16
de junio de 2005
Fiebre porcina africana
Otro zarpazo del terrorrismo
ORFILIO PELÁEZ
"En
los últimos días ha sido posible confirmar en cerdos de la
provincia de La Habana la aparición de una grave enfermedad
conocida como fiebre porcina africana. La acción criminal del
enemigo no puede ser descartada en relación con estos hechos, por
lo que se investiga la posible participación de agentes del
imperialismo en su introducción. Sería este un artero atentado
contra la economía nacional."
Fue preciso sacrificar cerca de 500 000
animales en un tiempo muy corto.
Así decía la nota
publicada en el periódico Granma en su edición del 23 de
junio de 1971, en la cual se informaba a la opinión pública
nacional sobre el brote de esa epidemia producida por un contagioso
y agresivo virus, capaz de matar en 72 horas a la casi totalidad de
los cerdos infectados.
Para impedir la
propagación de la enfermedad hacia los territorios vecinos (las
medidas adoptadas evitaron que solo se extendiera a algunas zonas de
Pinar del Río), fue preciso sacrificar cerca de 500 000 animales en
un tiempo muy corto.
La economía del país
sufrió pérdidas millonarias por concepto de ejemplares
incinerados, costo del sacrificio, gasto de la campaña,
indemnizaciones a productores privados y afectaciones a la calidad
del rebaño y a su desarrollo perspectivo.
Quedó sin cuantificar
el impacto que tuvo sobre la alimentación del pueblo la drástica
disminución de la masa porcina, y la interrupción de importantes
inversiones que se ejecutaban en el país para fomentar el
desarrollo de ese estratégico renglón alimenticio.
Como me dijo hace unos
años en una entrevista la desaparecida doctora Rosa Elena Simeón,
quien desempeñó una meritoria labor en el diagnóstico certero de
la fiebre porcina africana, desde el principio hubo sospechas sobre
la probable implicación del enemigo en el surgimiento de esta
epidemia, que por primera vez se manifestaba en el hemisferio
occidental.
LA VERDAD SALE A LA
LUZ
Un cable fechado en
Washington el 9 de enero de 1977 daba cuenta de una información
aparecida en el diario Newsday, de Long Island, Nueva York, en la
cual se decía que "al menos con el apoyo de la Agencia Central de
Inteligencia de Estados Unidos (CIA), agentes ligados a los
terroristas anticastristas introdujeron el virus de la fiebre
porcina africana en Cuba, en 1971".
Según el propio relato,
una fuente no identificada de la CIA revelaba que a principios de
1971 se le había entregado un recipiente que contenía el virus en
Fuerte Gulick, base del Ejército norteamericano en la Zona del
Canal de Panamá, utilizada por la propia CIA, y que el mismo fue
llevado en un pesquero a agentes que operaban clandestinamente en
Cuba.
Newsday planteaba
también que en los momentos en que se produjo el brote de fiebre
porcina africana en la Mayor de las Antillas, la CIA y el ejército
de los Estados Unidos estaban experimentando con venenos, toxinas
mortales y productos para la destrucción de cosechas.
La implicación del
Gobierno de Estados Unidos en ese tipo de operaciones secretas, en
las cuales se emplearon microorganismos productores de enfermedades
sumamente contagiosas, desató un verdadero revuelo en los círculos
políticos de la nación norteña.
Mientras en algunos
medios de prensa se filtraron informaciones acerca de que en las
reuniones del Congreso de noviembre y diciembre de 1969 se había
examinado la cuestión del despliegue de la guerra biológica como
vía para tratar de liquidar el proceso revolucionario, el senador
demócrata Daniel Inocuye, presidente de la Comisión Senatorial
Especial de Control de los Órganos de Inteligencia, demandó
oficialmente al entonces director de la CIA George Bush (padre del
actual inquilino de la Casa Blanca) una respuesta acerca de la
implicación de esa entidad en el sabotaje bacteriológico contra
Cuba.
El ex agente del FBI
William W. Turner y el periodista Warren Hinckle refirieron años
después en un libro que Estados Unidos utilizó la guerra
biológica contra Cuba, con mayor intensidad, durante la
Administración de Richard Nixon.
Han pasado más de
treinta años de aquella criminal epidemia (hubo un segundo brote en
las provincias orientales en enero de 1980, que requirió sacrificar
297 000 cerdos), y la larga historia de agresiones terroristas
sufridas por nuestro pueblo, enriquecida con la reciente
desclasificación de importantes documentos, pone al descubierto la
monstruosidad del imperio. La sed de justicia de los cubanos está
plenamente justificada.
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