Anoche tuvo lugar la gran final del Clásico entre
los dos colosos asiáticos. El equipo de Estados Unidos brilló por su
ausencia. Las multinacionales que explotan el deporte no perdieron
nada y ganaron mucho. El pueblo norteamericano se lamenta.
Todo estaba pronosticado. Los japoneses dieron
cuenta del adversario, a pesar de que Matsuzaka no estaba en su
mejor día. Al primer lanzamiento del juego le conectaron un jonrón
por el center. Los habituados al modo tradicionalista de ver ese
deporte desde los tiempos de Babe Ruth soñaron, en ese instante, con
un diluvio de batazos yankis.
Fue peor todavía cuando Matsuzaka dio una base por
bolas y el jugador negro Jimmy Rollins, del equipo norteamericano,
bateó un fly entre la segunda y el center que era perfectamente
capturable y cayó en el campo por obstrucción nada menos que de
Hiroyuki Nakajima, el excepcional shortstop japonés. Le estaba
ocurriendo en ese juego al equipo de Japón lo mismo que al de
Estados Unidos el día anterior, la ventaja del norteamericano era de
1 carrera al inicio del primer inning.
El manager japonés fue amable con su pitcher
abridor, que estaba anunciado con bombos y platillos, no quiso
rozarlo ni con el pétalo de una flor. Habló con él, le dio unas
palmaditas en la espalda y lo dejó.
Japón era home club y por delante quedaban 27 outs;
su famoso pitcher puso el extra y concluyó la entrada.
Comenzó de inmediato el esfuerzo japonés por
descontar esa ventaja y en breve tiempo ya tenían 4 carreras por
encima de Estados Unidos.
Matsuzaka no era esa tarde el lanzador imbatible.
Estuvo solo algunas entradas más y fue sustituido por otro de la
excelente colección japonesa de lanzadores, a los que el manager
sustituía sin vacilación alguna cuando percibía el más mínimo
riesgo. Disponía de reservas para ganar ese encuentro y disponía de
todos los necesarios para el juego final del Clásico al día
siguiente.
Cada vez que el equipo de Estados Unidos descontaba
una carrera de la ventaja japonesa, el manager de Japón buscaba y
obtenía rápidamente las necesarias para restablecer el margen de 4 a
su favor.
Ichiro Suzuki, el primer bate japonés, había fallado
4 veces ese día, pero cuando hizo realmente falta como siempre,
disparó un tubey y la ventaja se elevó a 5, con la que concluyó el
juego en el noveno inning.
Al siguiente día, 23 de marzo, 6 y 30 de la tarde,
con plena luz del día en Los Ángeles, 9 y 30 de la noche hora de
Cuba, se produjo el encuentro final entre Japón y Corea. Esta última
era home club y no pudo resistir la tentación de emplear un pitcher
que en el Clásico había vencido dos veces al equipo japonés, en
juegos de 1 ó 2 carreras, muy veloz, curveador y poco ponchador, que
había sido muy estudiado por los especialistas y bateadores
japoneses.
Esta vez, al primer lanzamiento, le conectaron un
jonrón por el center, copia al carbón del batazo yanki el día
anterior. Pésimo comienzo para la otra potencia beisbolera asiática.
A pesar de eso, como prueba de la calidad de ambos equipos, se
produjo uno de los más reñidos encuentros de peloteros profesionales
que podría imaginarse. No se equivocó el manager japonés en la
selección de su pitcher.
El abridor japonés, Hisashi Iwakuma, lanzó 7 y dos
tercios de innings, varios de ellos con menos de 10 lanzamientos por
inning.
En el inning 4 estaba todavía 1 a 0 a favor de
Japón.
En el 5 Corea empata con jonrón.
En el 7 Japón conecta 3 hits consecutivos y se van
delante 2 a 1.
En el 8 Japón impulsa otra carrera y pone el juego 3
a 1. En la parte final de ese mismo inning Corea anota una carrera y
lo coloca 3 a 2.
En el 9 se producen 2 bases por bolas consecutivas
por parte del mejor cerrador de Japón Yu Darvish, y cuando faltaban
solo 2 strikes para obtener la victoria, un hit coreano empata el
juego.
En el décimo, Japón impulsa 2 carreras que deciden
su victoria 5 a 3.
Encabezados por el que es, sin duda, el mejor
bateador del mundo, Ichiro Suzuki, los japoneses conectaron 18 hits.
Se relata así, en breves líneas, la evolución del
encuentro, pero este estuvo lleno de situaciones complejas,
espectaculares jugadas ofensivas y defensivas, ponches de gran
trascendencia en el juego, que mantuvieron la tensión y la emoción a
lo largo de los 10 innings que duró el encuentro.
No soy cronista deportivo. Escribo sobre temas
políticos de los cuales no me aparto nunca; por ello es que presto
atención al deporte; por eso ayer no salió reflexión alguna relativa
al importantísimo encuentro que tendría lugar ese día.
Todo estaba dicho y previsto desde varios días
antes. Mis amigos, los reporteros de las agencias cablegráficas
occidentales, no tendrán material para resaltar, con mayor o menor
énfasis, lo que a juicio de ellos son dificultades vinculadas al
socialismo.
