No es cuestión de optimismo o pesimismo, saber o
ignorar cosas elementales, ser responsables o no de los
acontecimientos. Los que pretenden considerarse políticos debieran
ser lanzados al basurero de la historia cuando, como es norma, en
esa actividad ignoran todo o casi todo lo que se relaciona con ella.
No hablo por supuesto de los que a lo largo de
varios milenios convirtieron los asuntos públicos en instrumentos de
poder y riquezas para las clases privilegiadas, actividad en la que
verdaderos récords de crueldad han sido impuestos durante los
últimos ocho o diez mil años sobre los que se tienen vestigios
ciertos de la conducta social de nuestra especie, cuya existencia
como seres pensantes, según los científicos, apenas rebasa los 180
mil años.
No es mi propósito enfrascarme en tales temas que
seguramente aburrirían a casi el ciento por ciento de las personas
continuamente bombardeadas con noticias a través de medios, que van
desde la palabra escrita hasta las imágenes tridimensionales que
comienzan a exhibirse en costosos cines, y no está lejano el día en
que también predominen en las ya de por sí fabulosas imágenes de la
televisión. No es casual que la llamada industria de la recreación
tenga su sede en el corazón del imperio que a todos tiraniza.
Lo que pretendo es situarme en el punto de partida
actual de nuestra especie para hablar de la marcha hacia el abismo.
Podría incluso hablar de una marcha "inexorable" y estaría
seguramente más cerca de la realidad. La idea de un juicio final
está implícita en las doctrinas religiosas más extendidas entre los
habitantes del planeta, sin que nadie las califique por ello de
pesimistas. Considero, por el contrario, deber elemental de todas
las personas serias y cuerdas, que son millones, luchar para
posponer y, tal vez impedir, ese dramático y cercano acontecimiento
en el mundo actual.
Numerosos peligros nos amenazan, pero dos de ellos,
la guerra nuclear y el cambio climático, son decisivos y ambos están
cada vez más lejos de aproximarse a una solución.
La palabrería demagógica, las declaraciones y los
discursos de la tiranía impuesta al mundo por Estados Unidos y sus
poderosos e incondicionales aliados, en ambos temas, no admiten la
menor duda al respecto.
El primero de enero de 2012, año nuevo occidental y
cristiano, coincide con el aniversario del triunfo de la Revolución
en Cuba y el año en que se cumple el 50 Aniversario de la Crisis de
Octubre de 1962, que puso al mundo al borde de la guerra mundial
nuclear, lo que me obliga a escribir estas líneas.
Carecerían de sentido mis palabras si tuviesen como
objetivo imputar alguna culpa al pueblo norteamericano, o al de
cualquier otro país aliado de Estados Unidos en la insólita
aventura; ellos, como los demás pueblos del mundo, serían las
víctimas inevitables de la tragedia. Hechos recientes ocurridos en
Europa y otros puntos muestran las indignaciones masivas de aquellos
a los que el desempleo, la carestía, las reducciones de sus
ingresos, las deudas, la discriminación, las mentiras y la
politiquería, conducen a las protestas y a las brutales represiones
de los guardianes del orden establecido.
Con frecuencia creciente se habla de tecnologías
militares que afectan la totalidad del planeta, único satélite
habitable conocido a cientos de años luz de otro que tal vez resulte
adecuado si nos movemos a la velocidad de la luz, trescientos mil
kilómetros por segundo.
No debemos ignorar que si nuestra maravillosa
especie pensante desapareciera transcurrirían muchos millones de
años antes de que surja nuevamente otra capaz de pensar, en virtud
de los principios naturales que rigen como consecuencia de la
evolución de las especies, descubierta por Darwin en 1859 y que hoy
reconocen todos los científicos serios, creyentes o no creyentes.
Ninguna otra época de la historia del hombre conoció
los actuales peligros que afronta la humanidad. Personas como yo,
con 85 años cumplidos, habíamos arribado a los 18 con el título de
bachiller antes de que concluyera la elaboración de la primera bomba
atómica.
Hoy los artefactos de ese carácter listos para su
empleo —incomparablemente más poderosos que los que produjeron el
calor del sol sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki— suman
miles.
Las armas de ese tipo que se guardan adicionalmente
en los depósitos, añadidas a las ya desplegadas en virtud de
acuerdos, alcanzan cifras que superan los veinte mil proyectiles
nucleares.
El empleo de apenas un centenar de esas armas sería
suficiente para crear un invierno nuclear que provocaría una muerte
espantosa en breve tiempo a todos los seres humanos que habitan el
planeta, como ha explicado brillantemente y con datos computarizados
el científico norteamericano y profesor de la Universidad de Rutgers,
New Jersey, Alan Robock.
Los que acostumbran a leer las noticias y análisis
internacionales serios, conocen cómo los riesgos del estallido de
una guerra con empleo de armas nucleares se incrementan a medida que
la tensión crece en el Cercano Oriente, donde en manos del gobierno
israelita se acumulan cientos de armas nucleares en plena
disposición combativa, y cuyo carácter de fuerte potencia nuclear ni
se admite ni se niega. Crece igualmente la tensión en torno a Rusia,
país de incuestionable capacidad de respuesta, amenazada por un
supuesto escudo nuclear europeo.
Mueve a risas la afirmación yanki de que el escudo
nuclear europeo es para proteger también a Rusia de Irán y Corea del
Norte. Tan endeble es la posición yanki en este delicado asunto, que
su aliado Israel ni siquiera se toma la molestia de garantizar
consultas previas sobre medidas que puedan desatar la guerra.
La humanidad, en cambio, no goza de garantía alguna.
El espacio cósmico, en las proximidades de nuestro planeta, está
saturado de satélites de Estados Unidos destinados a espiar lo que
ocurre hasta en las azoteas de las viviendas de cualquier nación del
mundo. La vida y costumbres de cada persona o familia pasó a ser
objeto de espionaje; la escucha de cientos de millones de celulares,
y el tema de las conversaciones que aborde cualquier usuario en
cualquier parte del mundo deja de ser privado para convertirse en
material de información para los servicios secretos de Estados
Unidos.
Ese es el derecho que va quedando a los ciudadanos
de nuestro mundo en virtud de los actos de un gobierno cuya
constitución, aprobada en el Congreso de Filadelfia en 1776,
establecía que todavía los hombres nacían libres e iguales y a todos
les concedía el Creador determinados derechos, de los cuales no les
quedan ya, ni a los propios norteamericanos ni a ciudadano alguno
del mundo siquiera el de comunicar por teléfono a familiares y
amigos sus sentimientos más íntimos.
La guerra, sin embargo, es una tragedia que puede
ocurrir, y es muy probable que ocurra; mas, si la humanidad fuese
capaz de retrasarla un tiempo indefinido, otro hecho igualmente
dramático está ocurriendo ya con creciente ritmo: el cambio
climático. Me limitaré a señalar lo que eminentes científicos y
expositores de relieve mundial han explicado a través de documentos
y filmes que nadie cuestiona.
Es bien conocido que el gobierno de Estados Unidos
se opuso a los acuerdos de Kyoto sobre el medio ambiente, una línea
de conducta que ni siquiera concilió con sus más cercanos aliados,
cuyos territorios sufrirían tremendamente y algunos de los cuales,
como Holanda, desaparecerían casi por entero.
El planeta marcha hoy sin política sobre este grave
problema, mientras los niveles del mar se elevan, las enormes capas
de hielo que cubren la Antártida y Groenlandia, donde se acumula más
del 90 % del agua dulce del mundo, se derriten con creciente ritmo,
y ya la humanidad, el pasado 30 de noviembre de 2011, alcanzó
oficialmente la cifra de 7 mil millones de habitantes que en las
áreas más pobres del mundo crece de forma sostenida e inevitable.
¿Es que acaso los que se han dedicado a bombardear países y matar
millones de personas durante los últimos 50 años se pueden preocupar
por el destino de los demás pueblos?
Estados Unidos es hoy no solo el promotor de esas
guerras, sino también el mayor productor y exportador de armas en el
mundo.
Como es conocido, ese poderoso país ha suscrito un
convenio para suministrar 60 mil millones de dólares en los próximos
años al reino de Arabia Saudita, donde las transnacionales de
Estados Unidos y sus aliados extraen cada día 10 millones de
barriles de petróleo ligero, es decir, mil millones de dólares en
combustible. ¿Qué será de ese país y de la región cuando esas
reservas de energía se agoten? No es posible que nuestro mundo
globalizado acepte sin chistar el colosal derroche de recursos
energéticos que la naturaleza tardó cientos de millones de años en
crear, y cuya dilapidación encarece los costos esenciales. No sería
en absoluto digno del carácter inteligente atribuido a nuestra
especie.
En los últimos 12 meses tal situación se agravó
considerablemente a partir de nuevos avances tecnológicos que, lejos
de aliviar la tragedia proveniente del derroche de los combustibles
fósiles, la agrava considerablemente.
Científicos e investigadores de prestigio mundial
venían señalando las consecuencias dramáticas del cambio climático.
En un excelente documental fílmico del director
francés Yann Arthus-Bertrand, titulado Home, y elaborado con
la colaboración de prestigiosas y bien informadas personalidades
internacionales, publicado a mediados del año 2009, este advirtió al
mundo con datos irrebatibles lo que estaba ocurriendo. Con sólidos
argumentos exponía las consecuencias nefastas de consumir, en menos
de dos siglos, los recursos energéticos creados por la naturaleza en
cientos de millones de años; pero lo peor no era el colosal
derroche, sino las consecuencias suicidas que para la especie humana
tendría. Refiriéndose a la propia existencia de la vida, le
reprochaba a la especie humana: "¼ Te
beneficias de un fabuloso legado de 4 000 millones de años
suministrado por la Tierra. Solamente tienes 200 000 años, pero ya
has cambiado la faz del mundo".
No culpaba ni podía culpar a nadie hasta ese minuto,
señalaba simplemente una realidad objetiva. Sin embargo, hoy tenemos
que culparnos todos de que lo sepamos y nada hagamos por tratar de
remediarlo.
En sus imágenes y conceptos, los autores de esa obra
incluyen memorias, datos e ideas que estamos en el deber de conocer
y tomar en cuenta.
En meses recientes, otro fabuloso material fílmico
exhibido fue Océanos, elaborado por dos realizadores
franceses, considerado el mejor filme del año en Cuba; tal vez, a mi
juicio, el mejor de esta época.
Es un material que asombra por la precisión y
belleza de las imágenes nunca antes filmadas por cámara alguna: 8
años y 50 millones de euros fueron invertidos en ella. La humanidad
tendrá que agradecer esa prueba de la forma en que se expresan los
principios de la naturaleza adulterados por el hombre. Los actores
no son seres humanos: son los pobladores de los mares del mundo. ¡Un
Oscar para ellos!
Lo que motivó para mí el deber de escribir estas
líneas no surgió de los hechos referidos hasta aquí, que de una
forma u otra he comentado anteriormente, sino de otros que,
manejados por intereses de las transnacionales, han estado saliendo
a la luz dosificadamente en los últimos meses y sirven a mi juicio
como prueba definitiva de la confusión y el caos político que impera
en el mundo.
Hace apenas unos meses leí por primera vez algunas
noticias sobre la existencia del gas de esquisto. Se afirmaba que
Estados Unidos disponía de reservas para suplir sus necesidades de
este combustible durante 100 años. Como dispongo en la actualidad de
tiempo para indagar sobre temas políticos, económicos y científicos
que pueden ser realmente útiles a nuestros pueblos, me comuniqué
discretamente con varias personas que residen en Cuba o en el
exterior de nuestro país. Curiosamente, ninguna de ellas había
escuchado una palabra sobre el asunto. No era desde luego la primera
vez que eso sucedía. Uno se asombra de hechos importantes de por sí
que se ocultan en un verdadero mar de informaciones, mezcladas con
cientos o miles de noticias que circulan por el planeta.
Persistí, no obstante, en mi interés sobre el tema.
Han transcurrido solo varios meses y el gas de esquisto no es ya
noticia. En vísperas del nuevo año se conocían ya suficientes datos
para ver con toda claridad la marcha inexorable del mundo hacia el
abismo, amenazado por riesgos tan extremadamente graves como la
guerra nuclear y el cambio climático. Del primero, ya hablé; del
segundo, en aras de la brevedad, me limitaré a exponer datos
conocidos y algunos por conocer que ningún cuadro político o persona
sensata debe ignorar.
No vacilo en afirmar que observo ambos hechos con la
serenidad de los años vividos, en esta espectacular fase de la
historia humana, que han contribuido a la educación de nuestro
pueblo valiente y heroico.
El gas se mide en TCF, los cuales pueden referirse a
pies cúbicos o metros cúbicos —no siempre se explica si se trata de
uno o de otro— depende del sistema de medidas que se aplique en un
determinado país. Por otro lado, cuando se habla de billones suelen
referirse al billón español que significa un millón de millones; tal
cifra en inglés se califica como trillón lo cual debe tenerse en
cuenta cuando se analizan las referidas al gas que suelen ser
voluminosas. Trataré de señalarlo cuando sea necesario.
El analista norteamericano Daniel Yergin, autor de
un voluminoso clásico de historia del petróleo afirmó, según la
agencia de noticias IPS, que ya un tercio de todo el gas que se
produce en Estados Unidos es gas de esquisto.
"¼ la explotación de una
plataforma con seis pozos puede consumir 170.000 metros cúbicos de
agua e incluso provocar efectos dañinos como influir en movimientos
sísmicos, contaminar aguas subterráneas y superficiales, y afectar
el paisaje".
El grupo británico BP informa por su parte que "Las
reservas probadas de gas convencional o tradicional en el planeta
suman 6.608 billones —millón de millones— de pies cúbicos, unos 187
billones de metros cúbicos, [¼ ] y los
depósitos más grandes están en Rusia (1.580 TCF), Irán (1.045),
Qatar (894), y Arabia Saudita y Turkmenistán, con 283 TCF cada uno".
Se trata del gas que se venía produciendo y comercializando.
"Un estudio de la EIA —una agencia gubernamental de
Estados Unidos sobre energía— publicado en abril de 2011 encontró
prácticamente el mismo volumen (6.620 TCF o 187,4 billones de metros
cúbicos) de shale gas recuperable en apenas 32 países, y los
gigantes son: China (1.275 TCF), Estados Unidos (862), Argentina
(774), México (681), Sudáfrica (485) y Australia (396 TCF)". Shale
gas es gas de esquisto. Obsérvese que de acuerdo a lo que se conoce
Argentina y México poseen casi tanto como Estados Unidos. China, con
los mayores yacimientos, posee reservas que equivalen a casi el
doble de aquellos y un 40 % más que Estados Unidos.
"¼ países secularmente
dependientes de proveedores extranjeros contarían con una ingente
base de recursos en relación con su consumo, como Francia y Polonia,
que importan 98 y 64 por ciento, respectivamente, del gas que
consumen, y que tendrían en rocas de esquistos o lutitas reservas
superiores a 180 TCF cada uno".
"Para extraerlo de las lutitas —señala IPS— se apela
a un método bautizado ‘fracking’ (fractura hidráulica), con la
inyección de grandes cantidades de agua más arenas y aditivos
químicos. La huella de carbono (proporción de dióxido de carbono que
libera a la atmósfera) es mucho mayor que la generada con la
producción de gas convencional.
"Como se trata de bombardear capas de la corteza
terrestre con agua y otras sustancias, se incrementa el riesgo de
dañar subsuelo, suelos, napas hídricas subterráneas y superficiales,
el paisaje y las vías de comunicación si las instalaciones para
extraer y transportar la nueva riqueza presentan defectos o errores
de manejo".
Baste señalar que entre las numerosas sustancias
químicas que se inyectan con el agua para extraer este gas se
encuentran el benceno y el tolueno, que son sustancias terriblemente
cancerígenas.
La experta Lourdes Melgar, del Instituto Tecnológico
y de Estudios Superiores de Monterrey, opina que:
"‘Es una tecnología que genera mucho debate y son
recursos ubicados en zonas donde no hay agua’¼
".
"Las lutitas gasíferas —expresa IPS— son canteras de
hidrocarburos no convencionales, encalladas en rocas que las
guarecen, por lo que se aplica la fractura hidráulica (conocida en
inglés como ‘fracking’) para liberarlas a gran escala".
"La generación de gas shale involucra altos
volúmenes de agua y la excavación y fractura generan grandes
cantidades de residuos líquidos, que pueden contener químicos
disueltos y otros contaminantes que requieren tratamiento antes de
su desecho."
"La producción de esquisto saltó de 11.037 millones
de metros cúbicos en 2000 a 135.840 millones en 2010. En caso de
seguir a este ritmo la expansión, en 2035 llegará a cubrir 45 por
ciento de la demanda de gas general, según la EIA.
"Investigaciones científicas recientes han alertado
del perfil ambiental negativo del gas lutita.
"Los académicos Robert Howarth, Renee Santoro y
Anthony Ingraffea, de la estadounidense Universidad de Cornell,
concluyeron que ese hidrocarburo es más contaminante que el petróleo
y el gas, según su estudio ‘Metano y la huella de gases de efecto
invernadero del gas natural proveniente de formaciones de shale’,
difundido en abril pasado en la revista Climatic Change.
"‘La huella carbónica es mayor que la del gas
convencional o el petróleo, vistos en cualquier horizonte temporal,
pero particularmente en un lapso de 20 años. Comparada con el
carbón, es al menos 20 por ciento mayor y tal vez más del doble en
20 años’, resaltó el informe".
"El metano es uno de los gases de efecto invernadero
más contaminantes, responsables del aumento de la temperatura del
planeta".
"‘En áreas activas de extracción (uno o más pozos en
un kilómetro), las concentraciones promedio y máximas de metano en
pozos de agua potable se incrementaron con proximidad al pozo
gasífero más cercano y fueron un peligro de explosión potencial’,
cita el texto escrito por Stephen Osborn, Avner Vengosh, Nathaniel
Warner y Robert Jackson, de la estatal Universidad de Duke.
"Estos indicadores cuestionan el argumento de la
industria de que el esquisto puede sustituir al carbón en la
generación eléctrica y, por lo tanto, un recurso para mitigar el
cambio climático.
"‘Es una aventura demasiado prematura y riesgosa’".
"En abril de 2010, el Departamento de Estado de
Estados Unidos puso en marcha la Iniciativa Global de Gas Shale para
ayudar a los países que buscan aprovechar ese recurso para
identificarlo y desarrollarlo, con un eventual beneficio económico
para las transnacionales de esa nación".
He sido inevitablemente extenso, no tenía otra
opción. Redacto estas líneas para el sitio web Cubadebate y para
Telesur, una de las emisoras de noticias más serias y honestas de
nuestro sufrido mundo.
Para abordar el tema dejé transcurrir los días
festivos del viejo y el nuevo año.