12 de agosto de 2006 Fidel, el Aquiles comunista
MIGUEL URBANO RODRIGUES *
Al pronunciar su discurso
en la clausura del XII Congreso de los trabajadores cubanos, en La
Habana, hace más de 40 años, Fidel Castro formuló un deseo: «que en
el futuro pocos hombres, o nadie, tengan la autoridad que tuvimos en
el comienzo de la Revolución, porque es peligroso que seres humanos
dispongan de tanta autoridad.»
El revolucionario cubano no podía entonces imaginar
que esa situación que le preocupaba, persistiría por muchas décadas.
La enfermedad que lo llevó a transferir la
presidencia y las funciones de Primer Secretario del Partido a Raúl,
su hermano, desencadenó a nivel mundial una avalancha de opiniones
contradictorias sobre el hombre y su intervención en la Historia.
Raramente en la vida de un estadista célebre se escribió y habló
tanto como ahora sobre Fidel.
Fue en la segunda mitad del siglo XX el dirigente
del Tercer Mundo que mayor influencia ejerció, por la palabra y la
acción, sobre el rumbo de acontecimientos que enmarcaron el proceso
de la descolonización y las luchas contra el imperialismo.
He vivido ocho años en Cuba. Más de una vez,
escuchando durante horas sus discursos en la Plaza de la Revolución
en La Habana, o en celebraciones del 26 de Julio en otras ciudades
de la Isla, me he interrogado sobre la contradicción entre un poder
personal enorme, mínimamente compartido en lo que concierne a las
decisiones, y el humanismo de quien lo detenta, identificable en el
amor por los niños y la solidaridad con los oprimidos y excluidos de
todo el planeta.
Son hipócritas conscientes los que por odio y
fanatismo ideológico presentan a Fidel como dictador sanguinario y
tirano feroz. Saben que la acusación es falsa.
Quienes conocen un poco Cuba no desconocen que
existe una relación de profundo afecto entre el pueblo cubano y el
Comandante en Jefe. La casi totalidad de la población lo ama. Sus
compatriotas tienen en él una confianza absoluta. Es un sentimiento
que él no estimuló y quizá lo inquiete por ser consciente de que
cualquier dirigente, por más talentoso y sabio que sea, no puede
sustituir al colectivo como sujeto transformador de la historia.
No hay calumnia mediática que resista a la prueba de
la vida. Definir como dictador a un dirigente amado por su pueblo,
que gobierna hace casi medio siglo, es un absurdo pérfido. El
consenso entre el gobernante y su gente ridiculiza la diatriba
forjada por sus enemigos.
La grandeza de Fidel tendría naturalmente que
desencadenar campañas de odio. Pero no generó solamente enemigos y
calumniadores. Es inseparable también del surgimiento de una
generación de epígonos. En Cuba y por el mundo ellos proliferan.
Cosa que no sirve a Cuba, porque la tendencia a la glorificación
incondicional de los grandes hombres es siempre negativa. Eso porque
no hay gobernante perfecto. Y Fidel lo sabe y no le gusta que
identifiquen en él a un super-hombre. Él es lo que es, un ser
mortal, modelado por una voluntad de acero, una inteligencia
excepcional y un hambre de humanización revolucionaria de la vida,
pero también un ser con lúcida percepción de las limitaciones de la
condición humana.
La meditación sobre la temática del poder personal
lo acompaña desde la juventud. Creo que fue sincero al definir como
peligroso el exceso de autoridad concentrada en un dirigente
carismático. Pero han sido las circunstancias de la Historia las que
lo han investido de un poder cada vez mayor que no ambicionó.
Fidel leyó en la Universidad a los clásicos del
marxismo. Los estudió después profundamente en la prisión. Pero su
opción por el socialismo resultó del movimiento de la Historia.
El atentado terrorista que destruyó el buque La
Coubre y la invasión mercenaria de Playa Girón, ideada y financiada
por los EE.UU., con la aprobación de John Kennedy, ocurrieron en una
época en que el bravo «soy y seré marxistaleninista», que hizo
temblar a Washington, expresó más la decisión de defender la
Revolución, introduciendo a Cuba en el campo socialista, que
propiamente una opción ideológica. Fidel insistió muchas veces en el
significado que siempre atribuyó a la evaluación de la correlación
de fuerzas. Al reconocer que en Cuba han sido cometidos muchos
errores tácticos en la conducción del proceso, agrega que no
identifica ningún error estratégico importante. Eso fue decisivo en
la defensa de la Revolución. Y el mérito es suyo.
Ya en la Sierra, durante la lucha armada, había
revelado dotes de gran estratega. Pero fue posteriormente, en la
confrontación permanente con el imperialismo de los EE.UU. (diez
presidentes norteamericanos se comprometieron a destruir la
Revolución Cubana), que desarrolló una capacidad extraordinaria en
la comprensión del movimiento dialéctico de la Historia en momentos
en que su rumbo se define. Eso ocurrió concretamente en la fase
crítica en que la Revolución, en un giro brusco, rompió con el
discurso y la praxis de los años de la utopía romántica para hacer
una opción dolorosa.
Cuba se encontraba al borde del desastre económico y
el único país que entonces le tendió la mano fue la Unión Soviética.
Sin esa alianza todo se hundiría.
El precio, naturalmente, fue muy elevado. La
Revolución entró en un periodo gris —así lo llamaron— , un proceso
de burocratización que golpeó duramente la intelligentsia, el debate
de ideas y la creatividad en múltiples frentes. Pero no había
alternativa.
Hasta el Che, el hombre nuevo del futuro, en la
definición de Fidel, el compañero por todos admirado y querido, que
tenía sobre el mundo una mirada no siempre coincidente, reconoció en
su carta de despedida, al salir para la aventura africana, que
lamentaba no haber percibido completamente, más temprano, las
capacidades de liderazgo y de visión estratégica que hacían del
Comandante un revolucionario incomparable, único.
Lenin se destacó como líder incontestado en la más
brillante generación de revolucionarios profesionales europeos del
siglo XX. Fidel no fue tan afortunado ni eso era posible. El núcleo
de cuadros revolucionarios del Ejército rebelde era insuficiente,
después de la victoria, para enfrentar los tremendos desafíos
planteados por la Historia. La generación que acompañó a Fidel se
forjó en circunstancias muy adversas, en un pequeño país ya
bloqueado por los EE.UU., víctima de una guerra no declarada.
Algunos historiadores critican en Fidel Castro un
voluntarismo que nunca consiguió superar. Ese voluntarismo fue una
constante en sus intervenciones en las luchas de su pueblo desde la
Universidad. Incluso la definición misma que Fidel presenta del
«marxismo-martiano» como síntesis del materialismo dialéctico y del
idealismo que venía de Luz Caballero y Varela, confirma una
evidencia: la Revolución Cubana configura un desafío a la lógica de
la Historia. Así fue con el Moncada, con la aventura del Granma, la
lucha en la Sierra y el choque posterior con el imperialismo
estadounidense. La decisión de resistir y el coraje espartano del
pueblo cubano, en un combate que confirmó la posibilidad de la
resistencia, serán recordados por los siglos futuros como
acontecimientos épicos de la Historia de la humanidad.
Ocurre que lo épico no puede ser explicado por la
razón. Para comprender la excepción Fidel, los tratados de ciencia
política son insuficientes.
Identifico en él una síntesis de héroes mitológicos
y de héroes modernos que lo han inspirado en un batallar que ya se
transformó en Historia. Fidel trae a la memoria a Aquiles, Martí y
Bolívar.
Del griego y el venezolano heredó el coraje
sobrehumano y el hambre de los retos de apariencia imposible. Pero
Fidel no sintió nunca la sed de gloria que Bolívar no dominó. La no
ambición fue su compañera permanente. Contrariamente a Aquiles no
atravesó el mar para destruir Troyas contemporáneas; su gente
atravesó un océano pero para llevar solidaridad a pueblos que
combatían por la libertad.
Del cubano Martí aprendió que Revolución ninguna
puede vencer sin fidelidad a una concepción ética de la vida, sin
amor por el hombre. Y, por humano, presenta también algunos defectos
de los tres.
Al redactar estas líneas recuerdo una conocida
afirmación suya: el deber del revolucionario es hacer la Revolución.
Pocos hombres en milenios de Historia han colocado con tanta
coherencia su vida al servicio de ese objetivo, erigido en infinito
absoluto.
Lo imagino en su cama, insensible al huracán de
calumnias desencadenado por su enfermedad y emocionado por el otro
huracán, el del afecto, respeto y admiración. Los revolucionarios de
todos los pueblos, doquiera que se encuentren le desean un rápido
restablecimiento. Le agradecen lo que hizo por la humanidad.
Fidel casi transportó en hombros el Estado y el
Partido en momentos de crisis. Y eso fue negativo. Por tener
conciencia de la ley de la vida, sabe que exigió de su cuerpo mortal
mucho más de lo que podía y debía. Exageró.
Recuperada la salud, podrá ser por algunos años más
una conciencia actuante de la humanidad revolucionaria si, alejado
de agotadoras tareas del cotidiano, utiliza el tiempo para
transmitir a su pueblo y al mundo el saber y la experiencia
acumulados, su lección de moderno Aquiles, de discípulo de Bolívar.
* Escritor y
dirigente comunista portugués |