ULTRAJE A LAS MILES DE VÍCTIMAS DEL TERRORISMO INTERNACIONAL

El Plan Cóndor: robo de un símbolo

Nadie sabe si fue Pinochet, Contreras o Kissinger quien bautizó el más perverso engendro terrorista que haya existido en Sudamérica con el nombre de "Plan Cóndor". Además de herir a los pueblos, trataron de robarles un símbolo

JORGE GÓMEZ BARATA

El Cóndor es la más grande de las criaturas que vuelan. Su tamaño, tres metros desde la punta de un ala a la otra; su fuerza para elevarse a más de 5 000 metros, el talento para aprovechar las corrientes de aire y volar cientos de kilómetros en busca de comida que detecta desde alturas colosales con una vista que las águilas envidian lo convierten en una de las maravillas de la naturaleza.

Ese magnífico ser no mata, ni siquiera para comer; carece de garras porque no es un cazador, y a pesar de su tamaño es de un plumaje extremadamente delicado. La agresividad no figura entre sus características y jamás combate.

Aunque es básicamente solitario, cultiva la fidelidad a su pareja por toda su larga exis-tencia, que puede llegar a los 50 años, en los que apenas criará de cuatro a cinco pichones, pues alcanza la madurez sexual a los 10 años y la hembra pone un huevo cada uno o dos años. Cuando la comida escasea, se abstienen de reproducirse.

Con su existencia, que se remonta a millones de años y una magnificencia coherente con la de su hábitat —los Andes—, al cóndor se le considera y se le respeta como el espíritu de la Cordillera, de la que es un imperturbable custodio.

El cóndor está presente en las banderas y los escudos de varios países andinos y los pueblos originarios de esa región lo han representado en todas las épocas en sus fantasías, pinturas y relatos, y le han otorgado a su presencia un significado mágico.

El cóndor, símbolo común de las más importantes culturas prehispánicas, representa con toda legitimidad a los pueblos andinos.

En el pasado hubo quienes comieron carne del cóndor o sus vísceras por considerarlas fuentes de virilidad, remedio contra la vejez y alivio contra las enfermedades.

Algunos hechiceros elaboraron con sus picos filtros de amor y sahumerios para alejar el mal; incluso hubo quienes comieron sus ojos para curar la ceguera. Se afirma que una de sus plumas en el hogar espanta las penas y atrae la buenaventura.

El cóndor vive en toda la Cordillera, desde Venezuela hasta los confines de Chile y la Argentina, y 200 años atrás incluso volaba por la costa atlántica. Según una creencia muy extendida, nunca muere.

Usar la majestad de esa creación excepcional para bautizar con su nombre un proyecto desalmado e infame a cuyo amparo se cometieron los crímenes más repugnantes, se aplicaron las torturas más crueles y se desmintió la condición humana, es otra muestra de las degeneradas mentes de los imperialistas y dictadores que se apoderaron de América Latina para escribir la más vergonzosa de las páginas.

El cóndor, que precedió al hombre sobre la Tierra y durante millones de años ha vivido más cerca de Dios que ninguna otra criatura y más lejos que nadie de los miserables que osaron mezclar su preciosa estampa con la maldad y el crimen, apenas vuela. El progreso ha restringido su hábitat y lo ha privado de alimento.

Es cierto que hay en América mucha carroña aportada por los pingajos de las dictaduras y los dictadores, despojos lamentables como los de Pinochet, un cobarde que se hace pasar por loco o invoca la invalidez para evadir la justicia.

Ninguno es comida para el magnifico emplumado que habituado a las alturas jamás desciende hasta donde habitan los miserables.

Ruego porque quien tenga el raro privilegio de ver volar un cóndor, evoque la nobleza del majestuoso animal y la grandeza de los pueblos a los que se asocia y nunca a la miseria de los que usurparon su nombre.

El Plan Cóndor repugna, además de por su factura criminal, por el irredimible pecado de pretender asociar la majestad con la vileza.

El ave no lo merece y los habitantes de la Cordillera no lo permitirán.

   

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