Fidel
Castro es el dirigente político en el poder por más tiempo en todo
el mundo. Me acuerdo de un cargador de maletas en el aeropuerto de
La Habana que, en los años ochenta, insistía en probarme que Fidel
era el mayor líder de toda la historia por su profundo contacto con
su pueblo, por la dimensión del desafío que representaba una pequeña
isla como Cuba enfrentada al mayor poder en el mundo. Jamás se le
ocurrió a él, como a la mayoría de la población cubana, posiblemente
la más politizada en todo el mundo, ver en Fidel una expresión de
violencia, de imposición, de dictadura.
Sin embargo, en gran parte del
mundo occidental, se ve en la prensa diaria una imagen totalmente
distinta de Fidel. Siempre amenazador, siempre delirante, siempre
dispuesto a defender las causas contrarias a Estados Unidos, siempre
dispuesto a mantenerse en el poder sin límites. Cuántas cosas
terribles se le atribuyen, y si tú dices algo en contra te machacan
con tantos adjetivos y descalificaciones que pareces un
extraterrestre. Te cortan el micrófono, suspenden tu entrevista en
la tele, te retiran de las columnas de la gran prensa y así
sucesivamente.
He acompañado en detalles a la
Revolución cubana desde mi juventud. He leído sus discursos desde la
Sierra Maestra. He estudiado todas sus declaraciones. He convivido
con personas que fueron a ver la Revolución cubana desde su cuna.
Hasta que, mucho más tarde, por razones varias, lo vine a conocer
personalmente en el Chile de la Unidad Popular. Desde entonces
fueron muchas las oportunidades en que lo traté más directamente. No
sé si puedo decir que soy su amigo pues hemos estado siempre en
conversaciones políticas, pero tengo un sentimiento de tener en él
un compañero de luchas, un compañero atento y siempre muy educado,
muy sensible, muy preocupado con sus compañeros y amigos, con las
personas en general y con la humanidad como un todo.
Si Fidel tiene algo que ver con
un dictador, qué buenos serían los dictadores. He conocido a muchos
políticos de varias orientaciones, fuera y en el poder. Ninguno
tiene o tuvo la profundidad intelectual y la dimensión humana de
Fidel Castro. Ninguno logra mantener el estudio sistemático de un
problema por horas y horas en todos sus detalles y en todos sus
aspectos como Fidel. Ninguno es capaz de mantenerse en una reunión
académica por algunas horas, mucho menos por varios días en varias
horas diarias (desde las 9 de la mañana hasta las 12 de la noche
como lo he visto mantenerse en varias oportunidades). Y si es verdad
que cuando toma la palabra es muy difícil detenerlo, escucha
también, anota, responde exactamente lo que se le pregunta,
manifiesta respeto humano y consideración al trabajo intelectual.
Pero sobre todo es el único político a nivel de jefe de Estado que
admite debatir abiertamente con los que divergen de sus puntos de
vista. Ciertamente ningún dirigente democrático que conocí tiene
esta cualidad. En realidad, es el único que la practica ampliamente,
con pasión y rigor, con autenticidad. Debo corregir: está surgiendo
un nuevo líder político con ese atributo. Trátase de Hugo Chávez.
Creo que es el primer discípulo de Fidel con esta característica.
Me extraña también que Fidel no
se dirija a sus subordinados con palabras de bajo calibre y con
órdenes impositivas, como ocurre en las democracias a varios
niveles. Cuántas veces he escuchado explicaciones de amigos en el
poder de que de otra forma no serían respetados. He convivido mucho
con subordinados a los cuales les gusta la imposición del superior
como forma de escapar de las responsabilidades, como oportunismo y "carrerismo".
Pero él no necesita de la violencia verbal para imponerse.
Fidel fue creciendo entre los
revolucionaros y quizás muy pocos se atreverían a contestarlo. Pero
cuántas veces él mismo asumió la autocrítica, como en el fracaso de
la cosecha de los 10 millones de toneladas de azúcar en 1970. Era
magnífico verlo frente a más de un millón de cubanos en la plaza
pública asumir todas las responsabilidades y, enseguida, poner su
cargo a disposición de su pueblo. Nunca he visto nada similar en mis
50 y tantos años de experiencia política.
En 1985, un religioso que
participaba en las gigantescas reuniones sobre la deuda externa, que
se realizaron en Cuba, tomó la palabra para decirle que extrañaba
cómo él podía dirigir autoritariamente un país como Cuba, si hace
varios días participaba todo el tiempo en reuniones maratónicas de
una asamblea permanente que operaba desde las 9 de la mañana hasta
las 12 de la noche. "No veo a nadie pasándole mensajes y recibiendo
órdenes. Entonces ¿quién gobierna este país?". Preguntaba espantado.
Me acuerdo de que en esa
oportunidad, en conversaciones bien íntimas, Fidel me decía que
estaba volcado básicamente para el estudio de los grandes problemas
mundiales y nacionales mientras que las tareas de gobierno estaban
en manos del Partido, de las asambleas populares y de las nuevas
generaciones.
Pero en medio de toda esta
responsabilidad local e internacional, era impresionante ver a
Fidel, algunos meses antes, encerrar su participación en una de
estas reuniones de la deuda para asumir la dirección personal de la
ayuda de Cuba a México por ocasión del terremoto violento que
sufriera este país. Ahí, una vez más, el pueblo cubano ejercía su
solidaridad revolucionaria bajo el liderazgo de su dirigente máximo.
Me acordaba de la voz de Allende en el gran terremoto de 1971 en
Chile. Voz que nunca había escuchado de otros dirigentes en
ocasiones similares. Pero más impresionante aún era escuchar la voz
de un dirigente levantarse para apoyar a los ciudadanos de un país
hermano.
¿Dónde está el dictador? ¿En el
respeto a las reglas de la más democrática constitución ya
realizada, hasta la venezolana que también fue discutida como la de
Cuba, con toda la población y votada después de terminada por el
Parlamento? Democracia es poder del pueblo y confieso que no conozco
otro país donde este poder es ejercido diariamente por la población
como en Cuba. Los diputados de la Asamblea del Poder Popular se
sienten responsables por la vida de su pueblo. Tengo un amigo
diputado popular que me invitó a su ciudad, al lado de La Habana, y
se puso blanco de vergüenza porque había un hoyo en una de las
calles de su ciudad. Se sentía responsable después de las varias
reuniones que habían realizado en el vecindario sin lograr resolver
el problema porque, después que lo tapaban, el hoyo volvía a
abrirse.
No me vengan a decir que estoy
ocultando los problemas de Cuba. Lejos de mí tal cosa. Tengo gran
conciencia de ellos y les garantizo lectores que si alguien está
consciente de ellos es Fidel Castro. Nunca lo sentí ocultarlos. Por
el contrario, me acuerdo especialmente de la larga conversación con
él y el gobernador de Río, Anthony Garotinho, en el 2000 sobre el
fenómeno de las diferencias sociales en Cuba, tema que él estaba
estudiando con un equipo de millares de jóvenes con la pretensión de
realizar una intervención definitiva en el problema. Era tal su
entusiasmo sobre la movilización de fuerzas en esta dirección que el
joven gobernador se veía cansado mientras el viejo revolucionario
continuaba preguntando sobre las experiencias de las políticas
sociales en Río de Janeiro y contando sus experiencias sobre un
fenómeno cuya extensión en Cuba él desconocía hacía poco.
Tendría tanto que contar sobre mi
compañero Fidel Castro. Quiero hacer este testimonio incompleto,
pero muy sincero en ocasión de sus 80 años. Más importante aún es
hacerlo en el momento de su operación que espero podrá superar bien.
Hablo del más grande personaje del siglo XX que tiene mucho que dar
al siglo XXI con este gran movimiento que se desarrolla en Cuba en
este momento bajo el título general de la Batalla de las Ideas.
Abrir el país hacia el más profundo debate intelectual que un pueblo
haya jamás realizado; garantizar la educación universitaria para
toda la población; convertir a Cuba en el más culto y consciente
pueblo del mundo, a pesar de estar cercado y atacado por el más
grande poder económico y militar del planeta, Cuba lo puede hacer
porque realizó una Revolución profunda y porque tiene un líder
excepcional. Estoy de acuerdo con el cargador de maletas del
aeropuerto de La Habana. Qué honor disfrutar de su admiración tantas
veces manifestada y —si lo merezco— de su amistad.