(8 de marzo de 2011)
Operación surf
Las redes clandestinas y las conexiones
ilegales a Internet, parte de un plan subversivo contra la Isla que
ya la CIA ha aplicado contra otras naciones. La historia que hoy se
revela es obra de mujeres y hombres de la Seguridad del Estado
quienes, junto a protagonistas del pueblo como el joven cubano
Dalexi González Madruga, confirman que los propósitos de los
enemigos de la Revolución siguen siendo los mismos: destruirla
DEISY FRANCIS MEXIDOR, MARINA MENÉNDEZ y JEAN GUY
ALLARD
Sentado a la entrada del pequeño puentecito que lleva a El
Cayuelo, Dalexi González Madruga volvió a repasar las claves que
debería dar cuando llegara el desconocido: una anunciada presencia
que la noche anterior le había intranquilizado el sueño.
Las
antenas venían camufladas
como tablas de surf.
Hacía rato eran pasadas las 12, y el sol le daba de lleno en el
rostro. Le habría gustado estar allí como los otros, disfrutando la
competencia de surf que alborotaba esa parte del litoral habanero
antes de llegar al poblado de Santa Cruz del Norte, justo en el
camino hacia Matanzas. Pero no debía olvidar las palabras «mágicas»
para cuando el tipo se le acercara.
Llevaba puesto, como le habían indicado, un pulóver blanco, le
había advertido poco más o menos Marcos, el amigo del barrio que
hacía algún tiempo residía en España y lo había metido en aquello,
casi sin contar con él. «Lo importante es que sea blanco el
pulóver», insistió.
Todo había empezado en enero de 2007, hacía alrededor de un año.
Entonces, Marcos solo le anunció que iría un amigo a verlo.
«Atiéndelo, que viene a "ayudar"». Se preguntó para sus adentros en
qué podría auxiliarlo un extraño.
Pensó que sería otra de las cosas de Marcos, tan cambiado desde
que vivía en España, según lo que contó, dedicado a la onda de los
celulares. Últimamente, casi solo eso, la devoción de ambos por la
tecnología y los negocios, mantenía su amistad.
A Dalexi nunca se le ocurrió que Marcos le fuera a enviar a un
tipo tan raro como aquel que tocó a su puerta.
Dalexi,
en una reconstrucción de los hechos.
Todo fueron preguntas extrañas desde que llegó Robert Guerra,
como se le presentó, sin miramientos, el visitante. Lo primero que
llamó la atención de Dalexi fue que le preguntara «si desde su
azotea, en una loma de la Víbora, se divisaba la Sección de
Intereses de Estados Unidos». Ya eso no le gustó.
Por si acaso, él creyó que dejaba bien sentadas sus cartas
credenciales cuando le espetó que no. «Lo que se ve muy bien desde
mi azotea es la Embajada Rusa», le respondió, tajante.
Pero Guerra no entendió… o eso no le bastó. Hablaba claro y
fluido el español aunque tenía acento extranjero y Dalexi se sintió
tan abrumado por la trascendencia inquietante de su diálogo que ni
siquiera le preguntó la nacionalidad. Pronto se dio cuenta que
detrás de esa visita había algo más que cuestiones puramente
técnicas.
La conversación estaba atravesada por dobleces que no pasaban
inadvertidos para un ingeniero en telecomunicaciones como él.
Sin cortapisas, tanto Guerra como Marcos le confiaron que antes
habían recorrido varios hoteles comprobando cómo eran los sistemas
de conexión inalámbrica a Internet porque estaban realizando un
estudio, lo que le despertó más sospechas tratándose, como era el
caso, de un extranjero con pinta de turista. ¿Qué tanto, y por qué
le interesaban al hombre aquel cómo «navegaban» los cubanos?
Robert
Guerra fue el experto de Freedom House que disertó en el evento
sobre ciberdisidencia organizado por Bush el pasado año.
Después fue su insistencia en hablar sobre la manera de conseguir
fácil acceso a Internet que, ¡claro!, es el sueño de cualquiera y
mucho más en un país como este, rodeado por cables submarinos que
posibilitarían a la gente una fácil y rápida salida al ciberespacio,
pero cuyo uso Estados Unidos le tiene vedado por una razón que data
ya de cinco décadas: el bloqueo.
Sin embargo, eso fue solo una suerte de manzana de la tentación.
La puntita del pie de Guerra bajo un faldón lleno de intenciones
aviesas, que se podían materializar instalando todos aquellos
programas que le entregó a Dalexi en CD, plugs, navegadores y otros
medios de lo más avanzado en software, sin que el joven se los
pidiera.
Lo dejó atónito su persistencia con aquello de que «aprendiera a
establecer redes de comunicación entre dos o más edificios por si
"ocurría algo" y era menester mandar alguna información»; podría
decirse que a Guerra lo obsesionaba ese tema. Lo enseñó a entrar a
sitios de la web sin acceso desde las conexiones nacionales,
haciéndolo desde un servidor en el exterior. Además, nadie lo podría
detectar.
También era notorio su deseo de mostrarle la forma de encriptar
mensajes. Incluso, le dejó un disco con aplicaciones capaces de
emitir textos que en las ondas cibernéticas se transmitieran como
algo similar al ruido. Así serían muy difíciles de identificar.
La inclinación de Robert Guerra por lo secreto se abría ante
Dalexi, por el contrario, como una revelación. Le lanzó una nueva
carnada cuando mostró su celular: una creación de los servicios de
inteligencia alemanes que en ese momento acababa de salir al
mercado, y cuyo atractivo mayor era que desde él podían enviar
mensajes cifrados, igualmente en claves no detectables de manera
común.
Evidentemente, Marcos ya había pactado con Guerra cómo meterlo a
él en un trabajo sucio que no le fue propuesto de forma concreta,
pero para el cual le dejaron todas las herramientas… además de la
sugerencia.
Desde luego que no hizo nada. Solo comentó sus preocupaciones con
alguien que las podía despejar ¿Acaso habrían pensado Marcos y
Robert Guerra que el hecho de trabajar «por la izquierda» presuponía
que él podía hacer algo en contra de su país?
Como le instruyeron a partir de este instante, le dio cordel al
extranjero y a Marcos para ver adónde avanzaban. Su vecino llegó a
proponerle, más bien a imponerle, una recepción ilegal.
Marcos, quien ya había retornado a España, le pasó un correo
donde le mandaba ir urgentemente a una localidad remota en Baracoa,
al otro extremo de la Isla, a recoger unas antenas. Lo que más le
sorprendió fue comprobar después que la descripción hecha por Marcos
de aquel sitio intrincado por donde, le advirtió, «no pasa una puta
alma», coincidía con la realidad. Pero de entrada se negó a hacer un
viaje tan largo y peligroso.
Bañado por el tibio sol de marzo de 2008, ahora se encontraba en
medio de una competencia de surf frente a El Cayuelo, parado en una
punta del puentecito con visos de desembarcadero. Por ahí llegaría
el envío. El nuevo «turista» sabría que él era el hombre en cuanto
lo viera con el pulóver blanco.
No pasó mucho tiempo antes de que el sujeto emergiera entre los
surfistas. Recorrió de varias zancadas los 50 metros aproximados del
paso construido con maderas viejas sobre el mar, y se detuvo junto a
él. Era el organizador de la competencia, que promocionaba una
página web. Atlético y rubio, tenía el prototipo y el nombre de un
estadounidense salido de un estudio de Hollywood: «Barry».
Las claves que los identificarían también parecían cosas de un
filme de espionaje, si no fuera porque el fornido émulo de James
Bond que le mandaron, estaba muy nervioso. Evidentemente, sabía que
hacía algo ilegal.
«¿Cómo está el surf al sur de Francia?», preguntó rápido, con
evidentes deseos de terminar pronto. Era la pregunta esperada.
Dalexi le respondió con la contraseña apropiada, y no hizo falta
más.
Fueron hasta el pequeño microbús aparcado a unos metros, y Barry
le entregó las cuatro antenas satelitales, camufladas como tablas de
surf, junto a una verdadera. Muy buen sistema para engancharse al
flujo ilícito a Internet. Con una antena, cada usuario podría
conectar a varias personas para formar aquellas redes que
obsesionaban a Guerra.
ESPIONAJE Y SUBVERSIÓN
Lo que Dalexi ignoraba en un principio era que la estrategia
enemiga intenta minar desde adentro y, al propio tiempo, hacer ruido
con las mentiras afuera. El establecimiento ilegal de redes
clandestinas en Cuba pretende conformar un sistema de comunicación
paralelo y al margen de las instituciones y sus autoridades, que sea
capaz de «levantar» al pueblo de Cuba, en tanto consigue apoyo en el
exterior mediante las campañas que satanizan a su Estado.
Confiesa
Dalexi que se percató que lo querían utilizar y, simplemente, no se
iba a prestar para una actividad de ese tipo. Entonces se convirtió
en Alejandro para el enemigo, y en Raúl para la Seguridad cubana.
No es algo inventado por un novato. Es un modo de hacer
escrupulosamente estudiado por los servicios de inteligencia
estadounidenses, y probado ya con buenos resultados en las llamadas
revoluciones de colores en algunos países del Este europeo y en
Irán. Así se propaló el cuestionamiento al triunfo de Mahmud
Ahmadineyad tras las elecciones del 12 de junio de 2009, y se
soliviantó a la ciudadanía convocándola a manifestarse, mientras se
presentaban esas protestas ante la opinión pública internacional
como expresiones de descontento «espontáneas».
Más recientemente ese modo de actuar se evidenció durante los
levantamientos populares en algunos países de Oriente Medio y el
Norte de África.
Por añadidura, el afán de revertir la Revolución Cubana mediante
la subversión también es antiguo y cuenta con muchos fondos. Los
hechos no son aislados, van cambiando los instrumentos, pero
objetivos y métodos son los mismos.
Una de las principales sufragantes es la USAID (la mal llamada
Agencia para el Desarrollo Internacional), cuya sección
latinoamericana está a cargo de Mark Feierstein, un supuesto
especialista en sondeos de opinión que actuó como jefe de proyecto
de la Fundación Nacional para la Democracia (NED por sus siglas en
inglés) en Nicaragua, en los años 90 y, en el 2002, asesor de la
campaña presidencial del boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada,
refugiado en Estados Unidos porque está acusado en su país de la
masacre de 63 campesinos en el año 2003.
Hoy, exactamente como ayer bajo Bush, la USAID sigue siendo el
dispositivo multimillonario para agredir e intentar desestabilizar,
fragmentar, y anexar a la Isla. Desde su creación, poco después del
triunfo de la Revolución, hasta ahora, nunca ha dejado de ser la
cara visible de la inteligencia yanqui.
Una auditoría interna a su Programa Cuba, en septiembre de 2007,
revelaba que desde 1996, había concedido subvenciones por 64
millones de dólares a unas 30 entidades contratistas.
Los informes publicados ulteriormente revelan que por medio del
anexionista Plan Bush fueron concedidos alrededor de 140 millones de
dólares. Eso, sin contar el dinero asignado en partidas secretas.
A pesar de la reconocida ineficiencia de sus contratistas, la
USAID informó al Congreso y al Gobierno que, en los años anteriores
al 2008, logró infiltrar en Cuba «más de 80 expertos
internacionales», además de entregar diez mil radios de onda corta;
dos millones de libros subversivos y otro material «informativo».
Fue el antecedente inmediato a la agresión cibernética.
Hoy, la USAID se jacta abiertamente de dar «apoyo a las
actividades de extensión de la SINA en La Habana»; de brindar
«programas de acceso a Internet», y reconoce introducir en el país
«dinero, computadoras portátiles de última generación y otros medios
de comunicación».
Para eso emplea vías «directas e indirectas», entre ellas las
remesas, emisarios (mulas), y las embajadas y diplomáticos «de
terceros países» además del otorgamiento de premios internacionales
a blogueros mercenarios.
La lectura de todas las informaciones que rodean las agresiones
de la USAID contra Cuba revela una larga sucesión de actividades
ilegales que van desde los subsidios a ex oficiales de la CIA o a
auténticos terroristas, hasta el tráfico de material electrónico de
última generación, actual obsesión de la agencia.
La práctica sucia de utilizar Internet para la intervención
política viene perfilándose desde hace algunos años, con una
tendencia en aumento a partir de las recientes medidas anunciadas
por la administración de Barack Obama, quien heredó de George W.
Bush la decisión de redirigir los financiamientos para la subversión
contra Cuba, en el ámbito de las telecomunicaciones.
EL FALSO FILÁNTROPO
No era exactamente un benefactor desinteresado el visitante con
perfil de negociante extranjero que se había aparecido en casa de
Dalexi González, dejándole como regalo un maletín lleno de programas
de informática. Su dossier, desconocido para el joven cubano, estaba
demasiado cargado como para que aquel, al menos, no lo olfateara.
Robert Guerra es nada menos que el actual jefe del plan de
agresión cibernética de Freedom House, la misma organización CIA que
desde hace varias décadas encubre operaciones de inteligencia contra
Cuba, con financiamiento de la USAID y por medio de la NED. Un plan
creado por el Centro para una Cuba Libre (Center for a Free Cuba),
del agente CIA Frank Calzón.
El 19 de abril del 2010, fue Guerra quien usó de la palabra como
experto de Freedom House en el evento organizado por esa
organización junto con el Instituto George W. Bush, convocados por
un tema sugerente: el Movimiento Global de Ciberdisidentes, un
producto propagandístico concebido y manejado por la CIA.
Entre la veintena de otros personajes incluidos en los paneles
estuvieron Jeffrey Gedmin, el capo de Radio Europa Libre/Radio
Libertad —dos antenas CIA con largo historial subversivo—; Daniel
Baer, asistente Secretario de Estado para la Democracia, los
Derechos Humanos y el Trabajo; Peter Ackerman, especialista de la
subversión en Europa Oriental; el colombiano Oscar Morales Guevara,
asociado al Programa de Libertad Humana del Instituto George W. Bush;
así como varios mercenarios de la agresión cibernética librada por
Washington en el mundo entero.
Guerra tiene una hoja de servicios bastante característica de
muchos personajes identificados con los servicios de inteligencia
norteamericanos.
Realizó estudios en universidades como la canadiense University
of Western Ontario, de London, Canadá, (1984-1988) y la Universidad
de Navarra, en Pamplona, España, (1991-1996), donde estudió
Medicina, una profesión que no ha ejercido, aunque hizo una
incursión en el mundo de la Salud.
Pero enseguida se orientó hacia la informática, y creó en el
curso de varios años una red de firmas que aparecen y desaparecen;
sin embargo, todas vinculadas con los temas que conformarían su
actual especialidad.
Para ello se construyó poco a poco una imagen híbrida de
especialista de los «derechos humanos» vinculado a la informática.
Se convirtió en experto del uso subversivo de Internet y de la
seguridad en las redes hasta, curiosamente, el manejo de «riesgos»
en las comunicaciones; la censura, el llamado cibercrimen, y en los
métodos para encriptar información, es decir la codificación de los
mensajes.
Según las necesidades de sus tareas del momento, creó entidades
reales o fantasmas hasta fijarse en Privaterra, una «empresa
canadiense» con la cual se apareció en La Habana. Privaterra se
definiría luego como «un proyecto de Computer Professionals For
Social Responsibility, una organización no gubernamental sin fines
de lucro, creada en 1982, cuya base se encuentra en Palo Alto,
California, Estados Unidos de América».
En los últimos años, Guerra ha participado en numerosas
conferencias internacionales, siempre sobre estos mismos temas, y se
vinculó a ONGs o seudo ONGs y «fundaciones» que llevan la marca
inconfundible de los servicios estadounidenses. Logró, incluso,
introducirse en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la
Información-CMSI (ONU) como «asesor» de la delegación canadiense.
Se quitó la máscara en abril del 2009, cuando —ya como jefe de la
subversión informática de Freedom House— hizo declaraciones públicas
difamando groseramente de media docena de países, todos opuestos a
la potencia hegemónica de Estados Unidos en la web, entre ellos
China y Rusia.
Pero es contra Cuba que reserva sus calumnias más sucias. Afirma
que este es el país donde la situación es «más desastrosa» a escala
del planeta, porque prácticamente nadie en la Isla tiene acceso a
Internet, donde «el uso de la red es reprimido ferozmente con leyes
crueles» y demás argumentos regularmente difundidos por los
servicios norteamericanos.
Como es lógico, nunca menciona las medidas tomadas por Washington
para prohibir a Cuba el uso de equipos y softwares de última
generación y las redes de fibra óptica que rodean la Isla, lo que la
obliga a recorrer costosísimas conexiones por satélite.
NAVEGAR OCULTO
Se acusa a nuestro país de negar el libre acceso a Internet, sin
embargo para muchos es casi desconocido que la lenta conexión del
país al ciberespacio no se debe a una disposición del Gobierno
cubano, sino a una cláusula de la guerra económica que por casi
cinco décadas pende sobre la Isla y que imposibilitaba el acceso a
la red controlada por Washington.
Fue a partir de 1996 que se pudo contar con navegación
internacional, pero con un condicionamiento político: forma parte
del paquete de medidas de la Ley Torricelli, de 1992, para
«democratizar la sociedad cubana».
Según la legislación —que aún sigue vigente— cada megabits (rango
de velocidad de conexión) contratado a compañías norteamericanas,
debía ser aprobado por el Departamento del Tesoro; además,
estableció todo tipo de sanciones para quienes favorecieran, dentro
o fuera de Estados Unidos, el negocio electrónico o el más mínimo
beneficio económico de la Isla por este concepto. De manera que toda
la conexión desde aquí se efectúa por satélite, lo que implica más
lentitud y que sea cuatro veces más cara.
En esta incitación a la ilegalidad se promocionan hasta sitios
digitales desde Miami en los que se asegura que son «su garantía
para instalar en Cuba Internet», y entre las bondades afirman
garantizar un servicio satelital de banda ancha, total discreción y
confiabilidad, pues dicen que el «sistema no es detectable y el
plato puede ser camuflado fácilmente», y que los clientes «podrán
navegar abiertamente sin restricciones, ver por cámara a su
familiar, usar skype, montar redes Wi-Fi hasta 20 computadoras por
sistema y conectar llamadas».
NUEVOS MÉTODOS, ESTRATEGIA VIEJA
Desde que los milicianos derrotaron en 1961 a los mercenarios en
Playa Girón, los tanques pensantes de Washington supieron que no
resolverían el problema cubano al estilo de la clásica agresión
militar. La única manera de acabar con la Revolución naciente eran
las actividades encubiertas. Terrorismo y subversión. Que fueran los
propios cubanos los que acabaran con eso desde adentro. Así lo
recogía el llamado Plan Mangosta.
Primero fue la oficialización del bloqueo como una política de
asfixia que ya ellos habían iniciado desde el mismo año 1959, cuando
congelaron el dinero de Cuba en los bancos estadounidenses y le
quitaron la cuota azucarera. A eso le sumaron el racimo de diversas
legislaciones que prohíben cualquier transacción comercial hacia
Estados Unidos de productos que tengan algún componente cubano, y
viceversa. Es una verdadera guerra económica que castiga a terceros
desde que la ley Helms-Burton internacionalizó la obsesión de los
yanquis. Una política que flagela al pueblo cuya «libertad» y
«democracia» dice defender. Se le niega no solo lo último en
medicamentos, sino también se entorpece a su Estado el acceso a un
servicio de información y comunicación casi indispensable para
cualquier ser humano.
En los últimos tiempos, la CIA busca proveer de las conexiones a
Internet a los cubanos que ella selecciona, en función de sus
intereses de inteligencia, a la usanza de las mejores acciones
encubiertas.
Al tiempo que las campañas mediáticas, voraces, satanizan al
«régimen cubano», aquellos planifican que algo tan noble y útil como
la red de redes sirva para instrumentalizar una operación
desestabilizadora que dé al traste con el Gobierno de «los Castro».
Si en los años 70 y 80 del siglo pasado un mensaje cifrado tenía
que ser emitido en clave morse o mediante una radio de onda corta
entrada ilegalmente, ahora no hacen falta esos entuertos. Basta con
aplicar algunos de los programas entregados por Robert Guerra a
Dalexi.
Por otra parte, los agentes encubiertos de hoy están entrando al
país como él y Barry: turistas con gorras y pulóveres coloridos,
portando bajo el brazo una antena disfrazada como una inofensiva
tabla de surf.
LA PATRIA NO TIENE PRECIO
Todavía después de lo del Cayuelo, Dalexi González recibió nuevas
encomiendas. Le orientaron recoger algunos aditamentos que faltaban
a las antenas al céntrico Puente Almendares, donde los encontraría
en una bolsa negra de nailon aparentemente abandonada. Ya no se pudo
negar, así que acudió, buscó y rebuscó arriba y debajo del puente,
entre los matorrales: pero no había nada allá. Luego supo que las
cosas fueron enviadas con otra turista, también estadounidense,
nombrada Margaret… quizá una emisaria de Robert Guerra.
Si algo estuvo claro para Dalexi desde el comienzo, era que
Marcos tenía un fuerte sustento financiero detrás. Velaba porque
cualquier gasto quedara estampado en un recibo que guardaba
cuidadosamente. Aquella gente averiguaba demasiado y gastaba más.
Era muy aparatosa su manera de operar. Y desde el momento en que
conoció a Guerra, supo que lo querían reclutar. Todo funcionaba así,
como un thriller de espionaje para el cual lo probaron varias veces.
«Según se desarrollaban los sucesos, pronto me di cuenta que me
querían utilizar y, simplemente, no me iba a prestar para una
actividad de ese tipo. Entonces me convertí en Alejandro para el
enemigo, y en Raúl para la Seguridad de mi país».
Cuba no está en contra de la tecnología
Cuba no está en
contra del uso de la tecnología, al contrario. El mundo se mueve
a velocidad vertiginosa en esta esfera, pero se requiere orden,
control. Montar estaciones de satélite, necesita licencia,
explica el ingeniero Carlos Martínez, director general de la
Agencia de Control y Supervisión (ACS) del Ministerio de la
Informática y las Comunicaciones (MIC). No se trata de una
exclusividad de Cuba. Es algo que está estipulado de manera
internacional.
Firmada por 189 naciones, la Constitución de la Unión
Internacional de Telecomunicaciones es el texto que funge como
órgano especializado de la Organización de Naciones Unidas
vinculado al tema. Y reconoce en toda su plenitud el derecho
soberano de los Estados a reglamentar esta rama.
Por ejemplo, hay países que cobran el servicio de televisión
que nosotros brindamos gratis a nuestro pueblo. Hay otros que
aplican un impuesto, es su derecho. «Aquí está reglamentado que
todos los servicios espaciales llevan licencia», explica
Martínez.
Es por eso que la ACS lleva a cabo un trabajo muy serio de
detección de estaciones ilegales. En Cuba, el uso del espectro
radioeléctrico está legislado por el decreto 135 de 1986.
Pero, específicamente, en relación con los servicios
espaciales se emitió el decreto 269 del año 2000, vinculado a
las estaciones con acceso a satélites artificiales de la Tierra
que «traten de transmisión hacia esos satélites, de recepción, o
las dos cosas y en cualquier banda de frecuencia que se
empleen».
En el mismo —comenta el funcionario— se norma la
obligatoriedad de obtener un permiso que emite la ACS, de
acuerdo con determinadas reglas técnicas.
Cuba cuenta con medios técnicos modernos para el
enfrentamiento a cualquier tipo de ilegalidad referida al uso de
su espacio radioeléctrico. Es una tecnología cara, pero el país
ha tenido la necesidad de adquirirla, lo que unido, entre otras
medidas, a un cuerpo estatal de inspectores, cierran el círculo
a las violaciones. |
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