(29 de marzo de 2011)
Falso ropaje
Enmascaradas con una fachada «humanitaria»,
algunas ONGs son utilizadas en acciones de subversión directa contra
Cuba. José Manuel Collera Vento, el agente Gerardo de la Seguridad
del Estado, pone al descubierto los intentos por penetrar la
comunidad religiosa
por
DEISY FRANCIS MEXIDOR, MARINA MENÉNDEZ QUINTERO y JEAN GUY ALLARD
Sabía desde el principio que detrás de aquella búsqueda
insaciable por conocer sobre presuntas necesidades materiales había,
como se dice en buen cubano, «gato encerrado». Su olfato de viejo
agente le indicaba hacia un punto indefinido todavía; el asunto era
averiguarlo.
El
agente Gerardo junto a Marc Wachtenheim, durante una de las visitas
de este colaborador de la CIA a Cuba.
Todo comenzó a finales del año 2000, cuando José Manuel Collera
Vento fungía al frente de una institución masónica por medio de la
cual se le acercaron personas procedentes de Estados Unidos que le
fueron presentadas por el ciudadano Gustavo Pardo Valdés.
Aparentemente los unían sentimientos afines ligados a la
organización fraternal, y se vincularon con él interesadas en
promover un proyecto humanitario. «Sin embargo, en la marcha de esas
relaciones se hizo evidente que había otros propósitos».
Enseguida fue notorio que esos individuos «tenían una gran
influencia y presencia en los medios sociales, culturales y
políticos de aquel país». Pero lo que le llamó la atención fue que
la masonería no constituía realmente el nexo que los vinculaba.
La
bancada republicana del Senado estadounidense
le otorgó a Collera la
Medalla de la Libertad por
los «servicios prestados». Lejos estaban
de imaginar
que su homenajeado era agente de la seguridad cubana.
Además, ¿por qué le importaban a la Sección de Intereses de
Washington en La Habana y a sus funcionarios, los términos de esa
«ayuda» que se perfilaba? De una forma u otra, alguno de sus
funcionarios estaba siempre presente en los encuentros con emisarios
de las ONGs que enviarían el soporte humanitario.
Hacia el año 2002 ya los nexos de Collera con la canadiense
Fundación Donner, utilizada por el enemigo para enmascarar el
financiamiento de proyectos subversivos contra la Isla, y la
Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD), un engendro de la
OEA cuyos mayores ingresos proceden de la USAID (sigla en inglés de
la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU.), eran
fluidos.
José
Manuel Collera siempre se ha considerado un martiano fervoroso.
Asistió en reiteradas ocasiones a la SINA junto a directivos de
esas ONGs en tiempos de Vicky Huddleston, James Cason y Michael
Parmly como jefes de la oficina.
Así entabló relaciones con personajes como Curtin Winsor, un ex
embajador de Estados Unidos en Costa Rica que estaba ahora al frente
de la Donner, quien junto al masón Akram Elías, ex Gran Maestro de
la Gran Logia de Washington, le presentaron a Marc Wachtenheim,
colaborador de la CIA vinculado a uno de sus oficiales, Rene
Greenwald. Estos últimos realizaron un estudio minucioso de las
capacidades tecnológicas de las redes cubanas de infocomunicaciones.
Hasta el 2010, Wachtenheim fue el director del Programa Iniciativa
para el desarrollo de Cuba de la FUPAD, también receptora del dinero
del Fondo Nacional para la Democracia (NED).
El caso es que «ellos comenzaron hablando de la informática,
luego de las bibliotecas, de las farmacias independientes, fuera de
los marcos estatales»… y al final Collera estaba sentado en el 2005,
en Washington, delante del halcón Otto Reich, ex subsecretario de
Estado.
La conversación con él fue «básicamente para oír sus opiniones
respecto a la situación en Cuba. Se interesó por el
contrarrevolucionario Gustavo Pardo y por la posibilidad de un
"cambio" que significaba tumbar el Gobierno», aunque «temían mucho
que eso fuera de modo brusco porque, a juicio de ellos, tal
coyuntura ocasionaría un éxodo masivo» hacia territorio
estadounidense «que no les convenía».
Como desconocen la real sociedad civil cubana, sus planes
preveían crear otra paralela, en línea con sus intereses subversivos
y en ese contexto, según dedujo, imaginaron que la masonería sería
una confraternidad llamada a emerger con un liderazgo durante la
«transición».
En esa oportunidad sintió que le estaban «dando demasiado
importancia a mi persona» porque los «encuentros iban y venían».
Recuerda que también se entrevistó «en casa de Winsor con un enemigo
visceral de la Revolución Cubana: el terrorista Frank Calzón», quien
le comentó de enviarle «medicamentos y medios, sobre todo radios
para captar la onda corta, algo que nunca hizo».
Pero a José Manuel Collera sí le constó que Calzón mantenía lazos
y abastecía a elementos de la contrarrevolución en la Isla como lo
hacía con Pardo, un sujeto que desde joven colaboró con la CIA en
acciones de sabotaje y planes de atentado contra el Comandante en
Jefe Fidel Castro, lo que le valió sanciones de los tribunales
cubanos.
De sorpresa en sorpresa fue Collera durante esa estancia en
Estados Unidos. Lo recibieron hasta en el Consejo Nacional de
Seguridad, donde se dedicaron «solo a escucharme, no daban
opiniones», y eso lo hacía experimentar cierta incomodidad.
Concluyó que, en efecto, trataban de utilizarlo, y buscaban
información sobre el tema que tanto le quita el sueño a quienes, en
Washington, aspiran a revertir la Revolución: su criterio «respecto
a la posibilidad de un cambio en Cuba y cuál sería la situación
objetiva para lograrlo».
Por otra parte, en sus encuentros pudo constatar la convicción
del Gobierno estadounidense de que «no hay líderes dentro de la
denominada disidencia porque, en primer lugar, las cabezas visibles
carecían de reconocimiento dentro de la pequeña comunidad de los
"opositores", y porque no constituyen una realidad política».
EL CUARTICO ESTÁ IGUALITO
La llegada al poder de una administración demócrata no representó
transformación alguna para las deterioradas relaciones entre Estados
Unidos y Cuba.
El presidente Barack Obama, aunque ha pretendido dar una imagen
distinta en ese sentido, lo único que ha propiciado son
modificaciones cosméticas; eliminando algunas de las medidas
draconianas que había impuesto George W. Bush y con el empleo de un
tono más bajo en su discurso, ha recrudecido el bloqueo contra Cuba.
Desde su ascenso a la Casa Blanca se incrementaron las multas
contra quienes han intentado flanquear las barreras impuestas por el
cerco económico, lo que indica que esta política sigue vigente con
todo su rigor.
Ahora la confirmación de otros 20 millones de dólares en el 2011
para el espionaje y la subversión en la Isla, ha acercado a Obama un
poco más a los sectores reaccionarios de la derecha en Florida. Su
actuación es consecuente con la herencia del Plan Bush en sus
versiones de los años 2004 y 2006.
Precisamente, el rol que desempeñarían las ONGs para provocar «un
cambio» en Cuba está bien detallado en el capítulo II de aquel
programa anexionista, cuando habla de traspasar «a las
Organizaciones No Gubernamentales e iglesias gran parte de las
responsabilidades que actualmente tiene el Estado socialista en el
aseguramiento de los servicios básicos», y pretende acusar a la
Revolución de no dar respuesta a las necesidades humanitarias más
importantes del pueblo. Para los «ideólogos» de la transición, este
escenario solo se superaría en una era «post Castro».
En cuanto a la FUPAD, su accionar contra Cuba se ha ido
diversificando y extendiendo en sectores como el intelectual y el
religioso. Con los fondos del contribuyente estadounidense,
abastecen a los ciudadanos que intentan captar para la ejecución de
sus proyectos subversivos dentro de nuestro país.
PLANES SINIESTROS
José Manuel Collera iba ganando conciencia de que tales
postulados estaban detrás de las ONGs que se le acercaron. Y sabía
que, en su desesperación por minar el proyecto social internamente,
podían apelar a cualquier método.
El 18 de septiembre de 2006, lo comprobó cuando la Miami Medical
Team Foundation, organización vinculada a la USAID, le propuso que
«buscara a personas de total confianza» para algo gordo. Esa
agrupación intenta sabotear la ayuda internacionalista de Cuba en
otras naciones, promoviendo acciones para la deserción de
especialistas en el sector de la salud.
Una descabellada propuesta le fue realizada a Collera: buscar
gente confiable que debía tener conocimientos en informática y
habilidades para «provocar, con el uso de tecnologías de
infocomunicaciones fuera del control gubernamental, un desorden en
el sistema de computadoras del aeropuerto de Miami y Atlanta»,
aunque le mencionaron «la posibilidad de otras 13 terminales
aeroportuarias con mucho tráfico dentro del territorio de Estados
Unidos».
Se pensaba en un posible ataque cibernético. De concretarse el
siniestro plan que le heló la sangre en las venas, el mundo habría
contemplado un «verdadero desastre», que daría el pretexto para una
intervención directa contra la Isla. «Cuba resultaría acusada, y
tendrían la justificación perfecta para una acción armada "de
respuesta" contra nuestro país».
Dos días después, en un contacto con Manuel Alzugaray, en la
actualidad presidente y uno de los principales ejecutivos de la
Miami Medical Team Foundation, Collera corroboró que se estaba
jugando al duro.
Alzugaray, un individuo que abandonó Cuba al principio de la
Revolución y acumula desde entonces un amplio currículum terrorista,
le comentó que se había creado «un grupo especial en la Casa Blanca
dirigido por la entonces jefa de la diplomacia estadounidense,
Condoleeza Rice, que era apoyado por el Comando Sur y cuyo objetivo
consistía en promover el fin del Gobierno cubano».
Debía seguir, según le orientaron, en la tarea de «organizar la
entrada de "ayuda humanitaria" mediante la puerta de la masonería»,
y a la vez le plantearon un elemento nuevo para precipitar ese
proceso: pasando por encima de su condición de médico, le
participaron la idea de ubicar «las instalaciones científicas y
hospitales en Cuba donde se manejaban isótopos radioactivos», y le
insinuaron que el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología era
un probable punto donde existirían.
La indicación obedecía a la preocupación de las autoridades
norteamericanas de que en caso de una agresión militar a Cuba, sus
tropas pudieran ser afectadas por el uso de las llamadas bombas
sucias radioactivas.
Imaginaba que aquello superaba sus fuerzas y tragó en seco.
¿Hasta dónde eran capaces de llegar estas ONGs con fachada
humanitaria?
Pero aquel día de septiembre también se entrevistó con
funcionarios de confianza de la Rice.
Por supuesto, las preguntas fueron las mismas: ¿Cuál era la
situación en Cuba? ¿Qué podría pasar en un futuro cercano? ¿Cómo
«ayudar» a su institución ante una eventual coyuntura política
vinculada a la «transición»?
Esa propia tarde, durante el traslado al aeropuerto de Miami para
su regreso a La Habana, Collera recibió además la confirmación de
que el jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba lo
vería tras su arribo al territorio nacional para entregarle una visa
permanente, la cual había sido solicitada a Robert Blau, entonces
consejero político económico de la SINA.
Los contactos iban subiendo de nivel y las conversaciones se
vislumbraban siempre más allá de la filantropía.
EL QUE SABE LAVAR Y GUARDAR LAS ROPAS
Durante todo este tiempo, José Manuel tuvo que hacerse de mucho
nervio. No resultaba fácil para él ofrecer un discurso complaciente
y escuchar en ocasiones, sin inmutarse, los planes que se estaban
tramando.
Una vez, incluso, le propusieron que participara en un acto en el
Kennedy Center, de Nueva Jersey, y que en ese marco le entregara un
diploma a Lincoln Díaz-Balart.
Lo presentaron como «un cubano que ahora va a decir aquí lo que
no puede decir allá». Pero se olió una trampa en aquellas palabras y
pensó rápidamente que debía ser cuidadoso en cómo se expresaría.
Entonces tomó el micrófono y, sin dirigirse a alguien en
particular, «les expresé que iba a decir allí lo mismo que podía
decir aquí», para agregar luego una idea que creó la duda entre los
asistentes: «la libertad está dentro de uno mismo, la libertad no
depende del entorno». ¿A qué se refería?, se habrán preguntado.
Sin pérdida de tiempo empezó a «"realzar" la figura de Díaz-Balart»
e ideó en el transcurso de la oratoria la manera de no traicionarse
a sí mismo, «porque ese es uno de los enemigos más encarnizados de
la Revolución Cubana».
La solución que encontró fue calificarlo como «uno de los polos
en un diferendo que existe entre una gran nación y una pequeña
Isla», sin manifestar quién tenía la razón.
Cuando terminó, los presentes lo felicitaron porque «¡contra,
como hablaste bien de Díaz-Balart!». Sin embargo, para el invocado
no pasaron por alto las sutilezas de aquellas palabras y comentó a
los organizadores de la ceremonia que «el "chamaco" sabía lavar y
guardar la ropa».
CERRANDO EL CÍRCULO
Los viajes en uno y otro sentido se incrementaban. Los contactos
también. Collera llegó a realizar alrededor de seis visitas a
Estados Unidos en un breve lapso y era partícipe de los recorridos
de los emisarios y funcionarios de la FUPAD a la Isla.
«Se conversaba mucho allá sobre la ausencia del Comandante en
Jefe debido a su enfermedad», lo que interpretaban como «una buena
coyuntura para promover los pasos hacia "la democracia", pues
consideraban que había "una falta de liderazgo en el país"».
En octubre de 2008, el norteamericano John Heard y el colombiano
experto en logística, comunicaciones e informática Héctor Cortés
Castellanos, ambos emisarios de la FUPAD, arriban a La Habana con el
propósito de «explorar el terreno y no iniciar ningún tipo de
proyecto sin antes tener bien claras las formas de empleo de los
recursos y su manejo», había indicado Wachtenheim.
Ya en suelo cubano, Heard —un graduado en Relaciones
Internacionales que también desde 1983 se había vinculado a la
USAID—, se interesó por conocer los niveles de «"penetración" de la
Seguridad del Estado en los diferentes grupos poblacionales. También
manifestó el deseo de entrevistarse en Pinar del Río con el
contrarrevolucionario Dagoberto Valdés y el consejo de redacción de
la revista Convivencia, de igual perfil. Además, fuimos a ver a un
escritor llamado Raúl Capote», recuerda.
En ese viaje, «a Valdés se le entregó una computadora portátil y
un paquete de medicinas y, a su vez, él sugirió un encuentro con la
contrarrevolucionaria Carmen Vallejo, quien desde 1988 montó un
proyecto de supuesta atención a niños y jóvenes enfermos de cáncer,
con el apoyo material y financiero de la SINA así como de embajadas
europeas».
Pero el haber involucrado a Collera sin la autorización de la
FUPAD en el conocimiento de todos sus conectos en la capital cubana,
le costó a los emisarios que los «sacaran de circulación». Al
parecer «violaron una elemental regla de compartimentación, aunque
ambos tomaron sus medidas de clandestinidad para obtener
información, al estilo de los Servicios Especiales. Por eso
fotografiaron las notas tomadas en los contactos, destruyeron
papeles y ocultaron la tarjeta de memoria de su cámara fotográfica».
En este rol que le iban adjudicando, José Manuel «necesitaba
fomentar contactos personales con gente en todas las provincias
para, llegado el momento, poder activar una red de colaboradores
desde Guantánamo hasta Pinar del Río» cuando comenzara la entrada al
país de la supuesta ayuda humanitaria, que era la fachada de las
ONGs instrumento de EE.UU. para «meter lo suyo». La tónica de la
asistencia siempre llevaría el sello de que se destinaría a las
capas más vulnerables de la población cubana.
A estas alturas, el camino de José Manuel Collera estaba abierto
ante Washington. En septiembre de 2009 lo recibieron en la oficina
del Buró Cuba, perteneciente al Departamento de Estado, cuando fue a
realizar los trámites para la prórroga de su visado. En esa gestión
lo acompañaron Humberto Alfonso Collado, un emisario de la FUPAD, y
Wachtenheim.
Al atenderlo le aseguraron que «no tendría más dificultades para
resolver la visa, y que tampoco eso sería un problema en lo adelante
cuando deseara viajar a Estados Unidos».
CUENTAS CLARAS
En uno de los múltiples encuentros de Collera con Marc
Wachtenheim, este le pidió «una caracterización de la situación
socio política del país y, además, que tratara de lograr el acceso a
un teléfono celular y a Internet para facilitar la comunicación
entre ambos».
Igualmente, le sugirió que «intentara invertir en un negocio
ilegal que le permitiera ganarse unos pesos, tal vez como pantalla
para que pasaran inadvertidos los pagos que recibía a través de la
FUPAD».
Eso sí, debía mantener al día sus cuentas, incluso el director
del Programa Cuba de la Fundación le orientó que mandara los vales
de gastos, como lo instruyó el 3 de marzo de 2009.
La última vez que José Manuel vio a Wachtenheim, en diciembre de
2009, este le dejó «cien euros para gastos personales, un disco
externo, un escáner y el teléfono celular que utilizó durante su
estadía en la Isla con un saldo de más de cien dólares de crédito».
Por los intereses demostrados y sus posibilidades, a Collera no
le quedaron dudas de que estaba ante un agente de la CIA, y que la
«supuesta ayuda humanitaria estaba permeada, controlada,
fiscalizada, dirigida y monitoreada» por la Sección de Intereses de
Estados Unidos en La Habana, de un modo que «nada tenía que ver con
nuestra realidad institucional».
Tanto era así que, previo acuerdo con el funcionario de la SINA
Joaquín Monserrate y con Wachtenheim, los emisarios de la FUPAD
sostuvieron una reunión el 4 de diciembre en la Oficina de
Intereses, para analizar la marcha de sus proyectos subversivos.
Sobre la palestra estaban, entre otras tareas orientadas a
Collera dentro de la masonería, «crear una red de computación con
acceso a Internet que permitiera la comunicación con el exterior y
un detalle significativo: debía estar fuera del control de las
autoridades cubanas; impulsar las denominadas bibliotecas
independientes; darle luz verde al suministro de medicamentos a
través de unas llamadas mini farmacias, y organizar conferencias
sobre temas específicos.
«Ellos financiarían los viajes dentro y fuera del país, y
ayudarían a modernizar los medios de impresión de la Gran Logia de
Cuba».
Wachtenheim le prometió que volvería para unas actividades de la
masonería a principios de 2010; sin embargo, recibió una sorpresiva
llamada telefónica en la que le informa sobre la suspensión
momentánea de todos los planes. «No hace mucho tuve un nuevo
contacto con él. Me comentó que ya estaba fuera de la FUPAD, pero
que estaba realizando el mismo trabajo y para eso crearía su propio
grupo, lo cual le daría más independencia».
CARA A CARA
José Manuel Collera Vento es médico pediatra de profesión,
graduado en 1970. Pinareño de nacimiento. Hijo de campesinos.
Cumplió misión internacionalista en Angola entre 1983 a 1985. Fue
directivo de la Gran Logia de Cuba, institución en la cual ocupó
distintas responsabilidades a partir de 1975, y llegó a presidirla
en el 2000. En el mismo año ‘75 inició la colaboración con la
Seguridad del Estado.
De acuerdo con la caracterización que se hizo de él se auguraba
que podría convertirse en un gran agente, por sus cualidades
personales y su prestigio dentro de la masonería. Más de tres
décadas después se confirma aquel vaticinio.
Sonríe ante esta apreciación y medio en broma recuerda que «algo
bueno hicimos, porque en Estados Unidos me dieron la Medalla de la
Libertad que se considera, según supe, el más alto "honor" que
otorga la bancada republicana en el Senado».
Durante casi 30 años fue «Duarte» para la Seguridad cubana. Por
cuestiones operativas «hace seis años cambié mi seudónimo y me
dieron a elegir mi nuevo "nombre". Pensé en nuestros cinco hermanos
y en especial en uno. Por eso, a partir de ese momento he sido
Gerardo».
Ahora, cuando las cortinas del anonimato se descorren, dice que
se siente muy tranquilo porque «creo que he cumplido con mi deber,
algo que todos, de una manera o de otra, tenemos la obligación moral
de hacer por nuestra historia tan larga de luchas, que es una sola.
Estoy totalmente comprometido como cubano y como patriota. Soy un
martiano fervoroso y también cespedista. Además, como masón, actué
para proteger a todos aquellos a quienes amo y defiendo». |