocurrir en Estados Unidos. Pero el 30 de octubre
de 1938, millones de norteamericanos fueron presas del pánico,
después de escuchar en la voz de Orson Welles la adaptación de la
novela de H.G. Wells La Guerra de los Mundos, que describe la
invasión de los marcianos a la costa este norteamericana.
Al igual que en Gran
Bretaña, los problemas políticos y económicos ayudaron a crear una
situación de pánico, esta vez aderezada con la invasión de
extraterrestres.
He aquí una muestra del
manejo de los medios de comunicación para implantar el terror en la
sociedad, y los hechos anteriormente relatados vienen a ser pequeñas
muestras de cómo la propaganda imperialista puede hacer ver lo blanco
como negro y viceversa.
Ahora bien, desde el 11 de
septiembre del 2001 no existe parangón al respecto, y cada instante
de la vida del habitante del planeta ha estado envuelto en ese miedo
al terrorismo.
En todo el mundo ya es una
rutina que muchos gobiernos empleen tal amenaza para implantar el
temor público e incrementar el apoyo a acciones militares directas.
Todo ello acrecienta la
importancia de la forma en que se va a encarar el futuro. Las nuevas
generaciones juzgarán, tanto las respuestas contra los actos
terroristas, como la habilidad para extirpar el terror de nuestros
corazones.
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