Presión desde Minas de Bueycito (Capítulo 4)
En las semanas inmediatamente anteriores al comienzo de
la gran operación, el enemigo realizó incursiones al interior de la
montaña, de las que resultaron diversas escaramuzas y encuentros con las
fuerzas rebeldes que operaban en la zona, compuestas, fundamentalmente,
por el personal a las órdenes del capitán Guillermo García, con el
refuerzo solicitado a la Columna 3 de Juan Almeida, y por personal de la
Columna 4, ya en ese momento bajo las órdenes del comandante Ramiro
Valdés después del traslado del Che hacia Minas de Frío. Las dos últimas acciones, previas al comienzo oficial de
la ofensiva, ocurrieron precisamente el viernes 23 y el sábado 24 de
mayo, los dos días anteriores al inicio de la misma, y no tuvieron
mayores consecuencias. En la primera de ellas, rebeldes y guardias
intercambiaron disparos en Montero, y en la segunda, en los alrededores
de San Miguel, localidades ambas muy cercanas a Minas de Bueycito. En
los dos casos, Ramiro informó de varias bajas enemigas, entre ellas un
guardia muerto. El 28, ya comenzada realmente la ofensiva con el avance
hacia Las Mercedes y su ocupación, me llegaron a La Plata noticias de
Ramiro sobre otros dos encuentros, esta vez en Los Doctores y de nuevo
en Montero. Teniendo en cuenta el dislocamiento de las principales
unidades enemigas en preparación de la ofensiva, no nos cabía duda
alguna de que al Batallón 11 le correspondía desempeñar un papel
importante. La posición que ocupaba era, junto con el poblado de Estrada
Palma, uno de los puntos de partida más lógicos para cualquier
movimiento hacia el interior de nuestro territorio por el Norte. Desde
Minas de Bueycito, lo más probable era que el enemigo lanzara su intento
de penetración en dirección al curso superior del río Buey, y ocupara
sucesivamente los barrios de La Otilia, San Miguel, El Macío y La
Estrella. A la altura de este último lugar, cabía esperar tres
variantes tácticas: una de ellas sería la continuación de su avance en
la misma dirección general hacia el Sur, con la intención de rebasar los
barrios de Platanito, Caña Brava y La Habanera, y alcanzar el firme de
la Maestra en la zona de Santana de Buey; la segunda sería desviar el
rumbo hacia el suroeste, en busca del firme de El Descanso, dejando
atrás los barrios de Banco Abajo y Banco Arriba; la tercera sería
continuar hasta Caña Brava y desviar, entonces, el rumbo hacia el
suroeste en dirección a las cabezadas del arroyo de California. En
cualquiera de estas tres opciones, el enemigo, en caso de lograr su
objetivo, quedaría en posición favorable para proseguir su penetración
por los firmes, en dirección a las zonas de La Jeringa o San Francisco,
en el curso superior del río Yara. Teniendo en cuenta que las dos
últimas variantes acercarían al Batallón 11 más hacia el Oeste a su
objetivo final, Radio Rebelde y la Comandancia del Primer Frente;
nuestra apreciación antes del inicio de las operaciones era que el
enemigo trataría de seguir alguna de estas rutas.
La primera acción de importancia en este sector ocurrió
el jueves 29 de mayo. Ese día, el Batallón 11 comenzó su avance
definitivo hacia el interior del territorio rebelde desde su base de
operaciones en Minas de Bueycito. Cerca del mediodía, después de pasar
por La Otilia, la fuerte y bastante experimentada tropa enemiga chocó
con la emboscada de Guillermo García, a la altura de El Macío, y se
entabló un furioso combate. La columna principal de los guardias fue
obligada a detener su avance, y nuestros combatientes lograron repeler
los varios intentos del jefe enemigo de flanquear las posiciones
rebeldes para salir a su retaguardia. Durante el intenso bombardeo de
morteros que ordenó desatar Sánchez Mosquera para tratar de desalojar a
los hombres de Guillermo, resultó herido de cierta gravedad el
combatiente Manuel Díaz. En El Macío se siguió combatiendo intermitentemente a lo
largo de los tres días siguientes. A pesar de la presión constante de
Sánchez Mosquera, quien contaba con más de 300 hombres bien armados y
equipados, y sus hábiles intentos de infiltrar los flancos de nuestras
fuerzas, la rápida movilidad de las escuadras rebeldes, la tenaz
determinación de sus integrantes de cumplir las instrucciones de no
ceder hasta el último esfuerzo y la capacidad demostrada por Guillermo
para situar una emboscada tras otra con el máximo aprovechamiento del
terreno, permitieron lograr el propósito de ir desgastando y retardando
el avance enemigo. En una de estas innumerables acciones, el mensajero
rebelde Misaíl Machado fue sorprendido el 2 de junio y cayó combatiendo
contra una patrulla de guardias. Él fue la primera baja mortal de
nuestras fuerzas durante el desarrollo de la ofensiva enemiga. No fue sino hasta el 8 de junio cuando Sánchez Mosquera,
reabastecido de balas y municiones, logró avanzar hasta las cercanías de
La Estrella. En 10 jornadas, el poderoso Batallón 11, que contaba con
los soldados más veteranos de los que lucharon contra nosotros en las
montañas, no había logrado penetrar ni siquiera otros tantos kilómetros
en el territorio rebelde, lo cual dice mucho de la tenacidad y eficacia
de la resistencia opuesta por nuestros combatientes en ese sector y las
adecuadas medidas de protección. Ya para entonces, sin embargo, Ramiro
me había informado que solo contaba con la mitad de las reservas del
parque que yo le había enviado en previsión de estas acciones. Nuestros hombres combatieron de nuevo con coraje y
eficacia en La Estrella desde el día 8 hasta el siguiente, pero no
pudieron impedir, en definitiva, que el enemigo se apoderara del
caserío. Allí, Sánchez Mosquera estableció campamento, tal vez para
reponer fuerzas después de las agotadoras jornadas de desgaste vividas
por sus guardias desde la salida de Minas de Bueycito, o quizás para
reevaluar sus planes inmediatos. Esta posibilidad no deja de tener peso
a la luz de lo que ocurrió en los días subsiguientes. La llegada de la fuerza enemiga a La Estrella era parte
de nuestras previsiones. Hasta el momento, el Batallón 11 estaba
siguiendo la ruta del río Buey en una de sus direcciones previstas, la
que lo llevaría al firme de la Maestra por la zona de Santana. El único
problema inmediato planteado en este sector, por tanto, era el excesivo
gasto de balas de nuestros combatientes, que podría provocar el
debilitamiento de la resistencia rebelde ante el ulterior avance de los
guardias. Ramiro me insistió en el tema nuevamente en un mensaje
que recibí por teléfono el día 11. De inmediato le contesté en términos
muy duros: No piensen recibir una sola bala. Tienen q arreglárselas
con lo que tengan o pagar bien caro la falta de cabeza y sentido común.
La gente debe disparar sobre los guardias a matar y a boca de jarro, no
para asustarlos con el ruido. No pueden gastar en dos horas las balas q
deben durar un mes. Los tipos q [...] tiran 500 balas con una
ametralladora en unos minutos y luego se jactan de ello, son dignos de
ser fusilados. No estoy dispuesto a permitir q la Rev [Revolución] sea
desbaratada por culpa de cretinos. Enviaré facultades excepcionales a Comt [comandantes] y
Capt [capitanes] para proceder drásticamente contra todo acto [de]
cobardía y estupidez. Te enviaré instrucciones detalladas a medida q se
desarrollen [los] acontecimientos. Mucha inteligencia, q es la q más
falta hace en estos momentos. [...] Nosotros supimos sostener la Rev [Revolución] y
hacerla resurgir con 20 balas por fusil, en Palma Mocha matamos 5
soldados sin gastar más de 280 balas y éramos unos novatos. A mi juicio, era necesario una vez más el tono de esta
respuesta para que nuestros combatientes tuvieran plena conciencia de la
necesidad de ahorrar al máximo nuestros bien escasos recursos. Pero, por
otra parte, había que reconocer que los defensores de ese sector estaban
haciendo un esfuerzo sobrehumano frente a la presión posiblemente más
intensa, de que era capaz el enemigo en los distintos frentes de su
ofensiva. Por esa razón, al día siguiente, en mensaje que le envié al
Che, donde le daba cuenta de los acontecimientos por el sector nordeste,
le agregué: Mándame también 500 balas 30.06 que tengo que enviarle a
Ramirito, aunque se las voy a retardar lo más posible, porque es la
única forma [de] que no nos quedemos sin una sola bala. Ayer le respondí
que no pensaran recibir una sola más. Sigo pensando que ese [es] el
punto más débil de nuestra estrategia. Hay que ver lo que significa que, a estas alturas de la
batalla, la respuesta concreta que puedo darle a la petición de parque
de Ramiro para sostener la resistencia en todo un sector es una negativa
tajante, mientras hago la silenciosa gestión de la irrisoria cantidad de
500 balas. Así estábamos resistiendo, contra todos los pronósticos, y,
lo que es más importante, así estábamos convencidos de vencer. En definitiva llegué a enviarle a Ramiro, el día 13, un
pequeño refuerzo de 400 balas para fusiles 30.06. En el mensaje que le
cursé con el parque le insistía de nuevo en este crítico tema, y le
trasladaba también esa confianza en la victoria: Tengo que ahorrarlas [las balas] como cuestión de vida o
muerte. Estoy esperando gran ayuda desde fuera este mismo mes. Estoy
seguro de que podremos resistir si llevamos adelante el plan correcto de
lucha. Necesitamos tres meses para recibir los refuerzos suficientes con
que lanzarnos a la ofensiva cuando el enemigo esté virtualmente agotado. Ciertamente, yo confiaba aún en las posibilidades de
recibir suministros desde el exterior, pero estaba convencido de que,
incluso, en el caso de que no fuese así —y no fue así—, los planes de
defensa que habíamos elaborado nos permitirían resistir con nuestros
propios medios y con los que fuéramos arrancando al enemigo, hasta que
llegara el momento en que la ofensiva se desgastara y detuviera.
Entonces sería cuando la iniciativa pasaría a nuestras manos. Esta confianza absoluta se refleja en la orden que curso
al mediodía del 11 de junio al comandante Camilo Cienfuegos, quien, como
se recordará, estaba operando hacía más o menos dos meses en los llanos
del Cauto para que se desplazara urgentemente con lo mejor de su columna
a reforzar la Sierra atacada. Dice así el texto completo de este
mensaje: Después de estudiar detenidamente la situación y
analizar los planes nuestros y del enemigo he decidido enviarte con
carácter urgente este mensaje. Te necesito aquí con todas las armas buenas [de] que
puedas disponer. Se va a librar en la Sierra una batalla de la mayor
trascendencia. Ellos van a concentrar contra esto el grueso de sus
fuerzas tratando de dar un golpe decisivo. El número que ellos puedan
concentrar aquí no importa a los resultados finales, lo que importa es
que nosotros dispongamos el mínimo necesario para aprovechar al máximo
las extraordinarias ventajas de este escenario donde sabemos se va a
librar la lucha. Ese mínimo se completa contigo. El desplazamiento tuyo de allí hacia acá, aparte del
valor que implica en este instante, tiene la ventaja de que en cuestión
de días puedes de nuevo situarte en esa zona cuando las razones de
estrategia general así lo requieran. El enemigo además ha trazado ya sus
planes contando contigo ahí, vamos a hacer que tengan que librar su
batalla contigo aquí. Al objeto de aprovechar además las ventajas de tu
estancia en esa, debes dejar una patrulla de escopeteros operando por la
zona que despiste al enemigo y llevar a cabo tú el traslado hacia acá
sin que nadie sepa ni adivine tu rumbo. Dirígete hacia la zona de Santo Domingo. Este mensaje lo
pienso enviar también por otra vía para asegurar su llegada. Estoy
completamente seguro del éxito de nuestros planes. Un fuerte abrazo. En realidad, los aguerridos hombres que le pedía eran
alrededor de 40. En un mensaje adicional anexo al anterior, le comentaba
a Camilo: El indicio de que la lucha fuerte va a comenzar de un
momento a otro me lo da el hecho de que después de concentrar grandes
núcleos al frente de la Sierra, de donde no han podido avanzar, hayan
producido ayer el primer desembarco por la costa, en Las Cuevas, según
noticias e informes que aunque no confirmados con exactitud parecen
absolutamente ciertos. De un momento a otro tienen que chocar con
nuestros hombres. Y en un segundo adicional, para no alarmar indebidamente
a Camilo, iba esta información sobre nuestros planes y condiciones,
también confirmación contundente de nuestra confianza: Este movimiento que te comunico está relacionado con
todo un plan y una serie de circunstancias: aseguramientos de puntos por
donde deben llegar armas (algunas de las cuales ya están aquí), plan
minucioso de resistencia a la ofensiva y contraofensiva inmediatamente
posterior. Hemos convertido [a] la Sierra en una verdadera fortaleza
llena de túneles y trincheras. La planta de radio está convertida en un
baluarte de la brecha revolucionaria. Tenemos instalada una red
telefónica y muchas cosas han mejorado extraordinariamente. Te hago
estas aclaraciones para que no vayas a recibir la falsa impresión de que
estamos en situación difícil. Creo cerca la Victoria. Hasta ese momento, salvo las fuerzas propias de las
Columnas 1, 4 y la tropa de Crescencio, esta última con muy pocas armas
de guerra —las tres que integraban lo que hoy es llamado Primer Frente
de la Sierra Maestra—, el único refuerzo recabado de otros frentes
rebeldes para resistir la ofensiva contra ese núcleo central había sido,
como ya se ha dicho, el grupo de combatientes llegados con Almeida desde
la zona del Tercer Frente. La incorporación de Camilo y sus hombres
obedecía a dos consideraciones principales. En primer lugar, contar con
la inyección que aportaría este valiente y competente jefe y su muy
pequeña, aguerrida y combativa tropa, lo cual se hacía necesario a la
luz de los acontecimientos más recientes: enfrentar la doble ofensiva
enemiga desde el Norte y la apertura de un nuevo sector en el Sur, tras
el desembarco del Batallón 18, el 10 de junio, en Las Cuevas, al que nos
referiremos en un capítulo siguiente. Nuestras fuerzas con armas de
guerra apenas rebasaban los 200 hombres. En segundo lugar, pero de gran
significación, era contar con Camilo y el Che para la defensa de los
tres sectores en los que, evidentemente, se dividiría la acción a juzgar
por los movimientos realizados por las tropas de la tiranía. No era de ninguna manera fácil la misión planteada a
Camilo. Se trataba nada menos que de atravesar el cerco enemigo de la
Sierra y, una vez dentro de la montaña, eludir a las diversas
agrupaciones de guardias que ya estaban operando en ella para llegar al
mismo corazón rebelde, y hacerlo en el menor tiempo posible. Pero yo no
tenía duda alguna de que lo lograría. Al día siguiente, en un nuevo
mensaje en que le ratificaba la orden como una prevención adicional, en
caso de que los dos mensajeros anteriores hubiesen sido interceptados,
le encarecía una vez más que realizara el movimiento en el mayor secreto
posible para que nadie conociera su rumbo, y que tomara todas las
precauciones necesarias a la hora de cruzar las líneas enemigas. Camilo,
como era de esperar, cumplió con todo éxito la misión, y apenas dos
semanas después de cursado el primer mensaje ya estaba con 40 de sus
mejores combatientes en la zona de La Plata. Mientras todos estos acontecimientos ocurrían en la zona
del río Buey, en los primeros días de junio comencé a recibir algunas
confusas informaciones acerca de presuntos movimientos de tropas
enemigas desde Estrada Palma y el Cerro, en dirección al río Naguas y,
eventualmente, a Santo Domingo. La primera comunicación en ese sentido
fue de Horacio Rodríguez, el día 2, quien me lo ratifica tres días
después, a partir de comentarios escuchados entre los vecinos del Cerro. Obviamente, la confiabilidad de estas informaciones no
era muy grande, pero se trataba, no obstante, de una posibilidad que no
podía dejar de tenerse en cuenta. En nuestra evaluación —previa al
inicio de la ofensiva— de las vías de acceso al corazón de nuestro
territorio, factibles al enemigo, figuraba entre las que debían ser
tenidas en cuenta, la penetración hasta Santo Domingo desde el Norte o
el noroeste. En el caso de la primera dirección mencionada, por la vía
de Canabacoa a Los Lirios u otro punto sobre el río Naguas, y de allí,
atravesar el firme de El Cacao, hacia el barrio de ese nombre, al que
solo separaba de Santo Domingo el firme de La Manteca. En el caso de la
segunda de estas direcciones, las variantes eran más numerosas: desde
Estrada Palma al río Naguas, y por el curso de este al punto decidido
para atravesar el firme de El Cacao; desde Estrada Palma a Providencia,
y por el curso del río Providencia hasta Palma Criolla y el propio
barrio de El Cacao; o desde Cerro Pelado a Providencia, atravesando Los
Corrales para seguir el mismo recorrido anterior. Por supuesto, una
fuerza enemiga posicionada en Providencia, podría utilizar también la
vía del río Yara, que era la ruta más previsible. La ubicación de la escuadra de Eddy Suñol en Providencia
y el pelotón de Lalo Sardiñas en Los Lirios respondía precisamente a
estos posibles cursos de acción del enemigo. En el caso de Lalo, de
producirse una penetración enemiga en la zona de Naguas por un punto
situado a su retaguardia, su deber sería dar media vuelta a su posición
y partir si fuera necesario para emboscar esa tropa. Las noticias no
fueron confirmadas. En definitiva, todos estos rumores resultaron
infundados. Una segunda tropa siguió después los pasos del Batallón 11,
pero lo hizo en la misma dirección que llevaba este. El 12 de junio, la
posibilidad de un intento de penetración por Providencia a lo largo del
río Yara hacia Casa de Piedra y Santo Domingo, o en cualquiera de las
otras direcciones posteriores previstas, me indujo a considerar el envío
de instrucciones a Suñol a fin de que se replegara hacia el camino de
Gamboa para proteger el acceso por esa vía a El Naranjo y a Santo
Domingo. El propio Suñol, por otra parte, me había hecho saber su
criterio de que esa tropa tal vez no llegara a Providencia, ya que el
río estaba hondo y no daba fácil paso a los transportes, sino que
intentara flanquear esa posición y penetrar directamente al Salto,
detrás de la línea rebelde, a través del firme de La Llorosa hacia La
Plata. El parte militar, elaborado para Radio Rebelde el 12 de
junio, decía lo siguiente con relación a la situación en el sector
nordeste de la batalla: Mientras tanto, en el otro lado de la Sierra al norte de
la misma por la zona de Bueycito, el enemigo lanzó sus fuerzas a la
ofensiva intentando avanzar hacia la Sierra. Después de dos días de
intensos combates fue paralizado el avance de las fuerzas enemigas que
sólo logró penetrar tres kilómetros en territorio rebelde a un alto
precio de vidas. En ese mismo parte se reiteraba lo que ya se había
convertido casi en un motivo constante en las informaciones que ofrecía
nuestra emisora: El Ejército Rebelde está combatiendo gallardamente
contra fuerzas innumerablemente superiores en número y armas, pero que
no podrán vencer la tenaz y heroica resistencia que en todas las formas
y tácticas de lucha imaginables le están ofreciendo y le ofrecerán cada
vez más intensamente nuestras fuerzas. No había realmente nada nuevo que informar. Después de unas horas de relativa inactividad en La
Estrella, el jefe del Batallón 11 había ordenado el día 10, al grueso de
sus fuerzas, reiniciar el avance en la misma dirección anterior del
curso superior del río Buey. Durante las dos jornadas siguientes, los
guardias habían logrado alcanzar los barrios de Caña Brava y Platanito
—donde había estado funcionando uno de nuestros hospitales de campaña a
cargo del doctor Sergio del Valle, ya evacuado—. Esos eran los tres
kilómetros a que se refería el parte de Radio Rebelde, ganados a sangre
y fuego frente a la constante resistencia de los combatientes de
Guillermo García y las escuadras de la Columna 4. Hasta ese momento, por
tanto, parecía que el plan enemigo se mantenía según la variante
prevista de alcanzar el firme de la Maestra en la zona de Santana. Sin embargo, al parecer desde el propio día 10, Sánchez
Mosquera había iniciado exploraciones a lo largo del río Palmarito,
afluente del Buey a la altura de La Estrella, con la intención de probar
una vía alternativa en dirección a los barrios de Banco Abajo y Banco
Arriba y, eventualmente, del firme de El Descanso. De la misma forma, el
día 12, tras haber ocupado Caña Brava, envió una parte de su fuerza por
el río California, también afluente del Buey a la altura de ese barrio,
con la intención de probar esta otra ruta alternativa que lo conduciría
al firme de California. Todavía el 12 de junio, nuestros capitanes en la zona
seguían considerando que el golpe principal del enemigo proseguiría por
el río Buey, en dirección a La Habanera y el firme de la Maestra en
Santana. Las informaciones que recibí ese día de Ramiro daban cuenta de
la ocupación de Caña Brava, y ratificaban que esa seguía siendo la
dirección del avance principal. Lalo Sardiñas, sin embargo, me informó
ese mismo día desde su posición en Los Lirios de Naguas que los guardias
estaban entrando a Banco Abajo, pero no tenían aún elementos para poder
determinar que se había producido un cambio en la dirección principal. No fue sino hasta el día siguiente cuando la nueva
situación comenzó a esclarecerse. En la tarde del 13 de junio, una avanzada de la fuerza
de Sánchez Mosquera llegó a El Descanso y acampó esa noche en los
alrededores de la casa de Hipólito Vázquez, colaborador campesino de
nuestra columna. En ese momento, la fuerza rebelde más cercana era el
pelotón de Lalo Sardiñas, quien seguía emboscado en Los Lirios, a unas
tres horas de camino de El Descanso. Fue el propio Lalo quien me envió
la primera noticia de este movimiento, al día siguiente por la mañana. La llegada de esta tropa enemiga a ese lugar introdujo
un elemento nuevo en la situación táctica. En un primer momento no fue
posible determinar si se trataba de un movimiento diversionista o del
envío por parte del jefe del Batallón 11 de una pequeña fuerza en busca
de suministros a Estrada Palma por vía del río Naguas, o si, por el
contrario, se trataba de un cambio en la dirección del golpe principal
en el intento de penetración por el nordeste. El hecho es que el
movimiento planteó una serie de variantes nuevas a las que teníamos que
dar respuesta con las escasas fuerzas de que disponíamos en ese momento. Las dos entradas principales que podían conducir
directamente a la zona de Santo Domingo habían estado cubiertas desde
principios de mayo, cuando se ejecutaron las primeras disposiciones de
defensa ante la inminencia de la ofensiva. Eddy Suñol había mantenido
ocupadas las posiciones en Providencia desde las cuales se dominaba
visualmente todo el llano hasta Estrada Palma, y se podía hacer una
primera resistencia efectiva en caso de que el enemigo intentara
penetrar por el camino que subía por todo el río Yara desde Cerro
Pelado. La otra entrada había estado vigilada desde Los Lirios por el
personal de Lalo Sardiñas, poco numeroso y mal armado. Entre Providencia
y Santo Domingo, cuidando un acceso vital al firme de la Maestra por El
Cristo, El Toro y Gamboa, estaba situada la pequeña tropa al mando de
Félix Duque. En el propio Santo Domingo, en los alrededores de la casa
del colaborador campesino Lucas Castillo, llevaba algún tiempo acampada
la escuadra al mando de Paco Cabrera Pupo, quien actuaría como refuerzo
en cualquier dirección en que la amenaza se hiciera más patente. Este
era todo el personal —apenas 50 hombres en total, muchos de ellos
insuficientemente armados y con parque escaso—, de que disponíamos para
enfrentar la amenaza que se cernía tan de cerca sobre el corazón de
nuestro territorio. Suponiendo que la tropa que había llegado a El Descanso
el 13 de junio llevara una misión combativa, podía continuar avanzando
hacia Los Lirios o tomar el camino de Loma Azul para caer eventualmente
en La Jeringa. Una vez allí podía bajar por el río Yara hacia Pueblo
Nuevo y Santo Domingo, o escalar directamente el firme de la Maestra y
salir por la retaguardia de las líneas rebeldes a la altura de
Agualrevés. Una tercera ruta de esta fuerza podía ser la de proseguir la
marcha atravesando La Sierrita hasta El Cacao, y subir luego al alto, lo
cual le permitiría después dejarse caer directamente sobre Santo
Domingo. A todas estas alarmantes posibilidades habría que añadir el
hecho de que los movimientos de la tropa de El Descanso pudieran estar
en combinación con los del resto de las fuerzas del Batallón 11, que
hasta el momento parecían seguir la dirección original de su golpe
principal. Desde la posición que ocupaba en Los Lirios, lo único
que Lalo Sardiñas podía hacer era tratar de impedir el paso del enemigo
por la primera de las rutas mencionadas. Al amanecer del día 14, Lalo
envió un informe urgente a Paco Cabrera Pupo para que me lo trasmitiera
a mí, al tiempo que, con aguda percepción de la situación táctica, le
recomendaba que se trasladara a El Cacao para interceptar al enemigo en
caso de que intentara la tercera variante. Paco me trasladó el informe
de Lalo, pero como tenía instrucciones precisas de permanecer en Santo
Domingo, no se movió hasta no recibir una orden mía. Mi respuesta no se hizo esperar. Previendo la
posibilidad de que la tropa enemiga tomara el camino de Loma Azul hacia
La Jeringa, que era de una de las variantes analizadas en su momento por
mí, ordené a Lalo que se mantuviera en Los Lirios y que, en caso de que
el enemigo siguiera el camino de Loma Azul, le tratara de tomar la
delantera y lo interceptara antes de que pudiera llegar al alto de La
Jeringa. Una vez más nuestros planes de contingencia tenían que estar
basados en la superior movilidad de las fuerzas rebeldes, ya que no
había hombres suficientes para cubrir todos los posibles accesos. "Nos
resentimos de la falta de una reserva mínima", le escribí al Che en un
mensaje que le cursé a las 2:00 de la tarde del día 14, en el que le
informé de esta nueva situación. No me llevó mucho tiempo evaluar las implicaciones de
este movimiento enemigo y precisar todos los posibles cursos de acción
que se abrían. En cuanto a la defensa de la vía de El Cacao, el peligro
era menos inmediato y ya habría tiempo —unas horas más— para tomar las
medidas necesarias. En la situación táctica en que se desarrollaba la
defensa de La Plata, lo que importaba era lo más inmediato. Resulta
revelador de nuestro enfoque pragmático lo que le dije al Che en ese
mismo mensaje, refiriéndome al peligro planteado por la tropa llegada a
El Descanso: "Veré qué hago si avanzan por ahí". Pero de lo que sí podía
estar seguro cualquiera era de que, aun en esa difícil coyuntura, no
habíamos perdido ni el optimismo ni la confianza. "La situación se ha
ido haciendo un poco complicada". Eso era todo cuanto admitía en lo
referido a ese sector. En definitiva, el movimiento enemigo no me tomó por
sorpresa. El propio día 14, antes de recibir las noticias que me enviaba
Lalo, le había escrito a Orlando Lara que cabía esperar del Ejército que
buscara alguna forma de flanquear las entradas previsibles al reducto
rebelde de la Maestra por el Norte, que eran las Vegas de Jibacoa y
Santo Domingo. Ese mismo día le había ordenado a Suñol que cubriera con
algunos de sus hombres, reforzados por otros de Lara, el camino que
subía de Arroyón al alto de La Llorosa, para evitar que por esa vía el
enemigo pudiera llegar a El Toro. Como parte de las medidas de replanteamiento estratégico
y táctico tomadas después del desembarco del Batallón 18 en Las Cuevas
—al que nos referiremos en el capítulo siguiente— envié el 14 de junio
unas instrucciones al comandante Ramiro Valdés, jefe de la Columna 4
desde el traslado del Che a Minas de Frío. A las 7:00 de la mañana de
ese día, cuando me senté a redactar el extenso documento de 18 páginas
para Ramiro en la casa del Santaclarero en La Plata, todavía no había
recibido la noticia de que la columna de Sánchez Mosquera, que
presionaba desde finales de mayo, precisamente por el sector de Ramiro,
había variado la dirección de su penetración y, al parecer, replegándose
hacia La Estrella había llegado a El Descanso. El supuesto táctico de
que partía en estas instrucciones, por tanto, era que la fuerza enemiga
seguiría procurando avanzar en la misma dirección que traía, con la
intención de coronar el firme de la Maestra por la zona de Santana. Partiendo de este supuesto, orienté a Ramiro que situara
una escuadra por el camino que subía a El Hombrito, otra en el alto de
Escudero y dos en la entrada del río La Mula —tres posibles accesos
desde el Norte y el Sur a la Maestra, al este de Santana y del pico
Turquino—, y que concentrara el resto del personal, es decir, el grueso,
en la defensa del camino que subía de Minas de Bueycito a Santana, que
parecía ser la ruta principal que intentaba seguir Sánchez Mosquera. La
idea de maniobra era retardar el avance del enemigo y "[...] hacerle
pagar lo más caro posible la penetración". En otras palabras, lo que
estaba previendo era la probabilidad de que no pudiera contenerse, en
definitiva, el avance del Batallón 11 hasta el firme de la Maestra,
teniendo en cuenta la intensidad del golpe, así como las fuerzas
relativamente escasas que podíamos oponer. El propósito de la defensa,
por tanto, seguía siendo el desgaste del enemigo para buscar su
agotamiento y, en consecuencia, la pérdida de su impulso ofensivo. Le reproché a Ramiro —en mi mensaje— haber permitido que
se cometieran dos de los pecados cardinales de nuestro decálogo
guerrillero: la falta de preparación de defensas adecuadas y el gasto
excesivo de parque. Considero que a pesar de mi insistencia ustedes
descuidaron el problema de las trincheras y defensas, y no tendría nada
de extraño, porque yo he tenido que batallar mucho para que la gente
abriera verdaderos huecos y preparara trincheras efectivas protegidas
contra todo y no hoyitos ridículos, que es la tendencia de la inmensa
mayoría. Por ese camino de las Minas a Santana, bien fortificado,
ni Mosquera ni nadie puede avanzar sin desangrar su tropa hasta el
máximo. Y con relación al parque: Me luce que la gente nuestra no está combatiendo ahí al
enemigo con inteligencia. A juzgar por las balas que se gastan, debiera
haber cien guardias muertos, ya que estando nosotros a la defensiva y
teniendo ellos que avanzar, se les podía hacer muchas bajas, desde
posiciones bien preparadas y combinadas. Te parecerá tal vez que te escatimo el parque.
Comprenderás que no puedo agotar nuestras ya escasas reservas por ese
solo punto cuando estoy consciente del tiempo mínimo que debemos
resistir organizadamente y de cada una de las etapas sucesivas que se
van a presentar. Realmente tengo la impresión [de] que aunque con valor,
nuestros hombres no están combatiendo en ese punto con pericia. Este último asunto, como siempre, era crucial, pues no
existían reservas de parque no ya inagotables, sino siquiera adecuadas,
como tampoco refuerzos de hombres. En ese mismo documento expuse ampliamente muchas de las
concepciones estratégicas que pensaba aplicar ante la ofensiva enemiga,
que se estaba acercando ya a su momento más crítico: [...] en este momento, estoy pensando cuidadosamente en
las semanas y meses venideros. Esta ofensiva será la más larga de todas,
porque es la última de todas. Después del fracaso de este esfuerzo,
Batista estará perdido irremisiblemente y él lo sabe, por tanto echará
el resto. Esta es, pues, una batalla decisiva, que se está librando
precisamente en el territorio más conocido por nosotros. Y seguidamente preciso: Yo estoy dirigiendo todo mi esfuerzo a convertir esta
ofensiva en un desastre para la Dictadura, tomando una serie de medidas
destinadas a garantizar: primero, la resistencia organizada un tiempo
largo, segundo, desangrar y agotar al ejército y tercero, la conjunción
de elementos y armas suficientes para lanzarnos a la ofensiva apenas
ellos comiencen a flaquear. Estoy preparando una por una las áreas de
sucesivas defensas. Estoy seguro de que haremos pagar al enemigo un
precio altísimo. A estas horas, es evidente, que están muy retrasados en
sus planes y aunque presumo que hay mucho que luchar, dados los
esfuerzos que deben hacer para ir ganando terreno no sé hasta cuándo les
dure el entusiasmo. La cuestión es hacer cada vez más fuerte la resistencia
y ello será así, a medida que sus líneas se alarguen y nosotros vayamos
replegándonos hacia los sitios más estratégicos. La idea estratégica era organizar una defensa
escalonada, cada vez más firme en la medida en que se concentraran las
líneas defensivas, y cada vez más costosa al enemigo, que tenían en su
contra tres factores: la extensión progresiva de sus líneas de
abastecimiento en un terreno plenamente desfavorable para él, ya que no
estaba en condiciones de garantizar la seguridad de su retaguardia, y
quedaba expuesto al ataque constante de sus convoyes de suministro; la
necesidad de desarrollar sus operaciones más importantes en un
territorio familiar a los rebeldes, que conocíamos palmo a palmo y en el
que habíamos preparado nuestras defensas más elaboradas, y finalmente,
la imposibilidad moral y material que presuponía al enemigo —y los
hechos me dieron la razón— para sostener por un tiempo relativamente
prolongado una campaña que le costaba tanto esfuerzo y desgaste. Como parte de la estrategia de concentración de fuerzas
y previendo la posibilidad de que el enemigo alcanzara la Maestra, le
ordené, en consecuencia, a Ramiro trasladar el campamento principal de
la Columna 4 de La Mesa hacia Agualrevés, al oeste de Santana en la
propia Maestra. El traslado incluiría todas las instalaciones, talleres,
víveres y reses. De tal suerte, aun en el caso de que el enemigo
alcanzara la Maestra por Santana, las fuerzas y los recursos de ese
sector rebelde no quedarían aisladas de las de la Columna 1 en los
accesos a La Plata, sino integradas en un sistema único y orgánico de
defensa que abarcaría, todavía en ese momento, territorios importantes
al este del Turquino. Con lujo de detalles, instruí a Ramiro acerca de las
posiciones en que debía desplegar sus fuerzas en el caso de que los
guardias franquearan la Maestra. Cabe apuntar aquí que yo no le concedía
posibilidad alguna de avance al enemigo más allá de Santana: Una vez situadas en Agualrevés y así dispuestas las
fuerzas, se acabó el retroceso. Con el Turquino en un flanco, la Maestra
en otro, nosotros protegiéndoles este lado, es de todo punto imposible
que ningún Ejército avance por ahí. De esta forma, quedaría plenamente asegurado en el
sector oriental el objetivo estratégico fundamental en toda esta etapa,
desglosado en el mensaje a Ramiro en los puntos siguientes: 1o Proteger y mantener territorio básico para
abastecernos en él de armas y municiones por aire, cosa que está muy
adelantada. 2o Mantener la planta trasmisora que se ha
convertido en factor de primera importancia. 3o Resistir organizadamente los tres meses que
considero indispensables para poder lanzarnos a la ofensiva con
abundantes hombres y equipos. 4o Ofrecer una resistencia cada vez mayor al
enemigo a medida que nos concentremos y ocupemos los puntos más
estratégicos. 5o Disponer de un territorio básico donde
funcione la Organización, los hospitales, los talleres, etcétera. Esta defensa organizada y cada vez más concentrada del
"territorio básico" en torno a La Plata, en espera del momento de pasar
a la contraofensiva, prevista desde el principio como eje de nuestra
planificación estratégica frente a la ofensiva enemiga, adquiría ahora
mucha mayor significación a partir del desarrollo hasta ese momento de
los hechos. En realidad, el 14 de junio, fecha en que redacté este largo
mensaje, faltaban menos de 15 días para el agotamiento del impulso
ofensivo del Ejército de la tiranía y el inicio de una segunda etapa que
se caracterizaría por la contención de esa ofensiva y la preparación de
condiciones para la contraofensiva rebelde.
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