Los datos que utilizo fueron tomados
fundamentalmente de las declaraciones del embajador de Estados
Unidos en Colombia, William Brownfield, la prensa y la televisión de
ese país, la prensa internacional y otras fuentes. Impresiona el
derroche de tecnología y recursos económicos utilizados.
Mientras los altos jefes militares de Colombia se
esmeraban en señalar que la operación de rescate de Ingrid
Betancourt fue enteramente colombiana, las autoridades de Estados
Unidos declaran que "fue el resultado de años de intensa cooperación
militar entre los ejércitos de Colombia y Estados Unidos."
"‘La verdad es que hemos logrado compaginarnos de
una manera que pocas veces hemos logrado en Estados Unidos, excepto
con nuestros viejos aliados, principalmente de la OTAN’, señaló
Brownfield, refiriéndose a las relaciones con las fuerzas de
seguridad colombianas, que han recibido más de 4 000 millones de
dólares en asistencia militar desde el 2000."
"...en varias ocasiones el gobierno de Estados
Unidos tuvo que tomar decisiones en sus más altos niveles para la
operación.
"Los satélites espías estadounidenses ayudaron a
ubicar a los rehenes durante un periodo de un mes que comenzó el 31
de mayo y concluyó con el rescate del miércoles."
"Los colombianos instalaron equipos de vigilancia de
video, proporcionados por Estados Unidos, que pueden hacer
acercamientos y tomas panorámicas operadas a control remoto a lo
largo de ríos que son la única ruta de transporte a través de densas
zonas selváticas, indicaron autoridades colombianas y
estadounidenses.
"Aviones norteamericanos de reconocimiento
interceptaron conversaciones por radio y teléfono satelital de los
rebeldes y emplearon imágenes que pueden penetrar el follaje de la
selva."
"‘El desertor recibirá una suma considerable de los
cerca de cien millones de dólares que el gobierno había ofrecido
como recompensa’, declaró el Comandante General del ejército
colombiano."
El miércoles 1º de julio, la BBC de Londres publicó
que César Mauricio Velásquez, secretario de prensa de la Casa de
Nariño informó que delegados de Francia y Suiza se habían reunido
con Alfonso Cano, jefe de las FARC.
Según BBC, este sería el primer contacto que el
nuevo jefe aceptaba con delegados internacionales después de la
muerte de Manuel Marulanda. La falsa información sobre la reunión de
dos emisarios europeos con Cano había sido transmitida desde Bogotá.
El fallecido líder de las FARC nació el 12 de mayo
de 1932, según el testimonio de su padre. Campesino liberal de
origen pobre, partidario de Gaitán, inició su resistencia armada
hace 60 años. Fue guerrillero antes que nosotros, como reacción ante
las matanzas de campesinos perpetradas por la oligarquía.
El Partido Comunista —donde ingresó más tarde—, como
todos los de América Latina, estaba bajo la influencia del Partido
Comunista de la URSS y no del de Cuba. Eran solidarios con nuestra
Revolución pero no subordinados.
Fueron los narcotraficantes y no las FARC quienes
desataron el terror en ese hermano país en sus pugnas por el mercado
de Estados Unidos haciendo estallar no solo potentes bombas, sino
incluso camiones cargados de explosivos plásticos que destruyeron
instalaciones, hirieron o mataron a incontables personas.
Nunca el Partido Comunista de Colombia se propuso
conquistar el poder con las armas. La guerrilla era un frente de
resistencia, no el instrumento fundamental de la conquista del poder
revolucionario, como ocurrió en Cuba. En el año 1993, en la octava
conferencia de las FARC, se decide romper con el Partido Comunista.
Su jefe, Manuel Marulanda, asumió la dirección de las guerrillas de
ese Partido, que siempre se distinguieron por un hermético
sectarismo en la admisión de combatientes y los métodos férreos y
compartimentados de mando.
Marulanda, de notable inteligencia natural y dotes
de dirigente, no tuvo en cambio oportunidades de estudio cuando era
adolescente. Se dice que pudo cursar solo hasta el 5to. grado.
Concebía una larga y prolongada lucha, un punto de vista que yo no
compartía. Nunca tuve posibilidad de intercambiar con él.
Las FARC alcanzaron considerable fuerza y llegaron a
sobrepasar los 10 mil combatientes. Muchos nacieron durante la
propia guerra y no conocían otra cosa. Otras organizaciones de
izquierda rivalizaron con las FARC en la lucha. Ya entonces el
territorio colombiano se había convertido en la más grande fuente de
producción de cocaína del mundo. La violencia extrema, los
secuestros, los impuestos y exigencias a los productores de drogas
se generalizaron.
Las fuerzas paramilitares, armadas por la
oligarquía, cuyos efectivos se nutrían del enorme caudal de hombres
que prestaban servicios en las fuerzas armadas del país y eran
desmovilizados cada año sin empleo asegurado, crearon en Colombia
una situación tan compleja que solo había una salida: la verdadera
paz, aunque lejana y difícil como otras muchas metas de la
humanidad. La opción que durante tres décadas Cuba ha defendido en
esa nación.
Mientras los periodistas cubanos discuten en su VIII
Congreso las nuevas tecnologías de la información, los principios y
la ética de los comunicadores sociales, yo meditaba sobre los
acontecimientos señalados.
Expresé con claridad nuestra posición en favor de la
paz en Colombia, pero no estamos a favor de la intervención militar
extranjera ni con la política de fuerza que Estados Unidos pretende
imponer a toda costa y a cualquier precio a ese sufrido y laborioso
pueblo.
Critiqué con energía y franqueza los métodos
objetivamente crueles del secuestro y la retención de prisioneros en
las condiciones de la selva. Pero no estoy sugiriendo a nadie que
deponga las armas, si en los últimos 50 años los que lo hicieron no
sobrevivieron a la paz. Si algo me atrevo a sugerir a los
guerrilleros de las FARC es simplemente que declaren por cualquier
vía a la Cruz Roja Internacional la disposición de poner en libertad
a los secuestrados y prisioneros que aún estén en su poder, sin
condición alguna. No pretendo que se me escuche; cumplo el deber de
expresar lo que pienso. Cualquier otra conducta serviría solo para
premiar la deslealtad y la traición.
Nunca apoyaré la paz romana que el imperio pretende
imponer en América Latina.