La Batalla de Jigüe, el combate contra los refuerzos
(Capítulo 18)
Durante los primeros seis días de la Batalla de Jigüe,
mientras se desarrollaban las acciones iniciales en el cerco y los dos
combates de Guillermo García en el río La Plata, las fuerzas rebeldes,
concentradas en Purialón en espera de los refuerzos que debían venir
desde la playa para apoyar a la tropa sitiada, habían permanecido casi
todo el tiempo ociosas. Solamente tuvieron ocasión de actuar los días 15
y 16 de julio en la captura de la mayor parte de los guardias escapados
de la segunda emboscada de Guillermo el día 14. En una de estas
escaramuzas murió el 15 de julio, como ya dije, el combatiente Eugenio
Cedeño, Geño, del pelotón de Lalo Sardiñas. En realidad, casi
todos los soldados prisioneros como resultado de ese combate fueron
capturados por nuestros hombres en Purialón, así como la mayoría de las
armas ocupadas.
Al anochecer del propio miércoles 16 de julio, Curuneaux
me informó, en una notica, haber interceptado varias comunicaciones
enemigas, algunas de las cuales indicaban que la tropa concentrada en la
playa había recibido la orden de avanzar en dirección a Jigüe para
romper el cerco de la fuerza sitiada. No estaba claro si la intención
era reforzarla con la pretensión de que cumpliera su misión original, lo
cual a estas alturas resultaba totalmente absurdo o, por el contrario,
auxiliarla a escapar. El caso es que con esta noticia recibíamos el
primer indicio concreto de que el tan esperado refuerzo proveniente de
la playa estaba ya en camino. Esa misma noche trasladé la información a nuestros tres
capitanes encargados de la línea de contención del refuerzo en la zona
de Purialón. Según lo interpretado por Curuneaux, se trataba de un
batallón enemigo que avanzaría desde la playa. Por eso, en mi mensaje a
Cuevas, Lalo y Paz les decía: Un batallón no es nada para ustedes. En Santo Domingo se
destruyó uno con muchos menos hombres, y Paz ha rechazado dos veces al
ejército con 8 hombres. Ojalá manden un solo batallón para que quede
prisionero de ustedes. En realidad, el mando enemigo no había dispuesto el
envío de un batallón, sino de la propia Compañía G-4 de retaguardia en
la playa. Pero eso lo sabríamos después del combate. Nuestra valoración
en aquel momento era que, desde el punto de vista del enemigo, debía ser
obvio a estas alturas que haría falta mucho más que un batallón para
llegar donde la tropa cercada y tener alguna posibilidad real de
sacarla. Por eso, la noticia de que se trataba solamente de un batallón
nos causaba cierta seguridad, a tal punto que en la respuesta que le
mandé a Curuneaux le decía confiado: "Si nada más han enviado un
batallón, queda en el camino". Sería bueno detenerme en las instrucciones contenidas en
el mensaje a los capitanes de Purialón, a la luz de lo que ocurrió
después: Es de suma importancia que el arroyo de Manacas, que
está situado de la parte [de] allá del alto donde está Paz, esté tomado
por nosotros, para que no intenten dar un rodeo por allí. Considero
conveniente reforzar a Paz con una escuadra por lo menos para que con
algunos hombres más suyos, la sitúe en dicho arroyo a unos seiscientos u
ochocientos metros del camino. Paz que se sitúe en el lugar más alto
posible del punto que le señalé, tratando de que los guardias no hagan
contacto con él en los primeros momentos, en cuyo caso, los del arroyo
Manacas deben atacar por el flanco a los guardias que lleguen al alto
donde está él. Lo perfecto es que los guardias crucen sin chocar con
Paz y el combate comience cuando caigan en la emboscada de Lalo y
Cuevas, para que sean encerrados; ya ustedes saben lo que pasa cuando
eso ocurre, no hay quien venga a sacarlos. Lalo y Cuevas, deben tener
bien tomados todos los firmes y altos que ellos puedan intentar tomar
para rechazarlos completamente. No dejen de usar las minas, sobre todo las bombas de
cien libras. Tomen todas las disposiciones desde bien temprano para
que les alcance el tiempo. No se preocupen de ninguna otra cosa.
Concentren la atención en la tarea de ustedes. Es posible que el avión
ametralle primero; eso los hará venir más confiados. En una posdata del mismo documento les aclaraba: "Quiero
añadir que el ataque de flanco lo puede hacer Paz desde el alto y la
gente del arroyo Manacas desde abajo". A Raúl Podio —posicionado desde dos días antes en el
firme de Gran Tierra, a la derecha del río La Plata—, le envié también
esa noche aviso del anunciado movimiento de los guardias, y le expliqué
detalladamente lo que debía hacer en caso de que una parte de la tropa
de refuerzo intentase avanzar por ese firme. El meollo de sus
instrucciones era que no podía retroceder ni un paso, lo cual podía
lograr si actuaba con inteligencia y coraje. Mi mensaje a Cuevas, Lalo y Paz concluía con estas
palabras, que indican la aspiración que yo abrigaba en ese momento, y la
confianza en que podía ser alcanzada: Yo no he querido mover un solo hombre de ahí, porque
nuestro propósito en esta batalla decisiva debe ser muy ambicioso, no
sólo rendir la tropa sitiada, sino, destruir también los refuerzos. Esto puede ser el fin de Batista. ¡Mucha serenidad y mucho ánimo y buena suerte! Esta misma seguridad se refleja en el mensaje que
también esa noche le envié al Che, a quien siempre había mantenido al
tanto en detalle del desarrollo de los acontecimientos, y que vale la
pena citar en extenso para que se tenga una idea precisa de nuestro
estado de ánimo en la víspera de lo que considerábamos un combate
decisivo para el curso posterior de la guerra: Al anochecer interceptamos un mensaje de la avioneta al
jefe de un batallón, al parecer situado en la playa diciéndole que
avanzara ocupando los puntos llaves, esto es, las alturas y protegiera
el arria de mulos con un pelotón. Esta misma noche acabo de enviar mensajero a Cueva[s],
Lalo y Paz informándole esto. Cuentan entre los 3 con 76 hombres bien
armados con una moral altísima de lucha, buenas posiciones y están
prevenidos. En pocas ocasiones anteriores, tal vez ninguna, se esperó al
enemigo en mejores condiciones. Lo que más me atrae de toda esta
operación es la destrucción de los refuerzos, vengan por donde vengan.
Teniendo la tropa sitiada al borde del colapso y el gobierno obligado a
socorrerla, nosotros debemos tratar de convertir esta operación en una
batalla decisiva. Ya el Ejército no puede hacer más, ha llegado en estos
días al límite de su potencialidad; más bombas, más metralla, más
cohete, más napalm y más morteros no puede usar; ni tampoco más
columnas; se palpa su impotencia. Situado tú en el vértice de la Mina y
Camilo en la Plata, con los refuerzos de Almeida y Ramirito a mano, no
podemos tener mejores perspectivas de victoria. Me ocupé de trasmitirle la misma confianza a Curuneaux
—cuya participación en toda la operación estaba siendo tan destacada—,
en la mañana del día en que la tropa enemiga de la playa debía estar ya
en movimiento: Vamos a ver cuál es el resultado de la batalla contra
los refuerzos. Si derrotamos los refuerzos estos [los guardias cercados
en Jigüe] se rendirán irremisiblemente con poco esfuerzo de nuestra
parte. Esta es la oportunidad de hacerle a la Dictadura un desguazo
completo que puede ser su caída. Están obligados a mandar refuerzos y a
los refuerzos los podemos aniquilar. El personal de la Compañía G-4, al mando del capitán
José Sánchez González, inició su avance desde la desembocadura del río
La Plata a las 6:00 de la mañana del jueves 17 de julio. Iban apoyados
en su movimiento por el fuego de la fragata Máximo Gómez, situada
frente a la playa, y por la observación desde la avioneta que
sobrevolaba constantemente la zona. Durante varias horas los guardias
subieron por el río y las faldas laterales, en aquellos lugares donde la
pendiente hacía practicable el avance, sin encontrar resistencia
rebelde. Alrededor de las 11:00, después de haber sobrepasado el
amplio recodo del río en Purialón, la vanguardia enemiga chocó con la
emboscada rebelde y comenzó el combate. El personal de Lalo y de Cuevas
se batió firmemente en sus posiciones, de donde no podían ser
desplazados por la fusilería y los morteros del Ejército, y pronto
comenzaron a causar las primeras bajas entre los guardias. De hecho, a
los 15 minutos de combate ya los dos primeros pelotones de la compañía
habían quedado totalmente desarticulados, y muchos guardias huían de
manera desordenada. Esta retirada de los restos de la tropa enemiga fue
posible en gran medida porque la fuerza rebelde de Ramón Paz,
posicionada en el firme de Manacas, no se movió durante el combate. Por
un error de interpretación de mis órdenes, Paz no cumplió con su
encomienda de bajar en dirección al río una vez iniciada la acción, con
el propósito de cerrar por la retaguardia al enemigo, impedir su
retirada y embotellarlo en un cinturón de fuego rebelde que lo pusiera
en la disyuntiva de rendirse íntegramente o ser destruido en su
totalidad. A causa de este error, la primera acción en Purialón no causó
el desastre previsto para el Ejército. Sobre este tema volveré dentro de
un momento. Pero, a pesar de este contratiempo, el combate del 17 de
julio en Purialón significó una notable victoria rebelde. En primer
lugar, se logró el objetivo principal: detener el refuerzo e impedir que
llegara hasta el batallón sitiado en Jigüe. En segundo lugar, si bien no se alcanzó —como ya dije—
el propósito de destruir dicho refuerzo, lo cierto es que la Compañía
G-4 quedó tan vapuleada que dejó de contar como fuerza oponente. El
primer parte enviado por Cuevas a nuestro puesto de mando en el alto de
Cahuara, a las 2:20 de la tarde, daba las cifras de 12 guardias muertos
y 14 prisioneros. El conteo final de hombres capturados, sin embargo, se
elevó a 24. Sin duda, hubo cierto número de heridos evacuados por los
soldados en su retirada. En tercer lugar, hay que destacar el botín ocupado en
este primer combate contra los refuerzos. En nuestro poder quedaron nada
menos que 34 armas largas: 17 fusiles Springfield, 10 carabinas San
Cristóbal, 4 fusiles semiautomáticos Garand, dos fusiles ametralladoras
Browning y una ametralladora de trípode calibre 30, además de 18 000
balas y 48 granadas de fusil. Cayeron, además, en nuestras manos, casi
todos los suministros para aliviar la situación del batallón cercado que
traía la compañía en un arria de mulos. El personal rebelde no tuvo una sola baja en este
combate, lo cual indica la calidad de las posiciones preparadas por Lalo
y Cuevas para la emboscada. Por los primeros informes recibidos, me percaté de que
la operación no había funcionado tal y como había sido planificada. En
un principio decidí esperar por noticias de Paz, pues estaba convencido
de que un jefe tan responsable, capaz y decidido como él cumpliría al
pie de la letra su misión, y que, tal vez, lo que había ocurrido era que
había cortado a los guardias mucho más abajo sin tiempo de informar el
resultado. Sin embargo, en el transcurso de la noche, al recibir el
informe de Paz, quedó claro que el éxito completo de la operación no
había sido posible debido a la inacción de esta fuerza rebelde, que era
parte muy importante del plan. Pero tan persuadido estaba de las
condiciones de este jefe, que a la mañana siguiente le envié un mensaje
donde le decía que parecía haber ocurrido una confusión con las órdenes,
le pedía que me mandara mi mensaje de la noche del 16 en el que estaban
contenidas las instrucciones a él, a Cuevas y a Lalo, y lo exhortaba a
que no se desanimara, pues aún quedaban muchas cosas por hacer. Paz me contestó esa misma tarde, entre dolido y
disgustado. Su respuesta es digna de ser reproducida: La realidad es que entendimos que me situara más arriba,
pues usted sabe que yo no soy capaz de rehuir un combate, ni dejar de
cumplir una orden suya aunque en ella me vaya la vida; pues un hombre de
mi convicción no quiere la vida el día que se considere indigno de
vestir el uniforme de nuestro glorioso ejército. Ahora mi dolor es que no he podido coger ni un arma y tengo 9 hombres desarmados. Mándeme órdenes, pero que sean de pelear. Desgraciadamente, Paz había interpretado mi orden de la
noche del 16, en el sentido de que se situara en lo alto del firme y no
se moviera de allí en previsión de que una parte de la tropa de refuerzo
enemiga fuese a avanzar por allí. A su mensaje le contesté de nuevo: No tienes que decirme lo que yo sé sobradamente de tu
valor y capacidad de lucha y de mando porque lo has sabido probar muchas
veces. Te pedí mi comunicación para cerciorarme de la forma en
que había enviado las instrucciones porque a mí me cabe la
responsabilidad de cualquier fallo que pueda haber. [...] Mi
preocupación de que te situaras en lo más elevado del pico era pensando
en la conveniencia de que los guardias no fuesen a hacer contacto
contigo antes que con Cuevas. La instrucción que les dio el avión era la
de ir tomando los puntos llaves. Nosotros tomamos las precauciones
debidas a la situación. Se esperaba un ataque en regla y no el envío de
una compañía solitaria que venía como si estuviera desfilando por el
paseo del Prado. Son cosas absurdas de las que hace el enemigo. Mi intención era que se les cortara por la retaguardia
avanzando desde el alto tuyo y desde el arroyo Manacas. Si la columna
enemiga hubiese sido muy larga, el ataque entonces, más que de
retaguardia sería de flanco. La retirada de ellos parece también que fue demasiado
rápida, aunque una patrulla situada en el arroyo Manacas a 600 u 800
metros del camino los hubiera podido cortar a tiempo. Hombre de gran vergüenza, Paz estaba sumamente molesto
con lo que había pasado, pero quise que entendiera que para mí estaba
claro que lo ocurrido fue consecuencia de una mala interpretación de mi
orden, y que en ningún momento pensé que fuera resultado de una actitud
de inercia o cobardía de su parte. Cuando lo vuelvo a leer ahora pienso que tal vez pude
explicarle con más claridad cuál era su misión y le habría ahorrado
aquella amargura a un hombre tan digno. Con la inyección de las armas capturadas fue posible
armar a casi 40 nuevos combatientes, entre personal que mandé pedir a
Almeida y reclutas de la escuela de Minas de Frío. El personal desarmado
de los pelotones de Cuevas y Lalo también recibieron armas a raíz del
combate, con lo que se logró reforzar más aún la línea rebelde en
Purialón y mover un grupo de 15 combatientes hacia las posiciones de
completamiento del cerco principal en Jigüe. Nos acostumbramos de nuevo a los aviones. Ellos no
podían, sin embargo, atacar a los que sitiaban al batallón porque
estaban atrincherados muy cerca de sus posiciones. Contra la tropa sitiada se emplearon muchos elementos de
acciones psicológicas que incluían altoparlantes, arengas, las cartas
capturadas a refuerzos se enviaban con algún prisionero. Los disparos,
incluidos algunos de la calibre 50, eran rigurosamente calculados y
medidos. Al final quedaron sin agua ni alimentos. Ante el desastre sufrido el 17 de julio con el primer
intento de refuerzo del Batallón 18, el mando enemigo comenzó a
prepararse al día siguiente para un nuevo movimiento. Esta vez encomendó
la misión al llamado Batallón de Los Livianos, al mando del capitán
Noelio Montero Díaz. Se trataba de una fuerza de choque integrada por
las Compañías I, K y L de la División de Infantería, con sede en el
campamento de Columbia —que hasta ese momento habían actuado en la zona
de operaciones como compañías independientes—, a las que se sumaron los
restos que pudieron salvarse de la Compañía G-4. Este contingente no
solo era mucho más numeroso, sino además, mejor entrenado y equipado que
la compañía derrotada en el combate del día 17. Era la carta de triunfo
del enemigo en esta operación, con la cual pensaban ilusamente que
podrían sacar al batallón cercado de su desesperada situación. Ese mismo
día desembarcaron en La Plata la mayor parte de los elementos del
batallón, más unas cuantas piezas de artillería de 75 milímetros. Por nuestros equipos de comunicación podíamos
interceptar todas las comunicaciones enemigas relacionadas con la
preparación de este segundo y decisivo refuerzo. Ese día ratifiqué a los
tres capitanes de Purialón las órdenes anteriores, y avisé también a
Podio que era inminente el nuevo intento enemigo. Los Livianos partieron de la playa de La Plata poco
después de amanecer el sábado 19 de julio, y comenzaron a subir por el
camino del río, en un movimiento casi idéntico al realizado dos días
antes por la Compañía G-4. En todo caso, el jefe del contingente
desplegó un poco más sus flancos, sobre todo el derecho, por las laderas
del cañón de La Plata. Esta vez, sin embargo, el avance enemigo contó
con el apoyo martillante, tanto de la fragata como de las piezas de
artillería emplazadas en la playa y, sobre todo, con un redoblado apoyo
aéreo. Fue, sin duda, el día de mayor actividad de la aviación durante
toda la batalla y, posiblemente, una de las jornadas aéreas más intensas
que presenciamos durante toda la guerra. Un objetivo especial de la aviación eran las posiciones
donde el mando enemigo suponía, por las informaciones recibidas de los
oficiales y jefes de la compañía diezmada el día 17, que se mantenía la
emboscada rebelde sobre el río. Desde las primeras horas de la mañana el
ametrallamiento y bombardeo sobre la zona de Purialón fue muy intenso.
Pero nuestros combatientes no se dejaron impresionar y mantuvieron sus
posiciones. Cerca del mediodía, poco antes del comienzo del combate, una
bomba de 500 libras estalló junto a la trinchera donde se encontraban
los combatientes Victuro Acosta, El Bayamés, y Francisco Luna, en
la retaguardia de las posiciones de Cuevas, y les causó instantáneamente
la muerte. Alrededor de las 2:00 de la tarde, la vanguardia enemiga
chocó con los hombres de Cuevas en Purialón y se entabló el combate.
Esta segunda acción contra los refuerzos del Batallón 18 fue una de las
más intensas de toda la guerra. El enemigo, debidamente preparado y
advertido, ofreció una resistencia tenaz e, incluso, trató en varias
ocasiones de forzar las líneas rebeldes. Pero cada vez que los guardias
lograban reagruparse e intentar un ataque, eran repelidos con fuertes
bajas por los combatientes de Cuevas y de Lalo. Mientras tanto, Ramón Paz, quien, como se recuerda,
estaba posicionado en el alto de Manacas en espera del comienzo de la
acción, realizó esta vez de manera impecable la maniobra prevista desde
el combate anterior y, bajando a toda velocidad hacia el río, encerró
por la retaguardia al enemigo. Simultáneamente, algunos de los hombres
de Paz, situados a media falda del firme de Manacas, intentaron detener
el avance de un pelotón enemigo por ese lugar, pero en un momento
determinado decidieron retirarse unos metros hacia mejores posiciones.
Fue durante ese repliegue por un potrero descampado cuando fue alcanzado
y muerto por el fuego de los guardias el combatiente Roberto Corría, del
pelotón de Paz. Al atardecer, después de más de tres horas de duro
combate, los guardias comenzaron a dar finalmente señales de
agotamiento. Se escucharon entre sus filas gritos de rendición,
mezclados entre el sonido cada vez más espaciado del fuego enemigo.
Interpretando tal vez que la tropa estaba desmoralizada y en situación
de rendirse, e impulsado por el ardor del combate, el capitán Cuevas
salió de su trinchera y comenzó a avanzar hacia los guardias con la
intención, al parecer, de precipitar la rendición. Sin embargo, apenas
dio unos pasos fue alcanzado por una ráfaga disparada desde las
posiciones enemigas y cayó sin vida. La muerte de Cuevas desconcertó momentáneamente a los
combatientes rebeldes y frustró la probable rendición esa misma tarde
del segundo refuerzo. Fue un revés de consideración, pues se trataba de
uno de nuestros jefes más audaces y efectivos. Como le escribí al Che al
informarle de los resultados del primer día de combate: "[...] espero
que se les haya ocasionado a los guardias un enorme destrozo, pero la
muerte de Cuevas tiene a todos aquí muy tristes y la casi segura
victoria nos resulta amarga". Esa misma tarde, al conocer la noticia,
emití la siguiente orden: Se asciende póstumamente al grado de Comandante del
Ejército Rebelde por su ejemplar conducta militar y su heroico valor al
Capitán Andrés Cuevas, muerto en el día de hoy, cuando avanzaba sobre el
enemigo. En lo adelante se mencionará su nombre con el grado de
Comandante. Márquese el sitio de su sepultura para construir allí un
obelisco que perdurará con el recuerdo imborrable de todos sus
compañeros de ideal. Esta orden se cumplió en todos sus puntos. Hoy la
Revolución ha construido en Purialón, a pocos metros de donde Andrés
Cuevas cayó combatiendo de cara al enemigo, un hermoso monumento en
memoria de quien fue uno de los más aguerridos combatientes y de los más
capaces jefes del Ejército Rebelde. Esa misma tarde también, después de recibir los primeros
informes de Lalo Sardiñas, dispuse el envío a Purialón de un grupo de
más de 20 combatientes desarmados que acababan de llegar, al mando de
René de los Santos, con la intención de que se equiparan con parte de
las armas ocupadas. A Lalo le comuniqué que pusiera al pelotón de Cuevas
a las órdenes del combatiente Antonio Sánchez Díaz, conocido por
Pinares, quien fungía como segundo al mando de esa fuerza. Después de evaluar la situación sobre la base de las
informaciones recibidas, le cursé esa noche las siguientes instrucciones
a Lalo Sardiñas: Este es un momento decisivo. Los compañeros tienen que
llenarse de valor a pesar de las bajas. Si retrocedemos habremos perdido
la oportunidad de escribir una de las páginas más gloriosas de la
historia de Cuba; si resisten nuestros hombres, ese ejército no podrá
avanzar y Batista estará perdido. Confío en ti que tienes valor y tienes
inteligencia para afrontar la situación. Si la gente amanece mañana
pegada a los guardias los aviones no podrán bombardearlos; si continúan
ametrallando por el río, la gente se puede apartar del camino, pero
tomando precauciones para cortar a los guardias, si intentan avanzar. [...] Si en cualquier circunstancia hubiera que perder
terreno, hay que resistir firmemente un poco más acá. En ninguna forma
debe quedar libre el camino al enemigo. Yo estoy seguro [de] que con el
destrozo que ustedes les han hecho hoy esa tropa no avanza. ¡Mucho ánimo
y mucho valor que esta es una oportunidad para todos ustedes de escribir
una página en la Historia! El balance provisional del combate, al amanecer del
domingo 20 de julio, era de siete muertos y 21 prisioneros enemigos, más
de 20 armas y buena cantidad de parque calibre 30.06; por la parte
rebelde, cuatro muertos —Cuevas, Acosta, Luna y Corría— y otros tantos
heridos. Al segundo día de combate, los combatientes de Lalo y
Pinares, que habían acercado sus posiciones durante la noche a las de
los guardias, volvieron a rechazar durante la mañana los débiles
intentos de romper el cerco rebelde. Los hombres de Paz, por su parte,
siguieron presionando por la retaguardia, aunque durante la noche muchos
guardias lograron escapar hacia la playa. Al mediodía, casi 24 horas
después de iniciado el combate, toda resistencia había cesado. El total
de muertos enemigos se elevaba a 17, y en nuestro poder quedaban 14
fusiles San Cristóbal, 10 fusiles Garand, dos cajas de obuses de mortero
calibre 81 y un arria de mulos con suministros. Pero el resultado más significativo era que el segundo y
último refuerzo al batallón cercado en Jigüe había sido rechazado. A
partir de este momento, la suerte de esa tropa quedaba definitivamente
sellada, y con ella tal vez —pensábamos todos— la suerte final de la
tiranía batistiana. |