El comercio dentro de la sociedad y entre los países es el
intercambio de bienes y servicios que producen los seres humanos.
Los dueños de los medios de producción se apropian de las ganancias.
Ellos dirigen, como clase, el estado capitalista y se ufanan de ser
los impulsores del desarrollo y el bienestar social a través del
mercado, al cual se rinde culto como dios infalible.
Dentro de cada país es la competencia entre los más fuertes y los
más débiles, los de más vigor físico, los que se alimentan mejor,
los que aprendieron a leer y escribir, los que fueron a las
escuelas, los que acumulan más experiencia, más relaciones sociales,
más recursos, y los que carecen de esas ventajas dentro de la
sociedad.
Entre países, los que tienen mejor clima, más tierra cultivable,
más agua, más recursos naturales en el espacio en que les tocó vivir
cuando no existen más territorios que conquistar, los que dominan
las tecnologías, los que poseen más desarrollo y manejan infinitos
recursos mediáticos, y los que, por el contrario, no disfrutan
ninguna de estas prerrogativas. Son las diferencias a veces
abismales entre las que se califican como naciones ricas o pobres.
Es la ley de la selva.
Las diferencias entre las etnias no existen en cuanto se refiere
a las facultades mentales del ser humano. Es algo más que probado
científicamente. La sociedad actual no fue la forma natural en que
evolucionó la vida humana; ha sido una creación del hombre ya
mentalmente desarrollado, sin la cual no se puede concebir su propia
existencia. Lo que se plantea es, por tanto, si el ser humano podrá
sobrevivir al privilegio de poseer una inteligencia creadora.
El sistema capitalista desarrollado, cuyo máximo exponente es el
país de naturaleza privilegiada adonde el hombre blanco europeo
llevó sus ideas, sus sueños y sus ambiciones, se encuentra hoy en
plena crisis. No es la habitual cada cierto número de años, ni
siquiera la traumática de los años treinta, sino la peor de todas
desde que el mundo siguió ese modelo de crecimiento y desarrollo.
La actual crisis del sistema capitalista desarrollado se produce
cuando el imperio está próximo a cambiar de jefatura en las
elecciones que tendrán lugar dentro de veinticinco días; era lo
único que faltaba por ver.
Los candidatos de los dos partidos que deciden en esas
elecciones, tratan de persuadir a los desconcertados votantes muchos
de los cuales no se han preocupado nunca por votar― de que ellos,
como aspirantes a la Presidencia, son capaces de garantizar el
bienestar y el consumismo de lo que califican como un pueblo de
capas medias, sin el menor propósito de verdaderos cambios en lo que
consideran el más perfecto sistema económico que ha conocido el
mundo; un mundo que, por supuesto, en la mentalidad de cada uno de
ellos, es menos importante que la felicidad de trescientos y tantos
millones de habitantes de una población que no llega al cinco por
ciento de los habitantes del planeta. La suerte del otro noventa y
cinco por ciento de los seres humanos, la guerra y la paz, la
atmósfera respirable o no, dependerá en gran parte de las decisiones
del jefe institucional del imperio, si es que ese cargo
constitucional tiene o no poder real en la época de las armas
nucleares y los escudos espaciales manejados por computadoras en
circunstancias tales que los segundos son decisivos y los principios
éticos tienen cada vez menos vigencia. No puede, sin embargo,
ignorarse el papel más o menos nefasto que corresponde a un
presidente de ese país.
En Estados Unidos existe un profundo racismo, y la mente de
millones de blancos no se reconcilia con la idea de que una persona
negra con la esposa y los niños ocupen la Casa Blanca, que se llama
así: Blanca.
De puro milagro el candidato demócrata no ha sufrido la suerte de
Martin Luther King, Malcolm X y otros, que albergaron sueños de
igualdad y justicia en década recientes. Tiene además el hábito de
mirar al adversario con serenidad y reírse de los aprietos
dialécticos de un oponente que mira hacia el vacío.
Por otro lado, el candidato republicano, que cultiva su fama de
hombre belicoso, fue uno de los peores alumnos de su curso en West
Point. No sabía nada de Matemáticas, según confiesa, y es de suponer
que mucho menos de las complicadas ciencias económicas.
Sin duda, su adversario lo supera en inteligencia y serenidad.
Lo que más abunda en McCain son los años, y su salud no es en lo
absoluto segura.
Menciono estos datos para señalar la eventual posibilidad ―si
algo ocurriera con la salud del candidato republicano, si lo eligen―
de que la señora del rifle e inexperta ex gobernadora de Alaska
fuese Presidenta de Estados Unidos. Se observa que no sabe nada de
nada.
Meditando sobre la deuda pública actual de Estados Unidos que el
presidente Bush descarga sobre las nuevas generaciones en ese país
―10,3 millones de millones―, se me ocurrió calcular el tiempo que
tardaría un hombre para contar la deuda que aquél prácticamente ha
duplicado en ocho años.
Suponiendo ocho horas de trabajo neto diario sin perder un
segundo, al ritmo rápido de cien billetes de un dólar por minuto,
300 días de trabajo al año, un hombre tardaría 715 mil años para
contar esa suma.
No encontré otra forma gráfica de imaginarme el volumen de esa
suma de dinero que se menciona casi diariamente en estos días.
El gobierno de Estados Unidos, para evitar un pánico
generalizado, declara que garantizará depósitos de ahorristas que no
rebasen los 250 mil dólares; administrará bancos y cifras de dinero
que Lenin, con ábacos, no habría imaginado contabilizar.
Podemos preguntarnos ahora qué aporte hará la administración Bush
al socialismo. Pero no nos hagamos ilusiones. Cuando el
funcionamiento de los bancos se normalice, los imperialistas se las
devolverán a las empresas privadas, como hizo algún que otro país en
este hemisferio. El pueblo paga siempre las cuentas.
El capitalismo tiende a reproducirse en cualquier sistema social,
porque parte del egoísmo y los instintos del hombre.
A la sociedad humana no le queda otra alternativa que superar esa
contradicción, porque de otra forma no podría sobrevivir.
En este momento, el mar de dinero que les lanzan a las finanzas
mundiales los bancos centrales de los países capitalistas
desarrollados está golpeando fuertemente a las bolsas de los países
que tratan de superar el subdesarrollo económico y acuden a esas
instituciones. Cuba no posee bolsa de valores. Sin duda surgirán
formas de financiamiento más racionales, más socialistas.
La crisis actual y las brutales medidas del gobierno de Estados
Unidos para salvarse traerán más inflación, más devaluación de las
monedas nacionales, más pérdidas dolorosas de los mercados, menores
precios para las mercancías de exportación, más intercambio
desigual. Pero traerán también a los pueblos más conocimiento de la
verdad, más conciencia, más rebeldía y más revoluciones.
Veremos ahora cómo se desarrolla la crisis y qué ocurre en
Estados Unidos dentro de veinticinco días.

Fidel Castro Ruz
Octubre 11 de 2008
6 y 15 p.m.