Parecería ser nuestro país el que más problemas de educación
tiene en el mundo. Todas las noticias cablegráficas que llegan
divulgan información sobre muchos y difíciles retos: déficit de más
de 8 000 maestros, groserías y malos hábitos de estudiantes,
insuficiente preparación; problemas, en fin, de todo tipo.
No creo, en primer lugar, que estemos tan mal. Ningún país
desarrollado posee en este campo nuestros índices de escolaridad y
las posibilidades educacionales de todos los ciudadanos, a pesar del
bloqueo injusto y el robo descarado de brazos, músculos y cerebros
que sufre Cuba.
Estados Unidos y otros países ricos no pueden siquiera
equipararse con el nuestro. Tienen, eso sí, muchos más automóviles,
gastan más gasolina, consumen muchas más drogas, compran más
bisutería y se benefician con el saqueo de nuestros pueblos, como lo
hicieron durante siglos.
El imperialismo aspira a que las mujeres cubanas vuelvan a ser
mercancías, objetos de placer y sirvientas de los ricos. No perdonan
la lucha por la liberación de los pueblos. Añoran los años en que la
entrada de los cubanos negros a los centros de recreación estaba
prohibida. Muchos ciudadanos carecían de empleo, seguridad social y
asistencia médica.
Para Martí la libertad era cara, había que pagarla por su precio
o resignarse a vivir sin ella. Ese es el dilema que deben plantearse
todos los cubanos cada día.
¿Cuánto hay de cierto en las esperanzas de nuestros enemigos?
Sólo en nosotros mismos está la respuesta. ¿O es que en la educación
podemos igualmente preguntarnos si se utiliza el método burocrático
de impartir ciencia sin conciencia? No creo que hayamos
involucionado tanto. De todas formas, es indispensable que cada cual
se haga la pregunta para evitar que se escupa sobre nuestra
dignidad. No esperemos perdón de nuestros enemigos.
Hay decenas de miles de personas que piensan, hablan, actúan y
toman decisiones. En manos de todos ellos están las medidas que se
adoptan cada día.
Prestemos atención a nuestros enemigos y hagamos todo lo
contrario de lo que desean de nosotros para seguir siendo lo que
somos.
Se apela a nuestras conciencias. La Revolución nos exige a todos,
con razón, trabajar más, es decir, ¡trabajar! Hemos resistido 50
años. Las nuevas generaciones están mucho mejor preparadas; tenemos
derecho a esperar de ellas mucho más. No nos desalentemos con las
noticias de los enemigos, que tergiversan el sentido de nuestras
palabras y presentan nuestras autocríticas como tragedias. ¡El
manantial de la ética revolucionaria es inagotable!