Tronó la indignación de los fanáticos por el duro
revés del domingo. Eso lo dice todo: ¡fa-ná-ti-cos!
Pero se olvida que ahora están en Corea del Sur,
país donde ni siquiera tenemos una embajada, y en el que continúan
preparándose nuestros atletas.
No son ellos, en todo caso, los que merecerían las
mayores críticas si algo no salió bien. Van a unos Juegos Olímpicos
que tendrán lugar al otro lado del mundo, donde las horas del sueño
y el ritmo de vida se cambian. Tienen un programa de preparación
física intenso, todo con vistas a la última participación de ese
deporte en las Olimpiadas, porque así lo determinan los ricos y
poderosos amos del olimpismo. Ellos no han sido vencidos. No los
desalentemos. Enviémosles un mensaje de aliento.
¿Por qué no esperamos el final de las Olimpiadas
para discutir a fondo y de forma verdaderamente democrática la
responsabilidad de todos los que tienen que ver con el deporte
cubano?
Deslumbramos a nuestro pueblo con los éxitos y las
promesas deportivas, pero después no nos atrevemos ni siquiera a
publicar los nombres de los que traicionan a su patria vendiéndose
al enemigo. Mucha ciencia y poca conciencia pareciera ser nuestra
consigna burocrática en la formación de los deportistas, una rama
social vital, cuyo objetivo no es la gloria ni las medallas de oro,
sino la salud física y mental de nuestro pueblo. ¡Cómo nos duele
cuando algunos de ellos se lesionan en las prácticas intensivas o en
accidentes, como el que acaba de sufrir Pedro Pablo Pérez! El
doloroso accidente que lo tiene al borde de la muerte golpea también
a una gran promesa olímpica, su compañera Yoanka González.
No olvidemos las proezas de Ana Fidelia.
A pesar de las circunstancias adversas, nuestros
atletas brillan por su calidad humana y patriótica. No llega
siquiera a uno de cada diez los que sucumben moralmente a la lluvia
de ofertas en un mundo plagado de mercachiflismo, vicios, drogas,
doping y consumismo, en el cual nuestra patria brilla como un
ejemplo difícil de imitar.
No permitamos jamás que los traidores visiten
después el país para exhibir los lujos obtenidos con la infamia.
Culpémonos también a nosotros mismos.
