Contención en Santo Domingo
(Capítulo 14)
Con el Combate de Pueblo Nuevo y el inicio de lo que
llamé entonces la primera batalla de Santo Domingo, las fuerzas rebeldes
dieron el primer paso para arrebatar la iniciativa al enemigo, quien la
mantendrá parcialmente todavía en los demás sectores donde se
desarrollaba su ofensiva. No será hasta el 5 de julio, fecha en que
ocurrió el Combate de El Naranjal, cuando el Ejército perderá su empuje
en el sector sur, es decir, en la zona del río de La Plata. El 9 de
julio, las fuerzas rebeldes darán otro golpe importante en Meriño y
privarán también al enemigo de la iniciativa estratégica en el sector
noroccidental. La única otra acción ofensiva en esta zona será la
ocupación de Minas de Frío el día 13.
Por tanto, puede afirmarse que a partir del 28 de junio
se inició una segunda etapa en la ofensiva enemiga, caracterizada por la
contención de esta por nuestras escasas y pobremente equipadas fuerzas.
La segunda etapa, a los efectos historiográficos, se extiende hasta el
11 de julio. Ese día, el comienzo de las acciones en Jigüe que
conducirán a la rendición del Batallón 18 y a la liquidación de los
refuerzos enviados para auxiliarlo, marcó el inicio de la tercera etapa,
que será la final de este proceso, y que se caracterizará por el
despliegue ya incontenible de la contraofensiva rebelde en los tres
sectores de las operaciones hasta la derrota terminante del enemigo y su
salida de la Sierra Maestra. Yo estaba convencido de que Sánchez Mosquera, a pesar de
la derrota recibida entre los días 28 y 30 de junio, no iba a permanecer
inactivo. No sería consecuente con todo lo que se decía de él si se
mantenía en una posición pasiva después del golpe potencialmente
desmoralizador que acabábamos de darle. Además, tampoco era concebible
que, después de llegar hasta allí, abandonara la pretensión de seguir
avanzando hasta coronar el firme de la Maestra en la zona del alto de El
Naranjo, con lo cual se colocaría al alcance de las instalaciones de la
Comandancia de La Plata.
Por tanto, ordené a todos los pelotones que habían
participado en la acción contra el campamento enemigo que reasumieran
sus posiciones anteriores, en caso de que se hubiesen movido de ellas,
las cuales estaban concebidas a manera de semicírculo desde Pueblo
Nuevo, pasando sobre el río Yara al este de Santo Domingo, hasta
Leoncito, sobre el propio río, al Oeste. En las primeras horas de la
mañana del día 1ro. de julio, todas las fuerzas rebeldes se habían
reposicionado de acuerdo con este plan. El pelotón de Lalo Sardiñas se ubicó nuevamente en
Pueblo Nuevo, con la intención de contener cualquier intento enemigo de
penetración río arriba en dirección a Santana o La Jeringa. Ese mismo
día, por cierto, firmé una orden en la que, en reconocimiento al
extraordinario papel desempeñado por Lalo durante los tres días de
acciones en Santo Domingo, decretaba la amnistía del juicio contra él
—que había quedado pendiente para cuando concluyera la guerra, por la
actuación excesivamente violenta que tuvo en octubre de 1957 al requerir
a un soldado por una falta disciplinaria, de la cual resultó la muerte
involuntaria del combatiente—, y disponía la restitución de su grado de
capitán. Era un acto de justicia hacia uno de nuestros más aguerridos y
competentes jefes, quien había sido un factor decisivo en el exitoso
desenlace de lo que en ese mismo documento califiqué como "la más
resonante victoria rebelde desde que comenzó la guerra". A la izquierda de Lalo, cubriendo la falda del firme de
El Naranjo que da para el arroyo de Los Mogos, volvieron a ubicarse la
escuadra de Zenén Meriño y el pelotón de Andrés Cuevas, pero este último
fue movido por mí hacia La Plata al día siguiente, pues quería
utilizarlo en algún otro sector donde fuese más necesario. A
continuación, ya en el mismo firme de El Naranjo, mantenía sus
posiciones el grupo al mando de Huber Matos y, a la izquierda de este,
la escuadra de Braulio Curuneaux con la ametralladora 50. Del otro lado
del arroyo de El Naranjo, en la falda del firme de Gamboa, Félix Duque
se colocó de nuevo con su escuadra. Daniel quedó más arriba, muy cerca
del firme, en un lugar que los combatientes de su grupo bautizaron como
el alto de La Pulga; era una reserva operativa capaz de actuar según las
circunstancias. Esa misma mañana, el enemigo realizó un tanteo en
dirección a las posiciones de Duque en el estribo de Gamboa. Al
amanecer, previendo ese movimiento —que me parecía el más lógico— avisé
a Duque de la posibilidad del avance desde Santo Domingo en su
dirección, y le mandé a decir a Curuneaux que si advertía semejante
desplazamiento no hiciera nada hasta que los guardias no chocaran con la
tropa de Duque. Yo estaba seguro de que las fuerzas rebeldes en el firme
de Gamboa eran lo suficientemente sólidas como para frenar el golpe
enemigo, lo cual nos permitiría maniobrar con la gente de Huber Matos,
apoyada por la ametralladora de Curuneaux —que se subordinaba al puesto
de mando— para cortar a los soldados por su retaguardia y hacerles una
pequeña encerrona. Curuneaux, sin embargo, comenzó a hostigar a los
guardias desde que se percató de su movimiento por el firme de Gamboa.
En definitiva, la fuerza enemiga —posiblemente un pelotón— no llegó a
chocar con Duque y regresó a Santo Domingo dos horas después. De manera
evidente, se trataba de una finta de Sánchez Mosquera para descubrir
nuestras defensas en esa dirección. Entre los documentos de ese día se conserva una nota de
Curuneaux en la que me rendía cuenta minuciosa de las balas gastadas.
Vale la pena citarla a manera de ejemplo del control estricto que
exigíamos a nuestros capitanes: "En el ataque de ayer le hice al enemigo
476 disparos, que unidos a los 275 anteriores suman 751, quedando por
tanto 349 tiros". Seguidamente, me pedía 162 tiros que había dejado en
la casa del Santaclarero. Le respondí que debía mantenerlos allí como
reserva. En los días siguientes, los guardias se limitaron a
moverse por los alrededores de su campamento y, cuando más, entraban y
salían del caserío de El Naranjo, a veces a la vista de nuestras
posiciones. Se mantuvo contra ellos un hostigamiento permanente, con
disparos esporádicos de fusilería y un tiro de Curuneaux con la calibre
50, cada media hora más o menos. La intención era más psicológica que
otra cosa: debían saber que seguíamos allí cuidando el acceso a la
Maestra. El día 3, en vista de la inacción en este frente y de
los movimientos desarrollados por la agrupación enemiga que había
logrado finalmente ocupar San Lorenzo el día 1ro., me trasladé hacia
Minas de Frío y dejé a Camilo con la responsabilidad de la coordinación
de la defensa en este sector. Al otro día mandé a buscar a Lalo con su personal para
que participara en la emboscada que preparaba a la compañía del Ejército
que había penetrado en Meriño. La tropa de Lalo era la única que no
estaba en una posición defensiva en el sector de Santo Domingo, sino de
ataque. Orienté, entonces, a Camilo que cubriera con la escuadra de
Zenén Meriño el camino que subía desde Pueblo Nuevo hacia el firme, y
que vigilara bien los movimientos de los guardias en ese flanco. La
situación operativa en aquel momento permitía lo que pudiera parecer
como un debilitamiento de la línea de contención en su extremo derecho,
puesto que en caso de que el enemigo intentara de nuevo avanzar río
arriba, la única disposición que habría que tomar era la de vigilar con
atención su movimiento y fortalecer la defensa del camino que subía al
firme desde Santana. Sin embargo, yo estaba convencido de que el próximo
intento de Sánchez Mosquera iba a ser por el firme de El Naranjo o por
el mismo de Gamboa, por donde había tanteado el día 1ro. El sábado 5 de julio, los guardias de Santo Domingo se
movieron de nuevo, y fueron rechazados de forma fácil por los rebeldes
en la subida de El Naranjo. El enemigo sufrió cuatro bajas y abandonó un
fusil Springfield y 350 tiros. Ese mismo día, en El Naranjal, Ramón Paz
rechazó definitivamente el avance enemigo del Batallón 18 desde el Sur.
En vista de estos acontecimientos, le indiqué a Camilo
que ordenara el traslado del pelotón de Guillermo García —el cual
cubría, en el alto de San Francisco, los accesos a la zona de La Jeringa
y las cabezadas del río Yara desde el Norte— hacia La Plata, y de allí a
donde yo estaba, para recibir instrucciones. También mandé a buscar a
Curuneaux y su ametralladora. Para compensar este último movimiento,
Camilo trasladó el pelotón de reserva de Daniel más abajo, y reforzó con
algunos de los hombres de esta tropa la línea rebelde en la loma de
Sabicú. Después de intervenir en la acción de Meriño el día 8, Curuneaux
fue enviado por mí de regreso al firme de El Naranjo, a donde llegó
justo a tiempo para ocupar su posición anterior a la izquierda del alto
de Sabicú. Sánchez Mosquera lanzó finalmente, el miércoles 9 de
julio, su intento de asalto al firme de la Maestra. Desde el amanecer,
la vanguardia enemiga comenzó a subir por toda la falda de Sabicú. De
nuevo, el sanguinario oficial demostró ser también el jefe más capaz.
Sus hombres no se desplazaron por camino alguno, sino por dentro del
monte, ni lo hicieron en formación lineal, sino desplegados a lo largo
de un frente relativamente extenso. La artillería enemiga disparó de
manera incesante sobre la loma, mientras la aviación ametrallaba y
bombardeaba el área donde los mandos de la agrupación enemiga presumían
que debían estar las posiciones defensivas rebeldes. Ese día, muchos de
los combatientes contemplaron por primera vez los terribles efectos de
las bombas incendiarias de napalm, suministradas al Ejército de la
tiranía por los Estados Unidos. Sin embargo, las posiciones rebeldes resistieron con
firmeza la acometida. El enemigo llegó hasta el mismo alto de Sabicú, y
allí chocó con las fuerzas de los tenientes Dunney Pérez Álamo y Geonel
Rodríguez, reforzadas con personal de Daniel y apoyadas por la
ametralladora de Curuneaux, que estaba todavía allí, y la escuadra que,
bajo el mando de Huber Matos, se había mantenido en el flanco izquierdo
de la línea rebelde en el firme de El Naranjo. Se combatió tenazmente durante más de dos horas. Después
de un momento de relativa calma, la lucha se reanudó con mayor violencia
alrededor del mediodía. Al cabo, el Ejército se replegó y regresó a
Santo Domingo después de sufrir un número indeterminado de bajas y dejar
abandonados varias armas y bastante parque. El Combate de El Naranjo tuvo una significación mucho
mayor que lo que pudieran indicar sus resultados concretos, en términos
de bajas y botín ocupado. Representó el último esfuerzo del fuerte
contingente enemigo estacionado en Santo Domingo por seguir avanzando
hacia el corazón rebelde. Téngase en cuenta que, en ese momento, esta era la tropa
enemiga más peligrosa para nosotros por varias razones: era la que
estaba más cerca de La Plata, una de las más numerosas y mejor
equipadas, y la que contaba con el jefe más decidido e inteligente. Sin
embargo, todos estos factores, aparentemente favorables, se estrellaron
contra la resistencia de un puñado de combatientes bien preparados,
decididos a luchar hasta el final para impedir el avance enemigo en esa
dirección. No hay que desestimar tampoco el hecho de que los golpes
recibidos por esta tropa en la primera Batalla de Santo Domingo,
pudieran haber creado un ambiente derrotista y cierta desmoralización
entre los soldados y, sobre todo, en su engreído jefe. El hecho fue que,
después del día 9, Sánchez Mosquera no hizo el menor intento de moverse
en dirección alguna hasta que recibió la orden perentoria de abandonar
Santo Domingo el día 26. Esta inercia me permitió trasladar de nuevo
hacia otros sectores a Curuneaux y otros combatientes rebeldes que
cubrían este frente, que quedó protegido durante todo ese tiempo por las
escuadras de Duque, Geonel Rodríguez, Zenén Meriño, Huber Matos y Álamo,
y por el personal de reserva de Daniel en el firme de El Naranjo. Pocos días después del Combate de El Naranjo, el borde
externo de este frente quedó cubierto con varias escuadras y grupos de
las Columnas 3 y 4, al mando, respectivamente, de los comandantes Juan
Almeida y Ramiro Valdés, quienes fueron distribuidos por Camilo en
Agualrevés, La Jeringa, el llamado cruce de Lima, el punto de la Maestra
donde el camino del firme es interceptado por el que viene de Palma
Mocha, por la subida de Santana y otros puntos de la Maestra. El personal del firme de El Naranjo mantuvo sus
posiciones a pesar del embate constante de la aviación, que se empleó a
fondo en la zona durante todos estos días, y del incesante fuego de
morteros realizado por el enemigo desde Santo Domingo. Fue uno de esos
obuses de mortero 81, lanzado al rumbo, el que vino a caer el día 11
directamente encima del caballete de la casa de un colaborador
campesino, en la falda de la loma de Sabicú opuesta al campamento
enemigo, en el momento en que el combatiente Juan de Dios Zamora,
auxiliado por las también combatientes Rita García y Eva Palma,
cocinaban el almuerzo de las fuerzas rebeldes. La explosión mató de
manera instantánea al cocinero e hirió de extrema gravedad al capitán
Geonel Rodríguez y al teniente Carlos López Mas, conocido por Carlitos
Mas, quienes se encontraban descansando en la casa. Conducidos
rápidamente a la Comandancia de La Plata, los dos combatientes fueron
operados de urgencia por los cirujanos rebeldes, pero la hemorragia
interna resultó incontenible y ambos murieron. Radio Rebelde informó con pesar, el día 12, la muerte de
Geonel y su entierro en suelo rebelde. Era una pérdida particularmente
dolorosa la de este joven estudiante de ingeniería, colaborador del Che
en la creación de El Cubano Libre, el primer periódico
guerrillero en la Sierra Maestra; combatiente modesto y valeroso, quien
caía abatido, no por el fuego concentrado de un combate, sino por un
azar infortunado. Todavía hoy se conserva su tumba a la entrada de la
Comandancia de La Plata, donde permanecen los restos que su madre
anciana nunca quiso reclamar, para que reposaran por siempre allí, en la
tierra por cuya defensa entregó su vida generosa. En la rústica cruz que
los señala fue clavado el plato de campaña de Geonel, grabado por sus
propios compañeros en homenaje a su memoria. Salvo este lamentable incidente, nada extraordinario
ocurrió en este frente durante los días en que se desarrolló la Batalla
de Jigüe. Mi atención se concentró en lo que constituyó el objetivo
prioritario para nuestras fuerzas en ese momento: la derrota del
batallón cercado por el Sur. Mientras tanto, me mantuve en comunicación
constante con Camilo, quien desde La Plata dirigía la defensa del sector
nordeste, mientras el Che aguantaba al enemigo en la zona de Minas de
Frío. |