Grave amenaza por el Sur (Capítulo
8)
Como parte de la maniobra, debía localizar y capturar la
cárcel de Puerto Malanga, descrita con bastante exactitud en el
documento como una casa recién construida y otra en forma de L
invertida, ubicadas en el nacimiento de uno de los brazos del río La
Plata, en el lugar conocido por los bajos de Jiménez. Una vez tomado
este campamento, el jefe del batallón debía incorporar a los guardias
prisioneros a su unidad y mantenerse operando en toda la zona desde
Jigüe y El Naranjal hasta el firme de la Maestra. En realidad, los
guardias presos eran muy pocos, capturados indistintamente, que en
virtud de los datos que conocieron no convenía liberarlos en ese
momento. La tercera compañía se trasladaría por mar el día 20 a
la desembocadura del río La Plata, donde establecería el punto de
abastecimiento en la retaguardia del batallón. Con tal motivo, se
cursaron el propio día 16 las órdenes pertinentes a la fragata Máximo
Gómez para que continuara su patrullaje de la costa, resolviera el
traslado de la compañía a La Plata y proporcionara el apoyo directo de
ar-tillería que solicitara el jefe del batallón. Al recibir esta orden, el comandante Quevedo, en
consulta con sus prácticos, tomó una decisión que provocaría un cambio
total de la situación operativa en el frente sur en los días siguientes
y, de hecho, salvaría al batallón de caer en la trampa que con tanto
cuidado le habíamos preparado y en la que pusimos tantas expectativas.
Esta decisión, además, introdujo un nuevo elemento de amenaza muy grave
en ese sector, que solo sería conjurada gracias a la actuación rápida y
enérgica de Ramón Paz y sus hombres. Por una parte, Quevedo debió concluir que la ruta
ordenada por el puesto de mando, a lo largo del río Palma Mocha, era
peligrosa y poco practicable. Con muy buen juicio, el jefe del batallón
enemigo seguramente supuso que encontraría resistencia rebelde si
intentaba subir por el río y, en efecto, allí era donde lo estaba
esperando Paz. Pero, además, sus prácticos le debieron informar que, si
uno de los objetivos era ocupar la cárcel rebelde, la ruta indicada
desde Bayamo era muy engorrosa, pues, teniendo en cuenta el lugar donde
se ubicaba esa instalación, la tropa se vería obligada a cambiar la
dirección de su movimiento completamente hacia el Sur después de
alcanzar las cabezadas de La Plata y, de hecho, bajar del firme de la
Maestra. En cambio, debieron proponerle utilizar el trillo que subía al
alto de La Caridad para caer después en El Naranjal, de donde podrían
continuar subiendo por el río La Plata para pasar por la cárcel y seguir
hacia el firme en una misma dirección de avance. Al parecer, convencido por este argumento, el jefe del
batallón optó por esta ruta, poco transitada y menos usual para los
guardias. Se trató, sin duda, de una decisión astuta, pues lo lógico era
pensar que el enemigo buscaría la relativa protección de la fragata a lo
largo del camino de la costa, o bien subiría por el camino más trillado
y, por tanto, más convencional del río. En la prác-tica, con esta
decisión —aunque, lógicamente, Quevedo no lo sabía— la tropa enemiga
cruzaría entre las dos posiciones rebeldes que lo esperaban y seguiría
por un camino en el que, por la extrema improbabilidad de su
utilización, no se había previsto preparar resistencia alguna. Se
libraría así de un golpe demoledor si chocaba con cualquiera de las dos
fuertes emboscadas que teníamos dispuestas. En cumplimiento de la orden recibida, las Compañías
Escuela de Cadetes y 103 del Batallón 18 iniciaron la marcha en
dirección al río Palma Mocha al amanecer del día 18. Llevaron consigo
las arrias de mulos con provisiones para 15 días de campaña. En Las
Cuevas quedó la Compañía G-4, al mando del capitán José Sánchez
González, unidad encargada de trasladarse por mar el día 20 a La Plata y
establecer el punto de abastecimiento del batallón. Avanzando muy lentamente, y con especiales precauciones,
no fue sino en la tarde cuando las dos unidades enemigas llegaron al
río. Habían tomado por el más alto de los dos caminos inferiores.
Cruzaron junto a la escuadra de Teruel, quien había cumplido sus
instrucciones y los dejó pasar sin molestarlos y sin descubrirse. Esa
noche, los guardias establecieron su campamento en El Colmenar, a unos
200 metros apenas de la posición donde Paz los esperaba con los ojos
bien abiertos y los nervios en tensión. Las tropas del Ejército
durmieron mientras los hombres de Paz vigilaban, con la seguridad de que
al día siguiente se entablaría el combate. A las 11:00 de la mañana del día 19, Quevedo reinició la
marcha y realizó entonces el movimiento que tomó por sorpresa a Paz,
Cuevas y los demás jefes rebeldes. En lugar de continuar río arriba o
río abajo, cruzó y comenzó a subir por el camino de La Caridad, con lo
que dejó a un lado y otro las dos fuertes emboscadas. La amenaza
planteada por esta maniobra era gravísima: si la tropa enemiga lograba
coronar el alto de La Caridad, no tendría dificultad alguna para bajar
del otro lado hasta el río La Plata, a la altura de El Naranjal, lo cual
hubiese significado para el enemigo salir por la retaguardia de las
fuerzas rebeldes estacionadas en la playa de La Plata y ocupar una
posición en la profundidad del territorio rebelde. En cuanto Paz se percató de la maniobra realizada por el
enemigo, hizo una rápida evaluación del peligro planteado y decidió
correctamente que era necesario tratar de interceptar a los guardias
antes de que alcanzaran el alto. La única solución era lanzar a sus
combatientes a toda carrera loma arriba y a monte traviesa, a lo largo
de una ruta aproximadamente paralela a la del enemigo, en una feroz
prueba de resistencia física. La orden fue que los de más fortaleza
llegaran antes que los guardias a algún punto del camino donde se
pudiera preparar una emboscada, y comenzaran a combatir en cuanto
hicieran contacto con el enemigo, mientras iba llegando el resto del
pelotón. No había tiempo ni posibilidad de planificar nada más, ni
siquiera de informarme lo que ocurría ni de avisar a Cuevas y a Teruel.
Esta presencia de ánimo, esta energía y decisión de Paz,
y la disciplina, el arrojo y la combatividad de sus hombres, salvó la
situación sumamente peligrosa producida. A toda velocidad, en una
agotadora ascensión rompiendo monte, por un trayecto más largo y más
pendiente, el propio Paz, Ango Sotomayor —su segundo al mando—, Hugo del
Río y otros cinco o seis combatientes lograron salirles adelante a los
guardias y ocupar una primera posición en un recodo pedregoso del
camino, a unos 200 metros del alto. Apenas dos horas después de la orden
de Paz, el pelotón completo estaba reunido de nuevo, y la emboscada
comenzaba a ser debidamente preparada. El enemigo, mientras tanto, había llegado a las casas de
La Caridad poco después del mediodía. Los combatientes del pelotón de
Cuevas que permanecieron allí custodiando las mochilas, intercambiaron
algunos disparos con la vanguardia enemiga y se retiraron monte arriba.
La impedimenta rebelde fue ocupada por los guardias. Saquearon las
mochilas, ocuparon los abastecimientos y dieron candela a todo lo demás.
Sin embargo, esa tarde no avanzaron más y establecieron su campamento
allí, lo cual permitió a Paz preparar con más calma su emboscada durante
toda la noche. La ocupación de las mochilas del pelotón de Cuevas fue
algo que ocurrió muy pocas veces a una tropa rebelde durante toda la
guerra. Semanas más tarde, en Jigüe, a algunos de los guardias
capturados allí se les ocuparon uniformes y otros efectos pertenecientes
a los integrantes de este pelotón rebelde. Mientras tanto, Cuevas, en la playa, conoció del
movimiento enemigo, de la destrucción de su cocina y la ocupación de las
mochilas de sus hombres, por las noticias que le llevó, en el acto,
algún enlace campesino. Envió de inmediato un mensaje a Pedro Miret,
quien me lo trasmitió a las 2:00 de la tarde. Yo lo recibí esa misma
noche, y la noticia se sumó al resto de los hechos desfavorables
ocurridos durante todo el día. Recuérdese, en efecto, que este mismo
"Día-D" el enemigo, además de penetrar desde el Sur hasta La Caridad,
inició con éxito su avance hacia las Vegas de Jibacoa en el frente
noroccidental, y por el nordeste logró llegar a Santo Domingo. Como era lógico, Pedro Miret tuvo muy poca información
de lo ocurrido, y su primer mensaje era bastante preocupante. En la nota
recibida de Cuevas, este decía, naturalmente alarmado, que los guardias
iban en dirección al río La Plata y que no tenía noticias de Paz.
"Parece que los guardias se están moviendo hacia el Naranjal", me
escribió a su vez Miret: "Ya pasaron el río de Palma Mocha y siguieron
por la Caridad. No sé qué ha pasado con Paz". Pedrito sugería en su mensaje retirar a Cuevas de la
posición que ocupaba en Palma Mocha y ubicarlo en el camino que subía
por el río La Plata desde la costa, encima del campo de aviación en la
boca de Manacas, para cubrir, además, un camino que bajaba hacia allí
del alto de La Caridad. Proponía también acelerar el traslado de su
gente hacia Purialón, e informaba que iba a situar algún personal río
arriba para evitar una sorpresa por la retaguardia. Todas estas medidas
parecían acertadas, aunque, en realidad, la decisión más precisa habría
sido cubrir con la tropa rebelde de la desembocadura de La Plata los dos
caminos que bajaban del alto de La Caridad a El Naranjal, y desde este
punto hasta el río, y ordenar a Cuevas o a las unidades rebeldes
situadas al Oeste que ocuparan la posición en la playa y la
desembocadura del río. Por las noticias que trajo el mensajero portador de la
nota, me percaté enseguida de lo ocurrido: el enemigo eludió la trampa
que le teníamos preparada y se escurrió entre las dos emboscadas. Lo que
más me preocupaba era no haber recibido noticias de Paz, y que las
fuerzas de Quevedo no estuviesen ni siquiera localizadas con exactitud.
La situación era extremadamente peligrosa. Hasta ese
momento mi atención había estado concentrada en conjurar el peligro más
inmediato que planteaba la penetración de Sánchez Mosquera en Santo
Domingo, y seguir con inquietud los acontecimientos en el frente de las
Vegas de Jibacoa. Ahora todo eso debía pasar a un segundo plano ante la
urgencia de tomar las disposiciones necesarias en el frente sur. Y, en
situación tan difícil, contaba en La Plata, por toda reserva, con el
fusil y las minas que ya mencioné. Pero aun en estas complejas circunstancias, no podía
perderse la cabeza. Lo más urgente era ubicar la fuerza enemiga y la
posición de Paz, y así lo primero que hice fue despachar un mensajero
con la misión de que localizara a Paz y le llevara nuevas instrucciones.
En el caso de Cuevas, era obvio que si los guardias lograban coronar el
alto de La Caridad, el mantenimiento de su posición dejaba de tener
sentido. Por el mensaje que Cuevas le había enviado a Pedrito, se sabía
que aún estaba posicionado en la desembocadura del río Palma Mocha. Por
otra parte, la presencia de Cuevas en la zona de Santo Domingo era
importante para reforzar ese otro frente tan peligroso. De hecho, antes
de conocer todos estos acontecimientos en el Sur, yo le había solicitado
a Paz que me enviara con urgencia la escuadra de Cuevas, con la
intención de utilizarla en Santo Domingo, donde estaba en ese momento la
amenaza principal. Igualmente, si la información recibida resultaba cierta,
las fuerzas de Pedro Miret tenían que replegarse de inmediato hacia El
Naranjal, no solo para evitar que quedaran del otro lado del enemigo,
sino además para organizar una defensa más concentrada del territorio de
La Plata. En el mismo sentido, las líneas defensivas del sector más
occidental —El Macho, El Macío, La Habanita, Cienaguilla, Cayo Espino—
debían ser replegadas también. Las de la costa ya no tenía sentido
mantenerlas con el enemigo posicionado en el curso superior del río La
Plata. En este mismo sentido, mi segunda preocupación en ese
momento era la necesidad urgente de reconcentrar las defensas en torno a
las instalaciones de La Plata. Recuérdese el mensaje que le envié al Che
la noche del 19, citado en un capítulo anterior, en el que lo puse al
tanto de la situación, del peligro que representaba la presencia de una
tropa enemiga no localizada, y del riesgo de perder el territorio y toda
la infraestructura que habíamos logrado crear con tanto sacrificio —el
hospital, la planta de radio, los almacenes de víveres y parque, los
talleres, en fin, todo—, y le reiteré: "El problema esencial es que no
tenemos hombres suficientes para defender una zona tan amplia. Debemos
intentar la defensa reconcentrándonos antes de lanzarnos de nuevo a la
acción irregular". Siempre quedaba la alternativa de la guerra irregular
con la fuerza multiplicada varias veces y mejores armas, pero sería muy
alto el costo de arriesgar el tiempo histórico de la Revolución y el de
perder las instalaciones creadas. Estaba decidido —y así se lo hacía saber al Che— a
mantener sin variación alguna la estrategia que estábamos siguiendo
mientras quedara una esperanza de conservar en nuestras manos el
territorio de La Plata. En ese mismo mensaje comunicaba al Che que debía
concentrar el personal de Crescencio en el sector occidental del
territorio más amenazado. Este redespliegue significaría el abandono de
la costa al oeste de La Magdalena y de toda la zona de La Habanita, pero
permitiría consolidar la defensa del sector occidental a partir de Minas
de Frío. La infiltración del enemigo planteaba una situación que
no admitía alternativa: la fuerza rebelde en la boca de La Plata
quedaría prácticamente en la retaguardia enemiga. Sobre la base de las
informaciones recibidas hasta ese momento, la retirada de esa fuerza era
imperativa, y así se lo hice saber a Pedro Miret en un mensaje en el que
trataba de infundirle un poco del optimismo, que yo estaba tratando de
conservar, a despecho de los acontecimientos: "La situación es difícil
pero hay que conjurarla". La realidad es que en ese momento no parecían
quedar muchas opciones viables. Sin embargo, una vez más quedaría
demostrado que, tanto en una guerra como la que desarrollábamos, como en
cualquier lucha, aun la situación al parecer más desesperada puede tener
una salida si se conserva la serenidad y no se pierde la voluntad de
pelear. En La Caridad, esa noche, todo permaneció estable. Los
guardias acamparon en la casa del campesino Graciliano Hierrezuelo y en
otra más cerca del alto, a menos de 600 metros de la emboscada de Paz.
Pero todavía yo no sabía nada de esto. Entre la incertidumbre de lo que
estaba ocurriendo en el Sur, la preocupación por la presencia de la
tropa enemiga llegada a Santo Domingo, y la irritación por lo que
consideraba una actuación muy deficiente de los combatientes que
defendían el frente de las Vegas, no sería exagerado decir que esa fue
una de las peores noches de todas las que pasé en la guerra. A eso de las 10:00 de la mañana del día 20 fue cuando
recibí el mensaje de Paz en el que me informaba de la emboscada tendida
cerca del alto de La Caridad. La noticia me tranquilizó un poco, pero
mantuve mi decisión de mandar a retirar a Pedro Miret de la
desembocadura de La Plata. Por otra parte, me fui dando cuenta de que si
los guardias lograban alcanzar El Naranjal no era tan grave la
situación, pues sería muy difícil que pudieran continuar avanzando o
siquiera salir de ese lugar. En La Caridad, el enemigo comenzó a avanzar poco después
del amanecer del día 20, y alrededor de las 9:00 de la mañana hizo
contacto con la emboscada de Paz. En el fuerte tiroteo que se produjo,
los guardias utilizaron todo lo que tenían, pero tras media hora de
combate el enemigo se replegó a su punto de partida. Durante todo el
resto de la mañana los morteros se mantuvieron disparando contra la
sólida posición rebelde. En esa ocasión, un morterazo hirió gravemente a dos
combatientes rebeldes: Fernando Martínez y su hijo Albio, recién
incorporados a la tropa. El primero moriría allí mismo, mientras que el
segundo sería trasladado hasta el hospital de Martínez Páez, en
Camaroncito, cerca de La Plata, pero todos los esfuerzos por salvarlo
resultaron inútiles. Poco después del mediodía recibí la información de Paz
acerca de este primer combate y del rechazo del enemigo. La acción
decidida de Paz aclaró considerablemente la situación. Ahora lo que
importaba, ante todo, era impedir que los guardias siguieran avanzando
en la dirección que habían tomado. Partiendo de la premisa de que Paz
mantendría su posición y lograría rechazar definitivamente al enemigo, a
Quevedo le quedarían dos opciones para tratar de cumplir la misión
encomendada: la primera sería continuar en busca del alto de Palma
Mocha, o sea, proseguir en la dirección originalmente prevista en la
orden de operaciones; la segunda, retroceder hasta la costa, reembarcar
y volver a desembarcar en otro punto, que por toda lógica no podía ser
más que la playa de La Plata. Como es natural, yo no sabía en ese
momento que Quevedo había de-sestimado la ruta indicada desde el puesto
de mando de Bayamo, lo cual hubiese sido un elemento adicional a favor
de la segunda variante. Pero, no obstante, poniéndome en su lugar, había
llegado a la conclusión de que lo más viable era intentar un nuevo
desembarco. En vista de este análisis, después de recibir el primer
mensaje de Paz, mandé a Miret a reforzar con 10 hombres bien armados la
posición de este en La Caridad, y que con el resto de su personal
regresara río abajo lo más cerca posible de la playa y continuara
fortificando el camino del río La Plata. Mi intención era crear de nuevo
las condiciones para resistir palmo a palmo el avance enemigo que, con
seguridad, se produciría a lo largo de ese río. A Paz le contesté: No sabes el valor que tiene en estos instantes haber
rechazado a los guardias por ese camino. Te felicito por el acierto y
por la acción a lo igual q. a los bravos compañeros que están contigo.
Esto nos permite mejorar una situación q. parecía difícil si los
guardias hubieran llegado a Naranjal. Realmente, la actuación de Paz y de sus hombres fue
excepcional durante todos estos días. Con su rápida y decidida respuesta
a la sorpresiva maniobra enemiga, Paz demostró sus extraordinarias
condiciones como táctico, como jefe y como combatiente. En ese mismo
mensaje le informé del refuerzo que estaba orientando enviarle y de otra
escuadra de ocho hombres que despaché a reforzar la posición de Roberto
Elías en el camino del alto de Palma Mocha. Mientras tanto, después del mediodía, los guardias
realizaron un nuevo intento de romper la defensa de Paz y sus
combatientes en el alto de La Caridad. Se produjo otro intenso combate,
en el que esta vez el enemigo actuó con mayor habilidad y trató de
flanquear las posiciones rebeldes. Sin embargo, de nuevo la aguerrida
tropa de Ramón Paz, inspirada por el éxito de la acción de la mañana y
por el aliento que recibió de su jefe, contuvo el avance y rechazó a la
fuerza enemiga, mucho más numerosa, mejor armada y provista de abundante
parque. En esta segunda acción, los guardias sufrieron varias bajas
entre muertos y heridos, y ningún rebelde fue siquiera herido. Una vez
más se demostraba que una moral invicta y una voluntad decidida
convertían a nuestra guerrilla en una fuerza prácticamente invencible y
capaz de mantener una posición bien escogida y preparada. Ese mismo día comenzó a cumplirse la otra parte del plan
original del mando enemigo, es decir, el desembarco previsto en la playa
de La Plata de la Compañía G-4 del Batallón 18, la que debía servir de
apoyo logístico a las otras dos, cuya misión era penetrar en profundidad
en el territorio rebelde. La desembocadura del río La Plata era uno de los lugares
fortalecidos de manera especial a lo largo de toda la costa, pues
siempre tuve la certeza de que en algún momento el enemigo lo
utilizaría, por su posición en la misma base del eje principal de su más
probable dirección de ataque y por sus privilegiadas condiciones
topográficas para establecer un campamento de retaguardia con todas las
ventajas, como cabeza de playa de su ofensiva desde el Sur. Por esa
razón, el grupo rebelde desplegado allí era relativamente numeroso, con
amplias posibilidades de preparar buenas trincheras y reforzado, además,
con una de nuestras dos armas pesadas: la ametralladora calibre 50 que
manejaba Braulio Curuneaux. La posición, como se recordará, estaba a
cargo de Pedro Miret, auxiliado por René Rodríguez y Dunney Pérez Álamo.
Sin embargo, parece ser que la situación de las
posiciones rebeldes en la desembocadura del río había comenzado a
deteriorarse en los días inmediatamente anteriores al desembarco
enemigo. La inactividad y la tensión de los tantos días pasados en
espera de este desembarco, las difíciles condiciones de suministro y la
consiguiente hambre de la tropa, la falta de una disciplina lo
suficientemente estricta como para evitar la aparición de algunas
manifestaciones de desorganización y pequeñas rencillas entre los
distintos grupos a los que les había tocado convivir durante un tiempo
prolongado, provocaron un cierto grado de relajamiento. A estos factores
habría que añadir la indecisión manifestada en ese frente en los
primeros momentos posteriores a la maniobra de Quevedo en dirección a La
Caridad, y la poca agilidad demostrada en el cumplimiento de las
sucesivas órdenes que recibían. Téngase en cuenta la extrema fluidez de
la situación en las últimas 24 horas antes del desembarco, durante las
cuales Pedrito recibió instrucciones mías de replegarse hacia el
interior en el momento en que la situación de Paz era aún incierta, para
luego recibir la orden de ocupar de nuevo posiciones lo más cerca
posible de la playa cuando yo pensaba que ya se habían replegado. Sin
embargo, en la práctica, la situación operativa cambiaba constantemente
y mis órdenes se solapaban sobre las anteriores sin haber sido
cumplidas. Todo esto contribuyó, al parecer, a crear cierta
confusión. El hecho es que, cuando los guardias se acercaron a la costa
e iniciaron la preparación del desembarco, apenas se les dispararon unos
cuantos tiros. Hay que imaginar el daño que hubiera podido hacer un
grupo de rebeldes bien atrincherados, disparando a mansalva sobre los
guardias en la maniobra de desembarco, con el apoyo nada menos que de
una ametralladora 50 en manos de nuestro mejor artillero. Posiblemente,
el desembarco se hubiese llevado a cabo de todas maneras, pero el
enemigo hubiese sufrido un buen número de bajas. Y no es ilógico suponer
que, ante una resistencia organizada y efectiva, el jefe de la compañía
habría desistido. Hubiese sido una tremenda victoria que, junto con la
de Paz en La Caridad, habría compensado con creces el pobre desempeño
rebelde ese mismo día en el frente de las Vegas de Jibacoa. Pedrito me mandó primero un escueto mensaje donde decía
que los guardias habían desembarcado, que Álamo hizo resistencia y se
retiró como se le había dicho, y que toda la tropa estaba ya camino de
Purialón. Me extrañó mucho en esa nota la información de que el
enemigo no le había dado tiempo a nada y que la gente de Álamo estaba
dispersa, lo cual indicaba una retirada desorganizada. Más tarde, recibí un segundo reporte un poco más amplio,
por el que me di cuenta de que las cosas no habían salido como debían.
Sin embargo, la evaluación de Pedrito de lo ocurrido y de la conducta de
los hombres de Álamo, era positiva. Por ese segundo mensaje me enteré
también de que al producirse el desembarco ya René Rodríguez estaba
camino de Jigüe con parte del personal de la playa, lo cual podía haber
contribuido a que ocurriera tan deslucida función en la playa de La
Plata. Tanta insistencia en ocupar posiciones a lo largo del
curso inferior del río, en la boca de Manacas, Purialón o Jigüe, me
hacía pensar que Pedrito no había comprendido bien el sentido de mis
reiteradas prevenciones acerca del curso de acción que debía seguir en
caso de que los guardias forzaran la línea de Paz en La Caridad y
lograran penetrar hasta El Naranjal. En ese caso, no tendría sentido
alguno mantener una tropa más abajo de este punto, máxime después de
producirse el desembarco en la playa. Por eso le reiteré, en la tarde
del día 20, después de haber recibido sus dos mensajes sobre lo ocurrido
en la desembocadura del río, que si el enemigo entraba en El Naranjal
tenía que trasladarse con todo el personal hacia arriba. Y, sobre todo,
le insistí en que hiciera contacto lo antes posible con Paz para que
coordinara su actuación con él. En medio de los peligros de una
situación a cada momento cambiante, me tranquilizaba constatar que Paz
sabía tomar decisiones acertadas de acuerdo con las circunstancias. Por
otra parte, la reunión de las dos fuerzas era necesaria para el plan que
había comenzado a madurar en mi mente. A estas alturas, como dije antes, ya había dejado de
preocuparme demasiado la posibilidad de penetración de los guardias
hasta El Naranjal. Me percataba cada vez más de que, con una resistencia
adecuada, era prácticamente imposible que una columna enemiga pudiera
seguir avanzando más allá. Esa noche ya había iniciado los preparativos
para crear una resistencia, comenzando por colocar minas, que ocultas
tras un matorral, ramas u hojas, podían desbaratar cualquier vanguardia
enemiga que se aventurara más allá de El Naranjal. Estaba casi seguro de
nuestra capacidad de paralizar a los guardias en esa dirección. El
lugar, además, se prestaba no solo para contener a esa tropa, sino
también, para su posible captura. Lo que más me preocupaba esa noche era la situación de
otra tropa enemiga que, según los informes recibidos durante el día,
subía por el río Palma Mocha en dirección a El Jubal, donde de-bíamos
tener la emboscada de Roberto Elías en la casa de Emilio Cabrera.
Resultó que no existía esa pequeña fuerza allí, donde había dado
instrucciones precisas de ubicarla, pero eso no lo supimos hasta el día
siguiente. Esa noche me ocupé de pedirle a Paz un refuerzo para esa
posición y de preparar varios exploradores que al amanecer debían partir
hacia El Jubal a evaluar la situación sobre el terreno. En cuanto a Paz, le ordené que se replegara con todos
sus hombres hacia El Naranjal esa misma noche. Quizás esta orden le
resultase sorpresiva, teniendo en cuenta que durante todo el día había
estado combatiendo exitosamente para impedir precisamente que el enemigo
pudiera cruzar de La Caridad hacia El Naranjal. Pero mi valoración era
la siguiente: si los guardias habían logrado romper la resistencia de
Paz, cosa que yo no sabía todavía, de todas maneras era necesario que se
retirara más arriba de El Naranjal; pero si todavía mantenía su posición
en La Caridad, entonces lo que había que hacer era precisamente dejarle
expedito el camino de El Naranjal para invitarlos a seguir en esa
dirección. Tan seguro estaba de que cae-rían en una ratonera que buscaba
cómo librarles el camino de obstáculos. También en esta ocasión, sin embargo, Paz demostró su
perspicacia táctica. En el mensaje que me envió al día siguiente, me
confirmaba el cumplimiento de la orden de trasladar sus posiciones a El
Naranjal, y me decía: Yo creo que obligando a los guardias a pelear en el
terreno que a nosotros nos conviene, podemos no solo aguantarlos, sino
hacerlos retroceder y derrotarlos. Pienso poner 2 hombres a hostilizarlos por dondequiera
que traten de llegar, pero lejos de la emboscada que les tenemos. La nueva línea defensiva en El Naranjal estaba compuesta
por el personal de Paz, el de Pedro Miret y la escuadra de la
ametralladora calibre 50 manejada por Albio Ochoa y Fidel Vargas. Era
una de las dos que llegaron desde Costa Rica en el avión en que viajó
Miret. Paz dispuso la ubicación del personal de Álamo con la otra 50 —la
de Curuneaux— sobre el camino nuevo, abierto de hecho por los rebeldes,
que comunicaba Palma Mocha y los llanos del Infierno con la zona de
Camaroncito, más arriba de El Naranjal. Esta posición cubría el posible
acceso de una fuerza enemiga desde el curso superior del río Palma
Mocha, en caso de que fuese cierta la información de que una tropa
enemiga se movía río arriba, si era superada la emboscada de Roberto
Elías a la altura de El Jubal. Con ello se evitaría que el enemigo
apareciera por la retaguardia de la línea rebelde en El Naranjal. Ese era uno de los puntos que más me preocupaba en ese
sector a estas alturas de las disposiciones defensivas. Otros dos eran
el camino que subía de la casa de Emilio Cabrera en El Jubal al firme de
la Maestra y bajaba de allí a Santana, sobre el río Yara, más arriba de
Santo Domingo, y el camino de a pie a lo largo del firme de la Maestra,
hacia el Este, en dirección al alto de Joaquín y hacia el Oeste en
dirección a Radio Rebelde y la Comandancia en La Plata. Estos accesos
tenían significación a partir de la premisa que aún no habíamos
desestimado de que existía una fuerza enemiga en el río Palma Mocha,
cuyo destino evidente sería coronar el firme de la Maestra por el
segundo de los caminos que acabo de mencionar, o el de Palma Mocha, por
el camino nuevo, para caer después sobre el río La Plata. La amenaza potencial de esta fuerza en Palma Mocha,
adquiriría significación adicional en caso de que el enemigo intentase
alcanzar el firme de la Maestra desde el Norte, bien mediante el avance
ulterior de la tropa llegada a Santo Domingo o bien mediante el ingreso
de una nueva fuerza procedente de El Cacao o de El Verraco que cruzara
hacia los cabezos del río Yara por San Francisco o La Jeringa. La
primera posibilidad parecía ya a la altura del día 21 bastante
improbable, como resultado de las posiciones de contención colocadas
alrededor de la fuerza enemiga en Santo Domingo. Pero quedaba latente la
segunda variante que, por obvia, siempre fue tenida muy en cuenta por
nosotros en la planificación. En este momento yo pensaba colocar en el
alto de la Maestra, en el punto donde cruzaba el camino de Palma Mocha,
a Cuevas y su gente, con lo cual quedaría garantizada la protección de
esta vía en las dos direcciones. En cuanto al acceso que brindaba el camino nuevo de
Palma Mocha sobre la retaguardia rebelde en El Naranjal, la decisión de
Paz de utilizar a la escuadra de Álamo era correcta. Sin embargo, el
emplazamiento exacto de la emboscada podía ser revisado, para lo cual le
mandé a decir a Paz que yo iría personalmente para ubicar e instruir a
Álamo en la primera oportunidad que tuviese. Con estas medidas —además de la ubicación por el Che del
personal de Raúl Podio, que había estado cuidando la playa de El Macho,
en el alto de Cahuara con instrucciones de vigilar todo el firme al
oeste del río La Plata hasta lo más cerca posible del mar, y del envío
de una posta a cuidar un difícil camino de a pie que subía de frente
desde Jigüe—, la disposición defensiva del sector sur quedaba asegurada.
En el largo mensaje que envié a Paz al mediodía del sábado 21 de junio,
detallaba todas estas posiciones y le incluía unas apreciaciones que es
bueno citar ahora porque sirven de anticipo de lo que iba a ocurrir en
las semanas siguientes: Desde luego, que hay puntos por ahí, donde si los
guardias se meten, lo mejor sería dejarlos, para acabar con ellos ya que
los refuerzos podrían ser cortados por completo. Hay que esperar esa
oportunidad, algunas de las cuales se han presentado ya, no pudiéndose
aprovechar por falta de personal armado. De ahora en adelante hay que matarles la vanguardia
dondequiera que se presenten. La línea ahora, por la Maestra, desde el
Frío, hasta el camino P [Palma] Mocha-Santo Domingo, estará muy difícil
de atravesar. El martillazo grande debemos buscarlo por el Sur. Si logramos llevar adelante estos planes, será una gran
victoria, aparte de que podremos conservar la planta de radio y el
territorio base de aprovisionamiento de armas. Pero el día 21, la fuerza enemiga del comandante
Quevedo, a la que se le dejó expedito el avance en dirección a El
Naranjal, emprendió la retirada de La Caridad de regreso a su punto de
partida en la costa. Al parecer, el jefe del Batallón 18 decidió que la
resistencia ofrecida por los rebeldes a los dos intentos de alcanzar el
firme de La Caridad era lo suficientemente bien organizada como para
impedirle ese objetivo. El propio Quevedo escribió después que pesaron
también en su decisión el hecho de que los mulos que transportaban la
comida de la tropa se despeñaron y que, aun superando la dificultad de
la emboscada rebelde: "no íbamos a tener caminos para continuar". Como justamente evaluaba Paz en el mensaje en el que
informó de estos acontecimientos en la tarde del día 21, "[¼ ] siempre
que ellos traten de subir por un lado y se les haga retroceder es una
victoria nuestra pues se les extravían los planes y ven que no es muy
fácil cruzar por sobre no-sotros". En definitiva, al día siguiente las dos compañías del
Batallón 18 reembarcaron y descendieron por segunda vez, en esta ocasión
en la desembocadura del río La Plata, donde había establecido campamento
la Compañía G-4. En la noche del 21 de junio informé a Paz que debía
subordinar bajo su mando a todo el personal que operaba en el sector
sur, decisión que comuniqué a Pedro Miret, René Rodríguez, Dunney Pérez
Álamo, Raúl Podio y demás jefes de escuadras o grupos estacionados en
diversas posiciones. De todos los cuadros con que contábamos en el
sector sur, Ramón Paz era el que había demostrado no solo más capacidad
como táctico y organizador, sino también mayor decisión y combatividad.
Era, sin duda, el jefe idóneo para ese momento y ese lugar, donde ya
cabía prever la posibilidad de dar un primer golpe contundente al
enemigo. Al día siguiente, domingo 22 de junio, bajé de La Plata
hasta Puerto Malanga. Allí me esperaba Álamo para ir conmigo hasta la
posición precisa en el firme de Palma Mocha donde yo consideraba que
debía ubicarse. Aproveché el recorrido para conocer de manera directa
mayores detalles acerca de lo ocurrido el día 20 en la playa de La
Plata, ya que me parecía muy deficiente la actuación de nuestras fuerzas
en oposición al desembarco enemigo e insatisfactorias las explicaciones
dadas hasta ese momento. De ahí mi insistencia durante estos días en
reivindicar aquella pobre actuación con una resistencia firme y efectiva
al avance que seguramente emprenderían muy pronto los guardias por el
camino del río La Plata. A eso me refería en el mensaje que le envié a
Paz en la mañana del 24 de junio: Sobre el aspecto táctico, te recomiendo que además de
vigilar bien cualquier punto de entrada al Naranjo [El Naranjal] desde
las lomas, insistas con Pedro [Miret] en la necesidad de defender el
camino de la Playa para tratar de que el enemigo no llegue al Jigüe.
Aquella gente, con minas solamente podría detener al Ejército en ese
camino. En ese mismo mensaje le comunicaba la decisión de
trasladar para la zona de Santo Domingo a la escuadra de Roberto Elías y
a la escuadra con la calibre 50 de Braulio Curuneaux, la primera, porque
la posición que ocupaba en la zona de El Jubal perdía importancia tras
la ubicación de Álamo en el camino nuevo de Palma Mocha y de Cuevas en
el firme de la Maestra; y la segunda, porque no era imprescindible para
la defensa del camino del río y, en cambio, podía desempeñar un papel
significativo en el cerco que planeábamos hacerle a la tropa enemiga de
Santo Domingo. Esta ametralladora había participado la noche anterior
en una incursión organizada por Pedrito y René contra el campamento
enemigo en la de-sembocadura de La Plata, durante la cual se dispararon
tres obuses de mortero, 70 tiros de calibre 50 y cierta cantidad de
disparos de fusil, con efectos indeterminados. Tras la acción, el
personal regresó a sus posiciones sobre el camino del río a la altura de
la boca de Manacas, donde había sido preparada nuestra pista aérea. El martes 24 de junio, las dos compañías del Batallón 18
que habían desembarcado primero en Las Cuevas y que, en definitiva,
habían reembarcado en ese punto y desembarcado nuevamente en la playa de
La Plata, el día 22, para unirse a la unidad ya estacionada allí,
iniciaron su movimiento hacia el interior de nuestro territorio a lo
largo del río La Plata, desde su desembocadura. Los guardias no
encontraron resistencia hasta que llegaron a la boca de Manacas, donde
poco después del mediodía chocaron con la emboscada rebelde. Ocurrió un
breve combate con el sorprendente resultado de que nuestra fuerza se
retiró hasta Jigüe y dejó libre el camino al enemigo, en flagrante
desestimación de la consigna de defender el terreno palmo a palmo. En el parte que me mandó ese mismo día Pedro Miret sobre
esta acción refirió una improbable cantidad de 11 bajas fatales hechas
al enemigo, y justificó la retirada con el argumento de que las
posiciones rebeldes estaban a punto de ser copadas, lo cual tampoco
parecía probable dadas las características del terreno en el lugar donde
tenía efecto la escaramuza. Puede comprenderse fácilmente la decepción que sentí al
recibir las primeras informaciones sobre este hecho. De inmediato, antes
de conocer el informe de Miret, despaché al amanecer del día 25 el
siguiente mensaje a Paz, que cito en extenso porque me parece que
explica con exactitud lo que hacía días estaba tratando insistentemente
de llevar al ánimo de los capitanes rebeldes que actuaban en el sector:
Aunque no he recibido todavía el informe de Pedro [Miret],
e ignoro el punto exacto donde va a situarse, me adelanto a exponerte,
que no deben situarse en el mismo caserío de Jigüe, sino lo más abajo
posible, para hacerles la resistencia en el río que es inexpugnable. Yo
estoy seguro de que si defienden el río bien, ellos [los guardias] no
pueden avanzar, y tendrán que intentar entonces avanzar por el firme
donde está Podio, donde solo pueden usar mulos al principio y después
seguir a pie por un trillo muy malo, o inventar otra ruta. Pedrito debe buscar en el río una buena posición
estratégica, de esas que están entre farallones y allí hacer buenas
trincheras de piedra, poniéndole techo de doble hilera de troncos con
piedras arriba, contra la que nada pueden los morteros, única arma con
la que pueden intimidar un poco a los defensores. En los sitios donde
sea posible las trincheras deben hacerse cavando en tierra porque
siempre son mejores, pero siempre poniéndoles techo, como las que
tenemos aquí [en la zona de La Plata y el firme de la Maestra]. Después de la primera línea, deben preparar otra y así
sucesivamente. Insisto en esto, porque sé que es el único método
correcto de hacer la resistencia. Si la gente usara nada más que un poco
la inteligencia yo te aseguro que sería suficiente. Desgraciadamente
suele ocurrir así muy pocas veces. Mi impresión es que esos guardias no pueden sentirse muy
decididos a subir por ese río. Van a inventar alguna vuelta y se les
puede hacer lo mismo que tú les hiciste en la Caridad. El día 25 los guardias ocuparon Purialón sin encontrar
resistencia. La línea rebelde permanecía detrás de Jigüe, con lo cual,
de hecho, se dejaban libres más de tres kilómetros de río y de camino en
los que había infinitas posibilidades de desgastar y, hasta quizás,
detener el peligroso avance enemigo hacia el interior de nuestro
territorio. La creciente insatisfacción que sentía por el desempeño de
la defensa rebelde en la zona del río La Plata me hizo tomar la decisión
ese mismo día de bajar hasta el frente a inspeccionar personalmente la
situación. Como resultado de este recorrido, dispuse esa noche relevar a
Pedrito y a René del mando del personal del río La Plata y designar en
su lugar al segundo de Paz, Fernando Chávez, El Artista, a quien
ascendí en ese momento al grado de teniente, y le ordené reorganizar la
primera línea de defensa lo más abajo posible y cerca de Purialón. La
escuadra de Podio en el firme de Cahuara quedaba también subordinada a
Chávez; este, a su vez, lo estaba a Paz, quien seguía siendo el
responsable de todo el sector. Miret cumplió disciplinadamente, de inmediato, mi orden
de trasladarse con el personal del mortero a la casa del Santaclarero en
La Plata. René, en cambio, dilató la entrega de su fusil a Chávez y su
subida a La Plata, como yo había dispuesto, por lo que dos días después
ordené que se presentase o fuese conducido en calidad de preso a Puerto
Malanga. Al amanecer del 26 de junio, Chávez partió a asumir su
mando y cumplir las instrucciones. Llevaba indicaciones precisas de
preparar sucesivas emboscadas a lo largo del camino del río cada 500 ó
600 metros, tomando en cada caso las medidas convenientes para asegurar
su retaguardia y garantizar su retirada y, si los guardias lo obligaban
a retroceder hasta Jigüe, una vez llegado a ese punto, retirarse en
dirección al alto de Cahuara y preparar una sólida línea de defensa en
el firme. La intención de este último movimiento era doble: por una
parte, tapar el acceso a la Maestra por esa vía y, por otra, poder
utilizar a esa fuerza para atacar por la retaguardia a los soldados en
caso de que prosiguieran su avance por el río La Plata en dirección a El
Naranjal y chocaran allí con la emboscada de Paz. Pero el enemigo no dio tiempo para poder ejecutar estas
órdenes, pues también al amanecer del 26 las dos compañías al mando del
comandante Quevedo reiniciaron la marcha río arriba, y en la tarde
llegaron a Jigüe. Al alcanzar ese lugar, el enemigo había logrado
situarse aproximadamente a mitad de camino desde la costa al alto de La
Plata.
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