Desembarco en el Sur (Capítulo 5)
Le tocó cumplir esa misión al Batallón 18, al mando del
comandante José Quevedo Pérez. Este batallón había sido creado a los
efectos de la ofensiva, a partir de una compañía mixta compuesta por
personal del cuartel Maestre del Ejército, situado en la base de San
Ambrosio, en La Habana, y personal de la Escuela de Cadetes. La compañía
había sufrido un importante descalabro en el mes de febrero, en ocasión
de el Combate de Pino del Agua, y el comandante Quevedo había sido
designado como su jefe en los primeros días de marzo. En las semanas anteriores al inicio de la primera fase
de la ofensiva, estos efectivos habían sido ampliados hasta crear las
compañías denominadas G-4 y Escuela de Cadetes, y se había agregado una
nueva compañía —la 103— con personal del Regimiento 10 de Infantería,
que tenían su base en San Antonio de los Baños. Para esta operación, el Batallón 18 contaba con una
plantilla completa de 315 efectivos, además de una sección de morteros y
del personal sanitario. Disponía de un mortero de 81 milímetros, otro de
60, una bazuca de 3,5 pulgadas, dos fusiles automáticos Browning, una
subametralladora Thompson, fusiles semiautomáticos Garand, carabinas San
Cristóbal y fusiles Springfield. Las armas estaban provistas de parque
relativamente abundante para la campaña que debían librar, y el personal
disponía de suministros para un mes de operaciones en la montaña. El batallón se movilizó el 9 de junio, y alrededor de
las 4:00 de la tarde salió en camiones hacia Santiago de Cuba. Como
parte del convoy, además del personal y los pertrechos, iban dos
jeeps y otras tantas arrias de mulos recogidas en la zona de
Contramaestre. Antes de la salida se le agregaron también a la tropa, en
calidad de prácticos, cinco conocedores de la zona de la Sierra, donde
iba a operar la unidad. Esa misma noche abordaron en Santiago de Cuba la
fragata Máximo Gómez y otra embarcación. Después de navegar toda la noche, las dos embarcaciones
llegaron en horas de la mañana frente al lugar conocido como Las Cuevas,
al pie mismo del macizo del Turquino. El desembarco comenzó de
inmediato, y se dificultó por las condiciones de mar gruesa y oleaje
fuerte, características de esa parte de la costa. La playa de Las
Cuevas, en realidad, no es tal playa, sino una orilla de grandes piedras
redondas. Los hombres iban llegando a la costa en pequeños botes de
remos, mientras los mulos, alborotados y nerviosos, fueron echados al
agua a tirones y empujones. Salvo las exploraciones y los tiros de limpieza que
acompañaban habitualmente una operación de este tipo, el desembarco se
produjo sin incidencias combativas. En Las Cuevas no había personal
rebelde. De hecho, era uno de los poquísimos lugares con condiciones
relativas para el desembarco que no había sido cubierto por nosotros,
producto de la escasez de fuerzas de que disponíamos en ese sector. Debo decir que mi primera reacción al recibir las
informaciones iniciales sobre el desembarco fue de sospecha. En un
mensaje, enviado a Paz al día siguiente, escribí que, de ser cierta la
noticia: [...] indicará indudablemente que [las fuerzas enemigas]
estaban en conocimiento de la posición de nuestras tropas [...]. Estaba esperando yo tener algunos hombres más armados
para custodiar este último punto [Las Cuevas] que era el que nos
faltaba. Desgraciadamente, en la documentación ocupada al enemigo
no existen referencias a las razones que determinaron la selección de
Las Cuevas para el desembarco. Sin duda, las playas de Ocujal o de La
Plata, por mencionar solo dos puntos, tenían mejores condiciones
naturales y, por esa razón, eran los puntos mejor fortificados por
nosotros y a los que habíamos destinado mayor cantidad de personal
rebelde en espera del desembarco. Sin embargo, la decisión de escoger
Las Cuevas —feliz para el mando enemigo— permitió que el desembarco del
día 10 se llevara a cabo sin resistencia de ningún tipo. No era
aventurado conjeturar que de haber estado emplazada en Las Cuevas,
aunque fuera una patrulla rebelde, el desembarco, en las difíciles
condiciones en que se produjo, hubiera sido prácticamente imposible o,
en el peor de los casos, se hubiera llevado a cabo al costo de no pocas
bajas del Ejército. Por una coincidencia singular, el 9 de junio, el mismo
día que se movilizó el Batallón 18 desde Maffo, escribía yo desde la
Sierra un mensaje al jefe de esa tropa. Una hermana del combatiente
rebelde Orlando Pantoja, Olo, que vivía cerca de Contramaestre,
había subido en esos días a la loma con alguna misión. Por esa vía me
había enterado de que el jefe de la tropa acantonada en Maffo era José
Quevedo, quien había sido un compañero de aulas en la Universidad de La
Habana, y con quien había establecido entonces relaciones relativamente
cordiales, antes del golpe de Estado de Batista. Decidí escribirle, tal
como le puse en la carta: "(¼ ) sin pensarlo,
sin decirte ni pedirte nada, sólo para saludarte y desearte muy
sinceramente buena suerte". En realidad, en la carta hice bastante más
que saludarlo: Era difícil imaginar cuando usted y yo nos veíamos en la
Universidad que algún día estaríamos luchando el uno contra el otro, a
pesar de que, tal vez, ni siquiera albergamos distintos sentimientos
respecto a la patria cuya sola idea estoy seguro usted venera como la
venero yo. Así comenzaba la carta, y proseguía con una amarga
valoración de la conducta criminal del Ejército enemigo y de tantos
jefes que, a diferencia de Quevedo, habían convertido el oficio militar
en ocupación de matarife. Recordando aquellos años le escribía al
antiguo compañero de estudios: No tenía entonces, como no tengo hoy, a pesar de lo
doloroso de las circunstancias que han situado a las Fuerzas Armadas
junto a la más nefasta política que recuerda nuestra historia,
sentimientos de odio contra los militares. He enjuiciado con palabra
dura la actuación de muchos y en general del Ejército, pero jamás mis
manos ni la de ninguno de mis compañeros se han manchado con la sangre
ni envilecido con el maltrato de un militar prisionero [...]. Y concluía con esta apelación indirecta a los
sentimientos de honor y honestidad del jefe militar: Ni siquiera el espíritu de cuerpo, que es sostén de la
unión, el sentimiento que explotan los que han llevado al Ejército a una
guerra absurda e insensata, existe realmente, porque el más digno, el
más honorable de los militares, por simples sospechas puede ser
detenido, humillado, golpeado y lanzado a las mazmorras de una prisión
como vulgar delincuente, lo que no toleraría jamás ningún ejército con
verdadero espíritu de cuerpo en las personas de sus oficiales. No era difícil adivinar la intención que se ocultaba
tras esta carta. Al igual que Quevedo, en el Ejército de la tiranía
había otros oficiales no comprometidos con los crímenes y abusos,
potencialmente descontentos con el oprobio en que se había sumido la
carrera de las armas en Cuba, y que, por esa vía, pudieran ser
susceptibles de rebelarse ante esa situación. El llamado sutil e
indirecto a la conciencia y al sentido del honor militar de vieja
escuela pudiera sembrar en un individuo de los antecedentes de Quevedo
—después me enteraría que incluso había estado involucrado en la
conspiración militar contra Batista abortada en abril de 1956— la
primera semilla de cuestionamiento. Sin embargo, por razones obvias, la carta no pudo llegar
a su destino. Mi siguiente contacto con este oficial tendría lugar en
circunstancias bien distintas. Las primeras noticias no confirmadas del desembarco
enemigo me llegaron al anochecer del propio día 10. Mis disposiciones
iniciales fueron mandar a buscar de la zona de Las Mercedes al pelotón
de Andrés Cuevas, y pedirle al Che el rápido envío de siete hombres de
Minas de Frío, cinco de ellos armados con fusiles Garand. "Ahora hay que prestar a la costa el máximo de
atención", escribí al amanecer del miércoles 11 en un mensaje a Orlando
Lara, quien para esa fecha había subido con parte de sus hombres desde
el llano con la misión de ocupar posiciones en el camino de Las Mercedes
a las Vegas de Jibacoa. Después del desembarco en Las Cuevas, se hizo evidente
el plan enemigo de avanzar sobre el corazón del territorio rebelde desde
tres direcciones principales. Por el noroeste, desde Las Mercedes y
Arroyón, rumbo a las Vegas de Jibacoa, y quizás Providencia; por el
nordeste, desde la zona de Buey Arriba hacia el firme de la Maestra,
hasta el momento —al parecer— en dirección de Santana y La Jeringa; y
por el Sur, desde Las Cuevas hacia Palma Mocha y el alto de La Plata.
Todavía en esta fecha no quedaba clara la dirección del golpe principal
en el sector noroeste, aunque se presumía que estaría dirigido hacia San
Lorenzo o las Vegas de Jibacoa, tampoco se había producido el cambio de
trayectoria de la penetración del Batallón 11, que avanzaba desde Minas
de Bueycito. A partir del desembarco del Batallón 18 en Las Cuevas,
la defensa de la zona del río La Plata adquirió importancia prioritaria
porque, de las tres amenazas, era la que implicaba mayor riesgo. El
acceso al territorio rebelde central era más factible desde el Sur,
además, un avance desde esa dirección pondría en peligro inmediato el
campo aéreo de la boca de Manacas. "[...] hay que tratar de defender
Alfa [la pista de los aviones] lo que se pueda y evitar que penetren
desde el mar", le escribí al Che en la noche del 10 de junio. En el
mismo mensaje, le pedía los siete hombres de refuerzo: "La cuenca de la
Plata es el punto que debemos retener más tiempo". No me cabía la menor duda, a esas alturas, de que el
desembarco del Batallón 18 en el Sur, unido a las informaciones
recibidas de Ramiro acerca del reinicio de violentas acciones en la zona
de Minas de Bueycito, indicaban que el enemigo se disponía a lanzar la
segunda fase de su ofensiva, es decir, la penetración a fondo en el
corazón rebelde. Como parte de las disposiciones de reforzamiento
general de la defensa del territorio en torno a La Plata, fue el 11 de
junio, al día siguiente del desembarco, cuando cursé la orden a Camilo
de regresar a la Sierra con los 40 hombres mejor armados y más
aguerridos de su tropa en el llano. En lo que respecta al frente sur, a raíz de las noticias
sobre el desembarco del Batallón 18 en Las Cuevas, mi impresión, y casi
convicción era que el enemigo desembarcaría posiblemente también al
oeste de La Plata, en El Macho, El Macío o quizás, incluso, en La
Magdalena, y avanzaría de manera simultánea desde el Este y el Oeste por
los caminos de la costa hacia el río La Plata. Una vez unidos en la
desembocadura, iniciarían el avance río arriba. Por tanto, en la primera evaluación de la situación
táctica que realicé después del desembarco enemigo en Las Cuevas, no
figuraban en un primer plano, en ese preciso momento, otras variantes de
acción del enemigo, como pudieran ser, entre algunas que cabría
mencionar, la posibilidad de un desembarco directo en la desembocadura
de La Plata, la penetración desde El Macho o El Macío —en caso de un
desembarco en alguno de esos puntos— en dirección a la zona de Caracas,
el avance por el río Palma Mocha o el desembarco en La Magdalena y el
avance por ese río en dirección a El Coco y El Roble, y de ahí a Minas
de Frío o hasta Cahuara, y de allí a Jigüe. De todas formas, estas
contingencias, si bien más remotas, había que preverlas en algún momento
en los planes defensivos. Hay que tener en cuenta, además, que en lo que respecta
específicamente al frente sur, la situación se tornó muy fluida en el
curso de los días posteriores al desembarco enemigo, y con ella iba
evolucionando también de manera muy dinámica nuestra planificación
defensiva. En mantenerse constantemente al tanto de los
acontecimientos, y siempre un paso por delante de ellos, en esa suprema
flexibilidad operativa radicó una de las claves tácticas más importantes
del éxito del Ejército Rebelde. Esta primera fase de la campaña en el
frente sur de la ofensiva, hasta la llegada de Quevedo a Jigüe,
constituye quizás uno de los ejemplos más significativos. Lo que sigue a continuación es un intento de
reconstrucción de la vertiginosa marcha de los acontecimientos durante
estas primeras jornadas de lucha en el Sur. En un mensaje a Pedro Miret, quien seguía al frente de
la fuerza rebelde atrincherada en la desembocadura del río La Plata, la
mañana del 11 de junio, al día siguiente del desembarco del Batallón 18,
le trasmití las instrucciones para la defensa de ese sector: La primera resistencia hay que hacerla en la costa y por
los flancos lo más lejos posible en los lugares más estratégicos de los
caminos que vienen del Macho y Palma Mocha. Cuando hayan tenido que
replegarse hasta el río [La Plata], resistir entonces río arriba hasta
el campo [de aviación], metro a metro. Destruir el avión si no podemos
hacer nada por salvarlo e inutilizar el tractor quitándole y guardando
algunas piezas esenciales. Después la resistencia hay que hacerla río
arriba hasta el Jigüe. Es muy importante que tengan que pagar con muchas
vidas cada kilómetro que avancen hacia nosotros. Hacer muchas trincheras
donde quiera que vayan a resistir. Como se puede apreciar, estas instrucciones recogían el
sentido esencial de nuestro plan general, es decir, la resistencia
escalonada y tenaz al enemigo, para dificultar y demorar su avance el
mayor tiempo posible y desgastarlo de manera incesante e inexorable. No
se trataba de detenerlo en un primer momento, difícilmente podríamos
lograrlo con los efectivos rebeldes concentrados en la costa. Obsérvese también la mención a Jigüe como último punto
contemplado implícitamente en la retirada rebelde y, por tanto, en la
penetración enemiga. De hecho, ya en este momento yo tenía previsto ese
lugar como el posible escenario de la batalla decisiva en este sector.
No se trataba de un sueño o una inspiración. Era el resultado de un
íntimo conocimiento del terreno y de la consagración al estudio y el
análisis de los modos de actuar del Ejército, lo que me llevaba a
predecir, por lo general con bastante exactitud, lo que iba a ocurrir.
De aquel ajedrez de batallones moviéndose, apoyados por la aviación
militar y la marina podían salir todas las variantes, esos dos factores
fueron esenciales en la elaboración de las ideas que condujeron a la
derrota enemiga. Y en otro mensaje inmediatamente posterior, volví a
insistirle: "Tienes q. resistir de verdad y no dejarlos llegar al Jigüe
ni a Purialón si es posible. Ese camino es formidable para combatir". Con el desembarco en Las Cuevas ya no tenía sentido la
defensa de Ocujal y la permanencia allí del pelotón rebelde de Ramón
Paz. Al día siguiente del desembarco ordené a Paz que se replegara hacia
el río Palma Mocha, a la altura de la casa del colaborador campesino
Emilio Cabrera, en El Jubal, que era donde venía a salir uno de los
caminos que partían de Las Cuevas y, por tanto, una de las posibles vías
de penetración del enemigo. Cursadas las instrucciones antes citadas a Pedro Miret
para la defensa del río La Plata, me dediqué entonces a organizar las
primeras medidas defensivas en la zona entre el Turquino y Palma Mocha.
Instruí también a Paz que ordenara a la escuadra de Vivino Teruel, la
que hasta ese momento cuidaba la desembocadura del río Palma Mocha, que
se retirara casi un kilómetro río arriba y preparara una primera línea
defensiva en espera de nuevas instrucciones. Igualmente, Paz debía
enviar una escuadra de su tropa "[...] lo más avanzada posible por el
camino de la casa de Emilio [Cabrera] a las Cuevas, que esté al acecho
de cualquier movimiento enemigo por ese camino y hacerle la primera
resistencia". También le indiqué a Almeida que, con algunos de los
hombres traídos por él desde el Tercer Frente, se ubicara en el alto de
Palma Mocha, entre este río y el de La Plata, como una especie de
reserva dispuesta a moverse hacia donde fuese necesario. Ya en esos momentos, nuestra preocupación principal no
era que el enemigo ocupara Ocujal o Las Cuevas, o cualquier otro punto
de la costa, salvo la desembocadura del río La Plata. Así se lo hice
saber a Paz en un extenso mensaje que le envié al mediodía del 11 de
junio, en el que expresaba cuál constituía nuestro objetivo esencial a
la luz de la situación táctica creada después del desembarco: "Ahora lo que hay que impedir es que [el enemigo] avance
hacia arriba". En ese mismo mensaje analicé los cursos más posibles de
acción de la tropa que había desembarcado, partía de la premisa de que
su primer movimiento sería la ocupación de Ocujal y de la playa de Palma
Mocha para asegurar sus dos flancos. De ahí en adelante, las tres
variantes principales eran: el avance desde Las Cuevas hacia el curso
superior del río Palma Mocha por el camino que sale a El Jubal, el
avance hacia el mismo punto a lo largo del camino que sigue el curso del
río desde la desembocadura, y el avance hacia La Plata por el camino de
la costa. En el primer caso, chocarían con la escuadra avanzada de la
tropa de Paz; en el segundo, con la de Teruel; y en el tercero, con la
que Miret tendría emplazada en el camino de la costa, lo más cerca
posible del río Palma Mocha, de acuerdo con las instrucciones que yo le
había enviado. En este último caso, la escuadra de Teruel debía hostigar
a la fuerza enemiga desde la retaguardia. Dentro de esta planificación inicial, el grueso del
personal de Paz quedaría también como una reserva que debía maniobrar de
acuerdo con las circunstancias. Había que prever también la contingencia
de que uno de los dos caminos —el de la loma o el del río— fuera
dominado por el enemigo; en tal caso, el ala rebelde que hubiera hecho
contacto debía replegarse hasta la casa de Cabrera, punto que
funcionaría como pivote en la planificación de contingencia. "[...] ahí
comienza otro plan", le anuncié a Paz y, en efecto, ya lo estaba
elaborando sobre la base del redespliegue de esas mismas fuerzas en los
distintos accesos al firme de la Maestra, en la zona de Palma Mocha. Y, finalmente, como posibilidad más remota: "Ellos, los
guardias, pueden poner una pica en Flandes y subir por el Turquino, pero
si hacen eso, ya nos las arreglaremos para que no vuelvan a subir". En
esta improbable variante lo que procedería, además de reforzar las
posiciones de la escuadra adelantada de Paz, sería cerrar con alguna
otra fuerza la salida del pico Turquino hacia el alto del Joaquín y,
eventualmente, hacia el curso superior del río Yara o el firme de la
Maestra al este de La Plata. En realidad, al enviar este mensaje yo suponía que Paz
ya se había replegado desde Ocujal hacia el río Palma Mocha, en
cumplimiento de las instrucciones que tenía en caso de que el desembarco
enemigo se produjese en cualquier otro punto al oeste de Ocujal. Sin
embargo, Paz había decidido esperar mi respuesta a la comunicación
enviada sobre el desembarco, y se había limitado a reforzar al grupo
que, al mando de Fernando Chávez, custodiaba la playa de Bella Pluma y
el camino de la costa entre Las Cuevas y Ocujal. Teruel, en cambio, al
observar el desembarco enemigo desde su posición en la desembocadura del
río Palma Mocha, ejecutó en la mañana del día 11 el repliegue de su
escuadra río arriba, lo único que, no solamente un kilómetro como yo le
instruiría, sino hasta la misma casa de Emilio Cabrera. Existía un camino que remontaba, aproximadamente de Sur
a Norte, todo el curso del río Palma Mocha, desde la desembocadura hasta
la casa de Emilio Cabrera. Ese era el que había seguido nuestra pequeña
fuerza rebelde tras el primer combate victorioso en la desembocadura de
La Plata, el 17 de enero de 1957. Todos estos eran, de más está decirlo,
caminos o senderos de montaña en los que solo se podía transitar a pie
y, en algunas porciones, en mulo o a caballo. La zona, además, estaba
cubierta del monte virgen e impenetrable de la Sierra, por el que nada
más sabían caminar campesinos y rebeldes. En cuanto al sector más occidental de la costa, yo tenía
en realidad pocas esperanzas de que los pequeños grupos rebeldes
destacados en El Macho y El Macío —formados principalmente por personal
no fogueado proveniente de la Columna 7 de Crescencio Pérez, constituida
en su mayoría por campesinos de la zona— pudieran ofrecer una
resistencia eficaz a cualquier intento de desembarco del enemigo por
esos lugares. Por otra parte, dentro de mi esquema táctico, no resultaba
tan importante la defensa de esos dos puntos de la costa como la del
camino de acceso desde el Oeste hacia La Plata, donde se ubicaban Radio
Rebelde y la Comandancia. Teniendo en cuenta, inclusive, la posibilidad de un
segundo desembarco en La Magdalena, entre La Plata y El Macho, aquellos
grupos quedarían en ese caso en la retaguardia enemiga, y su función se
limitaría a cubrir el acceso por el río de El Macío o el alto de El
Macho hacia la zona de Caracas. Pero, entre las variantes de maniobra
del enemigo, esta era la más improbable a mi juicio, ya que esa ruta los
alejaría del centro fundamental del territorio rebelde. Aun así, orienté
al Che, el día 12, que enviara instrucciones a Crescencio, responsable
inmediato del sector más occidental, en el sentido de que fortificara el
camino de El Macío a El Ají, Arroyones y San Lorenzo. Sobre la base de todas estas consideraciones decidí, el
día 11, retirar de El Macho la escuadra de seis hombres al mando del
teniente Ciro del Río, enviado allí unos días atrás, y ponerla a las
órdenes de Pedro Miret en el camino costero de La Magdalena a La Plata.
Veremos más adelante que una parte adicional del personal de la Columna
7 fue destinada a cubrir otras posiciones importantes. En definitiva, mi aspiración era organizar con los
escasos recursos de que disponía una defensa lo suficientemente
estructurada del río La Plata, que demorara todo lo posible el dominio
enemigo sobre el río. "Tengo un plan que me parece bueno para defender la
cuenca de la Plata por lo menos tres meses, de modo que haya un punto
seguro por donde recibir armas", le escribí al Che en un mensaje al día
siguiente del desembarco. Y a Miret le repetí en un tercer mensaje del
propio día 11: "Defenderemos La Plata tenazmente desde los dos flancos
y por el mar". En realidad, todavía me pregunto por qué los estrategas
enemigos no realizaron un desembarco de apoyo al Oeste, pues la
presencia de sus fuerzas en la zona de El Macho nos hubiera obligado a
dispersar aún más nuestros limitados recursos defensivos en el frente
sur, con lo que las posibilidades de una penetración más rápida al
interior del territorio rebelde hubiesen sido mucho mayores. Cuevas llegó con su escuadra a Mompié, donde estaba
situada momentáneamente mi Comandancia, a las 10:00 de la noche del
mismo día 11. Llegaba de combatir durante más de cinco horas esa misma
mañana en Las Mercedes, y de una caminata infernal bajo la lluvia, entre
el fango, a través de ríos crecidos. "Esta gente de Cuevas es
formidable", escribí en un mensaje a Pedro Miret al día siguiente. "Ayer
combatieron con el ejército en las Mercedes, desde las 8 hasta la 1 y
30, obligándolo a retroceder. A las 10 de la noche, bajo la lluvia, ya
estaban aquí cumpliendo mi orden". Con esta proeza, Cuevas demostró una
vez más que era uno de los jefes rebeldes más eficientes, y capaces de
realizar con los hombres bajo su mando las ta-reas más difíciles y
heroicas. Esa noche, la fatigada tropa de unos 15 hombres comió lo
que Celia dispuso y descansó, mientras su jefe me informaba de los
últimos acontecimientos en la zona de Las Mercedes, y escuchaba mis
pormenorizadas instrucciones sobre su crucial misión. A la mañana
siguiente, poco después del amanecer, ya estaban en camino hacia su
nueva posición, del otro lado de la Maestra, acompañados por la escuadra
solicitada al Che, al frente de la cual iba el teniente Hugo del Río,
hermano de Ciro. Con Cuevas envié nuevas disposiciones para los capitanes
rebeldes de la costa. El pelotón de refuerzo debía situarse en la
desembocadura del río Palma Mocha, sobre la margen que daba para La
Plata, en una posición tal que dominara la orilla del mar, contra
cualquier intento de desembarco, y el llano de la desembocadura, en caso
de que el enemigo entrara por tierra desde Las Cuevas. Esta fuerza
contaba con una ametralladora de trípode calibre 30, que manejaba
Primitivo Pérez. La ubicación de Cuevas en este lugar respondía al
presupuesto táctico de que el objetivo principal del enemigo,
desembarcado por el Sur, era el dominio de la cuenca de La Plata y que,
para ello, como paso previo elemental, tendría que ocupar la
desembocadura del río Palma Mocha, bien por tierra o por mar. Y como,
por fortuna, tenía un estrecho conocimiento del terreno, sabía que este
lugar era propicio para una buena emboscada, en cualquiera de los dos
casos. La boca de Palma Mocha ya había servido de escenario, en agosto
de 1957, de uno de los más violentos combates sostenidos durante el
primer año de guerra. Según mis nuevas instrucciones, la escuadra de Teruel se
mantendría más arriba en el río, específicamente "[...] unos cincuenta
metros más allá del punto donde el camino que viene de las Cuevas se une
al de Palma Mocha". Interpretando rigurosamente esta orientación, Teruel
debía posicionarse más allá de la salida al río del ramal derecho del
camino; de los dos primeros, el situado aguas arriba. Finalmente, cinco
hombres ocuparían posiciones sobre ese mismo camino, en el firme de la
margen izquierda del río, con el fin de impedir la llegada de refuerzos
desde Las Cuevas a la tropa que hubiera chocado con la escuadra rebelde
en el río. Una muestra del grado de detalle con que en esos días
tomábamos nuestras previsiones, está en la instrucción siguiente
contenida en el mensaje: "Esos hombres no deben situarse entre el camino
y el mar, sino por la parte de arriba del camino". Es decir, se previó,
inclusive, la posibilidad de que si se situaban del otro lado, pudieran
quedar encerrados en el momento del combate entre la retaguardia de la
columna enemiga y el mar. Paz, mientras tanto, como oficial más antiguo, y como
demostración de la confianza que tenía depositada en él, asumiría la
responsabilidad general de estas posiciones, y se mantendría con la
mayor parte de su tropa en la casa de Emilio Cabrera para moverse según
las circunstancias. La ametralladora calibre 50 manipulada por Albio
Ochoa y Fidel Vargas, una de las dos trasladadas de Costa Rica en el
avión que trajo a Miret, se sumaría a Teruel para atacar por la
retaguardia cuando chocaran con Cuevas, en caso de que la tropa enemiga
bajara hacia la desembocadura del río. Con estas disposiciones quedaba preparada lo que yo
consideraba una trampa perfecta: Situados así lo más conveniente para nosotros es que
[los guardias] viniesen por tierra, donde podría ocurrir algo más grande
que en el Oro o el Pozón, porque yo les aseguro que si entran allí no
pueden salir. Si vienen por mar, también serían rechazados aunque no
sería grande la encerrona. Las referencias en este documento aluden a la emboscada
en el Oro de Guisa contra el refuerzo, durante el Combate de Pino del
Agua, en febrero de 1958, y al Combate del Pozón en abril, acciones
ambas muy favorables para no-sotros. Las instrucciones a Paz y Pedrito se completaron con
advertencias estrictas acerca del ocultamiento de las posiciones y
evitar que se filtrara su ubicación, por indiscreción de algún vecino,
al enemigo; la preparación de trincheras y fortificaciones adecuadas
para resistir, incluso, el bombardeo naval y aéreo; y la necesidad de
ahorrar al máximo el parque. Finalmente, la última prevención a Pedro Miret: "Pedro
debe tener siempre por lo menos dos hombres armados frente a la pista,
por si ellos intentan un descenso de tropas en helicópteros". Por aquellos meses se había hablado de una compra de
helicópteros realizada por Batista, y recuerdo que durante algún tiempo
nos preocupó un desembarco helitransportado. Sin embargo, al parecer,
este nunca fue tenido como una opción por los planificadores militares
de la tiranía. El examen de las disposiciones tácticas, y mi evaluación
de la situación operativa, lo realicé en esta comunicación dirigida al
Che, a quien mantenía siempre informado al detalle de la marcha de los
acontecimientos: Los soldados están realmente en una posición mala, pues
tienen que moverse. Ante la imposibilidad de trancarlos en las dos
direcciones se les va a preparar la encerrona por Palma Mocha que ofrece
excepcionales ventajas, al mismo tiempo que protege La Plata de un
avance enemigo por ese lado. Hay que contar como perdido a Ocujal porque
no hay hombres suficientes para defenderlo. También tenemos que
descontar El Macho por donde desembarcan cuando quieran. [...] Así, mientras el Turquino nos sirve de apoyo a la
izquierda, impediremos que avancen hacia la Maestra desde Las Cuevas y
hacia La Plata por la orilla del mar. Esta última puede ser defendida
eficazmente desde el mar y por los caminos costeros. Estoy seguro de que
hacia allí se dirige el plan del Ejército. Casi al final de este mismo mensaje, por cierto, añadí
con cierta displicencia: "Es una verdadera marea de soldados la que se
nos viene encima". Y era verdad, pero yo estaba absolutamente convencido
de que podríamos contener y rechazar esa marea. Por esos días había
expresado esta misma idea en una nota que escribí para Radio Rebelde: Es una verdadera marea de soldados los que ha lanzado la
dictadura contra nosotros. Será también un mar de sangre la que van a
dejar en los caminos de la Sierra Maestra a medida que intenten avanzar,
si es que encuentran valor suficiente en la causa vergonzosa que están
defendiendo. En los días inmediatamente posteriores al desembarco del
Batallón 18 en Las Cuevas, ocurrido sin incidente combativo alguno, la
tropa enemiga se dedicó a establecer su campamento y realizar algunas
incursiones de exploración a lo largo de los dos caminos que salían del
lugar, a saber, el de la costa, en dirección a El Dian y Bella Pluma; y
el de la loma, en dirección al río Palma Mocha. En ninguna de estas
primeras exploraciones se produjo contacto entre nuestras fuerzas y el
enemigo. Los guardias llegaron, incluso, hasta ocupar temporalmente el
caserío de Bella Pluma, observados de cerca por la patrulla rebelde al
mando de Fernando Chávez, pero no realizaron ningún intento de avanzar
más allá, en dirección a Ocujal, donde estaba situado el pelotón de
Ramón Paz. El jueves 12 de junio, el mismo día en que Andrés Cuevas
salió de Mompié para ocupar su posición en la boca de Palma Mocha, un
pelotón de la Compañía Escuela de Cadetes del batallón enemigo entró
hasta ese lugar, y se retiró después de quemar las dos o tres casas
campesinas que encontró a lo largo del río. No fue sino hasta el día siguiente cuando las distintas
fuerzas rebeldes en la zona comenzaron a ocupar las posiciones
dispuestas en mis nuevas indicaciones. La pequeña tropita de Cuevas,
después de realizar durante toda la jornada del 12 una marcha forzada a
través de Mayajigüe, Camaroncito y El Naranjal, subió al atardecer al
alto de La Caridad y se descolgó del otro lado. Esa noche acamparon y
prepararon comida en la casa de Graciliano Hierrezuelo, en La Caridad, y
Cuevas envió un mensajero a Ocujal para trasmitir a Paz mis
instrucciones. Al día siguiente, el personal rebelde dejó sus mochilas
en la casa y bajó hasta el río Palma Mocha, y luego río abajo para
ocupar su posición en la desembocadura. En la casa de Hierrezuelo, en La
Caridad, quedaron tres combatientes, uno de ellos encargado de cocinar
para la tropa, y los otros dos responsabilizados con la custodia de la
cocina y las mochilas. El resto del personal, incluidos los de la
ametralladora calibre 30 manejada por Primitivo Pérez, fue ubicado por
Cuevas, de acuerdo con mis instrucciones, en la falda pedregosa que
cerraba y dominaba desde el Oeste el llanito de la desembocadura del río
Palma Mocha. Al recibir las nuevas instrucciones, Paz trasladó su
personal el propio día 13. Como tenía obstruido el camino de la costa
por el enemigo, no le quedó más remedio que cortar a monte traviesa por
las faldas del Turquino. Subió por el arroyo de Ocujal, cruzó a buscar
los cabezos de El Dian, pasó por la casa de Fernando Martínez —donde se
le agregaron a la tropa este campesino y su hijo Albio— y descendió por
un costado del alto de La Esmajagua hacia el río Palma Mocha. Al llegar
distribuyó a sus hombres en una emboscada sobre el camino del río,
aproximadamente un kilómetro más arriba de El Colmenar. Decidió enviar
la ametralladora 50 a la posición de Cuevas, por lo que Albio Ochoa,
Fidel Vargas y los otros combatientes a cargo de esta arma se
trasladaron a la desembocadura. También sus mochilas quedaron con las de
la tropa de Cuevas en La Caridad, y señalo este detalle por algo que
ocurrió días después. La escuadra de refuerzo enviada junto con Cuevas, al
mando de Hugo del Río, ocupó posiciones con el personal de Paz en el
río. La de Teruel, que se había retirado aguas arriba, fue ubicada por
Paz a un lado del camino de Las Cuevas a El Colmenar, de acuerdo con el
plan de dejar pasar al enemigo e impedir luego su retirada o la llegada
de refuerzos. La posición sobre el camino de Las Cuevas a la casa de
Emilio Cabrera fue reforzada con una escuadra al mando de Roberto Elías,
y se situaron postas avanzadas en el camino cerca de Las Cuevas. Con
esta disposición quedó, por tanto, ejecutado el plan para la gran
encerrona que le teníamos preparada al enemigo en Palma Mocha; plan al
cual Paz había hecho algunas modificaciones menores muy sensatas. Desde la salida del capitán Cuevas de Mompié, no volví a
recibir noticias claras de la situación en el sector de Palma Mocha
hasta la tarde del día 15, lo cual me provocó cierta intranquilidad ante
la incertidumbre de que las posiciones que había ordenado cubrir no se
ocuparan antes del movimiento que seguramente debían iniciar los
guardias muy pronto, y se perdiera, en consecuencia, la posibilidad de
darles un golpe fuerte o, al menos, aguantar su avance hacia La Plata.
En la mañana del día 15 recibí un primer mensaje de Cuevas, un tanto
confuso, en el que no me aclaraba si había hecho contacto con Paz y si
este había ejecutado mis instrucciones. Por eso le contesté: No me gusta cómo van saliendo las cosas ahí. Tú no me
das explicaciones claras. Paz no acaba de llegar y ustedes no se han
encargado de averiguar qué pasa, si recibió o no mi mensaje. Ya para entonces, sin embargo, Paz hacía dos días que
había seguido mis órdenes, y el día anterior me había enviado dos
mensajes que yo aún no había recibido. En uno de ellos me explicaba
detalladamente todas sus disposiciones y en el otro me informaba que ese
mismo día —el sábado 14 de junio— una compañía enemiga había entrado en
El Colmenar, a menos de un kilómetro de su posición, había disparado
unos tiros y quemado la casa del campesino Alberto Peña, y se había
retirado de nuevo hacia Las Cuevas. El tiroteo, por cierto, fue sentido
en La Plata por Pedro Miret, quien el día antes había enviado al
mensajero Luis Felipe Cruz Castillo, conocido por Juan Pescao, y uno de
nuestros más eficaces enlaces, a Palma Mocha para hacer contacto con
Cuevas y Paz. Después de esta incursión de los guardias, Paz decidió
con muy buen juicio trasladar su emboscada más abajo. La nueva posición
que ocupó era muy cerca de El Colmenar, a pocas decenas de metros de la
salida del camino que venía de Las Cuevas. La llegada en la tarde del día 15 del mensaje de Paz, en
el que me explicaba lo que había hecho, resolvió todas mis
preocupaciones de los dos días anteriores con relación a este sector.
Esa misma tarde le envié respuesta: Me alegra muchísimo saber que ya arribaste a Palma
Mocha. Tengo la impresión de que ahí vamos a obtener una de las primeras
victorias. Están muy bien las disposiciones y muy clarito el mapa.
Lo único que no me explicas es el punto exacto donde está situado
Teruel. Ten en cuenta que cualquier fuerza nuestra destinada a
parar el refuerzo enemigo debe estar preferentemente situada en un alto
estratégico hacia el punto de donde deba venir el refuerzo, con defensas
convenientemente preparadas en lugar oculto donde tomen posición en el
momento preciso. En el caso preciso del camino que viene de las Cuevas,
bien sea el de cerca del mar o el de más arriba, como se supone que por
allí deba venir la tropa, que se va a dejar entrar para que caiga en la
emboscada, las defensas no pueden hacerse en el camino, sino a un lado,
que debe ser por supuesto el más alto. En el camino que viene de las Cuevas para la casa de
Emilio, sí hay que plantarles las defensas, atravesadas en la ruta para
no dejarlos pasar. [En] Caso de combate en la Playa, lo más probable es que
el refuerzo trate de llegar por el camino que sale a la casita donde
dormí la última vez que nos vimos; pero aun considerando esto lo más
lógico y probable, al producirse el combate, debes destacar aunque sea
una avanzadilla de dos hombres por lo menos, por el camino de más arriba
(el que sale cerca de donde tú estás situado) para que se adelante lo
más posible hacia las Cuevas y le dispare a cualquier tropa que trate de
avanzar por él y retardar lo más posible su avance. También, si la escuadra situada en el camino de las
Cuevas a Emilio, es gente rápida y buena, cuando vea que se está
combatiendo por la playa de Palma Mocha, se puede adelantar por el
camino, aproximarse a las postas y tirotearlas para hacerle creer a la
guarnición que va a ser atacada y vacile en el envío de refuerzos. [...] No descuides darle instrucciones muy precisas a Teruel,
para que sepa lo que tiene que hacer en cualquier circunstancia de
peligro de que le corten la retirada, sobre todo que esté convencido de
que aquí en la Sierra es imposible que copen a nadie y que siempre es
posible escapar si se combate bien. Con estas disposiciones y con las medidas tomadas por
Paz, la trampa que preparábamos quedaba dispuesta en sus menores
detalles. A partir de ese momento, tuve la más absoluta certeza de que a
la tropa enemiga que había desembarcado en Las Cuevas le esperaba un
verdadero desastre una vez que decidiera moverse. Esta convicción estaba
reforzada por la gran confianza que tenía depositada en Paz, en su
inteligencia y espíritu combativo. No por gusto le dije en un mensaje el
día 16: Estás actuando muy bien. Continúa usando la cabeza y
verás cómo le vamos a ocasionar un descalabro para empezar. En esta
guerra que estamos librando la pericia es el factor decisivo. En resumen, el plan consistía en lo siguiente: si el
enemigo se movía por cualquiera de los dos caminos inferiores, la
escuadra de Teruel lo dejaría pasar. Al llegar al río, podría seguir en
dos direcciones. Si tomaba hacia arriba, chocaba con la fuerte emboscada
de Paz y si bajaba, al llegar a la boca caía en la emboscada de Cuevas,
mientras Paz lo encerraba por la retaguardia. La misión de Teruel sería
impedir la retirada del adversario hacia Las Cuevas y detener los
posibles refuerzos que pudieran enviarle desde allí. Si el enemigo se
movía por el camino superior, en dirección a la casa de Emilio Cabrera,
chocaba con la escuadra de Elías, y Paz debía actuar entonces a
discreción, reforzando esa posición y cerrando la retirada de los
guardias. En la playa de La Plata, entretanto, Pedro Miret
mantenía su posición para impedir cualquier intento de desembarco, y la
escuadra de Ciro del Río cubría el camino de la costa hacia La Plata
desde el Oeste, en el caso de un intento de penetración por esa
dirección. En El Macho y El Macío, las fuerzas rebeldes de la Columna 7,
al mando del teniente Raúl Podio, un magnífico oficial, deberían
resistir en caso de desembarco y replegarse por el río Macío. De esta
forma, parecían estar previstas todas las variantes y protegidos todos
los accesos desde el Sur.
|