2
de junio de 2005
Historia inconclusa con los
Archivos del Terror
Relato de una "íctima.
El hallazgo de los documentos secretos de la Operación Cóndor en
Paraguay. Desgajamiento de una familia. Los miedos que no acaban. La
Justicia pendiente
MARÍA JULIA MAYORAL
Por el auricular, la voz
de una mujer desconocida: "Profesor, sus papeles no están donde
busca..."
Almada entregó a Fidel una fotocopia de su libro testimonial (agotado en estos momentos) sobre la Operación Cóndor.
Había terminado la
dictadura de Stroessner en Paraguay y Martín Almada, de regreso en su
tierra, empezaba en la ciudad de Asunción lo que quizás sería la
última fase de 15 años tras la pista de quienes lo detuvieron el 26
de noviembre de 1974, vejaron cada palmo de su cuerpo durante tres
años de encierro, mataron del corazón a Celestina —la esposa— y
desgarraron a la familia, cuyos miedos y desentendimientos aún hoy no
desaparecen.
"La
publicidad sobre las indagaciones era una forma de protegerme la vida;
Stroessner ya no estaba, pero toda su gavilla seguía ahí, dominando
puestos clave de la vida nacional, como sucede todavía hoy." No era
difícil que los medios de prensa le prestaran atención; se trataba
del primer paraguayo Doctor en Educación, acababa de realizar con
éxito su labor de consultor en la UNESCO, y era el único que hasta
entonces había presentado una querella contra el ex dictador.
Por el cambio
constitucional a finales de la década de 1980, tenía el amparo legal
(habeas data) para reclamar sus antecedentes penales a un juez
nacional, quien a su vez hizo la solicitud a la Policía. Luego de la
negativa policial por "no contar con antecedentes" Almada, graduado
también de jurisprudencia, solicitó al juzgado penal de Asunción el
allanamiento del Archivo Central de la Policía. La prensa dio cuenta
de la gestión.
Entonces, la inesperada
llamada de alerta: Su expediente está en una comisaría en las
afueras de la ciudad; tengo los planos del edificio. Allí tienen los
papeles secretos del Cóndor. Almada no tardó en recibir en su casa a
la informante y obtener los documentos para continuar la pesquisa.
"Así,
el 22 de diciembre de 1992 encontramos toneladas de documentos
reveladores de la represión en Paraguay como parte de la Operación
Cóndor, conocida e incentivada por el Gobierno de Estados Unidos."
Nuestra primera decisión,
explica, fue pedir apoyo moral; no sabíamos cuál sería la reacción
del Ejército y de la Policía. Mandamos una carta al juez español
Baltazar Garzón. "No lo conocíamos personalmente, pero sabíamos de
sus investigaciones sobre las masacres de las dictaduras en Chile y
Argentina a petición de familiares de muertos y desaparecidos".
A manos del doctor Garzón
llegó sin pérdida de tiempo uno de los textos encontrados por
Almada. "Reunión de Inteligencia", decía el documento que pudiera
considerarse el acta constitutiva de la Operación Cóndor.
"Sabíamos
el valor de aquel documento, pero realmente lo dimos a conocer como un
acto desesperado, nadie podía asegurarnos la vida tras aquel
hallazgo."
La mencionada Reunión de
Inteligencia fue preparada por el general Manuel Contreras, jefe de la
policía secreta de Chile. El documento, precisa Almada, da cuenta de
cómo los órganos represivos de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile,
Paraguay y Uruguay se unieron para realizar aquel operativo de largo
alcance llamado Cóndor.
JUSTICIA PENDIENTE
Aunque los llamados
Archivos del Terror en Paraguay fueron encontrados a finales de 1992,
hace apenas unos 20 días que un juez ordenó llevar a prisión al
general Alejandro Fretes Dávalos, calificado por Almada como el
cóndor número Uno de ese país sudamericano. Cada nación, comenta,
tuvo cóndores líderes en los órganos de Inteligencia. En los
archivos de la comisaría en las afueras de Asunción hallamos cerca
de 400 órdenes de detención y tortura decretadas por ese militar.
Entre los torturados y
desaparecidos por decisión de Fretes Dávalos, estuvo el dirigente
comunista Francisco Tatter, detenido en Buenos Aires en 1976; con la
misma ropa que lo apresaron allí apareció luego en la foto que le
tomaron en Asunción después de ser fuertemente torturado.
A mí también me
fotografiaron luego de las golpizas y las picanas eléctricas; los
torturadores solían llevarle esas imágenes a las familias como parte
de la política de terror, recuerda el investigador.
Al caer la dictadura de
Stroessner, aproximadamente 10 torturadores fueron detenidos y
procesados; con esto el nuevo Gobierno trató de aplacar la sed de
justicia de los ciudadanos; pero no fueron tocados los autores
intelectuales de la Operación Cóndor; esas cabezas pensantes estaban
en el Ejército, la Policía solo ejecutaba el trabajo sucio, afirma
Almada.
Por eso, advierte, es tan
importante que ahora pueda empezarse un proceso judicial contra un
alto jefe como Fretes Dávalos. Otro paso alentador es la
investigación que realiza un juez de mi país, quien ha entrado en
contacto con colegas de Buenos Aires. Podemos hacer una red por la
justicia; nos llevará tiempo, es un proceso lento porque no hay
voluntad política en nuestros países para encarcelar a los
criminales, mas soy optimista, asegura.
FAMILIA QUEBRADA
Almada confiesa sentir
miedos cuando tiene cerca personas uniformadas. Las pesadillas no lo
abandonan en las noches de sueños a medias, y todavía hoy está
pendiente la conversación con sus tres hijos, quienes crecieron sin
la madre, buscando en el seno familiar al culpable, porque los
torturadores sembraron las dudas en sus almas de niños: Su mamá, les
dijeron, está muerta por ser la esposa de un comunista.
Así también azuzaron los
odios entre las familias. A la madre de Almada le advertían que el
encierro y los pesares del hijo en prisión eran a causa de la mala
elección de pareja porque la muchacha era una subversiva; y a la
suegra del profesor le comentaban lo mismo, pero en sentido contrario:
el culpable del infarto de su hija es Almada.
Celestina, de 32 años de
edad, no había resistido la falsa noticia de los militares sobre la
muerte de su esposo, comunicada por teléfono justo a las doce de la
noche del décimo día de tortura mental. Durante los nueve días
anteriores, le habían hecho escuchar por teléfono los gritos de
desesperación de Almada mientras era torturado.
RASTREO DE ASESINOS
No aparece en ningún
código legal de su país y quizás en ningún otro, pero Martín
Almada fue condenado en 1974 por un tribunal militar por el delito de "terrorista
intelectual". Nunca entendió el porqué: solo era un profesor
universitario apegado a la verdad, sin filiación comunista alguna.
Entonces no había oído
hablar de la Operación Cóndor. La primera referencia se la ofreció
en lengua guaraní un comisario de policía, quien fue a parar a la
prisión por no haber informado sobre la actividad revolucionaria del
hijo. "Estamos en manos del Cóndor", fue la advertencia secreta en el
dialecto indígena.
Con la ayuda de ese
militar caído en desgracia, fue poco a poco conociendo los nombres de
los oficiales y de los torturadores directos, y una primera pista de
dónde encontrar información en un futuro, mediante la lectura de la
Revista Policial, a la cual tendría acceso años más tarde estando
en París como consultor de la UNESCO, adonde viajó tras su
liberación gracias a la intervención del general Omar Torrijos.
Con toda esa carga de
información incorporada a su cultura personal retornó a Paraguay en
1989. Lo ocurrido después ya se sabe: una inesperada llamada le
abrió caminos que hoy sigue recorriendo con su denuncia precisa y
decidida, como acaba de hacer en La Habana en el encuentro
internacional Contra el terrorismo, por la verdad y la justicia.
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