La derrota de Sánchez Mosquera
(Capítulo 20)
El 20 de julio al mediodía, cuando todavía no se había
rendido la tropa de Jigüe, escribí en un mensaje al Che:
Ya no nos falta más que soportar los bombardeos de hoy. Manda a la zona de la Plata, donde está el hospital, a
los que quieran armarse. Pienso recoger todos los rifles mendoza; armar
de springfields, garand y cristóbals a la gente; distribuir automáticas
entre los más viejos y cortar de inmediato la retirada a los guardias de
Santo Domingo y las Vegas. Mi plan, en efecto, era proseguir inmediatamente después
de la victoria en Jigüe, casi sin solución de continuidad, con las
acciones destinadas a liquidar las amenazas aún planteadas por la
presencia de las otras dos agrupaciones enemigas en el interior de
nuestro territorio, las tropas del Batallón 11 de Sánchez Mosquera en
Santo Domingo y las dos compañías del Batallón 19 del comandante Suárez
Fowler, todavía estacionadas en las Vegas de Jibacoa, maniobras que
después del desenlace de la Batalla de Jigüe estábamos en condiciones de
desarrollar de manera simultánea. Como expliqué en el capítulo anterior, una vez lograda
la rendición del Batallón 18, ese mismo día emprendimos el traslado de
todas las fuerzas rebeldes, participantes en Jigüe y Purialón, a las
nuevas posiciones que debían ocupar para el desarrollo de las próximas
acciones previstas. En el caso de Santo Domingo, desde el mismo momento de
mi regreso a La Plata el 23 de julio, comencé a organizar el cerco del
Batallón 11 de Sánchez Mosquera, y a preparar el dispositivo para el
rechazo y la destrucción de los refuerzos que seguramente enviaría en su
auxilio el mando enemigo. Como se recordará, durante el desarrollo de la Batalla
de Jigüe habían permanecido en la zona de Santo Domingo las pequeñas
fuerzas rebeldes de René Ramos Latour, Félix Duque, Geonel Rodríguez,
Zenén Meriño, Huber Matos y Dunney Pérez Álamo. Estas fuerzas habían
sido suficientes, ya que después del Combate de El Naranjo, el 9 de
julio, el batallón enemigo, estacionado en Santo Domingo, no intentó
ningún movimiento. Entre las disposiciones más importantes que adopté
después de Jigüe fue ordenar a Guillermo que cubriera de nuevo con su
tropa el sector norte del cerco en preparación, desde el alto de La
Manteca hasta el de La Ceiba; este último, ya parte del macizo de la
loma de El Brazón. A la derecha de Guillermo se situó la escuadra de
Vilo Acuña. Así quedaba conformado el cerco hacia el norte y el noroeste
del campamento enemigo. Hacia el Sur y el sureste se mante-nían las
fuerzas de Dunney Pérez Álamo, Zenén Meriño y Huber Matos, a las que se
agregó ahora la escuadra de El Vaquerito. Finalmente, en cuanto a otras órdenes para el cerco en
Santo Domingo, envié instrucciones a Félix Duque para que ocupara con su
escuadra posiciones en Leoncito, sobre el río Yara, unos dos kilómetros
aguas abajo del campamento enemigo. Esta sería la primera fuerza con la
que chocaría el Ejército si intentaba escapar por el camino del río. En previsión del mismo procedimiento de concentrar el
golpe principal a los refuerzos que pudieran venir en auxilio del
batallón cercado, el día 23 trasmití desde La Plata una orden a Ramón
Paz, quien después de las acciones en Purialón se había trasladado con
sus hombres a Puerto Malanga para ocupar lo más rápido posible nuevas
posiciones a la altura de Casa de Piedra. Ese mismo día dispuse el
traslado de Daniel y sus hombres también hacia Casa de Piedra, donde
debían reforzar la fuerte emboscada que prepararía Paz a la tropa que
intentara subir por el río Yara en apoyo del Batallón 11. A esta
emboscada destiné, además, la escuadra al mando de Hugo del Río, y se le
sumó la escuadra de William Gálvez. A estas alturas, yo no tenía la menor duda de que los
siguientes movimientos del enemigo serían: uno, enviar un refuerzo a la
tropa encerrada en Santo Domingo para ayudarla a salir; y dos, el
intento de Sánchez Mosquera de escapar de la trampa mortal en que se
hallaba. La única interrogante era qué vía decidiría utilizar el jefe
enemigo para huir. La ruta natural era la del río, pero un jefe como
Sánchez Mosquera seguramente vería con anticipación que esa sería la que
nosotros tendríamos mejor preparada para impedírselo. Pero antes, debo contar varios hechos que tuvieron
importantes consecuencias. Igualmente, la vía del río era la más natural para el
envío de refuerzos procedentes de Estrada Palma al Batallón de Sánchez
Mosquera en Santo Domingo. En este caso, Paz y Daniel tendrían la misión
de detener el refuerzo a la altura de Casa de Piedra, mientras Suñol y
Pinares debían posicionarse en El Salto, aguas abajo, y cortar la
retirada de la tropa de refuerzo que chocaría con la emboscada en Casa
de Piedra. Esta segunda parte de la operación resultaba decisiva, pues
de nuevo mi intención era no solamente detener el refuerzo, sino coparlo
y destruirlo. El mismo día que llegué de regreso a La Plata después de
la Batalla de Jigüe, instruí a Pinares de su misión y lo envié a cubrir
sus nuevas posiciones, al tiempo que en un mensaje a Suñol le indiqué
que se trasladara a El Salto y se uniera a la tropa de Pinares.
Recuérdese que Pinares había asumido el mando del pelotón de Cuevas a la
muerte de este en Purialón. Eran muy buenos combatientes. Ese mismo día ordené el traslado del pelotón de Lalo
Sardiñas hacia El Cacao. Mi idea era que cuando se produjera el choque
del refuerzo en Casa de Piedra, Lalo apoyara la acción de Pinares y
Suñol bajando hacia Providencia, con el doble propósito de impedir que
escaparan los guardias que eludieran la encerrona en El Salto, y
prevenir la entrada de un segundo refuerzo en auxilio del primero. La importancia que yo atribuía a esta operación contra
el refuerzo resulta evidente en el mensaje que le envié a Pinares en la
tarde del día 24: La misión tuya y de Suñol es la de atacar a los guardias
por el flanco o por la retaguardia cuando choquen con Paz. Tienen que
ponerse en una posición donde no puedan verlos y desde ella avanzar y
atacar al enemigo por sorpresa cuando hayan chocado con Paz. Ustedes
tienen hombres suficientes. No son un grupito al que puedan rodear
fácilmente. Lalo está por el Cacao para atacar también a los
guardias por la retaguardia dando la vuelta por Providencia. No se puede
dejar pasar a esa tropa. Esa tarde ordené a Daniel su traslado a Casa de Piedra
para reforzar a Paz. En ese momento, Daniel se encontraba en el estribo
del firme de Gamboa, más o menos donde estaba antes la escuadra de
Duque. Allí, yo lo había reposicionado inicialmente como parte de los
preparativos del cerco a la tropa enemiga en Santo Domingo. Es elocuente
el tono del mensaje que le envié: Trasládate bien temprano con toda tu fuerza a reforzar
la posición de Paz. Parece que los guardias van a subir mañana y esta
puede ser la gran oportunidad ya que tenemos fuerzas dispuestas para
atacar desde distintas direcciones. Otro golpe grande en estos momentos
sería mortal para Batista. Esa misma noche partió Daniel con sus hombres hacia Casa
de Piedra. Portaba el siguiente mensaje mío a Paz: Envío a esa posición un pelotón de refuerzo con gente
buena. Cuida bien los firmes y no retrocedan un paso. Adviérteles a
Pinal [Pinares] y a Suñol que se escondan bien para que los guardias no
los descubran y que deben atacar después que hayan entablado combate
contigo, no disparando hasta que no estén bien cerca del enemigo. Para ocupar estas posiciones en el estribo de Gamboa que
quedaban vacías después del movimiento de Daniel, yo mismo bajé esa
noche desde La Plata con un pequeño grupo de combatientes. Como se habrá observado, mis expectativas eran grandes
para la operación planificada contra el refuerzo. Si funcionaba como
debía la trampa preparada entre Casa de Piedra y El Salto, otra unidad
enemiga quedaría desbaratada. Un buen golpe en este sentido podría hasta
ser suficiente para provocar, como había sucedido en Jigüe, la rendición
del batallón cercado. Aunque, ciertamente, las condiciones no eran las
mismas. Sin embargo, el día 24 se hicieron evidentes algunas
vacilaciones entre el personal rebelde en El Salto que tendrían un
efecto importante a la hora del combate. De ello es testimonio el
siguiente mensaje enviado ese día por Suñol a Paz: Yo nada más tengo un fusil ametralladora y Pinar
[Pinares] otro. Yo iba esta noche a esa [a la posición de Paz en Casa de
Piedra] pero es lejos y está lloviendo. Nuestra situación no es nada
buena pues no es una sola columna la que se mueve hacia acá, son dos
[...]. Yo no sé cómo nos veremos con dos tropas. Creo atacaremos por la
retaguardia la primera y si viene la otra nos retiraremos para que entre
la otra y luego veremos por dónde la atacamos. Esto está muy malo de
desenredar pues está todo claro que pueden coger por donde quieran.
Veremos qué pasa. Preocupado por el tono pesimista de este mensaje, Paz me
lo remitió a La Plata, de donde ya me había movido. Por eso, este
mensaje me llegó muy tarde. Lo que sí recibí ese día fue una nota de
Pinares en la que me informaba de su desacuerdo con las posiciones
dispuestas por Suñol para su personal. Al leerla, tomé la decisión de
bajar hacia Casa de Piedra para tratar de arreglar desde allí la
encerrona de El Salto. Pero antes despaché el siguiente mensaje a Paz: Tienes que decirles que no se pueden dejar ver de los
guardias antes de que choquen contigo. Y, sobre todo, que no cometan
errores y usen la cabeza. Adviérteles bien a Suñol y a Pinal [Pinares]
que exigiré responsabilidad por cualquier error que se cometa; que la
misión de ellos es atacar al enemigo por el flanco y que tienen que
cumplirla cabalmente y con eficiencia. En definitiva, no pude partir hacia Casa de Piedra sino
hasta la noche del 25, después que se había producido el combate de Paz
y Daniel contra el refuerzo. Por cierto, esa noche, por primera y única
vez me perdí en la Sierra. Desde un puesto de mando en el firme de Gamboa escuché
el combate de Paz contra la Compañía P de la División de Infantería, al
mando del capitán Abón Li —el mismo que ofreciera al final de la guerra
una tenaz resistencia a Camilo en el cuartel de Yaguajay—. Esta compañía
fue la encargada por el alto mando de ir en auxilio del batallón cercado
en Santo Domingo. Llevaba abundantes víveres. Escuché el fuerte
estallido de la mina, los disparos de morteros y bazucas, y el nutrido
fuego de las ametralladoras y los semiautomáticos en el largo valle del
río. El combate se prolongó alrededor de cuatro horas, pero no tenía
comunicación con Paz, debía esperar los mensajeros, que llegarían, sin
duda, al otro día. Decidí partir ya casi de noche, impaciente por conocer
los resultados, y si Pinares y Suñol habían copado el refuerzo. Avancé
hacia el suroeste, por el bosque, en busca de la ruta. La noche estaba
oscura. En el bosque no se veía una persona a dos metros. Lo peor fue
cuando, tratando de acortar distancia, nos topamos con una pelúa, así
llamaban los campesinos al sitio donde hubo cultivo y después creció una
enmarañada e intransitable maleza. Para colmo cayó un torrencial y
prolongado aguacero. Tuvimos que esperar el amanecer y buscar un camino
que nos condujera al encuentro con Paz. No fue sino hasta los primeros claros del día 26 cuando
pudimos orientarnos. Habíamos ido a parar a la loma de La Gorra, todavía
a cierta distancia de las posiciones de Paz y Daniel en Casa de Piedra.
Por una de las microondas capturadas en Jigüe conocíamos con
anterioridad algunos datos de los movimientos que planeaba el enemigo y,
en particular, el envío desde Estrada Palma de un refuerzo a la tropa de
Mosquera en Santo Domingo. Entre otras cosas, escuché durante el combate
la orden trasmitida a la tropa sitiada en Santo Domingo de salir en
auxilio del refuerzo al mando de Abón Li, orden que Sánchez Mosquera,
conocedor del terreno y de la presencia de fuerzas rebeldes que le
cerraban el paso, no cumplió. También escuché la orden al jefe del
refuerzo para que recuperara los mulos que llevaban cargados de
suministros y pertrechos de guerra, a fin de no perderlos, y evitar que
cayeran en nuestras manos. Lo sucedido fue, que el día 25, la compañía había salido
en camiones de Estrada Palma, y ya en Providencia, inició la marcha por
el camino principal río arriba, tal como habíamos previsto. Al mediodía,
llegó a Casa de Piedra y chocó con la fuerte emboscada de Paz y Daniel,
reforzada, además, el día anterior, por las escuadras de Hugo del Río y
William Gálvez. Se entabló un furioso combate que comenzó con el
estallido de una mina colocada en el camino y las primeras descargas de
una ametralladora 30 ubicada entre las piedras del río, operada por el
combatiente Orlando Avilés. La violenta acción, en la que murió el
combatiente Elinor Teruel, duró cuatro horas, y los rebeldes lograron
detener todos los intentos de romper la línea frontal y seguir
avanzando. Finalmente, el enemigo desistió, se retiró aguas abajo y
abandonó toda su impedimenta, después de sufrir gran número de bajas y
comprobar la inutilidad de su esfuerzo. Esta parte del plan funcionó a la perfección. Una vez
más, Paz demostró sus excepcionales condiciones de jefe y combatiente, y
contó con el apoyo decidido de su tropa y de los demás rebeldes que
participaron en este segundo Combate de Casa de Piedra. Sin embargo, la otra parte del plan, es decir, la acción
de las fuerzas de Suñol y Pinares desde El Salto, para copar el refuerzo
e impedir que una parte escapara, no funcionó. Inexplicablemente, en vez
de avanzar hacia Casa de Piedra, cuando sintió el inicio del combate,
Suñol se retiró de sus posiciones y convenció a Pinares para que lo
siguiera. Sin duda, prevalecieron en su ánimo las consideraciones
pesimistas manifestadas en el mensaje a Paz del día 24 —ya citado— y el
infundado temor a verse encerrado entre la tropa que combatía en Casa de
Piedra y otra que vendría detrás de esa, una supuesta tropa que nunca
existió. En conjunto, Paz, Suñol y Pinares, disponían de casi 150
hombres, con quienes habrían podido liquidar hasta un batallón completo
en movimiento. Recuérdese lo que Lalo y Zenén Meriño hicieron con menos
de 30 combatientes durante la primera Batalla de Santo Domingo, contra
una compañía del Batallón 22 del comandante Eugenio Menéndez, que fue
liquidada. Debido a aquella vacilación, no se logró el resultado que se
buscaba: la destrucción completa del refuerzo o su rendición. Por eso,
el combate se prolongó tantas horas. No obstante, el resultado de este segundo combate en
Casa de Piedra fue de suma importancia. Según los informes enviados por
Paz, el enemigo sufrió no menos de 11 muertos y un número indeterminado,
pero cuantioso, de heridos. Se capturaron 24 prisioneros, una bazuca con
14 proyectiles, 29 fusiles Garand, nueve carabinas San Cristóbal, cuatro
fusiles Springfield, una pistola, cuatro granadas de mano y 32 granadas
de Garand. Se ocuparon, además, 13 mulos cargados de víveres, 30
mochilas de campaña, uniformes, frazadas, nylons y un equipo de
radio con la clave que entraba en vigor precisamente ese día. Era un
botín nada despreciable. Pero el resultado más significativo fue que se
impidió la llegada del refuerzo a Santo Domingo. Suñol y Pinares me
obligaron a una de las más amargas críticas que hice nunca. Yo regresé a la zona de Santo Domingo. Con anterioridad,
Sánchez Mosquera había divulgado el rumor de que se encontraba en el
central Estrada Palma, en contacto con el mando superior. Solo después
del combate con Paz tuve la seguridad total de que estaba en Santo
Domingo con el batallón cercado. En el Combate de Casa de Piedra se
ocupó correspondencia dirigida a Mosquera y hasta una botella de coñac
para él. Paz me lo comunicó urgentemente con un mensajero, que a través
del camino más seguro, el de La Plata, tardaría en llegar. Ese mismo
día, el coronel Sánchez Mosquera recibió la orden de abandonar Santo
Domingo y dirigirse a Providencia, donde fortificaría el terreno y
ocuparía posiciones junto al nuevo Batallón 22, reconstruido, y al mando
del comandante Eugenio Menéndez Martínez, pues su anterior jefe sufrió
un accidente. Después del desastre del refuerzo de Abón Li, el coronel
Sánchez Mosquera supo que su alto mando no podría ya reforzarlo ni
abastecerlo en Santo Domingo. El astuto jefe del Batallón 11 no intentó
salir por el camino del río para llegar a ese punto. Dividió sus fuerzas
en tres grupos y comenzó a subir hacia el firme de El Brazón, por tres
puntos diferentes. Uno de los grupos de la fuerza de Mosquera avanzó hacia
la altura, por el firme secundario de La Ceiba. El ataque sorprendió a
los defensores de una trinchera del teniente Amándiz que fue ocupada,
pero la escuadra resistió durante una hora aproximadamente; allí cayó el
combatiente Juan Vázquez. El enemigo no pudo ocupar el firme principal
de El Brazón, fortificado y defendido por las fuerzas de Guillermo
García. Al conocer la noticia de este combate y de la vía
escogida por Sánchez Mosquera para escapar ordené a Lalo Sardiñas que se
uniera a las fuerzas de Guillermo, y que ambos persiguieran
implacablemente al enemigo que avanzaba a lo largo de toda la loma de El
Brazón para causarle la mayor cantidad de bajas posible y frenar su
retirada, así darían tiempo a organizar una línea de contención y
rechazo que, en vista de las circunstancias, solo podría prepararse a la
altura de Providencia. La ruta escogida por Sánchez Mosquera, en efecto,
lo llevaría inevitablemente a Providencia, donde existía la posibilidad
de cerrar desde las alturas, alrededor de ese caserío, la única salida
natural posible: el cañón del río Yara, entre el firme de Providencia y
el de Pica Pica. Al amanecer del 27, las fuerzas de Guillermo y Lalo
continuaron la persecución del Batallón 11 que luchaba desesperadamente
por escapar. Ellos no podían conocer que el jefe de la unidad que
perseguían había sido herido en la cabeza, lo que supe por la microonda
ocupada el día anterior a la Compañía P de Abón Li. No fue posible
informarles la noticia aquella misma tarde, lo que habría sido de gran
importancia para ellos. El mando superior enemigo modificó sus planes. Abandonó
la idea de fortificar los Batallones 11 y 22 en Providencia, un lugar
muy próximo al llano y Estrada Palma. Con el resto del Batallón 11 iban
casi dos compañías del Batallón 22. Guillermo calculó que eran alrededor
de 600 hombres. El jefe del puesto de mando de Bayamo, el general
Eulogio Cantillo, el 26 de julio de 1958 suscribió un documento
revelador. Citaré solo las partes esenciales: ENEMIGO: Calidad: El enemigo posee tropas muy bien entrenadas
para el tipo de operaciones (Guerrilla) que desarrolla, puesto que casi
toda es natural de la región, y los Jefes llevan mucho tiempo en zona y
son muy conocedores del terreno [...]. Cantidad: Varía mucho el cálculo, pero pueden
considerarse entre 1000 y 2000 combatientes de primera clase, bastante
bien armados. Además casi todo habitante de la zona alta dominada por
los rebeldes es confidente, correo o informante (hombre, mujer o niño). Armamento: Para esta Operación el enemigo solicitó de
cada Jefe de zona, le mandara el mejor personal, con el mejor armamento,
haciendo una concentración de su mejor personal y equipo [...]. A continuación, en este documento, Cantillo culpa de
todo a los jefes de las tropas y compañías, que él mismo sacrificó
inútilmente: Organización: La típica de la Guerrilla: Pequeños grupos
que se esconden y se infiltran dentro de nuestras tropas en marcha y a
veces en alto. Ultimamente se esconden en árboles y malezas, y a la vez
se lanzan sobre la Unidad sorprendiéndola y desarmándola. Se reúnen en
cantidad para un golpe determinado. Salud: Estado sanitario malo; muy desnutridos pero con
mucha resistencia física. Pueden soportar días enteros en un lugar sin
moverse, comer ni tomar agua. Moral: Los últimos éxitos en copar y rendir Unidades les
ha levantado mucho la moral; han adquirido gran cantidad de armamentos,
parque y comida y los ha hecho más atrevidos; han adquirido también
Mini-packs y PRC-10 nuestros. EJÉRCITO: Calidad: La calidad del Soldado actual, en casi todos
los grados, es en más de un 75% de 4ta. clase para este tipo de
operaciones, que supone gran resistencia física al esfuerzo [...] y la
voluntad constante de buscar el enemigo y vencer. [...] Es aconsejable retirar Unidades a terreno más
favorable, donde se pueda maniobrar, disminuyendo a la vez las
distancias de apoyo y abastecimientos, y donde pudiéramos, si el enemigo
nos sigue y cae en nuestro juego, decidir la Campaña. En el apartado referido a la DECISIÓN, se enumeran las
unidades que deben ser retiradas de las montañas. PLAN: Atraer al enemigo hacia un área que nos favorece y que
estará formada por puntos fuertes enlazados entre sí y con capacidad de
maniobra y facilidad de abastecimientos. Además una masa de maniobras en
el flanco OESTE nuestro y una reserva y Punto de Abastecimiento
principal en ESTRADA PALMA. Reorganizar nuestras fuerzas, acortar nuestras líneas,
alargar las del enemigo y ponerlo en situación desventajosa. [...] "POR LA LIBERTAD DE CUBA". (Fdo.) E. A. Cantillo, MMN y P May Gen Jefe ZOpnes. Me percaté del movimiento de Mosquera por el intenso
tiroteo que se producía en el lado opuesto al punto donde nos
encontrábamos. Allí estaba la línea de la fuerza de 40 hombres que,
dirigida por Guillermo, había arribado a la zona procedente del Tercer
Frente Oriental, al inicio de la ofensiva enemiga. Guillermo ya tenía
una experiencia de combate contra Mosquera, junto a la columna bajo el
mando de Ramiro Valdés al noreste de nuestro frente. Participó luego en
la Batalla de Jigüe. Su tropa se duplicó después de aquella batalla y
estaba bien armada. No lejos de allí se encontraba la gente de Lalo
Sardiñas, más al Oeste y lista, tanto para participar en el combate
contra los refuerzos como para estrechar el cerco. Envié de inmediato un mensajero para localizar a
Guillermo, ya que no existía otra forma de comunicación con los jefes
rebeldes. De vez en cuando encendía el equipo radial ocupado al enemigo
con el fin de interceptar las comunicaciones entre el avión de la
jefatura de operaciones y las unidades de tierra, pero solo el tiempo
imprescindible para no agotar las baterías. Mientras llegaban noticias, que con seguridad tardarían,
solo conocía que se desarrollaba un fuerte combate por los disparos que
desde diversos puntos se escuchaban, en un área donde era imposible la
observación visual. Los del Ejército eran alrededor de 600, entre el
Batallón de Mosquera y el que restaba del Batallón 22. Los nuestros,
entre Guillermo y Lalo, sumaban alrededor de 130. No era, en absoluto,
por allí, la probable ruta de cualquier refuerzo. Del lado de acá del firme de El Brazón, por donde inició
su retirada Mosquera, estaban los morteros, la bazuca, la escuadra de
Curuneaux con la 50 y las minas. Comenzamos a movernos en dirección a Providencia.
Corríamos el riesgo de chocar con cualquier unidad de Mosquera
desperdigada e, incluso, con su fuerza principal en marcha hacia
Providencia, si obligada por la resistencia se desviaba por otro camino
más directo. Nuestra vanguardia debió avanzar con todas las precauciones
necesarias en la misma dirección. En horas de la tarde de ese propio día escuché una
comunicación entre el Batallón 11 y la avioneta del mando superior de
operaciones: —¡Coronel herido en la cabeza! ¡Coronel herido en la
cabeza! ¡Manden zunzún! ¡Manden zunzún! —¡Zunzún no puede bajar! ¡Zunzún no puede bajar! Era la única respuesta, muy lógica, además. Aunque le
habíamos ocupado la última clave a la tropa de Abón Li, no hacía falta.
Zunzún era el helicóptero. Guillermo y Lalo atacaban con las
ametralladoras trípode calibre 30 mm, un fusil ametralladora y muchos
fusiles semiautomáticos. Bajar el helicóptero en aquel terreno irregular
¡era imposible! Pero no teníamos ninguna otra información sobre lo que
ocurría. Se acercaba la noche cuando llegaron noticias de que el enemigo
en retirada avanzaba por un trillo a media falda que salía de la casa de
Ricardo Ríos, en dirección a Providencia. Duque, quien marchaba con nosotros, recibió la misión de
explorar y tratar de interceptar la tropa en algún punto de la falda de
El Brazón. En cumplimiento de esa orden, Duque, como siempre, inquieto y
temerario partió rápido por una entrada natural del terreno seguido por
su tropa, porque ubicar al enemigo era de suma importancia para
nosotros. Decidimos esperar el resultado de su exploración.
Pasaron 30, 40, tal vez 50 minutos; en aquella tensión era imposible
calcular el tiempo. De súbito se escucharon varios disparos, y balas
trazadoras cruzaron sobre nosotros a 15 ó 20 metros de altura. De nuevo,
el silencio. Todo el mundo permanecía en guardia. Regresaron algunos del
pelotón de Duque, pero nadie traía noticias de lo ocurrido. Caminando,
sin mirar hacia atrás, había perdido el contacto con sus propios
hombres. Nadie sabía de él. ¿De dónde salieron aquellos disparos?
¿Estaba Duque vivo o muerto? En la oscura noche, igual que la del día anterior, sin
luna, si hacíamos cualquier movimiento corríamos el riesgo de chocar con
una fuerza amiga o enemiga. No podíamos movernos. Duque no daba señales
de vida. Era necesario esperar de nuevo el amanecer. Con las primeras luces, alguien anunció la aparición de
Duque; estaba vivo, pero casi irreconocible. Sin darse cuenta por poco
choca con el campamento de la desesperada tropa en retirada. Observó su
descubrimiento e inició el regreso. Caminó unas decenas de metros y se
encontró unos hombres armados con fusiles, comenzó a hablar con ellos
pensando que eran los de su tropa que venían detrás. Cuando se percató
de que no eran sus compañeros, sino que estaba conversando con soldados
enemigos que montaban guardia alrededor del campamento, trató de
palanquear su ametralladora, pero los guardias se abalanzaron sobre él,
se abracó con uno de ellos y forcejeó fuertemente, los otros dos o tres
trataban en la oscuridad de darle culatazos en la cabeza, hasta que
Duque se desprendió y corrió hacia abajo. Las trazadoras que vimos pasar
eran disparos de los soldados que encontró Duque. Estaba desconocido por
los golpes que recibió en la cabeza, la frente, la cara y el cuello. En
algún lugar se había desplomado exhausto, donde lo despertaron las
primeras luces del amanecer. ¡Cuán valioso habría sido su
descubrimiento! Con nosotros estaban las armas de más poder. El enemigo
se encontraba muy cerca. Habríamos podido descubrirlos 8 ó 10 horas
antes, no dejarlos descansar aquella noche, y cercarlos antes del
amanecer. ¡Qué día aquel 27 de julio, a los cinco años y un día
del ataque al Moncada, todavía con la esperanza de aniquilar al Batallón
11! Guillermo, con más de 80 hombres, y Lalo Sardiñas, con
más de 50, estaban posesionados de la altura dominante; tal vez el
enemigo nunca hubiera llegado a Providencia, donde Paz montaba guardia
con el apoyo de casi 200 combatientes. Además, ese día, Vilo Acuña se adelantó por el firme con
su escuadra y trató de formar una línea de contención en la última
altura de la loma de El Brazón antes de que la pendiente se deslizara
hacia el caserío de Providencia. Pero Vilo no contaba con fuerzas
suficientes y, tras un corto combate en el que murió el combatiente
Giraldo Aponte, El Marinero, el enemigo logró flanquear la
posición de Vilo y proseguir su fuga precipitada. Sin embargo,
Guillermo, que había continuado su persecución, los atacó por la
retaguardia y les causó al menos otras dos bajas mortales, además,
capturó tres fusiles Springfield, mochilas y una caja de balas. Por la noche, los restos del Batallón 11 acamparon en
las últimas estribaciones de la loma de El Brazón, a la vista ya del
caserío de Providencia. A la mañana siguiente, el día 28, el enemigo quemó toda
su impedimenta, incluido parte del parque. Desde el firme de El Brazón,
los combatientes de Guillermo y Lalo, ya reunidos durante la noche,
contemplaron el espectáculo de la enorme hoguera y las incesantes
explosiones. Evidentemente, la intención del jefe herido y de sus
lugartenientes era aligerar, en todo lo posible, la carga de sus hombres
para apresurar el paso en su huida, aun a costa de reducir su poder de
fuego. Los hombres de Lalo y Guillermo continuaron persiguiendo
y acosando con sus disparos desde el firme, en una ruta paralela a la de
los guardias, y siguieron causando bajas al enemigo en fuga. Durante todo ese día, desde temprano en la mañana, la
Fuerza Aérea del Ejército se mantuvo activa. Para apoyar a la tropa en
retirada realizaron seis misiones de bombardeo y ametrallamiento que
duraron hasta bien entrada la tarde, en las cuales participaron dos
bombarderos B-26 y dos cazas F-47. En el teatro de combate apareció,
además, un avión caza a reacción T-33. Los objetivos de ataque fueron
dirigidos ese día por un avión de transporte DC-3, que operó como puesto
de mando. Este aparato recibió en un ala el impacto de las balas
rebeldes. Esa tarde también le ordené a Duque que dejara su
posición en Casa de Piedra, adonde lo había movido el día anterior, y
dividiera su fuerza en dos. Una parte de sus hombres, al mando de Raúl
Barandela, debía reforzar aún más las posiciones de Paz en Providencia.
Con Barandela envié el siguiente mensaje a Paz, el propio día 27, que en
uno de sus párrafos resultó premonitorio: Pensando que hay que hacer ahí [en Providencia] una
línea invulnerable y que, dado el desconocimiento exacto de la posición
de los guardias, estos hombres de Duque pueden quedarse fuera de la
acción y como además por la retaguardia viene avanzando un fuerte
contingente nuestro, he decidido mandarte estos 43 hombres para
fortalecer tu línea. Creo que así, no hay quien pueda hacerte mover de
ahí. Recuerda que es muy importante poner dos fuertes
emboscadas en los caminos que vienen de Estrada Palma para que les
cuiden a ustedes las espaldas. Esas emboscadas no deben abandonar su
posición por ningún concepto, y si tú ves que los atacan fuerte por
alguna de esas emboscadas, la refuerzas. Mosqueda [Mosquera] viene con un balazo en la cabeza. Si
esa tropa choca con ustedes queda liquidada. Paz no coloca "las dos fuertes emboscadas en los caminos
que vienen de Estrada Palma, para que le cuiden a ustedes la
retaguardia". Con la otra parte de su tropa, Duque debía tratar de
interceptar a los guardias en algún punto de las laderas de El Brazón,
pues había noticias de que el enemigo en fuga avanzaba por un trillo, a
media falda, que salía de la casa del campesino Ricardo Ríos en
dirección a Providencia. Mientras todo esto ocurría en El Brazón fui tomando las
disposiciones necesarias para crear una línea lo más sólida posible en
Providencia e impedir la fuga de la maltrecha tropa en desbandada. Esa misma tarde ordené a Paz y a Daniel que se movieran
con todas sus fuerzas al caserío y, tras un rápido estudio del terreno,
ocuparan las posiciones más adecuadas. Paz decidió colocarse en una
parte elevada del firme de Providencia, de frente al caserío y dominando
el cauce del río a su derecha, por donde consideró correctamente que
deberían salir los guardias. No cerró del todo la emboscada, colocando
personal rebelde en la falda del alto de Pica Pica, del otro lado del
río, pues recibió la información de Aguilerita, quien había sido enviado
a explorar, que ya el enemigo había tomado ese alto. Esta noticia no
resultó ser exacta, los guardias nunca ocuparon el alto de Pica Pica. Al
final, El Vaquerito se ubicó en el extremo de la falda de Pica Pica, del
otro lado del río y del caserío de Providencia. En su premura por ocupar en el menor tiempo posible las
mejores posiciones para rechazar al enemigo en fuga, Paz tampoco tomó la
precaución de cubrir su retaguardia dejando algunos hombres del otro
lado del firme de Providencia, donde ya el terreno descendía hacia el
llano. Esta imprevisión resultó fatal. A la izquierda de Paz, Daniel desplegó todas sus fuerzas
a lo largo de las alturas laterales del firme. Más a la izquierda,
comenzando a cerrar la emboscada, el teniente William Gálvez se ubicó
con una pequeña escuadra en el alto que ocupaba el cementerio del
poblado. Desde poco después del amanecer del 28 de julio, los
guardias comenzaron a bajar por las faldas de la loma de El Brazón hacia
el río y el caserío de Providencia. Cuando estaban a tiro de las
posiciones rebeldes se inició el combate. Nuevas bajas se sumaron ese
día a las ya sufridas por el Batallón 11 en su huida. La acción se
prolongó varias horas, durante las cuales se logró contener el avance
del enemigo. Pero mientras esta acción estaba en desarrollo, fuerzas
del reconstruido Batallón 22, estacionadas en Estrada Palma, se habían
desplazado hacia Providencia para apoyar la salida de los restos del
Batallón 11. Sin encontrar resistencia consiguieron subir desde el
llano al firme de Providencia y ocupar el extremo opuesto de la falda
del alto de Pica Pica. Con este movimiento se colocaron, de hecho, a
espaldas y al flanco derecho de la posición de Paz. Como resultado del
sorpresivo fuego, mientras combatían contra los que avanzaban
frontalmente cayeron el comandante Paz, el teniente Fernando Chávez y el
combatiente Federico Hadfeg. Sometidos a esta presión desde la retaguardia, los
hombres de Paz se replegaron hacia las posiciones del pelotón de Daniel,
quien, a su vez, había dado también la orden oportuna de retirar la
fuerza rebelde de ese lugar. Todo el personal de la emboscada se movió
en dirección al cementerio y hacia Palma Criolla, aguas arriba del río
Providencia. Mientras tanto, los restos del Batallón 11 trataron de
salir por el río Yara. Pero no fue sino hasta después del repliegue de
los hombres de Paz cuando finalmente pudieron avanzar sin peligro de
caer bajo el fuego guerrillero. El grupo con la camilla de Sánchez
Mosquera se detuvo del otro lado del caserío, y cuando el camino quedó
libre siguió en dirección al río, cruzó al otro lado del firme de
Providencia y continuó poco más de un kilómetro hasta El Guineal, ya en
pleno llano, donde se posó el helicóptero enviado por el puesto de mando
de Bayamo a recoger al herido y transportarlo a Santiago de Cuba para
recibir las primeras atenciones. Según supimos después, Sánchez Mosquera quedó
parapléjico como consecuencia de su herida, pero con el tiempo logró
recuperar alguna movilidad. El 1ro. de enero de 1959 se fugó hacia
Miami, donde los criminales de Cuba siempre encuentran refugio seguro. La muerte de Paz, junto con la de Cuevas, apenas 10 días
antes, nos privó de dos de los jefes más eficaces, combativos e
inteligentes con que contaba nuestra columna. Fue, sin duda, un duro
golpe, que venía a sumarse a la pérdida de Angelito Verdecia, y a la que
sufriríamos dos días después con la caída de Daniel, entre las bajas más
sensibles que tuvimos durante toda la ofensiva enemiga. El hecho de que
cuatro capitanes rebeldes fueran muertos en combate dice mucho del
arrojo y la calidad moral de nuestros jefes, que no se abstenían de
estar en la primera línea junto a sus hombres. Desde Palma Criolla, los combatientes de Paz, bajo el
mando de Daniel, dieron vuelta e iniciaron la persecución y el
hostigamiento del enemigo, que se retiró precipitadamente en dirección a
Cerro Pelado. Esta persecución continuó hasta Peladero, cerca de Naguas,
a pocos kilómetros de Estrada Palma, en pleno llano. Ya no era posible
hacer más. En el informe anteriormente citado que le envié a Celia,
en la noche del 28 de julio, le dije: Ha sido titánico el esfuerzo por atrapar y destruir el
batallón completo de Mosquera que luchó desesperadamente por salvarse
dejando muertos por todo el camino. Hoy contaron con el apoyo de un
batallón de refuerzo por el lado de afuera y atravesaron nuestro cerco
por Providencia en plena fuga por todas direcciones. A Mosquera lo
pudieron sacar un rato antes en helicóptero. La 50 no había llegado, ni
el mortero 81 tampoco. Se ha seguido luchando durante el día. [...] Se han ocupado armas, balas, obuses de mortero,
etc. La gente de Mosquera quemó muchos fusiles de sus muertos, así como
casi todo su parque de mortero y el mortero, para que no cayera en
nuestras manos. Lucharon como unos endemoniados. Aún no puedo dar los
resultados completos. Seguí todos sus movimientos con el minipak y el
P.R.C-10. Y en un mensaje al Che el día 29 le pude ofrecer más
detalles: En la batalla de Santo Domingo perdimos en total 7
hombres, entre ellos Paz. En conjunto toda la operación dió un saldo de
más de cincuenta armas. Todas las balas gastadas en la persecución de
Mosquera se recuperaron. Se le hicieron durante la persecución unos 30 muertos, pero es una verdadera
lástima que por una serie de errores de la gente derivados del exceso de
confianza no aniquiláramos al batallón completo. El 29 de julio, al día siguiente de concluida la ba-talla,
Radio Rebelde trasmitió un extenso parte, redactado por mí, sobre la
situación militar, del cual citaré algunos fragmentos: Terminada la batalla del Jigüe, comenzó inmediatamente
otra batalla de gran magnitud contra dos batallones de la tiranía, que
operaban desde Providencia hasta Santo Domingo, a las órdenes del
teniente coronel S. Mosquera. Durante cuatro días se prolongó la lucha que comenzó el
día 25 a las 12 meridiano contra las tropas enemigas que venían a
reforzar el batallón 12 [11] acampado en Santo Domingo y concluyó ayer a
las 2 de la tarde en el sitio conocido por Peladero, cerca de Nagua a
varios kilómetros del central Estrada Palma. La persecución contra el
batallón 12 [11] duró 42 horas consecutivas. Sánchez Mosquera, herido de
gravedad en la cabeza, fué evacuado en un helicóptero ayer 28, a las 7 y
30 de la mañana. El batallón 12 [11] fue dejando por todo el camino un
reguero de muertos y llevaban tras sí una larga caravana de heridos. En
el camino quemó su propio parque, de mortero y de bazooca [...], para
evitar que cayeran en nuestras manos Reunidos más allá de Providencia los restos del batallón
12 [11] con el otro Batallón que vino en su auxilio ambos emprendieron
la fuga hacia Estrada Palma, bajo el fuego de nuestras tropas que
lucharon con extraordinaria agresividad. Sin que todas las unidades rebeldes, distribuidas en el
ancho frente, hayan reportado todavía los resultados totales de esta
batalla, hasta ayer, el enemigo había sufrido 46 muertos, 24 prisioneros
y le habían sido ocupados 29 fusiles garands, 16 ametralladoras
cristóbal, 8 fusiles Springfield, miles de balas, 1 bazooca con 20
proyectiles, dos cajas de obuses de mortero calibre 60, 15 obuses de
mortero calibre 81, más de cien mochilas y otros equipos. La zona de
Santo Domingo, el Salto y Providencia han quedado totalmente liberadas
de tropas enemigas. Nuestras fuerzas sufrieron en esta sangrienta
batalla 7 muertos y 4 heridos. [...] El Ejército rebelde ha aumentado
extraordinariamente sus efectivos de combate y prosigue la lucha contra
los restos de las fuerzas enemigas, que iniciaron la más grande ofensiva
militar que pudo imaginarse en nuestra República, con 14 batallones de
infantería y siete compañías adicionales, apoyada por una flota aérea y
unidades blindadas. Armadas ahora con las bazoocas ocupadas al enemigo,
nuestras columnas pueden batirse contra los tanques de la tiranía. La ofensiva se ha convertido en fuga desesperada. Como dice el parte leído por Radio Rebelde, en todas
estas acciones, sin contar el combate contra el refuerzo en Casa de
Piedra, el enemigo sufrió nada menos que 100 bajas, de ellas 46 muertos
y 24 prisioneros. Se capturaron más de 50 armas y miles de balas. A
pesar de que no se logró el objetivo de destruir completamente el
Batallón 11, lo cierto es que esta unidad quedó diezmada y
desarticulada, y dejó de existir como entidad combatiente. Pero lo más
importante es que el enemigo se vio obligado a abandonar la montaña, y
el sector nordeste de nuestro territorio base quedó liberado de forma
definitiva. Por eso, consideramos que el resultado de esta segunda
Batalla de Santo Domingo —que más propiamente debería llamarse Batalla
del río Yara, porque se de-sarrolló a todo lo largo del río, desde Santo
Domingo hasta Providencia—, constituyó otra resonante victoria rebelde. Sin embargo, no voy a negar que entonces me quedó un
gusto amargo por no haber logrado la destrucción completa del Batallón
11. Errores cometidos por varios de nuestros capitanes contribuyeron a
que no se lograra un resultado aún más contundente, que estábamos en
condiciones de haber alcanzado. El caso más claro fueron los fallos de Pinares y Suñol,
que se dejaron confundir por el rumor de que había una fuerza enemiga en
su retaguardia y no coparon el grueso del Batallón de Abón Li, que chocó
con Paz en Casa de Piedra, lo cual motivó una de las críticas más
severas que formulé durante toda la guerra, aún antes de que las dos
compañías que dejaron escapar atacaran a Paz desde las alturas, detrás
del firme de Providencia, cuando preparaba la línea de combate para
impedir la fuga del Batallón 11. Escuché que de un avión DC-7 daban la orden de disparar
desde las alturas que yo había indicado ocupar con suficiente
antelación, para que la posición de Paz no fuera vulnerable. Experimenté
una gran amargura, oía las órdenes que daba el enemigo, pero no podía
comunicarme por radio con los jefes de nuestros combatientes. Otro caso fue el arranque irreflexivo de Duque, pues su
escuadra hubiese podido retrasar la huida de los guardias o, incluso,
contenerla. Pero no viene al caso detenerse hoy en esos errores, que
en su momento nos sirvieron a todos de experiencia. Lo que importa es
que, a estas alturas, había sido totalmente liquidada la grave amenaza
planteada en dos de los tres sectores de la ofensiva enemiga, los dos
más críticos por el peligro inmediato que representaban para el núcleo
central de nuestro territorio en torno a La Plata. Quedaba ahora
liquidar el tercero, para lo cual estábamos en óptimas condiciones. |