El más genuino representante de un sistema de terror que ha sido
impuesto al mundo por la superioridad tecnológica, económica y
política de la potencia más poderosa que ha conocido nuestro planeta,
es sin duda George W. Bush. Compartimos, por ello, la tragedia del
propio pueblo norteamericano y sus valores éticos. Solo de la Casa
Blanca podían proceder las instrucciones para el fallo dictado por
Kathleen Cardone, jueza de la Corte Federal de El Paso, Texas, el
pasado viernes, concediéndole la libertad bajo fianza a Luis Posada
Carriles.
Fue el propio presidente Bush quien eludió en todo momento el
carácter criminal y terrorista del acusado. Se le protegió imputándole
una simple violación de trámites migratorios. La respuesta es brutal.
El gobierno de Estados Unidos y sus instituciones más representativas
decidieron de antemano la libertad del monstruo.
Los antecedentes son bien conocidos y vienen de muy atrás. Los que
lo entrenaron y le ordenaron destruir una nave cubana de pasajeros en
pleno vuelo, con 73 atletas, estudiantes y otros viajeros nacionales y
extranjeros a bordo, además de su abnegada tripulación; los que,
estando preso el terrorista en Venezuela, compraron su libertad para
suministrar y prácticamente dirigir una guerra sucia contra el pueblo
de Nicaragua, que significó la pérdida de miles de vidas y la ruina
del país por décadas; los que le dieron facultades para contrabandear
con drogas y armas a fin de burlar las leyes del Congreso; los que con
él crearon la terrible Operación Cóndor e internacionalizaron el
terror; los que llevaron a la tortura, la muerte y muchas veces a la
desaparición física de cientos de miles de latinoamericanos, era
imposible que actuaran de otra forma.
No por esperada la decisión de Bush es menos humillante para
nuestro pueblo, porque fue Cuba la que, partiendo de las revelaciones
de "Por Esto!", órgano de prensa del Estado mexicano de Quintana Roo,
complementadas después por nuestros propios medios, supo con toda
precisión que Posada Carriles entró desde Centroamérica, vía Cancún,
hacia Isla Mujeres, desde donde, a bordo del Santrina, después de ser
inspeccionada la nave por las autoridades federales de México, se
dirigió junto a otros terroristas directamente a Miami.
Denunciado y emplazado públicamente el gobierno de ese país con
datos exactos sobre el tema desde el 11 de abril del 2005, demoró más
de un mes en arrestar al terrorista y tardó un año y dos meses en
reconocer que Luis Posada Carriles entró ilegalmente por las costas de
la Florida a bordo del Santrina, un supuesto buque-escuela matriculado
en EE.UU.
De sus incontables víctimas, de sus bombas contra instalaciones
turísticas en años recientes, de sus decenas de planes financiados por
el gobierno de Estados Unidos para eliminarme físicamente no se dice
una sola palabra.
No era suficiente para Bush haber ultrajado el nombre de Cuba
instalando en el territorio ilegalmente ocupado de Guantánamo un
horrible centro de tortura similar al de Abu Ghraib, que al ser
conocido causó espanto en el mundo. La cruel acción de sus antecesores
no le parecía suficiente. No le bastaban los 100 mil millones de
dólares que obligaron a gastar a un país pobre y subdesarrollado como
Cuba. Acusar a Posada Carriles era acusarse a sí mismo.
A lo largo de casi medio siglo, todo era válido contra nuestra
pequeña isla a 90 millas de sus costas, que deseaba ser independiente.
En la Florida se instaló la más grande estación de inteligencia y
subversión que había existido en el planeta.
No bastaba la invasión mercenaria de Girón, que costó a nuestro
pueblo 176 muertos y más de 300 heridos cuando los pocos especialistas
de Medicina que nos dejaron no tenían experiencia en heridas de
guerra.
Antes había estallado en los muelles del puerto de La Habana el
buque francés La Coubre, que transportaba armas y granadas de
fabricación belga para Cuba, causando con sus dos explosiones, bien
sincronizadas, la muerte a más de 100 trabajadores y heridas a otros
muchos en plena faena de salvamento.
No bastaba la Crisis de Octubre de 1962, que llevó al mundo al
borde límite de una guerra termonuclear total, cuando ya existían
bombas 50 veces más poderosas que las que estallaron sobre Hiroshima y
Nagasaki.
No bastaba la introducción en nuestro país de virus, bacterias y
hongos contra plantaciones y rebaños, e incluso, aunque parezca
increíble, contra seres humanos. De laboratorios norteamericanos
salieron algunos de estos patógenos para ser trasladados a Cuba por
terroristas bien conocidos al servicio del gobierno de Estados Unidos.
A todo esto se añade la enorme injusticia de mantener en prisión a
cinco heroicos patriotas que, por suministrar información sobre las
actividades terroristas, fueron condenados de forma fraudulenta a
sanciones que alcanzan hasta dos cadenas perpetuas, y soportan
estoicamente, cada uno de ellos en cárceles diferentes, crueles
maltratos.
Más de una vez el pueblo cubano ha desafiado sin vacilar el peligro
de morir. Demostró que con inteligencia, usando tácticas y estrategias
adecuadas, especialmente estrechando la unidad en torno a su
vanguardia política y social, no habrá fuerza en el mundo capaz de
vencerlo.
Pienso que el próximo Primero de Mayo sería el día ideal para que
nuestro pueblo, con un mínimo de gasto en combustible y medios de
transporte, exteriorice sus sentimientos a los trabajadores y los
pobres del mundo.
Fidel Castro Ruz.
10 de abril del 2007.