Estoy en deuda con él. Ayer se
cumplió otro aniversario de su muerte física. Existen más de
cuarenta versiones diferentes del hecho, pero todas coinciden en
varios detalles de gran interés.
A Maceo lo acompañaba el joven
Francisco Gómez Toro, que había arribado a Cuba por el oeste de
Pinar del Río con la expedición al mando del general Rius Rivera.
Herido anteriormente en un brazo, Panchito viajó con Maceo de una
orilla a otra de la entrada de la bahía de Mariel. Con ellos iban 17
aguerridos oficiales de su Estado Mayor, marinos del bote y un solo
hombre de su escolta.
Ese día 7, en las proximidades de
Punta Brava, en su improvisado campamento, Maceo y sus oficiales
escucharon el relato del autor de Crónicas de la Guerra José Miró
Argenter, sobre las acciones del combate de Coliseo, donde la
columna invasora derrotó a las tropas del general Martínez Campos.
Desde hacía varios días Maceo sufría de una fiebre epidémica alta y
dolores en todas sus heridas.
Alrededor de las 3 de la tarde se
oyeron fuertes disparos a unos 200 metros del campamento ubicado al
oeste de la ciudad de La Habana, capital de la colonia española.
Maceo se indigna por el sorpresivo ataque, ya que había ordenado la
exploración constante, como era habitual en sus expertas tropas.
Reclama un corneta para dar órdenes; no estaba disponible en ese
instante.
Salta sobre el caballo y se
dirige al enemigo. Da órdenes de abrir una brecha en la cerca de
alambre que se interponía entre él y los atacantes. Ante la aparente
retirada del enemigo, exclama “esto va bien” segundos antes de que
una bala le cercenara la carótida.
Panchito Gómez Toro, al conocer
la noticia, llega desde el campamento, dispuesto a morir junto al
cadáver de Maceo. Intentó suicidarse cuando se vio cercado y a punto
de caer prisionero. Antes escribe una brevísima y dramática nota de
despedida a su familia. La pequeña daga, única arma que llevaba
consigo a falta de revólver, no penetró lo suficiente con la fuerza
de la mano disponible. Un soldado enemigo, al ver que alguien se
movía entre varios muertos, casi le desprende la cabeza con un tajo
de machete por el cuello.
Cunde la desmoralización con la
muerte de Maceo en las fuerzas patrióticas, que eran en su mayoría
soldados bisoños.
El coronel mambí Juan Delgado,
del Regimiento de Santiago de las Vegas, al conocer lo ocurrido
salió en busca de Maceo.
El enemigo había tenido en sus
manos el cadáver, despojándolo de sus objetos personales sin darse
cuenta de que era el de Maceo, conocido y admirado en el mundo por
sus hazañas.
La tropa encabezada por Juan
Delgado, en gesto valiente, rescató los cuerpos sin vida de El Titán
y su joven ayudante, hijo del General en Jefe Máximo Gómez. Los
enterraron después de largas horas de marcha en la altura dominante
de El Cacahual. Los patriotas cubanos no dijeron entonces una
palabra del valioso secreto.
El rostro ceñudo de Martí y la
mirada fulminante de Maceo señalan a cada cubano el duro camino del
deber y no de qué lado se vive mejor. Sobre estas ideas hay mucho
que leer y meditar.
Fidel Castro Ruz
Diciembre 8 de 2007