Poderosas potencias económicas compitieron por ser
sede de las Olimpiadas en el 2016, entre ellas las dos más
industrializadas del planeta: Estados Unidos y Japón. Triunfó sin
embargo Río de Janeiro, una ciudad de Brasil.
Que no se diga ahora que fue generosidad de las
naciones ricas con Brasil, un país del Tercer Mundo.
El triunfo de esa ciudad brasileña es una prueba de
la creciente influencia de los países que luchan por su desarrollo.
Con seguridad, en los pueblos de América Latina, África y Asia, la
elección de Río de Janeiro será recibida con agrado en medio de la
crisis económica y la incertidumbre actual con el cambio climático.
Aunque deportes populares como la pelota sean
eliminados de las competencias para dar cabida a entretenimientos de
burgueses y ricos, los pueblos del Tercer Mundo comparten la alegría
de los brasileños y apoyarán a Río de Janeiro como organizador de
los Juegos Olímpicos del 2016.
Es un deber presentarse en Copenhague con la misma
unidad, y luchar para evitar que el cambio climático y las guerras
de conquista prevalezcan sobre la voluntad de paz, el desarrollo y
la supervivencia de todos los pueblos del mundo.
