Llevo horas escuchando por televisión el homenaje de todo el país
al Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque. Pienso que
enfrentar la muerte era para él un deber como todos los que cumplió
a lo largo de su vida; no sabía, ni tampoco nosotros, cuánta
tristeza nos traería la noticia de su ausencia física.
Tuve el privilegio de conocerlo: joven negro, obrero, combativo,
que sucesivamente fue jefe de célula revolucionaria, combatiente del
Moncada, compañero de prisión, capitán de pelotón desembarcando del
Granma, oficial del Ejército Rebelde —paralizado en su avance por un
disparo en el pecho durante el violento Combate del Uvero—,
Comandante de Columna, marchando para crear el Tercer Frente
Oriental, compañero que comparte la dirección de nuestras fuerzas en
las últimas batallas victoriosas que derrocaron a la tiranía.
Fui privilegiado testigo de su conducta ejemplar durante más de
medio siglo de resistencia heroica y victoriosa, en la lucha contra
bandidos, el contragolpe de Girón, la Crisis de Octubre, las
misiones internacionalistas y la resistencia al bloqueo
imperialista.
Escuchaba con placer algunas de sus canciones, y en especial
aquella de encendida emoción que ante el llamado de la Patria a
"vencer o a morir" se despedía de humanos sueños. Ignoraba que había
escrito más de 300 de ellas, las cuales sumó a su obra literaria,
fuente de lectura amena y de hechos históricos. Defendió principios
de justicia que serán defendidos en cualquier tiempo y en cualquier
época, mientras los seres humanos respiren sobre la tierra.
¡No digamos que Almeida ha muerto! ¡Vive hoy más que nunca!
