El concepto de nación surgió de la suma de elementos
comunes como la historia, lenguaje, cultura, costumbres, leyes,
instituciones y otros elementos relacionados con la vida material y
espiritual de las comunidades humanas.
Los pueblos de la América, por cuya libertad Bolívar
realizó las grandes hazañas que lo convirtieron en El Libertador de
pueblos, fueron llamados por él a crear, como dijo: "la más grande
nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su
libertad y gloria".
Antonio José de Sucre libró en Ayacucho la última
batalla contra el imperio que había convertido gran parte de este
continente en propiedad real de la corona de España durante más de
300 años.
Es la misma América que decenas de años más tarde, y
cuando ya había sido cercenada en parte por el naciente imperio
yanki, Martí llamó Nuestra América.
Hay que recordar una vez más que, antes de caer en
combate por la independencia de Cuba, último bastión de la colonia
española en América, el 19 de mayo de 1895, horas antes de su
muerte, José Martí escribió proféticamente que todo lo que había
hecho y haría era para "... impedir a tiempo con la independencia de
Cuba que se extiendan por las antillas los Estados Unidos y caigan,
con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".
En Estados Unidos, donde las 13 colonias recién
liberadas no tardaron en extenderse desordenadamente hacia el Oeste
en busca de tierra y oro, exterminando indígenas hasta que arribaron
a las costas del Pacífico, competían los Estados agrícolas
esclavistas del Sur con los Estados industriales del Norte que
explotaban el trabajo asalariado, tratando de crear otros Estados
para defender sus intereses económicos.
En 1848 arrebataron a México más del 50 por ciento
de su territorio, en una guerra de conquista contra el país,
militarmente débil, que los llevó a ocupar la capital e imponerle
humillantes condiciones de paz. En el territorio arrebatado estaban
las grandes reservas de petróleo y gas que más tarde suministrarían
a Estados Unidos durante más de un siglo y lo siguen en parte
suministrando.
El filibustero yanki William Walker, estimulado por
"el destino manifiesto" que proclamó su país, desembarcó en
Nicaragua en el año 1855 y se autoproclamó Presidente, hasta que fue
expulsado por los nicaragüenses y otros patriotas centroamericanos
en 1856.
Nuestro Héroe Nacional vio cómo el destino de los
países latinoamericanos era destrozado por el naciente imperio de
Estados Unidos.
Después de la muerte en combate de Martí se produjo
la intervención militar en Cuba, cuando ya el ejército español
estaba derrotado.
La Enmienda Platt, que concedía al poderoso país
derecho a intervenir en la Isla, fue impuesta a Cuba.
La ocupación de Puerto Rico, que ha durado ya 111
años y hoy constituye el llamado "Estado Libre Asociado", que no es
Estado ni es libre, fue otra de las consecuencias de aquella
intervención.
Las peores cosas para América Latina estaban por
venir, confirmando las geniales premoniciones de Martí. Ya el
creciente imperio había decidido que el canal que uniría los dos
océanos sería por Panamá y no por Nicaragua. El istmo de Panamá, la
Corinto soñada por Bolívar como capital de la más grande República
del mundo concebida por él, sería propiedad yanki.
Aun así, las peores consecuencias estaban por venir
a lo largo del Siglo XX. Con el apoyo de las oligarquías políticas
nacionales, los Estados Unidos se adueñaron después de los recursos
y de la economía de los países latinoamericanos; las intervenciones
se multiplicaron; las fuerzas militares y policiales cayeron bajo su
égida. Las empresas transnacionales yankis se apoderaron de las
producciones y servicios fundamentales, los bancos, las compañías de
seguros, el comercio exterior, los ferrocarriles, barcos, almacenes,
los servicios eléctricos, los telefónicos y otros, en mayor o menor
grado pasaron a sus manos.
Es cierto que la profundidad de la desigualdad
social hizo estallar la Revolución Mexicana en la segunda década del
Siglo XX, que se convirtió en fuente de inspiración para otros
países. La revolución hizo avanzar a México en muchas áreas. Pero el
mismo imperio que ayer devoró gran parte de su territorio, hoy
devora importantes recursos naturales que le restan, la fuerza de
trabajo barata y hasta lo hace derramar su propia sangre.
El TLCAN es el más brutal acuerdo económico impuesto
a un país en desarrollo. En aras de la brevedad, baste señalar que
el Gobierno de Estados Unidos acaba de afirmar textualmente: "En
momentos en que México ha sufrido un doble golpe, no solo por la
caída de su economía sino también por los efectos del virus A H1N1,
probablemente queremos tener la economía más estabilizada antes de
tener una larga discusión sobre nuevas negociaciones comerciales."
Por supuesto que no se dice una sola palabra de que, como
consecuencia de la guerra desatada por el tráfico de drogas, en la
que México emplea 36 mil soldados, casi cuatro mil mexicanos han
muerto en el 2009. El fenómeno se repite en mayor o menor grado en
el resto de América Latina. La droga no solo engendra problemas
graves de salud, engendra la violencia que desgarra a México y a la
América Latina como consecuencia del mercado insaciable de Estados
Unidos, fuente inagotable de las divisas con que se fomenta la
producción de cocaína y heroína, y es el país de donde se abastecen
las armas que se emplean en esa feroz y no publicitada guerra.
Los que mueren desde el Río Grande hasta los
confines de Suramérica son latinoamericanos. De este modo, la
violencia general bate récord de muertes y las víctimas sobrepasan
la cifra de 100 mil por año en América Latina, engendradas
fundamentalmente por las drogas y la pobreza.
El imperio no libra la lucha contra las drogas
dentro de sus fronteras; la libra en los territorios
latinoamericanos.
En nuestro país no se cultivan la coca ni la
amapola. Luchamos con eficiencia contra los que intentan introducir
drogas en nuestro país o utilizar a Cuba como tránsito, y los
índices de personas que mueren a causa de la violencia se reduce
cada año. No necesitamos para ello soldados yankis. La lucha contra
las drogas es un pretexto para establecer bases militares en todo el
hemisferio. ¿Desde cuándo los buques de la IV Flota y los aviones
modernos de combate sirven para combatir las drogas?
El verdadero objetivo es el control de los recursos
económicos, el dominio de los mercados y la lucha contra los cambios
sociales. ¿Qué necesidad había de restablecer esa flota,
desmovilizada al final de la Segunda Guerra Mundial, hace más de 60
años, cuando ya no existe la URSS ni la guerra fría? Los argumentos
utilizados para el establecimiento de siete bases aeronavales en
Colombia es un insulto a la inteligencia.
La historia no perdonará a los que cometen esa
deslealtad contra sus pueblos, ni tampoco a los que utilizan como
pretexto el ejercicio de la soberanía para cohonestar la presencia
de tropas yankis. ¿A qué soberanía se refieren? ¿La conquistada por
Bolívar, Sucre, San Martín, O´Higgins, Morelos, Juárez, Tiradentes,
Martí? Ninguno de ellos habría aceptado jamás tan repudiable
argumento para justificar la concesión de bases militares a las
Fuerzas Armadas de Estados Unidos, un imperio más dominante, más
poderoso y más universal que las coronas de la península ibérica.
Si como consecuencia de tales acuerdos promovidos de
forma ilegal e inconstitucional por Estados Unidos cualquier
gobierno de ese país utilizara esas bases, como hicieron Reagan con
la guerra sucia y Bush con la de Iraq, para provocar un conflicto
armado entre dos pueblos hermanos, sería una gran tragedia.
Venezuela y Colombia nacieron juntos en la historia de América tras
las batallas de Boyacá y Carabobo, bajo la dirección de Simón
Bolívar. Las fuerzas yankis podrían promover una guerra sucia como
hicieron en Nicaragua, incluso emplear soldados de otras
nacionalidades entrenados por ellos y podrían atacar algún país,
pero difícilmente el pueblo combativo, valiente y patriótico de
Colombia se deje arrastrar a la guerra contra un pueblo hermano como
el de Venezuela.
Se equivocan los imperialistas si subestiman
igualmente a los demás pueblos de América Latina. Ninguno estará de
acuerdo con las bases militares yankis, ninguno dejará de ser
solidario con cualquier pueblo latinoamericano agredido por el
imperialismo.
Martí admiraba extraordinariamente a Bolívar y no se
equivocó cuando dijo: "...así está Bolívar en el cielo de América,
vigilante y ceñudo... calzadas aún las botas de campaña, porque lo que
él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que
hacer en América todavía."