El enemigo llega a las Vegas (Capítulo 6)
El 10 de junio, el mismo día que se produjo el desembarco del Batallón
18 en la costa sur, tomé una serie de decisiones para cambiar el
dispositivo de defensa rebelde en la dirección de las Vegas de Jibacoa,
que comenzaba a perfilarse como el siguiente objetivo enemigo en el
sector noroccidental.
El personal al mando de Horacio Rodríguez recibió la
orden de concentrarse en dos grupos: uno de ellos debía cubrir el camino
de La Herradura que subía por el río —donde Cuevas había sostenido la
imprecisa escaramuza del día 9—, y el otro, más numeroso, tendría la
misión de impedir el avance de los guardias por el camino de camiones
que subía desde Las Mercedes hacia las Vegas, atravesando Los Isleños y
El Mango. Como apoyo de este segundo grupo, en su retaguardia, en la
zona de Los Isleños, ocuparía posiciones la docena de hombres que
componían la escuadra de Orlando Lara, que el 3 de junio habían llegado
a las Vegas desde el llano, y se mantenían hasta ese momento en
condición de reserva. Cuevas, por su parte, en vista de la amenaza planteada
en el sector meridional por el desembarco enemigo, recibió la orden de
trasladarse al día siguiente a Mompié, lugar donde yo estaba en ese
momento. Mi intención, como vimos en el capítulo anterior, era darle la
misión de reforzar las líneas rebeldes en la costa, en vista de la nueva
y peligrosa amenaza planteada por el desembarco enemigo. En cuanto a las otras partes de este sector, el personal
de Raúl Castro Mercader y Angelito Verdecia permanecía en sus posiciones
sobre el camino hacia San Lorenzo, y el Che se mantenía desde Minas de
Frío al tanto de la situación en la zona más occidental del frente, que
estaba defendida por los grupos rebeldes pertenecientes a la Columna 7
de Crescencio Pérez. Durante las últimas semanas no se había detenido el
trabajo de preparación de trincheras y otras defensas en todo el sector,
misión que le había sido encomendada a Huber Matos y Arturo Aguilera.
Durante la mañana del 11 de junio, los guardias de Las
Mercedes intentaron mejorar sus posiciones ocupando el alto de Las
Caobas, elevación que domina el camino de carros que sale del caserío
hacia las Vegas, y avanzando nuevamente por el camino de la herradura
del río. Esta vez, sin embargo, Cuevas, quien aún se mantenía en esa
posición pues no había recibido todavía la orden de trasladarse hacia
Mompié, había tenido tiempo de preparar bien su posición. Tuvo lugar un
intenso combate que se prolongó bajo un aguacero torrencial desde las
8:00 de la mañana hasta pasada la 1:00 de la tarde. El enemigo fue
rechazado y sufrió un número indeterminado aunque considerable de bajas.
En el parte de Radio Rebelde sobre esta acción, a la que se denominó
Combate del Potrero de Jibacoa, se mencionaba el dato de que nuestras
reducidas pero aguerridas fuerzas habían gastado solamente 350 balas; no
obstante, ordené al día siguiente a Horacio que registrara con parte de
su personal el lugar donde había ocurrido el combate para tratar de
recuperar el parque gastado, con lo que hubieran podido dejar botado los
guardias en su retirada.
Parece que el efecto del golpe recibido en este combate
inmovilizó al enemigo acampado en Las Mercedes, pues durante los días
siguientes no hicieron ningún nuevo intento, ni siquiera de tanteo o
exploración. Sin embargo, la situación operativa en el sector se
modificó radicalmente con la llegada, entre el 13 y el 14 de junio, de
una fuerte tropa enemiga a la zona de Arroyón. Las primeras noticias al
respecto las recibí el día 14, como siempre, por la vía de Horacio
Rodríguez, quien mantenía abierto un constante y eficiente canal de
información conmigo a través de partes escritos que me enviaba varias
veces al día con mensajeros rebeldes. Se trataba, según supimos después,
de una nueva unidad completa de combate, el Batallón 19, al mando del
comandante Antonio Suárez Fowler, compuesto por tres compañías de
infantería —las números 91, 92 y 93— y una escuadra de morteros, en
total cerca de 400 hombres. La llegada de esta unidad a Arroyón terminó
definitivamente de confirmarme que el siguiente paso del enemigo en este
sector sería el avance en dirección a las Vegas de Jibacoa, con la
intención de ocupar este estratégico lugar. En un mapa puede comprobarse
con relativa facilidad que la única dirección razonablemente factible de
una tropa enemiga estacionada en Arroyón, e interesada en penetrar al
interior del territorio rebelde en la montaña, es la de las Vegas de
Jibacoa. Cualquier otra dirección supone el intento de trasponer el
imponente macizo de la loma de La Llorosa, que cierra de manera
terminante el panorama hacia el sureste; o bien rodear esa montaña hacia
el Este para entrar en Providencia, lo cual carecería completamente de
sentido. De ahí que al recibir las informaciones de Horacio el
día 14, llegué a la conclusión de que el arribo de la fuerza enemiga a
Arroyón significaba que la ofensiva en dirección a las Vegas era
inminente, y que se produciría probablemente sin solución de
continuidad. No sabía en ese momento que el Batallón 19 estaba tomando
Arroyón como base avanzada, y que su siguiente paso demoraría aún varios
días, en espera de la fecha establecida en la planificación enemiga como
"Día-D", es decir, como el día en que sería lanzada la segunda fase de
la ofensiva desde las tres direcciones principales de ataque. Ese día
resultó ser el jueves 19 de junio, cinco días después. Sobre la base de esta apreciación, alerté esa noche
de la inminencia del combate a los dos capitanes que tenían la
responsabilidad de impedir el avance enemigo en esa dirección. A
Lara, en particular, le ordené que avanzara desde sus posiciones en
la retaguardia de las líneas rebeldes y se trasladara a las
posiciones de Horacio. En ese mismo mensaje le incluía un conjunto
de recomendaciones de carácter táctico, teniendo en cuenta que toda
la experiencia combativa de Lara había sido en los llanos del Cauto,
donde surgió como guerrillero, y podía no estar impuesto de algunas
de las particularidades de nuestra lucha en la montaña: Si [los guardias] siguen avanzando déjenlos acercar
bien, explótenles la mina primero para que los sorprendan menos
protegidos y abran fuego luego. Es posible que primero la aviación recorra el camino
disparando. Protéjanse bien en las trincheras sin dar señales de vida
para poder sorprender a la tropa. No hagan fuego aunque ellos vengan
disparando por el camino, hasta que no estén a tiro seguro. No dejes de
usar tú un Garand. También en ese mensaje le anunciaba a Lara mi
apreciación acerca de la situación creada en el sector: "Es muy posible
que mañana se muevan hacia acá, ya no pueden hacer otra cosa". Y
concluía con las únicas palabras de estímulo posibles en esas
circunstancias tan complejas: "Buena suerte a todos". No obstante, partiendo una vez más del principio de
prever todas las variantes posibles de acción del enemigo, ese mismo día
dispuse el envío de una pequeña escuadra de ocho hombres al camino que
subía por La Llorosa, en el punto conocido en la zona como la loma de El
Espejo. Esta escuadra estaba compuesta por cuatro combatientes del
pelotón de Eddy Suñol, posicionado a la entrada de Providencia, dos de
Lara y otros dos enviados de la escuela de reclutas. Al día siguiente, domingo 15 de junio —era el Día de
los Padres— parecieron confirmarse mis predicciones, pues el enemigo
avanzó desde Arroyón por el camino de las Vegas. La gente de Horacio
intercambió algunos tiros y los guardias se retiraron nuevamente.
Una vez más la actuación de nuestros combatientes me dejó
insatisfecho, por lo que disparé otro fuerte regaño a Horacio: Quiero que me expliques por qué no dejaron acercar a
los soldados; en qué fundamentas la necesidad de haberles abierto
fuego a distancia tal que no se pudo apreciar siquiera una baja,
descubriendo la posición y exponiéndola al bombardeo, sin el menor
chance de sorprenderlos la próxima vez. Necesito saber qué razones
tuviste para ello, pues a mi entender no era la táctica correcta, ni
se ajustaba a las instrucciones que mandé con Lara. No me han dicho cuántas balas gastaron, como si
fuera un dato que no interesara para nada; ni tampoco me han dicho,
a pesar de habértelo preguntado expresamente por escrito, si
registraron o no el campo donde pelearon los soldados con Cuevas, y
si encontraron o no balas. Hay cosas que no se explica uno bien en la actuación
de ustedes. Nunca matan un [...] soldado, ni cogen un fusil, tiran
cuando no tienen que tirar y no tiran cuando tienen que tirar [...];
gastan balas y descubren las posiciones. Esa no es forma de hacer la
guerra. ¿Para qué quieren las minas? Ahora los están bombardeando
otra vez, es la consecuencia de lo de ayer; un riesgo que no
compensa los resultados de una escaramuza. Vamos a ver si hacen algo bueno. En realidad, de lo que se había tratado era de una finta
realizada por la Compañía 93, por orden del jefe del Batallón 19, con el
propósito de comprobar si encontrarían resistencia llegado el momento de
la maniobra real. Ese día 15 y el siguiente, la aviación estuvo
particularmente activa sobre las posiciones rebeldes, desatando los
bombardeos y ametrallamientos más intensos y prolongados que habíamos
presenciado hasta ese momento en toda la guerra. Era señal inequívoca,
no solo de que las posiciones rebeldes habían sido localizadas, sino
también, de que el intento de avance hacia las Vegas estaba muy próximo.
En vista de la pobre actuación de Horacio tomé la
decisión, el mismo día de la exploración enemiga, de colocar a Lara en
una posición más avanzada; de suerte, que fuera con él con quien
chocaran los guardias en su avance desde Arroyón. Cumpliendo mi orden,
Lara comenzó de inmediato a fabricar trincheras en la falda de La
Llorosa, frente al camino de Arroyón, con lo cual se colocó, de hecho,
delante y a la derecha de las posiciones de Horacio. El 17 de junio la tropa enemiga acampada en Arroyón
realizó una nueva exploración en profundidad y chocó de inmediato con el
personal de Lara. A los pocos minutos del comienzo de la acción, el
impacto directo de un proyectil de bazuca en la trinchera donde combatía
Orlando Lara hirió gravemente al capitán rebelde. Al principio se pensó
que había sido un mortero caído exactamente dentro de la trinchera, pero
de haber sido así no hubiesen quedado rastros de Lara ni de sus
compañeros. Trasladado a toda carrera hacia las Vegas, recibió los
primeros auxilios en ese lugar, y luego fue enviado a La Habanita. Tras la herida y la retirada de Lara le correspondió
a Horacio hacerse cargo de la situación. En el parte que me envió
horas después explicó que se gastaron pocos tiros —un promedio de
ocho o 10 por combatiente—, que se le hicieron no menos de cuatro
bajas a los guardias, y que estos se retiraron. Además, agregó: [¼ ] no se pudieron dejar que
se acercaran mucho, estaban emplazando la 30 y dos morteros, hubo que
tirarles a una distancia como de 200 metros, los morteros caían en la
posición nuestra. Desde un principio hubo que retirarse pronto del
lugar; tenían la posición completamente localizada. Horacio había dispuesto la retirada de la línea
rebelde unos 300 metros, con lo cual la nueva posición venía a
quedar, aproximadamente, 600 metros más atrás del entronque del
camino de Arroyón con el que venía de Las Mercedes. Respondí a su
información diciéndole que esta vez no tenía nada que objetar a su
actuación, teniendo en cuenta sus explicaciones, y le advertí
nuevamente: Fortifica bien la línea que tienes ahora. Los soldados
se van a creer que estás donde mismo estabas ayer. Procura no descubrir
tu posición hasta que no sea indispensable. [...] Lo que más me satisface de todo es que estés
controlando con tanto cuidado el gasto de balas. Estoy seguro de que luchando con inteligencia no podrán
tomar nunca las Vegas. Necesitamos resistir el tiempo necesario para
recibir refuerzos de armas y cogerlos cansados aquí dentro. El Che, sin embargo, consideró innecesaria la retirada
de Horacio. La inoportuna herida de Lara nos privaba de su presencia en
este delicado sector en el momento crucial que se avecinaba, por lo que
la situación no dejaba de ser preocupante. Al día siguiente todos esperábamos el inicio del
verdadero intento de penetración enemiga en dirección a las Vegas, sin
embargo, la jornada fue de relativa calma en el sector. En Arroyón, la
fuerza acantonada seguía recibiendo refuerzos, entre ellos, una escuadra
de tanquetas, camiones y buldóceres. Era evidente que el enemigo contaba
con informaciones bastante precisas acerca de los preparativos rebeldes
a lo largo del camino de las Vegas, incluidas las zanjas abiertas para
tratar de impedir el paso de los equipos motorizados. El alto mando enemigo había fijado inicialmente la fecha
del 18 de junio como el día del comienzo, en todos los frentes, de la
segunda fase de la ofensiva. Pero la llegada del Batallón 11 del
teniente coronel Sánchez Mosquera a su punto avanzado en El Cacao se
había dilatado más de lo previsto y, como veremos en el capítulo
siguiente, no fue hasta ese propio día cuando alcanzó aquel lugar, desde
donde podría lanzarse al asalto de Santo Domingo, sin duda, el corazón
rebelde en la vertiente norte de la Maestra. El día 18, por tanto, todo estaba finalmente dispuesto
desde el punto de vista del enemigo. Además de la posición favorable de
la fuerza llegada ese día a El Cacao por el sector meridional, el
batallón —desembarcado días antes— había recibido la orden de comenzar a
moverse ese mismo día hacia el interior de la montaña, hasta situarse en
un punto avanzado, desde el que podría también lanzarse al asalto del
reducto rebelde. En el sector noroccidental, dos batallones completos y
reforzados —el 17 en Las Mercedes y el 19 en Arroyón— estaban igualmente
en condiciones de intentar el ataque. A la luz de lo que ocurrió en los días siguientes en
este sector, es bueno detenerse para recapitular la situación operativa.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, en este momento decisivo
de la ofensiva enemiga, con serias amenazas planteadas en no menos de
tres direcciones distintas y peligros de menor cuantía en otros sectores
del vasto frente que debíamos defender a toda costa, contábamos para
ello en la dirección central y noroccidental con poco más de 200 hombres
debidamente armados. Una de mis ocupaciones más constantes, durante todos
estos días previos al comienzo de la segunda fase de la ofensiva
enemiga, fue ir moviendo los puñados de combatientes de que disponíamos
a las distintas posiciones que en mayor medida lo iban requiriendo, de
acuerdo con la urgencia y la gravedad del peligro concreto planteado en
cada caso. En lo que respecta específicamente al sector de las
Vegas, después del desembarco enemigo en el Sur, no me había quedado más
remedio que mover para esa zona a la combativa escuadra de Andrés Cuevas
porque, sin duda, la posibilidad de penetración enemiga en nuestro
territorio desde esa dirección significaba una amenaza mucho más
inmediata y peligrosa. De las escasas fuerzas que defendían en el flanco
nororiental el acceso al firme de la Maestra en la zona de La Plata, no
tenía tampoco de donde extraer personal de refuerzo si, por el
contrario, lo que urgía era fortalecer la defensa en esa dirección.
Camilo, todavía en camino desde los llanos del Cauto, estaba destinado a
esa zona, precisamente por la excepcional significación que tenía el
hecho de mantenerla a toda costa. Por otra parte, a pesar de mi impresión cada vez más
clara de que en el sector noroccidental el enemigo concentraría su golpe
principal en la dirección de las Vegas de Jibacoa, no podía de ninguna
manera desconocerse la presencia del Batallón 17 en Las Mercedes, con la
posibilidad bien concreta de que pudiera intentar un asalto simultáneo
en dirección a San Lorenzo. Por tanto, era impensable debilitar nuestras
líneas defensivas en esa dirección. Como se recordará, el camino de San
Lorenzo estaba defendido a partir de la loma de El Gurugú por las
escuadras de Raúl Castro Mercader y Angelito Verdecia. Otros pequeños
grupos habían sido colocados en la zona de Gabiro y en el camino de
Purgatorio. Unas cuantas decenas de hombres debían mantener estas
posiciones en caso de ataque enemigo en dirección a San Lorenzo, o
incluso, Minas de Frío. No era razonable mover personal de esta zona
para reforzar las líneas de Horacio en la dirección de las Vegas, por
muy necesitadas que estuviesen —como realmente lo estaban— de una
inyección adicional. En cuanto a los grupos de combatientes de la columna de
Crescencio Pérez, la 7, que estaban distribuidos en un buen número de
posiciones a lo largo de la porción más occidental del frente, había que
tomar en consideración varios factores: Crescencio era un viejo luchador
campesino, parte de su columna la integraban vecinos de la zona muy
conocedores de la misma, poseían pocos hombres con armas de guerra, los
cuales siempre incluyo entre los mejores armados de que disponíamos para
luchar contra la ofensiva, algunos muy buenos, como su hijo Ignacio, que
murió más tarde en Jiguaní, casi al final de la guerra. En el frente occidental, por otro lado, estaban
estacionadas unidades enemigas importantes —los Batallones 12, 13 y 16—
que muy bien pudieran participar en la operación múltiple que obviamente
se avecinaba, e intentar alcanzar el firme de la Maestra por la zona de
La Habanita; y, por último, no era posible debilitar sus posiciones para
reforzar las de Horacio, quien, por tanto, tendría que defender el
acceso a las Vegas con los hombres de que disponía en ese momento. La clave estaba en que la resistencia se hiciera con
tenacidad e inteligencia, en un terreno, hasta cierto punto, favorable
al enemigo, en la medida en que le permitía avanzar de manera desplegada
y emplear medios mecanizados e, incluso, artillería de campaña, al menos
en los primeros momentos de su avance. Los puntos fundamentales a defender estaban un poco más
al Este, hacia donde se dirigía, según mi criterio, el golpe principal
del enemigo, y, de ser preciso, concentrar allí el grueso de sus
fuerzas. En la mañana del jueves 19 de junio, en movimiento
coordinado con el avance del Batallón 11 de Sánchez Mosquera hacia Santo
Domingo en el sector nororiental, y la penetración del Batallón 18 de
Quevedo en dirección a La Caridad en el sector sur, los Batallones 17 y
19 emprendieron la ofensiva en dirección a las Vegas de Jibacoa, en el
flanco izquierdo de nuestra línea, cada uno desde sus respectivas bases
en Las Mercedes y Arroyón. En total participaron en la operación hacia
las Vegas más de 500 soldados enemigos, apoyados por varios T-37, por la
aviación y dos baterías de morteros. Los guardias alcanzaron con relativa facilidad el punto
en que se encuentran los dos caminos, a partir del cual unieron sus
fuerzas y comenzaron a avanzar en un frente, relativamente abierto, de
unos 500 metros en total, a los dos lados del camino hacia las Vegas. El
bombardeo de los morteros sobre las posiciones rebeldes era incesante.
Después de tirotear al enemigo durante algunos minutos,
los hombres de Horacio recibieron la orden de retirada y se replegaron
hacia lo que hubiera debido ser una segunda línea defensiva detrás de
Los Isleños y al comienzo de la loma de El Mango. En este lugar las
condiciones para sostener el empuje enemigo eran mucho más favorables,
ya que el terreno se estrechaba entre la empinada falda de la loma de La
Llorosa y el barranco del río Jibacoa, a la izquierda de las posiciones
rebeldes. Los guardias se veían obligados a cerrar su frente de avance y
circunscribirlo prácticamente a unos pocos metros a ambos lados del
camino, lo cual facilitaba la resistencia rebelde. No cabe duda de que
en este lugar había posibilidades de sostener la línea, al menos unas
cuantas horas, y causar bajas al enemigo. Con una preparación adecuada
del terreno y la colocación de minas en el camino para contener el
avance de los tanques T-37, nuestros combatientes habrían podido
cambiar, en cierta medida, el curso de los acontecimientos ese día, si
hubiesen estado dispuestos a hacer una verdadera resistencia. Sin embargo, esta segunda posición fue sostenida por el
personal rebelde muy poco tiempo. La retirada ordenada por Horacio se
prolongó, de hecho, casi sin solución de continuidad, hasta más allá de
la loma de El Mango. Ya en el parte que recibí desde la línea de
combate, poco después del mediodía, Horacio me informaba de lo ocurrido
y de su retirada. Por un mensaje que me envió el Che a las 2:10 de la
tarde confirmé que en su repliegue, Horacio había dejado libre toda la
zona de El Mango y se había colocado del otro lado del río, en la subida
de la loma de El Desayuno. Esto significaba que el enemigo podía
trasponer, sin impedimento alguno, precisamente la zona donde la
resistencia hubiese sido más efectiva. En ese mismo mensaje del mediodía del jueves 19, el Che
me informó de algunas disposiciones adoptadas en el sector, en vista del
repliegue de la línea rebelde hasta la loma de El Desayuno, entre ellas,
la ocupación de los firmes alrededor de las Vegas con algunos
combatientes de la escuela de Minas de Frío. Esa noche me comunicó que
había bajado a la casa de José Isaac, colaborador campesino que vivía en
Purgatorio, a mitad de camino entre las Vegas y Minas de Frío, y me
preguntó qué debía hacer en caso de que las Vegas cayera al día
siguiente en manos del enemigo, lo cual, a su juicio, era lo más
probable. El Che había concebido el plan, un tanto riesgoso en las
condiciones existentes, de hostigar a los guardias desde la retaguardia
con parte del personal rebelde que cubría la dirección de San Lorenzo y
con algunos hombres disponibles que tenía Crescencio en La Habanita. Después de conocer lo ocurrido durante la jornada, yo
también había llegado a la conclusión de que la caída de las Vegas era
inevitable. En otras circunstancias, la decisión que cabía tomar era
reforzar esa misma noche las nuevas posiciones rebeldes en la loma de El
Desayuno y preparar rápido una línea de defensa lo suficientemente
sólida como para contener al día siguiente la continuación del avance
enemigo en dirección a las Vegas. No sería la primera ni la última vez
durante la guerra que una situación difícil fuera revertida en una
noche. Pero teniendo en cuenta lo que estaba sucediendo ese mismo día en
los otros dos frentes de combate, era absolutamente imposible destinar
hombres de otros sectores para tratar de reforzar la línea rebelde en el
acceso a las Vegas. Por tanto, nuestra respuesta a la situación creada en la
noche del 19 en este sector debía adecuarse a la premisa de que al día
siguiente el enemigo ocuparía las Vegas de Jibacoa. Aceptado este hecho,
lo primero que debía garantizarse era que los guardias no pudieran dar
un paso más. Las Vegas de Jibacoa, en definitiva, se prestaba para
lograr allí la contención del enemigo. El lugar era uno de esos valles
serranos a lo largo de un río, en este caso el Jibacoa, rodeado por
todas partes de alturas y firmes que, si lograban ser ocupados por
nuestras fuerzas, podían convertirse en una verdadera ratonera para los
guardias. De ahí que la primera medida tomada por el Che era plenamente
acertada. En última instancia, lo ocurrido ese día en Santo
Domingo y en el camino de las Vegas, y lo que parecía estar ocurriendo
al Sur, figuraba dentro de nuestros cálculos como una de las variantes,
a saber, la penetración del enemigo en el corazón del territorio rebelde
y la consecuente concentración de nuestras fuerzas en anillos defensivos
cada vez más estrechos, con la intención de proteger hasta el final la
zona de La Plata y sus objetivos cruciales: la emisora, el hospital y
las instalaciones logísticas creadas en ese lugar. Y si al final no
fuésemos capaces de defenderla, dispersar nuestras fuerzas en grupos más
pequeños, en condiciones de comenzar de nuevo la guerra de movimientos
de los primeros tiempos. En línea con esa estrategia decidí esa noche orientar al
Che que moviera el personal de la columna de Crescencio hacia el firme
de la Maestra, más acá de La Habanita, incluidos los grupos estacionados
en El Macho y El Macío, al oeste del sector central de la ofensiva
enemiga por el Sur, con el propósito de irlos reagrupando para crear
líneas de defensa más cohesionadas. En el caso específico de que las Vegas fuese ocupada por
el enemigo al día siguiente, el personal encargado de la defensa de su
acceso debía ser distribuido por todos los puntos que permitieran
contener el ulterior avance de esa tropa en dirección al firme de la
Maestra a la altura de Mompié, en particular a la zona conocida como
Minas del Infierno, la vía natural de acceso a Mompié desde las Vegas.
En el mensaje que le envié con estas instrucciones,
le insistía una vez más al Che en la concepción básica del plan: Mientras quede una esperanza de mantener el
territorio de la Plata, no debemos variar la estrategia. El problema esencial es que no tenemos hombres
suficientes para defender una zona tan amplia. Debemos intentar la
defensa reconcentrándonos antes de lanzarnos de nuevo a la acción
irregular. Al amanecer del viernes 20 de junio, los guardias, en
efecto, reemprendieron el avance en dirección a las Vegas. Después de una débil y breve resistencia, los
combatientes rebeldes comenzaron a retirarse de la loma de El Desayuno.
Al mediodía ya habían rebasado en su retirada las últimas casas de las
Vegas y se habían detenido en la subida hacia Minas del Infierno. De esa
manera dejaron el camino expedito para el enemigo, cuya vanguardia entró
en las Vegas en las primeras horas de la tarde casi sin disparar un
tiro. Era más que elocuente el tono del mensaje que recibí
del Che esa tarde: Hoy, como pocas veces en el transcurso de esta
revolución, he recibido un golpe tan desesperante como este. Después de hacer esfuerzos por cubrirle a Horacio el
flanco izquierdo con dos fusiles, 4 granadas, mi presencia personal (y
Miguel), para cubrir toda la loma que estaba a la izquierda de Horacio.
Tranquilizado porque no dispararon ni un tiro en la tarde y haciendo
planes para rescatar hasta bombas, que, según versiones quedaron
enterradas, cuando consigo articular una línea de defensa y me dispongo
a bajar a las Vegas, me alcanza una nota de Sorí que me anuncia que ya
no hay ser viviente en este lugar y que Horacio se retiraba hacia
Antonio el gallego [Antonio Morcate, vecino de Minas del Infierno] con
su gente. El Che concluía su mensaje con este toque de ironía,
tan característico en él: Debo decirte que en estos dos días no se han disparado
tiros. Tu orden de ahorrar tiros se ha cumplido al máximo. La información que yo había ido recibiendo de las
Vegas justificaba plenamente esta evaluación del Che. Antes de
recibir su mensaje en La Plata, donde permanecí esos dos días al
tanto de los acontecimientos que se desarrollaban simultáneamente en
los tres sectores de la batalla, le había mandado una notica a
Celia, quien se mantenía en Mompié actuando como enlace, en la que,
después de decirle que las noticias de las Vegas eran vergonzosas y
decepcionantes, le indicaba lo siguiente: Comunícale al Che, orden mía, investigar lo
ocurrido, desarmar a todo el que haya incurrido en un acto de
cobardía y enviar muchachos de la escuela a ocupar esos fusiles. Enviarme detenido al responsable de la pérdida del
detonador, cable y bomba y cualquier otra atrocidad por el estilo, y
comunicarle a Horacio la orden de resistir metro a metro el terreno que
quede de las Vegas con los hombres que tenga. A esa hora todavía yo ignoraba que ya no era posible
hacer resistencia alguna porque las Vegas había sido virtualmente
abandonada al enemigo, aunque estaba ya convencido de que los guardias
lograrían su objetivo. Por eso le pedí a Celia en ese mismo mensaje que
ordenara a Aguilerita comenzar a fortificar con buenas trincheras Minas
del Infierno y el camino que subía por ellas hacia el firme de la
Maestra, que, como ya dije, era la ruta más probable del enemigo en caso
de que decidiera proseguir su penetración. En el mismo amargo mensaje que el Che me había
enviado en la tarde de ese día, al comprobar el virtual abandono por
parte de nuestras fuerzas de las Vegas de Jibacoa, me pedía
instrucciones precisas sobre qué hacer en los casos de la escuela de
Minas de Frío, las posiciones de Raúl Castro Mercader y Angelito
Verdecia en el camino de San Lorenzo; las de Alfonso Zayas en la
zona de El Jíbaro y las del personal de Crescencio Pérez. Y
agregaba, con acertada valoración de la situación de conjunto en el
sector: Hay que considerar ahora la cantidad de caminos a
defender. Yo no tengo armas para hacerlo si alguna de esa gente no me
ayuda. Sacaré nuevamente de los claustros las escopetas y veremos. [...]
Yo permaneceré en casa de José Isaac hasta recibir contestación y
órdenes explícitas, y si a las 5 de la mañana [del día 21] no las he
recibido, hago lo que crea conveniente, según las circunstancias. Tras recibir el mensaje del Che, le pedí inicialmente
por teléfono a Celia que, en respuesta a su petición de instrucciones,
le comunicara las siguientes decisiones: primero, trasladar al personal
de Raúl Castro Mercader y de Angelito Verdecia hacia Minas del Infierno
y la subida de Mompié para que se hicieran cargo de la defensa de ese
acceso; segundo, subordinar a ellos el personal de Horacio y el que era
de Lara; tercero, cubrir con personal de la Columna 7 las posiciones que
estaban ocupando aquellos dos capitanes en el camino de San Lorenzo;
cuarto, informarle que yo bajaría a la nueva línea defensiva para
redistribuir las armas de la gente de Horacio y de Lara entre un
refuerzo de 10 buenos reclutas de la escuela, que el Che debía enviar a
ese lugar, más otros cinco hombres del pelotón de Jaime Vega que
llevaría conmigo para allá. Vega se había incorporado pocos días antes a
nosotros, con un grupo de combatientes de la provincia de Camagüey. En definitiva, como ya expliqué antes, mi intención
había sido siempre que el Che se hiciese cargo, si las circunstancias lo
exigían, de la defensa del sector más occidental de nuestro frente. Así
se lo hice saber expresamente esa misma noche en un segundo mensaje en
que le indicaba que se ocupara de la defensa de la Maestra desde
Purgatorio hasta Mompié, incluidas Minas de Frío. Debo decir que durante
todas las semanas de preparación de la defensa de nuestro territorio, en
previsión de la ofensiva enemiga, y durante el desarrollo de ella hasta
ese momento, el Che había fungido, de hecho, como segundo jefe del
frente. En los archivos se conservan decenas de mensajes intercambiados
entre los dos en los que, por mi parte, no solo le daba indicaciones
acerca de qué hacer en el sector a su cargo, sino también, lo mantenía
informado de los acontecimientos en los otros sectores y él, por su
parte, me informaba de las medidas que tomaba y del cumplimiento de mis
instrucciones; además, me hacía proposiciones y me daba noticias sobre
lo que ocurría. La decisión tomada, en relación con el traslado hacia
Minas del Infierno y Mompié de los grupos de Raúl Castro Mercader y
Angelito Verdecia, tuvo que ser revisada casi de inmediato por la
evolución de los acontecimientos a partir del 21 de junio. Ese día, Horacio había pedido el envío de Luis Crespo
para que lo auxiliara en el mando de su personal, ya que tenía una
pierna en malas condiciones y no podía moverse. En mensaje a Celia trató
de explicar lo ocurrido, argumentó que su actuación no se debió ni a
cobardía ni a falta de decisión, y expresaba que había dado a sus
hombres la orden de no retirarse hasta que en cada emboscada se le
hicieran dos o tres bajas al enemigo. Esto último era indicio de que, a
estas alturas, todavía Horacio no había entendido la esencia de nuestra
conducta frente a la ofensiva lanzada por los guardias, que no era otra
que resistir a toda costa. Por eso, al día siguiente, le comuniqué a Horacio su
sustitución por Crespo, al mando del personal de Minas del Infierno.
Hasta ese momento, el capitán Luis Crespo había estado a cargo de la
fábrica de minas que establecimos en El Naranjo, a poca distancia de
Santo Domingo. Esa instalación había tenido que ser desmantelada y
evacuada en vista de la ocupación del lugar por el batallón de Sánchez
Mosquera. Es bueno aclarar que Horacio Rodríguez demostró después
sus condiciones de combatiente y jefe guerrillero. Fue precisamente su
arrojo la causa de su muerte en Manzanillo, al día siguiente del triunfo
revolucionario, cuando se disponía a capturar a varios esbirros de la
tiranía que hasta ese momento habían logrado evadir el arresto. Pero su
actuación en las Vegas de Jibacoa fue realmente desafortunada. Ese mismo día 22 de junio se retiraron de las Vegas de
Jibacoa, de regreso a Las Mercedes, las fuerzas del Batallón 17 que
habían participado en la captura de esta posición, metida de lleno en la
montaña y dentro de nuestro territorio. Quedaron allí las tres compañías
del Batallón 19, las cuales establecieron su campamento en la parte baja
del valle y en las alturas más pequeñas y cercanas al río. La relativamente fácil ocupación de las Vegas de Jibacoa
fue un revés significativo para nuestros planes de contención y rechazo
de la ofensiva enemiga. En primer orden, se trataba de un lugar que
había sido una base importante de operaciones para nosotros. Allí había
establecido yo, en varias ocasiones, la Comandancia. Desde ese sitio
operó Celia durante muchas semanas en su activa y vital labor de
aseguramiento general del esfuerzo guerrillero. Contábamos, además, con
la colaboración unánime de todos los pobladores campesinos. Allí
efectuamos, el mismo día del inicio de la ofensiva en la zona de Las
Mercedes, la primera asamblea campesina en la Sierra Maestra. Las Vegas
de Jibacoa era un lugar, hasta cierto punto, simbólico de nuestra lucha.
En segundo orden, no podía desconocerse la significación
estratégica de esa posición por su ubicación al pie de la Maestra, en el
centro mismo del sector noroccidental de la zona de operaciones de la
Columna 1. La posibilidad de acceso a las Vegas de medios mecanizados
por el camino de carros de Las Mercedes, permitía al enemigo mantener un
apoyo logístico fácil a la tropa estacionada allí, que a su vez se
encontraba, teóricamente, en condiciones de emprender acciones ofensivas
ulteriores en varias direcciones a lo largo de los caminos que subían
desde el valle hacia diversos puntos del firme de la Maestra, entre
ellos, lugares tan vitales como Minas de Frío y Mompié. Pero tal vez la significación mayor de la ocupación de
las Vegas de Jibacoa fue su impacto moral en el mando y las tropas
enemigas. La escasa resistencia encontrada en la defensa de un lugar tan
estratégico, y el rápido logro del objetivo perseguido, sirvieron, junto
con el éxito favorable en la operación de ocupar Santo Domingo, para
contrarrestar en el enemigo el efecto del revés sufrido el propio día 20
por el Batallón 18 en el sector meridional, y para crear la ilusión de
que la batalla contra el Ejército Rebelde podía ser ganada con relativa
facilidad. Si bien —como los hechos posteriores demostraron— este factor
creaba también una engañosa sensación de confianza que podía llevar al
enemigo a cometer errores de apreciación o actuación, de consecuencias
potencialmente peligrosas para sus propósitos; no era menos cierto que
después de los resultados en Santo Domingo y las Vegas de Jibacoa la
moral del enemigo experimentó un alza momentánea, lo cual podía
traducirse en una mayor iniciativa y una conducta más agresiva de su
parte. Todos estos elementos tenían que tomarse en cuenta en
nuestra valoración de la situación operativa general después del 20 de
junio, y las medidas que debíamos adoptar. Con el enemigo en Santo
Domingo, al pie del firme de la Maestra en La Plata, y subiendo por el
río La Plata en dirección a ese lugar, la presencia de los guardias en
las Vegas pasaba en realidad a un segundo plano de prioridad. La táctica
a seguir en este caso era procurar que no dieran un paso más, es decir,
contenerlos y, para lograrlo, utilizar las fuerzas estrictamente
necesarias. Ya llegaría el momento de proceder en su contra como, en
efecto, llegó.
EL CHE EN LA SIERRA MAESTRA
EN PRIMER PLANO, DE DERECHA A IZQUIERDA, EL
TENIENTE EDDY SUÑOL Y EL COMBATIENTE FIDEL VARGAS, ENTRE OTROS
REBELDES.
EL CAPITÁN FELIPE GUERRA MATOS Y EL
COMANDANTE CRESCENCIO PÉREZ.
AL FRENTE, EL COMANDANTE CRESCENCIO PÉREZ,
VETERANO COMBATIENTE, CON PARTE DE SU TROPA. A LA IZQUIERDA, SUS
HIJOS SERGIO E IGNACIO PÉREZ.
ENTREGA DE PRISIONEROS EN LAS VEGAS DE
JIBACOA
ALUMNOS DE LA ESCUELA DE RECLUTAS DE MINAS
DE FRÍO, DIRIGIDA POR EL CHE.
EL CAPITÁN ORLANDO LARA.
INICIO DE LAS ACCIONES EN LA DIRECCIÓN
ESTRADA PALMA-LAS MERCEDES. EL DÍA 25 DE MAYO DE 1958 SE DESATA LA
OFENSIVA ENEMIGA CONTRA EL EJÉRCITO REBELDE.
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ESTRADA PALMA-LAS MERCEDES |