(5 de abril de 2011)
En busca de caras nuevas
Convencidos de que no hay una
disidencia verdadera en la Isla, los servicios de inteligencia de
Estados Unidos tienen a los intelectuales y artistas en la mira. Por
eso la CIA depositó sus expectativas en Raúl Capote, pero él no
traicionó sus principios y se convirtió en «Daniel» para la
Seguridad cubana
por MARINA MENÉNDEZ QUINTERO, DEISY FRANCIS MEXIDOR y
JEAN-GUY ALLARD
Cuando
leyeron El Adversario pensaron que él podía ser uno de los hombres
útiles. Raúl Capote buscaba con el libro, esencialmente, homenajear
la resistencia de los habaneros en los años 90. Pero los otros
quisieron presentarlo como un texto «contestatario» y lo lanzaron al
ruedo.
La obra tuvo una gran promoción,
aunque había un tramo entre su visión crítica de una Isla atravesada
por los dardos del período especial, y los planes agresivos que
funcionarios de alto rango de la Sección de Intereses de EE.UU.
preveían para nuestro país. Lo reconocieron apenas el primer día que
tuvieron al autor frente a frente: querían que la gente se levantara
y pidiera una intervención para justificar —como si fueran los
tiempos del Maine— la entrada de los marines.
Ahora, quizá, El Adversario no le
habría «salido» a Capote igual. «Escribir sobre la realidad cubana
de los 90 siempre es muy complejo», sopesa después de estar en un
mundo que le reveló las sucias argucias, ilegalidades e hipocresías
en que se sustenta la hostilidad de la política yanqui contra Cuba.
Siente que sin haber cambiado —porque «siempre he sido
revolucionario»— ya no es el mismo. «Tengo una visión muy diferente
de muchas cosas».
Fue el contrarrevolucionario
Dagoberto Valdés la persona que lo identificó como «candidato», y lo
puso en contacto con la SINA.
Así llegó Capote a aquella suerte de
cena-tertulia en casa de Francisco Sáenz, a la sazón encargado del
área político-económica en la legación estadounidense. Asistían
también Louis John Nigro, entonces segundo jefe de la Oficina, así
como Kelly Keiderling, secretaria de Prensa y Cultura, quien se
sentó a su lado y le dio un tratamiento especial, que se prolongaría
después cuando empezó a visitar la casa de Capote acompañada de sus
hijos.
Callado durante la sobremesa en casa
de Sáenz aquel 14 de mayo de 2004, el escritor escucharía criterios
que le provocaron cierta conmoción.
«Dijeron que hacía falta tomar un
grupo de medidas enérgicas contra Cuba; que esa era la única manera
de hacerla rendir. Que las mismas necesidades harían que la gente
"se levantara". Todos habían estado en países de Europa del Este y
tenían mucha experiencia. Cuba, aseguraron, no iba a ser la
excepción».
No tuvo más remedio entonces que dar
su opinión. «¿Y qué culpa tiene el pueblo cubano? ¿Por qué
recrudecer el bloqueo?», rebatió, con esa imagen de tipo duro;
inconforme pero racional, que poco a poco alentaría las expectativas
de los otros. No obstante, Kelly Keiderling fue consecuente con el
tradicional pragmatismo que caracteriza a la política
norteamericana: «El fin justifica los medios», le lanzó como
respuesta la mujer. Y siguió «atendiéndolo».
Ese fue el inicio de una intensa
etapa de la vida de Raúl Capote, que testimonia el activo papel
subversivo de la SINA dentro de Cuba, y de oficiales de la CIA que
usaron nuestro propio suelo en el reclutamiento de personas «como
él».
MATERIAL DESECHABLE
Usando gorra, pulóver y un jean azul,
como es siempre su atuendo, Capote recuerda nombres, hechos de un
ayer reciente...
Pronto lo convirtieron en asiduo de
la SINA, pero cuidaron de que no se ligara con quienes, ante la
opinión pública internacional, son presentados como «la disidencia».
«Tenían un concepto bastante pobre de
esa gente. Participé en una actividad con los "periodistas
independientes" aunque yo estaba del lado de acá, junto a los
americanos; había una especie de cristal que no les permitía a ellos
vernos a nosotros. Era una videoconferencia, les hacían preguntas y
no sabían responder. De este lado aquello era tremendo: se divertían
viendo cómo trataban de enseñarlos.
«A mí me daba vergüenza porque eran
cubanos, y me molestaba ver a los diplomáticos estadounidenses
riéndose de ellos».
También fue testigo de cómo los
grababan en los actos cuando sus «invitados» echaban la comida en
bolsas de nailon. ¡Y hasta filmaban las disputas por los radiecitos
que regalaba la SINA!
En los años precedentes, el
abastecimiento principal con que la Sección de Intereses surtía a
los grupúsculos se centró en la entrega de literatura subversiva que
«explicaba» cómo se produciría «la transición» al capitalismo, y el
papel que desempeñaría en ese proceso «la sociedad civil».
Después entraron en su apogeo las
denominadas bibliotecas independientes, que empezaban a extenderse
por todo el país con el estímulo que significaba la entrega por la
SINA de muebles, equipos electrónicos y colecciones de distinto tipo
de literatura que disimulaban la verdadera prioridad de cada envío:
los textos sobre la subversión.
A Capote, sin embargo, no lo habían
captado para algo tan elemental. Le reservaban un tratamiento
especial, invitado a actividades de más alto perfil donde había
estadounidenses o diplomáticos de otros países.
La explicación pudo ser la que le dio
un día el funcionario que reemplazó a Keiderling en la secretaría de
Prensa y Cultura, en el año 2005: Drew Blakeney, un hombre de
formación militar que llegó a depositar en él mucha confianza. Le
confesó que «a esta gente la necesitamos para armar bulla, mientras
personas como yo —supuestamente—, podíamos hacer el trabajo que a
ellos les interesaba para tumbar la Revolución.
«Drew quería convencerme de que "la
solución" para Cuba era la intervención norteamericana. Su línea era
que surgiera un Gobierno provisional que solicitara la ayuda militar
de Estados Unidos; ese sería el momento.
«Y necesitaban a una persona capaz de
asumir ese papel en caso de que la Revolución se desmoronara, porque
no confiaban en esos personajes; para ellos eran material
desechable».
Por ahí andaban las tareas que le
tenían reservadas.
BRINDIS POR LA CIA
Aunque utiliza a fundaciones pantalla
como la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU. (USAID
por sus siglas en inglés) y al Fondo Nacional para la Democracia (NED)
para dar un viso legal a sus acciones, la CIA no ha renunciado a
involucrar a sus oficiales directamente en el terreno.
Muchas experiencias hay de su trabajo
sucio, y nuevos detalles quedan al desnudo cada vez que alguien
hurga en uno u otro movimiento desestabilizador que haya decapitado
a un incómodo Gobierno, o cercenado algún proceso emancipador.
Su brazo largo estuvo en las
denominadas revoluciones de terciopelo que desmembraron al llamado
campo socialista europeo, y ahora mismo se revela su labor de zapa
en Libia.
Considerada por los yanquis como su
traspatio, América Latina ha sido una de las regiones que mejor
puede testificar su injerencia criminal, solapada o descubierta. Fue
promotora del tenebroso Plan Cóndor, y del Irangate, que dio
sustento a la contra nicaragüense en la década de los 80.
Cuba ha constituido para la CIA una
obsesión desde 1959. Ni la agresión directa ni los actos terroristas
les han dado resultados. De ahí el importante papel que sucesivos
Gobiernos estadounidenses han concedido a la subversión interna.
Un elemento central de su estrategia
para la Isla radica en la certeza de que no existe una oposición que
tenga un reconocimiento social, ni cabecillas capaces. Saben que
necesitan caras nuevas.
Ello estaba en el pensamiento del
oficial CIA Rene Greenwald desde antes del momento del 2006 en que
se apareció en casa de Raúl Capote. Llegó a convertirse en uno de
los contactos de afuera que lo atendería con más asiduidad,
haciéndole llegar los pedidos o «las ideas» que debía poner en
práctica.
El oficial de vasta experiencia en
Latinoamérica, vinculado a los regímenes represivos de las décadas
de 1970-80, sería también quien lo «reclutaría».
Ello ocurrió aquel mismo día en el
hogar del escritor, cuando lo miró seriamente para confesarle,
solemne: «Yo trabajo para "el Gobierno" de Estados Unidos. ¿Usted
está dispuesto a trabajar para nosotros?», dijo, y luego mencionó
«la Organización». Pero como ya se sabía de qué estaba hablando,
abrió dos cervezas, lo abrazó y brindó. Era la cordial bienvenida
que la CIA le daba a Capote. A partir de entonces, para aquellos
sería «Pablo».
HACIENDO CIUDADANOS «DEMOCRÁTICOS»
Por casi dos años había tenido
abiertas las puertas de la Sección de Intereses sin avisar cuando
iba, en una época durante la cual se hicieron frecuentes allí las
sesiones de videoconferencias mientras, del otro lado del
ciberespacio, personajes de universidades estadounidenses seguían
adoctrinando a los representantes de esa sociedad civil que un día
se «levantaría» contra el «régimen».
Ya el diligente Blakeney le había
dado una tarea importante: la conformación de una agencia literaria
que publicaría «a todos» los escritores que lo quisieran, pero que
en verdad solo pretendía manipular la espera de los autores cuyas
obras, por la carencia de papel, aguardaban ver la luz en Cuba.
«Claro que eso de publicarle a todo
el mundo no era real; la intención era que se acercara todo el
mundo. No les importa la cultura cubana y mucho menos que haya un
movimiento cultural real aquí. Lo que querían era tener a las
personas que prepararían las mentes para la Cuba que estaban
proyectando: un país con dirigentes capaces de pedir la presencia de
los americanos».
Luego vino la idea de un Pen Club de
escritores, a uso y semejanza del que hay en Miami. Pero tampoco se
concretó. Y más tarde cayó lo de la fundación Génesis: en principio,
una pretendida organización no gubernamental (ONG).
«Hasta enviaron especialistas a
entrenarme, quienes me enseñaron, por ejemplo, cómo crear un
proyecto, métodos contables, de qué manera podía funcionar una ONG…
Lo que les interesaba era construir "ciudadanos democráticos"»,
recuerda Capote.
Se trabajó muy intensamente en esos
años en la preparación de Génesis. «Pero la cosa se trabó en que
ellos estaban locos porque eso se pudiera legalizar aquí. Siempre
soñaron con la idea de que fuera una operación legal, para poder
maniobrar. Tendría dos agendas: cumplir con su fachada de ONG, y que
bajo esa cobertura yo pudiera organizar un equipo de trabajo para
ese futuro, cuando se dieran las que ellos consideraban "condiciones
objetivas"».
Todavía algún tiempo después, uno de
los que más empuje le puso al asunto fue Marc Wachtenheim,
colaborador de la CIA, y el hombre que hasta 2010 fue el director
del programa Cuba en la Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD),
una ONG fundada por mandato de la OEA que está entre las principales
receptoras de fondos de la USAID.
Wachtenheim veía la cosa a escala
mucho mayor. Su propósito era que Génesis fuera una fundación hacia
la que Capote atraería, entre otros, a intelectuales descontentos.
«Génesis debería ser una suerte de
"génesis" del pensamiento de derecha en el país. Ellos no estaban
hablando del pensamiento de derecha de Miami ni de la "derecha"
tradicional cubana. Pensaban en una nueva manera de proyectar el
pensamiento de derecha, y qué movimiento político podían oponer al
Partido Comunista en Cuba. ¿La que ellos llaman sociedad civil?
Saben que esa variante no existe. Por tanto, llegaron a la
conclusión de que la única manera de enfrentar la Revolución y
derribarla era creando una oposición real».
Hacia ese derrotero iba encaminado,
por ejemplo, el programa de becas anunciado por Estados Unidos para
los jóvenes cubanos en el año 2008. Un plan gratuito mediante el que
ellos escogerían a los candidatos, con el único requisito de que
debían regresar al país. Se trataba de fabricar allá líderes
opositores que luego nos serían importados.
En la mira no están solo las nuevas
generaciones y los intelectuales sino también los negros, las
mujeres, personalidades del ámbito religioso o de denominaciones
fraternales, como parte de un plan que intenta reproducir en Cuba
fenómenos que son propios de la sociedad estadounidense para
fomentar la división aquí, y potenciar el surgimiento de liderazgos.
LA SINA ¿SE LAVA LAS MANOS?
En
la misma casa del escritor, el experimentado oficial CIA Rene
Greenwald concretó su «captación».
Un día llegó la contraorden a Raúl
Capote: no poner más los pies en la Sección de Intereses, de modo
que ojos indiscretos no lo pudieran comprometer. Ellos lo
necesitaban «limpio» para hacer su trabajo de subversión entre los
jóvenes; aprovecharían que era profesor de una facultad de la
Universidad de Ciencias Pedagógicas, y sus contactos como ex
dirigente en Cienfuegos de la Asociación Hermanos Saíz. Estaban
convencidos de que la cultura era la vía para «entrar».
Junto al oficial CIA Greenwald,
también lo atendería a partir de entonces Wachtenheim. Robert Balkin,
un estadounidense que residía en México y trabajaba para una filial
de la Universidad de Nueva York, sería igualmente un eslabón
cercano.
Uno
de los medios entregados a Capote fue el BGAN, que le permitía
comunicarse de modo
seguro, sin usar las redes locales ni ser detectado.
Ya le estaban suministrando equipos
de última generación en materia de infocomunicaciones, cámaras
fotográficas, impresoras y otros medios, además de medicamentos. Los
enviados no siempre eran los mismos. Balkin le recalcó que pidiera
todo lo que necesitara. «Solo tienes que mandarnos un correo»,
insistió.
Claro que Capote no enviaría sus
mensajes por el método normal en que lo hace cualquier cubano, sino
utilizando el BGAN, un equipo de conexión satelital para el acceso a
Internet sin usar las redes locales ni ser detectado.
«Es una vía de comunicación rápida
que me permitía acceder adonde quisiera y comunicarme con ellos.
Siempre te exigían usar el sistema de encriptamiento. Me enseñaron
incluso a colocar información en el píxel de una fotografía, para
que nadie la pudiera detectar. O en una nota musical dentro de un
archivo de sonido. Y me explicaron que yo era un "privilegiado"
porque ese equipo era una cosa secreta; algo que en sus inicios
estuvo previsto para el uso militar».
En abril de 2008 se lo llevó a su
propia casa James Benson, en ese momento, primer secretario
político-económico de la SINA. «Mira, yo vengo a entregarte lo que
tú estás esperando», le dijo.
Le pedían mucha información. Marc
Wachtenheim, por ejemplo, estuvo muy interesado en saber cómo la
gente en Cuba obtenía las antenas parabólicas, cuántos las usaban y
la manera de extenderlas.
Con
distintos emisarios, la CIA le envió modernos medios de
infocomunicaciones además de cámaras fotográficas, impresoras y
otros implementos.
Después de eso le empezaron a
solicitar criterios sobre la manera en que pensaban los
intelectuales. «Querían saber también qué opinaban los nuevos
empresarios: si ellos creían que Cuba debía cambiar, qué idea tenían
del país».
En un momento determinado le
orientaron retornar a la Universidad, donde ya no estaba «porque se
dieron cuenta de que era donde yo podía hacer una labor efectiva.
«La idea no era únicamente que yo
fuera profesor, sino que lograra llegar a ocupar cargos. Les
interesaba que trabajara en la Extensión Universitaria, y habían
prometido apoyarme con recursos para competencias deportivas y todo
lo que hiciera falta en la esfera cultural».
El BGAN fue, en efecto, un medio de
comunicación seguro hasta que apenas en diciembre pasado, en una
breve conversación vía Internet por medio del chat, Wachtenheim
enviaría a Capote un aviso urgente: deshacerse del «aparato» aquel.
«Nunca lo uses más (…) Si te lo
encuentran, se complicarían las cosas para ti, para nosotros, y para
alguien más que está preso», le advirtió en evidente alusión al
denominado «contratista» estadounidense Alan Gross, pocas semanas
antes de que se iniciara su juicio en La Habana.
SULLIVAN EN LA OSCURIDAD
Para entonces, nuevos oficiales de la
Agencia Central de Inteligencia lo habían contactado. Como una noche
de octubre de 2008 en que Anthony Boadle, entonces corresponsal-jefe
de la agencia Reuters, lo invitó a una recepción en la Embajada de
Alemania. Alguien importante de la SINA se le acercaría; sin
embargo, Capote esperó inútilmente.
Nadie se dirigió a él hasta que el
propio periodista que lo llevó le conminó a retirarse juntos y,
saliendo de su escondite en la oscuridad, emergió la figura
misteriosa que le había sido anunciada… Montó con ellos al auto y,
entre otros temas, le preguntó al escritor si le habían publicado
sus libros y lo relacionado con una posible «transición», así como
«el papel que Raúl Castro podía desempeñar en ese "cambio" en Cuba».
También quería saber el rol que los intelectuales jugarían en ese
momento.
Capote siempre se quedó con la
sensación de que el sujeto debía darle un mensaje o encomendarle
alguna misión, pero no se decidió. Antes de bajar del carro, el
desconocido le dejó la tarjeta con un nombre más elocuente que la
escasa conversación que le había brindado: Mark Sullivan.
Su expulsión de Ecuador algún tiempo
después, en febrero de 2009, le explicaría a Capote por qué fue
antecedido de tanta alharaca su fugaz encuentro en La Habana.
La denuncia del presidente Rafael
Correa acerca de la injerencia del estadounidense en los asuntos
internos de la nación desde su cargo como primer secretario de la
Embajada de Estados Unidos, destapó una olla aún más hirviente:
Sullivan era el jefe de la Estación CIA en aquel país.
LA OPORTUNIDAD DE SERVIR
A esas alturas, la CIA había
experimentado ya otro de sus grandes desencantos en Cuba. Poco
después del 31 de julio de 2006, cuando la Proclama del Comandante
en Jefe al Pueblo de Cuba dio a conocer su enfermedad y el traspaso
temporal de sus funciones, Drew Blakeney llamó a Raúl Capote
urgentemente.
El país respiraba tranquilidad, y las
expectativas de quienes en Miami y Washington habían apostado por la
desestabilización, estaban frustradas.
Faltaban escasos días para el 13 de
agosto, que marcaba el 80 cumpleaños de Fidel, cuando el diplomático
yanqui le adelantó que el contrarrevolucionario Darsi Ferrer «se iba
a "inmolar" lanzando un comunicado para, supuestamente, levantar a
todo Centro Habana, y que llamaría a una huelga general».
Entonces le orientó a Capote redactar
un texto que llamara a «la unidad, a una concertación de partidos
"por la democracia"».
Pero nada de eso ocurrió. El
«levantamiento» solo era posible en las mentes calenturientas de los
de la CIA, la derecha de Miami y la Casa Blanca, quienes se quedaron
esperando una excusa que les propiciara una intervención en Cuba.
«Sé que cuando se habla de John
Quincy Adams, los jóvenes creen que eso es una cosa del 1700. Mucha
gente piensa que la idea de la anexión pasó. Sin embargo, yo les
puedo asegurar que es algo muy actual», asevera Capote.
Siete años después de convertirse en
el agente Daniel de la Seguridad, considera que no ha hecho algo
sobrenatural. «No todos los hombres tienen la oportunidad de servir
a su pueblo, a la Patria, de esta manera», considera. «Nosotros nos
entregamos a esto para mis hijos y para los hijos de todos los
cubanos».
Ahora, cuando vuelve al aula de
manera abierta y sin tener que fingir, siente el compromiso tremendo
de continuar desde allí. «Es muy importante la batalla ideológica:
la lucha que hay que librar hoy es esa. Trataré de usar mi
experiencia de todos estos años para llevarla a mis alumnos y
enseñarles la Historia de Cuba. Es una tremenda responsabilidad,
pero quiero consagrar mi vida a eso: a los jóvenes».
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