La preparación de la defensa de nuestro territorio
(Capítulo 2)
El factor determinante fue el fracaso de la huelga
general revolucionaria, y la inevitable evaluación que realizarían los
estrategas de la tiranía de que ese revés habría provocado nuestra
desmoralización. En los días inmediatamente posteriores al 9 de abril, el
tema de la probable ofensiva comenzó a ser la preocupación fundamental. Era evidente la trascendencia que tenía la etapa que se
avecinaba para el desarrollo ulterior de la lucha revolucionaria.
Estábamos conscientes de que la nueva ofensiva enemiga sería la más
fuerte, organizada y ambiciosa de todas, entre otras razones porque
sería la última que el régimen de Batista estaría en condiciones de
preparar. Para la tiranía se trataba de una batalla decisiva y, por
tanto, cabía esperar que se empeñaría en ella con todos sus recursos. A estas alturas de la guerra, el establecimiento de una
serie de instalaciones sedentarias, de apoyo a la acción de nuestra
guerrilla, posibilitó la aparición de un territorio base en el que
comenzaba a funcionar una infraestructura importante para la actividad
militar.
Por otra parte, el grado de maduración de nuestras
fuerzas, evidenciado ya en febrero de 1958 en la operación de Pino del
Agua, nos permitía comenzar a aplicar tácticas y movimientos combinados
más complejos, a diferencia de los desarrollados durante todo el primer
año de guerra, cuya característica principal era la acción típica de la
guerrilla. No teníamos otra alternativa que derrotar esa fuerza,
que trataría de cumplir su misión de acuerdo con estrategias y tácticas
clásicas. Ni ellos ni nosotros habíamos pasado por semejante
experiencia. La diferencia de recursos era enorme. Para semejante
adversario, nuestros combatientes eran civiles armados que no podrían
resistir jamás el ataque de unidades regulares. Si ocupaban el
territorio no podrían sostenerlo, y nosotros lo recuperaríamos de nuevo;
pero, ¿cuál sería el efecto de la ocupación de aquellos objetivos en el
pueblo, ya golpeados por el fracaso de la huelga? Aunque todo se creara
otra vez, ¿cuáles serían las consecuencias de todas las viviendas
quemadas, de las instalaciones destruidas, de las plantaciones y del
ganado perdidos, y de los campesinos desalojados? A lo largo de las semanas anteriores al comienzo de la
ofensiva, en la medida que meditábamos y sopesábamos todas las
alternativas, se desarrolló el plan que en definitiva aplicamos, para lo
cual nos basamos en el conocimiento íntimo adquirido del terreno y sus
posibilidades. En esencia, el plan consistía en organizar una defensa
escalonada de nuestro territorio base, que permitiera resistir metro a
metro el avance enemigo, irlo frenando y desgastando hasta detenerlo,
mientras concentrábamos nuestras fuerzas en espera del momento oportuno
para lanzar el contraataque. Aun cuando el enemigo alcanzara sus
objetivos, nuestras fuerzas mantendrían el acoso constante a sus tropas
y líneas de abastecimiento, absolutamente seguros de que no podrían
sostenerlas. En mensaje de fecha 8 de mayo al capitán Ramón Paz le
explicaba: Por todos los caminos les vamos a hacer resistencia,
replegándonos paulatinamente hacia la maestra, tratando de ocasionarle[s]
el mayor número de bajas posibles. Si el enemigo lograra invadir todo el territorio, cada
pelotón debe convertirse en guerrilla y combatir al enemigo,
interceptándolo por todos los caminos, hasta hacerlo salir de nuevo.
Este es un momento decisivo. Hay que combatir como nunca. Esta segunda variante significaría regresar, en lo
fundamental, a la situación de los primeros meses de la guerra, pero con
muchas más armas y experiencia. En cualquier caso, no teníamos la menor
duda de que en breve tiempo recuperaríamos el territorio, pues no
podrían con el terrible desgaste que les ocasionaríamos. Solo que con la
segunda opción, la guerra se prolongaría más tiempo y sufriríamos
momentáneamente la pérdida de esas instalaciones que nos proponíamos
defender. La mayoría de ellas habían ido surgiendo desde los primeros
meses de 1958 en los alrededores del firme de La Plata. Este era un
lugar de óptimas condiciones por su ubicación en el corazón de la
montaña, en una zona de acceso relativamente difícil, casi en el centro
mismo del territorio rebelde del Primer Frente, poblada por pocas
familias campesinas de probado espíritu de colaboración con nuestra
lucha. Por estas mismas razones, el lugar había sido utilizado con mucha
frecuencia por mí como Comandancia transitoria, sobre todo, en los
modestos terrenos de los campesinos Julián Pérez, conocido por el
sobrenombre del Santaclarero, y Osvaldo Medina. Y fue por eso a La Plata hacia donde decidí trasladar en
abril la emisora Radio Rebelde, en torno a la cual cuajó el surgimiento
en los meses siguientes de la Comandancia General. El 13 de abril partí de la zona de La Plata rumbo a la
Comandancia del Che en La Mesa. La dura caminata, que hice a marcha
forzada no sintiéndome del todo bien en aquellos días, era necesaria por
varias razones. En primer lugar, me parecía imprescindible utilizar las
posibilidades de la emisora Radio Rebelde, que funcionaba desde finales
de febrero en esa zona, para comunicarme con el pueblo e infundirle
aliento tras el revés de la huelga. Había que anunciar que nuestra lucha
no solo proseguía, sino que se hacía cada vez más efectiva y organizada.
Por otro lado, el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti quería
hacerme una entrevista. Yo, sobre todo, deseaba aprovechar la visita a
La Mesa para conversar con el Che acerca de la nueva situación creada
con el fracaso del 9 de abril y la ofensiva enemiga, que ya
considerábamos segura. El 16 de abril hablé por Radio Rebelde por primera vez.
En mi alocución analicé las razones del fracaso de la huelga
revolucionaria del 9 de abril, denuncié algunos de los crímenes más
recientes de la tiranía, como el salvaje bombardeo al poblado de Cayo
Espino y la muerte del niño Orestes Gutiérrez, y proclamé mi confianza
absoluta en la victoria. Ignoraba cuántas personas en Cuba escuchaban la recién
creada Radio Rebelde, pero veía en ella un instrumento esencial como
vehículo de información y divulgación y, segundo, como medio de
comunicación con el exterior. Le expliqué al Che la necesidad de
disponer el traslado de la emisora, creada por él, a la zona de La
Plata, más estratégica y con suficientes fuerzas para defenderla. Los
abnegados y competentes técnicos de Radio Rebelde, con Eduardo Fernández
a la cabeza, realizaron en menos de 10 días la proeza de desmontar los
equipos, trasladarlos en mulo por sobre media Sierra Maestra y volverlos
a instalar. Ya a finales de abril teníamos comunicación directa con el
extranjero, y el 1ro. de mayo, Radio Rebelde salía de nuevo al aire,
esta vez desde su definitivo emplazamiento en La Plata. Serviría,
además, de comunicación con el Segundo Frente Oriental y el de Juan
Almeida en Santiago de Cuba. Otra decisión clave tomada en este viaje fue el traslado
del Che para el territorio ubicado al oeste del Turquino, con una misión
inmediata: organizar nuestra incipiente escuela de reclutas, proyecto al
que había que dar un renovado impulso en previsión de la ofensiva
enemiga y de nuestros planes ulteriores, una vez que fuera derrotada. De
hecho, ya desde finales de marzo había comenzado a funcionar en Minas de
Frío un rudimentario centro de instrucción de combatientes de nuevo
ingreso, para lo cual habíamos obtenido la colaboración entusiasta de
Evelio Laferté, teniente del Ejército enemigo hecho prisionero en el
Combate de Pino del Agua, quien había expresado su disposición a
integrarse a las filas rebeldes. Hasta mediados de abril, el puñado de
reclutas destinados a esta escuela de instrucción habían realizado
prácticas elementales de marcha, táctica y arme y desarme. Nuestra
proverbial carencia de recursos nos impedía estar en condiciones de
realizar ejercicios con tiro real. En realidad, la idea era que el Che se hiciese cargo de
la instrucción de los reclutas, como tarea inmediata para impulsar la
instrucción de los que necesitábamos. Allí estaría disponible para
cualquier otra misión más importante. No digo nada nuevo si repito aquí que en el Che yo tenía
un compañero al que estimaba mucho, tanto desde el punto de vista de su
capacidad como de su probado desinterés y valentía personal. Desde Minas
de Frío, él podría ocuparse de la atención directa a los preparativos
para la defensa del sector occidental de nuestro territorio central.
Llegado el momento del combate, en él podría confiar, si fuera
necesario, la conducción de la defensa de todo ese sector, como de hecho
ocurrió. El Che comprendió mis argumentos y se dispuso gustoso a
cumplir sus nuevas funciones. El mando de la Columna 4 quedó a partir de
su salida de La Mesa en manos del comandante Ramiro Valdés, quien hasta
entonces había sido el segundo jefe de la columna. Cerca de La Plata, en la finca del colaborador campesino
Clemente Verdecia, en el barrio de El Naranjo, funcionaba desde hacía
algún tiempo una armería rebelde bajo la responsabilidad del capitán
Luis Crespo. En el rústico taller se reparaban las armas defectuosas y
se fabricaban varios tipos de implementos utilizados por nuestros
hombres en los combates: granadas, bombas de mano, proyectiles de los
conocidos como M-26 y las armas adaptadas para lanzarlos. Una de las responsabilidades de la armería era la
confección de la mayor cantidad posible de minas que pudieran ser
utilizadas por nuestras fuerzas en emboscadas al enemigo en movimiento.
La táctica de hacer estallar una mina en el camino de la vanguardia de
una tropa en marcha, nos había dado buenos resultados, por el doble
efecto de las bajas que producía y el desconcierto que creaba. Hacía
mucho que habíamos aprendido que una tropa en movimiento es tan capaz
como su vanguardia, y de ahí que desconcertar, inutilizar o, en el mejor
de los casos, liquidar la vanguardia era una de nuestras tácticas
principales. En este trabajo de la fabricación de minas, Crespo
—expedicionario del Granma— y sus colaboradores se empeñaron con
mucho éxito. Llegada la ofensiva, casi todas nuestras escuadras y
pelotones disponían de artefactos de este tipo utilizados muchas veces
con bastante efectividad. Para garantizar esta labor había que ocuparse de la
recolección, por todas las vías, de los elementos necesarios para
construir las minas, desde el metal hasta los detonadores y los cables.
Nunca nos faltó el explosivo de alta calidad porque algunas de las
bombas que la aviación lanzaba contra nosotros casi todos los días, no
explotaban, y de ellas extraíamos la carga. A veces, hacíamos estallar
una completa a los pies de una vanguardia. A partir de abril la tarea de acopiar material se
aceleró con todos nuestros enlaces. Hasta las anillas de las cintas de
ametralladoras y los casquillos de las balas disparadas por los aviones
enemigos eran de utilidad en la armería como materia prima, y nuestros
hombres tenían instrucciones de recoger cuantas encontraran, y enviarlas
a la armería de Crespo en El Naranjo. A mediados de abril, un pequeño grupo de mujeres,
encargado de la confección de uniformes, se instaló también en la
armería de El Naranjo, donde tenían mejores condiciones para trabajar y
recibir la mercancía necesaria. Por esta misma época empezamos a dar los
pasos para montar un primer taller de curtido de pieles, que pudiera
servir de proveedor a la fábrica de botas y zapatos que pensábamos poner
a funcionar. Esta actividad tendría que llegar a sustituir en parte al
suministro externo por la vía de la compra de ropa y calzado. Nuestros primeros hospitales y escuelas empezaron
también a surgir en la zona de La Plata. Desde finales de marzo había
comenzado la construcción de un hospital en Camaroncito, sobre el río La
Plata, a cargo del doctor Julio Martínez Páez. Esta instalación no llegó
a terminarse totalmente, aunque prestó servicios médicos desde el primer
momento, y en plena ofensiva fue muy afectada por una crecida del río.
El personal médico de este hospitalito se trasladó para La Plata, donde
funcionó con carácter provisional durante la mayor parte de la batalla,
en una de las primeras instalaciones construidas especialmente, como
parte de lo que al cabo se convirtió en nuestra Comandancia General. También a finales de marzo se habían incorporado a
nuestras filas los doctores René Vallejo y Manuel, Piti, Fajardo con
algunos ayudantes procedentes de la ciudad de Manzanillo, donde Vallejo
mantenía una clínica privada hasta el momento en que sus actividades de
apoyo a la lucha clandestina del Movimiento lo obligaron a tomar el
camino de la montaña. Este grupo se instaló en un lugar conocido como
Pozo Azul, cerca de La Habanita, en el fondo de un profundo valle de muy
difícil acceso por tierra y prácticamente inmune al ataque de la
aviación. Allí, en una rústica instalación construida al efecto con la
ayuda de los vecinos de la zona, echaron a andar lo que de hecho fue el
primer hospital sedentario de nuestro Primer Frente. El hospitalito de Pozo Azul funcionó hasta el comienzo
de la ofensiva enemiga, cuando decidimos trasladar sus facilidades hacia
la zona de La Plata, ante el peligro de que el enemigo pudiera llegar a
ocupar aquel lugar, lo cual, en definitiva, no ocurrió. Vallejo se
instaló durante la mayor parte de la ofensiva en una casa campesina en
Rincón Caliente, a mitad de camino entre la casa del Santaclarero y el
barrio de Jiménez. Otra de las instalaciones establecidas en la zona de La
Plata era una especie de cárcel rebelde, dirigida por el capitán Enrique
Ermus, a la que alguien jocosamente dio el nombre de Puerto Malanga, por
aquello de que si la tiranía tenía una cárcel en Puerto Boniato, la
nuestra debía llamarse como la vianda salvadora de los rebeldes. En
Puerto Malanga, en unos ranchos construidos al efecto en el fondo del
cañón del río La Plata, más arriba de Camaroncito, manteníamos no solo a
los guardias que habíamos hecho prisioneros, y que por alguna razón de
seguridad no fueron liberados, sino también a aquellos de nuestros
combatientes que debían cumplir condena por algún acto de indisciplina o
un hecho que pudiera ser delictivo. La cárcel de Puerto Malanga
desempeñó cierto papel protagónico en la planificación enemiga, como
veremos en su momento. Al atardecer del 30 de marzo aterrizó en la zona de
Cienaguilla una avioneta procedente de Costa Rica, la primera expedición
portadora de refuerzos del exterior. En ella viajaban Pedro Miret,
Pedrito; Evelio Rodríguez Curbelo, Huber Matos y otros cuatro o cinco
compañeros. El cargamento constaba de dos ametralladoras calibre 50,
unas decenas de fusiles —entre ellos unas cuantas carabinas
semiautomáticas italianas de la marca Beretta—, proyectiles para
nuestros morteros y alrededor de 100 000 tiros, enviados por un
influyente amigo en aquel país. Este avión no pudo volver a despegar por
desperfectos técnicos, y tuvo que ser incendiado para evitar su
identificación por el enemigo. Pedro Miret, destacado compañero y
cuadro, que fue herido y sancionado en el Moncada, y arrestado en México
tres o cuatro días antes de partir el Granma, al ocupársele un
lote de armas, se incorporó con los demás a nuestras fuerzas. El éxito de este primer intento de recepción de
suministros desde el exterior por vía aérea nos motivó a dar impulso al
plan de acondicionar una pista donde pudieran aterrizar aviones ligeros,
ubicada en un lugar relativamente protegido dentro de nuestro territorio
central. Como es de suponer, no había en la montaña muchos sitios que se
prestaran para esto, pero tuvimos la suerte de encontrar un lugar, que
reunía condiciones bastante buenas, sobre el río La Plata, más o menos a
mitad de su curso, en la desembocadura del arroyo de Manacas. En este
punto, el valle del río era ancho y creaba un espacio llano, de
extensión suficiente como para permitir el aterrizaje de avionetas.
Denominado con el nombre en clave de Alfa, la pista aérea de Manacas
comenzó a ser acondicionada de inmediato por un grupo de nuestros
hombres. El aprovisionamiento desde el exterior se convertía así,
por primera vez, en factor importante en nuestros planes, y era
sintomático del cambio cualitativo de la guerra en la montaña. Hasta ese
momento, nuestra guerrilla se había nutrido, en lo fundamental, de las
armas arrebatadas en combate al enemigo. Seguiríamos haciéndolo, pero en
las nuevas circunstancias parecía conveniente crear las condiciones
apropiadas para poder disponer de un suministro bélico adicional al que
se obtendría en los combates. Sin embargo, las experiencias más
recientes, en particular la pérdida de un importante lote de armas que
traía la expedición de El Corojo, capturadas por el enemigo en
Pinar del Río a principios de abril, me hicieron desconfiar de las
posibilidades reales de los organizadores del Movimiento en el exilio, y
me convencieron de la necesidad de organizar directamente nuestros
propios mecanismos de suministro. Esa fue una de las cuestiones a las
que dedicamos bastante esfuerzo durante las semanas previas a la
ofensiva enemiga, y otra de las razones por las que se hacía necesaria
la cercanía de la emisora Radio Rebelde, que sería el vehículo principal
para el contacto con el exterior. Sin duda, un asunto que requería atención prioritaria
era la urgente necesidad de acopiar la mayor cantidad posible de parque
y otros recursos bélicos, siempre deficitarios para nuestras fuerzas.
Baste decir que en las semanas anteriores al inicio de la ofensiva
enemiga había escuadras rebeldes cuyas armas semiautomáticas contaban
apenas con una docena de balas. Hay un elocuente comentario de Celia
Sánchez en uno de sus mensajes conservados de los primeros días de
abril: "Cuando la historia se escriba, esta parte no la creerán. Nos
hemos defendido con el M-26". Es así, casi literalmente. No fueron pocos los soldados
rebeldes que fueron al combate en esta época armados tan solo de unos
cuantos de nuestros proyectiles caseros a los que habíamos dado el
nombre de M-26, que en la práctica hacían más ruido que otra cosa. Este
hecho, a propósito, no impidió a los voceros de la tiranía inventar,
poco antes de la ofensiva, la risible patraña de que, tras un combate
contra los rebeldes, el Ejército había ocupado gran cantidad de
casquillos rusos, lo cual evidenciaba nuestros vínculos comunistas, a
pesar de que no había un solo ruso en toda la Sierra, ni yo había
conocido alguno. Por eso, en la cuestión del uso del parque, nuestra
política era inflexible. Por una parte, la exhortación constante a los
combatientes para que ahorraran al máximo las balas en los combates, y
el castigo de no enviar suministros de balas a los que hicieran
despilfarro evidente de municiones. Por otra parte, establecimos el
control estricto de cuanta arma y cuantas balas fuesen ocupadas, que
debían ser enviadas de inmediato al puesto de mando en ese momento, pues
personalmente asumí la distribución de dichos recursos esenciales. Una consecuencia lógica de nuestra línea estratégica
defensiva era la preparación adecuada del terreno en que se
desarrollaría la defensa en la primera fase de la ofensiva. De ahí que
la construcción de trincheras, refugios y túneles se convirtió desde las
semanas a comienzos de abril en una de las prioridades principales. Si
constante era mi insistencia en la conservación del parque en todas mis
conversaciones y comunicaciones escritas con los jefes de unidades
rebeldes, no menos persistente era mi recomendación de que se dedicaran
de lleno a la construcción de trincheras en los lugares más estratégicos
de su zona específica de operaciones. Mi aspiración era que cuando el
enemigo atacara, nuestros hombres ocuparan posiciones fortificadas desde
las cuales fueran capaces de ofrecer una resistencia mucho más efectiva
y prolongada, y que cuando se replegaran, lo hicieran a líneas sucesivas
de trincheras. Y junto a estas, para combatir, los refugios para
protegerse de la aviación. En una palabra, convertir la Sierra en un
verdadero panal ante el cual el enemigo tendría que emplearse todavía
más a fondo. Otro elemento importante en los preparativos fue el
comienzo de la instalación de una red de teléfonos entre puntos clave
del territorio rebelde. Hasta el momento, la comunicación entre nuestras
fuerzas había sido exclusivamente mediante mensajeros, por lo general
campesinos de la Sierra incorporados a las filas rebeldes, que conocían
palmo a palmo el terreno, y estaban entrenados como cosa natural para
cubrir largas distancias en la montaña en tiempos asombrosamente breves.
Pero la previsible dinámica de las acciones una vez comenzada la
ofensiva, que se desarrollaría en un teatro de operaciones bastante
extenso, aconsejaba la aplicación de un sistema de enlaces capaz de
garantizar comunicación casi instantánea, máxime, teniendo en cuenta que
el enemigo dispondría de los medios más modernos de la época para sus
propias comunicaciones. La solución era el teléfono, lo cual planteaba la
obtención de los aparatos y de cable suficiente. En abril, las patrullas
de escopeteros rebeldes que operaban en las estribaciones de la Sierra
recibieron la orden de recoger cuanto aparato y metro de cable
telefónico pudieran localizar en los bateyes, chuchos, colonias y
poblados de la premontaña y la costa del golfo de Guacanayabo. Muy
pronto comenzamos a recibir estos medios, y se inició la ardua tarea de
tender las líneas entre los puntos seleccionados, que en una primera
fase fueron las instalaciones que se utilizaban como Comandancia
—todavía temporal— en La Plata, y las habilitadas en el alto de Mompié,
cerca de la casa de la familia de ese nombre, en el mismo firme de la
Maestra, a las que habíamos denominado como Miramar del Pino. Junto a todos estos preparativos, estaba el problema del
abastecimiento alimentario de la población campesina y de nuestros
combatientes, que se hacía crítico teniendo en cuenta el bloqueo de la
montaña establecido por el enemigo, y comenzado entonces a reforzar en
previsión de su ofensiva. Como parte de las medidas para la creación de una base
alimentaria lo más autosuficiente posible para el caso de un bloqueo
efectivo y prolongado de la montaña, tomamos por esta época la decisión
de recoger la mayor cantidad posible de cabezas de ganado en las fincas
cercanas a la Sierra, pertenecientes a grandes hacendados o individuos
vinculados a la tiranía, con la intención de trasladarlas a la montaña y
distribuirlas convenientemente para garantizar, llegado el momento, un
suministro de leche y carne para la población campesina y para los
rebeldes. A partir de las primeras semanas de abril, nuestras patrullas
fueron enviadas en distintas direcciones para iniciar esa recogida, que
alcanzó, de hecho, a todas las mayores fincas ganaderas de la costa y la
premontaña, incluso, hasta las cercanías de Bayamo. Ya para esta fecha todos nuestros jefes y colaboradores
campesinos tenían instrucciones precisas de lo que había que hacer con
el ganado existente en la Sierra y con el que se fuera trayendo del
llano. Entre otras cosas, no se podía disponer de una sola res sin orden
expresa, y se prohibió el sacrificio de las hembras. Se dispuso, además,
la realización de un censo de cabezas de ganado en todo el territorio
rebelde. La intención era poner un poco de orden y establecer un control
de la distribución de las cabezas de ganado existentes en nuestro
territorio, en previsión de las medidas que, sin duda alguna, habría que
tomar una vez comenzada la ofensiva y establecido el bloqueo físico de
la montaña. Otro problema crítico era el de la sal. Como parte de
las ideas para asegurar el abastecimiento alimentario durante el bloqueo
habíamos concebido el proyecto de poner en funcionamiento una pequeña
instalación para la elaboración de carne salada, para la cual ya
teníamos lugar en la casa de Radamés Charruf, vecino del barrio de
Jiménez, y responsable en la persona del combatiente Gello Argelís.
Evidentemente, la tasajera de Jiménez, como dio en llamársele a partir
de que comenzó a funcionar a mediados de mayo, no podía hacerlo sin
carne —para lo cual pensábamos disponer de parte del ganado recogido en
el llano— y sin sal abundante, para lo cual teníamos que asegurar el
suministro. La solución era obvia. Nuestro territorio estaba
enmarcado al Sur por el mar. De lo que se trataba era de organizar en
algunos lugares seleccionados de la costa una producción de sal a gran
escala por los métodos tradicionales de secado al sol del agua de mar.
Esa fue la tarea que, por recomendación de Celia, dimos a mediados de
abril al combatiente José Ramón Hidalgo, conocido por Rico, quien
escogió para ello varias playas de los alrededores de Ocujal. El abastecimiento de gasolina, petróleo, luz brillante y
otros combustibles cobraba una significación especial, a causa de la
puesta en funcionamiento de la emisora y de varias plantas generadoras
en algunas de las instalaciones, como la tasajera, que lo requerían. Era
otra tarea para nuestros ya tensos mecanismos de suministro, que debían
agregar renglones nuevos a su incesante acopio de víveres, medicamentos
y otras mercancías al que había que imprimir un ritmo más intenso. Hay que decir que durante estas semanas previas al
comienzo de la ofensiva, nuestra actividad de retaguardia se creció y
estuvo a la altura de los requerimientos. El corazón de ese trabajo,
entonces más que nunca, fue Celia. Desde las Vegas de Jibacoa, donde
había instalado su base de operaciones por las favorables condiciones
del lugar, fue ella quien coordinó e impulsó toda esta labor. Gracias,
en gran medida, a sus esfuerzos, nuestros abastecimientos continuaron
fluyendo y logramos crear reservas mínimas que resultaron decisivas en
los momentos cruciales de la ofensiva. Fue Celia también la encargada de
organizar la producción de sal, la fabricación de queso, el fomento de
huertos, estancias y crías de cerdos y pollos. Todo ello unido a su
atención al cúmulo creciente de asuntos generados por la organización y
administración del territorio rebelde, y a su cooperación en los
suministros de los medios y herramientas para la construcción de
trincheras, así como a la multiplicación de los contactos fuera de la
Sierra para la obtención de informaciones, dinero y otros servicios. A pesar de que todos los indicios hacían suponer que el
esfuerzo del enemigo estaría concentrado sobre la zona de lo que
pudiéramos llamar el Primer Frente, el esquema defensivo que pensábamos
aplicar contemplaba, en esencia, el despliegue de nuestras propias
fuerzas, es decir, solo del personal de las tres columnas con que
contábamos en el frente. En esta primera fase preparatoria lo único
adicional que hice fue pedir a Almeida que se trasladara de nuevo a
nuestra zona para reforzarnos con una parte del personal del Tercer
Frente Oriental, mientras que el resto debía permanecer en su territorio
para tratar de contener cualquier iniciativa enemiga en esa zona y
presionar desde la retaguardia a las tropas involucradas en la ofensiva.
En el caso de los grupos de Camilo y de Orlando Lara en el llano, la
idea inicial era que se mantuvieran en sus zonas de operaciones para
también actuar en la retaguardia del enemigo. Sin embargo, a principios
de mayo ordené a Lara reforzarnos con su pequeño grupo de guerrilleros
en el sector noroeste. Y ya en junio, previendo el momento más crítico
de la ofensiva enemiga, envié por dos vías instrucciones a Camilo para
indicarle en el momento en que debía reforzarnos con 20 ó 30 aguerridos
combatientes. En cuanto a Raúl, por la distancia y la importancia de su
misión, no movimos un solo hombre del Segundo Frente Oriental. A finales de abril, el sector noroeste de nuestro
territorio estaba defendido por apenas varias escuadras: las de Angelito
Verdecia y Dunney Pérez Álamo, sobre el camino de Cerro Pelado a Las
Mercedes; las de Andrés Cuevas y Marcos Borrero, sobre el camino de
Arroyón; y las de Raúl Castro Mercader y Blas González, sobre el camino
de Cayo Espino, mientras que personal de la columna de Crescencio Pérez
protegía los accesos a estos lugares desde Cienaguilla. En el sector
nordeste contábamos con las fuerzas de la Columna 4 en la zona de Minas
de Bueycito —a las que pronto se les incorporaría el refuerzo enviado
por Almeida desde el Tercer Frente, al mando del capitán Guillermo
García—, con el pelotón de Eduardo Sardiñas Labrada, Lalo, en Los
Lirios de Naguas y con la escuadra al mando de Eduardo Suñol Ricardo,
Eddy, en Providencia. Por el Sur solo operaban todavía en ese
momento algunas patrullas de escopeteros. El número total de nuestros
combatientes, cuando se inició la ofensiva, no rebasaba los 230 hombres
con armas de guerra. El 8 de mayo llegaron noticias de que el enemigo había
desembarcado tropas por el Sur en El Macho y Ocujal. En definitiva,
pocas horas después se confirmó que se trataba tan solo de una falsa
alarma. Pero en el primer momento todo parecía indicar que estábamos en
presencia de los primeros pasos de la esperada ofensiva. "Considero que
de un momento a otro comenzarán a avanzar desde distintos puntos", le
escribí a Ramón Paz a las 11:00 de la noche del propio día 8, pocos
minutos después de recibir las primeras informaciones sobre los
supuestos desembarcos. Y a Celia le reiteré la misma impresión en otro
mensaje, y le agregué: Hay que salirles al paso con toda energía. Creo que se
han adelantado algo, pero todavía es tiempo. Lástima grande que tengamos
tan pocos detonadores y fulminantes, pero, ¿qué va a hacerse? Estoy
seguro de que vamos a poder combatirlos con éxito. Veremos si avanzan de
inmediato, o nos dan aunque sea dos o tres días, cosa que no creo. Esa noche comencé a tomar todas las disposiciones
necesarias para distribuir nuestras fuerzas poco numerosas entre los
principales puntos clave. En ese mismo mensaje a Paz, le ordené al
capitán rebelde que avanzara "a marchas forzadas hacia Santo Domingo".
Debía dejar allí el personal del pelotón de Francisco Cabrera Pupo,
Paco, cuya misión sería defender el camino de Estrada Palma a Santo
Domingo a lo largo del río Yara, a la altura de Casa de Piedra. Después
Paz debía trasladarse a Palma Mocha y posicionarse en el camino que
subía por el río de ese nombre, a la altura de la casa del colaborador
campesino Emilio Cabrera, en el lugar conocido por El Jubal. Desde esa
posición podría salir al paso de cualquier fuerza enemiga que intentara
penetrar desde la costa a lo largo del río Palma Mocha, que junto al de
La Plata eran las dos vías más directas de acceso a nuestro territorio
central desde el Sur. Tanto Paz como Cuevas eran dos capitanes de
pelotones, uno trabajador de las minas de Charco Redondo y otro
procedente de Las Villas, ambos excelentes jefes. En el momento en que redacté este mensaje a Paz, el
capitán rebelde estaba cerca de Agualrevés. El día 5 había pasado por La
Estrella, más arriba de Minas de Bueycito, adonde había llegado con más
de 300 toros y 30 caballos recogidos en La Candelaria, en las cercanías
de Bayamo, en cumplimiento del plan de reunir la mayor cantidad de
ganado en la Sierra, en espera de la anunciada ofensiva enemiga. El día
9, ya Paz había llegado a Santo Domingo, y al día siguiente ocupó las
posiciones indicadas en las inmediaciones de la casa de Emilio Cabrera.
En Santo Domingo quedaba el personal de Paco Cabrera Pupo, que se movió
río abajo y se instaló en Casa de Piedra. En el propio mensaje a Paz del 8 de mayo resumí las
demás disposiciones defensivas adoptadas en los accesos más directos a
la zona del firme de La Plata, que por su ubicación y por las
condiciones que se habían ido creando en ella había sido decidida por mí
como el eje central de la defensa: En Providencia está [Eddy] Suñol, que hará allí la
primera resistencia, y los irá frenando hasta llega[r] a la casa de
Piedra. Ya en la casa de Piedra,Suñol se replegará por el firme y
entonces el camino de Santo Domingo, comienza a ser defendido por el pelotón de Paco. [...] Lalo Sardiñas estará cuidando la
entrada de los Lirios y Loma Azul. Nosotros cuidaremos la de la Plata. Con estas disposiciones quedaban cubiertos los
principales accesos a la zona de La Plata desde el nordeste. La posible
vía de penetración a partir de Minas de Bueycito sería defendida por el
personal de Ramiro Valdés y el refuerzo del Tercer Frente, al mando de
Guillermo. En cuanto al sector sur, junto con la ubicación de Paz
en Palma Mocha, dispuse esa misma noche el envío de un grupo de
combatientes a la boca del río La Plata, a las órdenes de los capitanes
Pedro Miret y René Rodríguez. Y a Crescencio le trasmití la orden de hostigar con una
parte de su personal a la tropa enemiga, supuestamente desembarcada en
El Macho. En el sector noroeste se mantuvieron por el momento las mismas
posiciones asignadas desde finales de abril. El día 9, el enemigo arreció la intensidad del bombardeo
y ametrallamiento aéreo y el cañoneo desde la fragata estacionada frente
a la costa, concentrados sobre la cuenca del río La Plata. Ya al día
siguiente comencé a recibir informaciones, en el sentido de que la
noticia del desembarco era falsa, al igual que otra de un segundo
desembarco por Palma Mocha ese mismo día. En vista de ello, decidí
redistribuir de nuevo nuestras fuerzas. El pelotón de Cuevas, que estaba
junto con la escuadra de Marcos Borrero en el camino de Arroyón, pasaría
a Mompié, en el firme de la Maestra, como reserva destinada a moverse en
cualquier dirección necesaria. La escuadra de Álamo, que estaba junto a
la de Angelito Verdecia en el camino del Cerro a Las Mercedes, se
ubicaría en El Toro, a mitad de camino entre Mompié y Casa de Piedra,
también disponible para moverse al punto que hiciera falta reforzar. La
escuadra de Raúl Castro Mercader, ubicada junto con la de Blas González
en el camino de El Jíbaro, se movería más arriba de Las Mercedes, en el
camino hacia Gabiro y San Lorenzo. Marcos Borrero y Blas González
permanecerían en sus respectivas posiciones. Estos dos jefes serían
sustituidos en el mando de sus pelotones antes del comienzo de la
ofensiva por Horacio Rodríguez y Alfonso Zayas, respectivamente.
Angelito Verdecia, por su parte, pasó dos días después a una posición
mejor sobre el mismo camino, en la loma de La Herradura. También quedaba
en su lugar el resto del personal de Crescencio que cubría los accesos
desde Cienaguilla. En el sector nordeste, Suñol se mantenía en Providencia,
Lalo Sardiñas en Los Lirios y los hombres de Guillermo y Ramiro en la
zona de Minas de Bueycito, mientras que la escuadra de Paco Cabrera
Pupo, destinada dos días antes a Casa de Piedra, pasaría a una posición
en el alto de la Maestra, entre Santo Domingo y La Plata, desde donde
también podría actuar de reserva según las circunstancias. Este personal
permaneció unos días más en Casa de Piedra, hasta que Paco ocupó su
nueva posición con una parte de sus hombres, y otra quedó en el lugar,
al mando de Félix Duque. Al Sur, Manuel Acuña se mantendría en El Macho
con el personal de la Columna 7 enviado para allá, René Rodríguez y
Pedrito en la desembocadura de La Plata, y Ramón Paz en el río Palma
Mocha. En el mensaje en que le informé desde Mompié a Celia
estas nuevas disposiciones y le pedí que se las hiciera saber al Che, le
insistí en que trasmitiera a todos nuestros capitanes que "por cada
camino posible del enemigo, hay que preparar, por lo menos, veinte
líneas defensivas", y le indiqué también: Las gestiones de mercancía, zapatos y ropa, deben
seguirse haciendo hasta el último minuto. Con el tiempo que hemos
ganado, nuestra posición está mucho mejor. En otro mensaje al día siguiente, todavía desde Mompié,
le escribí a la propia Celia: De todas formas no considero perdidas las energías
porque adelantamos los preparativos de defensa. Nos conviene, además,
disponer de un tiempo mínimo para completar algunas cosas, entre ellas,
el teléfono. [...] No obstante la falsa alarma, todo el mundo debe
permanecer en estado de alerta para que no puedan sorprendernos. A partir de ese momento, en efecto, nos mantuvimos en
plena disposición combativa y aceleramos todos los preparativos para la
defensa del territorio. El Che realizó por estos días varios recorridos
de las posiciones en el sector noroeste, para instruir directamente a
los jefes de cada tropa. Las noticias de movimientos de fuerzas enemigas
y la ocupación de puntos diversos se multiplicaban, casi todas
infundadas. Otra información, a la que al principio dimos poco
crédito, fue la del aterrizaje de un pequeño avión, el 10 de mayo, en
nuestra flamante pista de Manacas. Pero resultó ser cierta. El día 12,
ya confirmada la noticia, instruí a Crespo para que comenzara a fabricar
también bombas que pudieran ser lanzadas desde el aire, y escribí al
Che: Visto el hecho de que ya aterrizó el primer avión y es
urgente la necesidad de mantener abierta esa vía el mayor tiempo
posible, aparte [de] la posibilidad de utilizar el campo para acciones
ofensivas, la zona cobra mayor importancia para nosotros y requiere
defenderla de manera más efectiva. Para lograrlo, dispuse reforzar al personal de El Macho
con la escuadra de reserva de Álamo, y a las posiciones de la
desembocadura de La Plata con una ametralladora calibre 50 —la de
Braulio Curuneaux— y un mortero, y enviar a Paz para la playa de Ocujal
con la otra calibre 50 —la de Albio Ochoa y Fidel Vargas—, con la misión
de cubrir otros puntos cercanos donde era factible un desembarco. De
esta forma quedaban protegidos casi todos los accesos más favorables
desde el mar, salvo las bocas de los ríos Palma Mocha y La Magdalena,
para los que sencillamente no tenía personal disponible en ese momento.
Las lluvias incesantes de esos días me obligaron a aplazar al día 13 el
recorrido personal de estas posiciones, en el que, por la misma razón,
tuve que invertir tres días. Como resultado de esta inspección directa de las
posiciones, modifiqué un poco la disposición de nuestras fuerzas en la
costa. Para reforzar más aún la desembocadura de La Plata, destiné allí
a la escuadra de Álamo, y en El Macho dejé al personal de Crescencio,
incrementado y subordinado en esa posición desde ese momento a los
capitanes René Fiallo y Raúl Podio, mientras Manuel Acuña regresaba a
cubrir la desembocadura del río Macío. De esa manera, la cuenca de La
Plata se convertía en una verdadera fortaleza, con posibilidades, no
solo de impedir el desembarco enemigo, sino también de hacer una fuerte
resistencia a lo largo del río, en caso de que los guardias lograran
avanzar por tierra. Mi única preocupación importante en este sector
seguía siendo la boca del río Palma Mocha, a donde pocos días después
logramos finalmente destinar una escuadra al mando de Vivino Teruel. Estábamos convencidos de que con todo este conjunto de
disposiciones y preparativos podríamos resistir el gran esfuerzo que
organizaba el enemigo. El objetivo estratégico seguía siendo la defensa
organizada de nuestro territorio base y de las principales instalaciones
creadas en la zona: Radio Rebelde, la pista aérea, la armería, los
hospitales, los talleres de confecciones, la tasajera, la cárcel y la
escuela de reclutas. La propia dinámica de nuestra férrea resistencia,
escalonada en torno al núcleo central de ese territorio, iría
provocando, por una parte, el desgaste del enemigo y la pérdida de su
iniciativa ofensiva y, por otra, la concentración de nuestras fuerzas,
con lo cual se crearían las condiciones que nos permitirían, después de
un lapso —que de manera muy tentativa calculábamos de tres meses—,
lanzarnos a la contraofensiva y derrotar, capturar o expulsar al enemigo
de la montaña. Nuestro espíritu por estos días previos quedaba claro en
las líneas finales de un mensaje que envié a Faustino Pérez el 25 de
abril: Aquí nos preparamos para afrontar en próximas semanas la
ofensiva de la dictadura. Derrotarla es cuestión de vida o muerte. El
Movimiento debe estar muy consciente de esta realidad y concentrar su
esfuerzo en defender esta trinchera. La moral de nuestra tropa está
altísima; estamos seguros de que resistiremos y deseosos de que
comiencen el avance. En uno de los partes emitidos a mediados de mayo por
Radio Rebelde, decíamos lo siguiente, respecto a los preparativos
enemigos y a nuestra disposición de combate: La Comandancia General rebelde se mantiene informada en
todos sus detalles de los movimientos enemigos. [...] El pueblo de Cuba será informado detalle a detalle del
curso de las operaciones. Estamos en vísperas de la contienda más
violenta que registra nuestra historia Republicana. La Dictadura,
dejándose llevar por el optimismo, cree que después del episodio de la
huelga general, va a encontrar desalentadas a las huestes
revolucionarias. Los que somos veteranos de tan desigual lucha, los que
un día nos vimos con un puñado insignificante de hombres, apenas sin
armas y sin balas; los que conocemos estas montañas como la palma de
nuestras manos; los que sabemos con qué clase de hombres contamos, el
valor de cada combatiente y la pericia de cada comandante y capitán
rebelde, nos sentimos tranquilos. [...] Es que cada rebelde sabe que aun muriendo cada uno de
nosotros hasta el último, con el fusil en la mano, será una victoria,
será un ejemplo imperecedero para las generaciones venideras, sería
revivir en nuestra patria las grandes epopeyas de la historia. ¡Qué torpes los que creen que quienes han vivido con el
orgullo de disfrutar la libertad con las armas en la mano, se pueden
rendir y aceptar sumisos y avergonzados el yugo de la opresión! ¡Qué
necios los que se hacen ilusiones frente a una legión de hombres que han
derrotado setenta veces al enemigo en los campos de batalla! A la
invitación de que depongamos las armas, solo tenemos una respuesta, ¿por
qué no ordenan el avance? Ya es hora de que peleen en vez de implorar
rendiciones. El 25 de mayo, en las Vegas de Jibacoa, tuvo lugar la
primera reunión campesina en territorio rebelde. Ese día discutimos con
todos los pobladores de la zona, y de muchos otros barrios cercanos, las
medidas que considerábamos necesarias para asegurar la cosecha de café y
organizar el resto de la actividad económica en vista del bloqueo
impuesto por el enemigo a la Sierra y del inminente comienzo de la
ofensiva. Ese mismo día, muy cerca de donde estábamos reunidos con
nuestros leales y esforzados colaboradores campesinos, comenzó la
batalla que tanto habíamos esperado y para la que nos habíamos preparado
con tanto esmero, seguros de la victoria. (Continuará)
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