La primera Batalla de Santo Domingo (Capítulo 12)
El Batallón 22 entró en Santo Domingo al mediodía del
sábado 28 de junio, y su jefe, el comandante Eugenio Menéndez, recibió
la orden del teniente coronel Sánchez Mosquera de proseguir la marcha
río arriba y establecer campamento a la altura de Santana.
En esta decisión del jefe de la agrupación enemiga hay
dos cuestiones que comentar. En primer lugar, resulta evidente que la
orden obedecía al plan operacional trazado por el mando enemigo. No
existe constancia documental de este plan, pero no hay que hacer
demasiado esfuerzo para comprender que de lo que se trataba era de
situar a este segundo batallón en una posición idónea para dar el
siguiente paso: el asalto simultáneo por dos direcciones paralelas al
firme de la Maestra. Al Batallón 11 le correspondería la misión de alcanzar
el alto de El Naranjo desde Santo Domingo, mientras que el Batallón 22
debía tomar el alto de Santana y, quizás, el de Rascacielo, a poco más
de un kilómetro en línea recta hacia el este del anterior. Una vez en
esa posición, las tropas del Batallón 22, supuestamente, enlazarían con
las del Batallón 18 del comandante Quevedo, que avanzaba desde el Sur en
dirección a esos mismos puntos. Así se cumpliría uno de los objetivos
esenciales del plan general de la ofensiva enemiga: cortar en dos, de
Norte a Sur, el territorio rebelde y establecer una línea básica a
partir de la cual pudiera iniciarse la fase ulterior de peine del
terreno en dirección al Oeste, o un posible cerco estratégico de
nuestras fuerzas en combinación con las unidades que avanzaban al
interior de la Sierra desde el noroeste, esto es, desde las Vegas de
Jibacoa, Las Mercedes y San Lorenzo, después de la ocupación de este
último punto en los días finales del mes de junio, como veremos en el
capítulo siguiente. No cabe duda de que la premisa del doble asalto
simultáneo al firme de la Maestra tenía un sólido fundamento desde el
punto de vista de la planificación enemiga. Ante una situación
semejante, nuestros reducidos efectivos en la zona hubiesen tenido que
realizar un esfuerzo verdaderamente heroico para contener la iniciativa
del Ejército. De entrada, si el segundo Batallón enemigo lograba
llegar a Santana, la amenaza planteada nos obligaría a desistir por el
momento de nuestros planes de cercar a la tropa de Santo Domingo, pues
no nos quedaría más remedio que concentrar apresuradamente a todos
nuestros grupos en este sector y traerlos para esos dos puntos. Esto
significaría, por ejemplo, entre otras disposiciones, situar al personal
de Guillermo García, Lalo Sardiñas y Andrés Cuevas en la subida de
Santana, o bien mandar a Camilo para ese lugar y mantener a Lalo o a
Guillermo en Santo Domingo como refuerzo de las líneas defensivas en esa
zona, además de dejar a Félix Duque donde estaba, en el ascenso del
firme de Gamboa, y mover a Eddy Suñol para El Naranjo. En cualquier
caso, el plan de cerco de la tropa enemiga en Santo Domingo y de
emboscada a los refuerzos en el río o en el alto de El Cacao tendría que
aplazarse. Para nosotros era de vital importancia, como ya expliqué
en capítulos anteriores, que el enemigo no pudiera llegar al curso
superior del río Yara, ya fuese por la vía de San Francisco, que pocos
días antes se había planteado como amenaza, o por la vía de Pueblo
Nuevo. La primera variante quedó progresivamente eliminada, en la medida
en que el Batallón 22 continuó su marcha desde El Verraco a El Cacao por
una ruta similar a la de Sánchez Mosquera. Ahora quedaba la segunda
alternativa, en previsión de la cual habíamos situado la fuerte
emboscada de Lalo en Pueblo Nuevo. Y aquí nos encontramos con el segundo elemento en la
decisión de Sánchez Mosquera que vale la pena comentar. Según refirieron
después los guardias prisioneros en el Combate de Pueblo Nuevo, todo
parece indicar que el jefe del Batallón 11 no le advirtió al comandante
Menéndez que apenas cuatro días antes, una patrulla de sus fuerzas había
chocado con una emboscada rebelde, justo sobre la misma ruta en la que
ordenaba seguir a la unidad recién llegada, ni le hizo saber que ese
camino permanecía aún sin explorar. Por el contrario, a juzgar por la
manera en que venía la vanguardia que tropezó poco después con los
combatientes de Lalo Sardiñas, la impresión era que avanzaban confiados
en que la ruta había sido debidamente explorada y no existía peligro
alguno de encontrar resistencia a lo largo de todo el camino. De ser
así, se trató de un grave error militar o ético. En el parte militar divulgado por Radio Rebelde, después
de la batalla, decíamos al respecto: No nos corresponde a nosotros enjuiciar las faltas
militares de los jefes de la dictadura, pero es evidente que el Teniente
Coronel Sánchez Mosqueda [Mosquera] incurrió en graves errores tácticos
que no señalamos, porque nos interesa que no se rectifiquen y actuó con
evidente falta de pundonor militar al enviar como Conejillo de Indias un
batallón por un camino que no había explorado sin advertirle, que días
antes sus fuerzas habían hecho contacto con los rebeldes en ese
trayecto, dejando luego [a] los soldados abandonados a su suerte. Aquí cabría preguntarse qué motivo pudo animar al jefe
del Batallón 11 a actuar de esa manera. El hecho cierto es que el
Batallón 22 prosiguió la marcha río arriba poco después de llegar a
Santo Domingo, y lo hizo sin tomar las mínimas precauciones que cabría
esperar en circunstancias como esas. Sánchez Mosquera era un tipo
ambicioso y extraño que se creía superior a los demás jefes; había
ascendido dos grados en un año. Guardaba un gran odio por el golpe
asestado a su pelotón de paracaidistas en enero de 1957. El resultado fue que, poco después de las 2:00 de la
tarde, la vanguardia de esta tropa chocó con la emboscada de Lalo
Sardiñas en Pueblo Nuevo. El Combate de Pueblo Nuevo marcó el inicio de
lo que entonces denominamos la primera Batalla de Santo Domingo, pero
señaló también el comienzo de la contención de la ofensiva enemiga. De
hecho, se abría una segunda etapa en el rechazo de este último gran
intento del Ejército de la tiranía por ganar la pelea contra las fuerzas
rebeldes en la Sierra Maestra. En la primera de estas etapas, como es
conocido, la iniciativa estuvo casi completamente en manos del enemigo,
desde el 25 de mayo, fecha en que se iniciaron sus movimientos de
penetración en nuestro territorio por Las Mercedes y la zona de Minas de
Bueycito, y a lo largo de casi todo el mes de junio, con la ocupación
sucesiva de las Vegas de Jibacoa y de San Lorenzo en el sector
noroccidental, Santo Domingo en el sector nororiental y Jigüe en el
sector meridional del frente de batalla. A partir de Pueblo Nuevo, el 28
de junio, el enemigo sería rechazado cada vez que intentara avanzar en
mayor profundidad, con las únicas excepciones de la ocupación momentánea
de Meriño a principios de julio y de Minas de Frío a mediados de ese
mismo mes, o sería inmovilizado en las posiciones ya alcanzadas. De ahí
el término utilizado de "etapa de contención de la ofensiva". Esta etapa
se prolongará hasta el 11 de julio y culminará con el inicio de la
Batalla de Jigüe, que conducirá a la derrota y captura del Batallón 18.
A partir de ese momento se desatará la contraofensiva incontenible de
nuestras fuerzas hasta la retirada total y definitiva del enemigo de
toda la montaña. Con una efectiva combinación de fuego y el efecto
demoledor de la mina colocada en el camino, estallada en el momento
preciso, la vanguardia del Batallón 22 fue completamente destruida desde
los primeros momentos, y el resto del personal enemigo quedó fijo en los
lugares ocupados al inicio de la acción, casi todos en el cauce y las
márgenes del río. Allí, a pesar de los morterazos contra las líneas
rebeldes, los guardias quedaron encerrados en un anillo de fuego que muy
pronto comenzó a provocar bajas cuantiosas entre ellos. La escuadra rebelde de Zenén Meriño que cuidaba un
trillo hacia el alto de El Naranjo atacó la primera compañía del
Batallón 22, cercada por el pelotón de Lalo. Mientras, los hombres de este —reforzados después del
inicio del combate por el pelotón de Andrés Cuevas— iban diezmando al
enemigo y estrechando cada vez más el cerco. Un refuerzo de la tercera compañía del Batallón 22, por
el camino más directo hacia el puesto de mando, chocó a boca de jarro
con la ametralladora 50 de Curuneaux y la fusilería de la escuadra
rebelde que la acompañaba. Hizo dos intentos por avanzar en mayor
profundidad, el segundo de ellos con apoyo de un refuerzo del Batallón
11 de Mosquera. Ya a la altura de las 6:30 de la tarde, Huber Matos me
informaba del rechazo de estas maniobras, y más tarde empecé a recibir
las primeras noticias de la magnitud del desastre sufrido por el
enemigo. A la caída de la noche, la situación era desesperada
para el mando del Batallón 22, una de sus compañías —la N— había sido
parcialmente aniquilada, y el resto de su tropa permanecía atrapada,
otra había sufrido muchas bajas y se dispersó, y la tercera fue
rechazada hacia Santo Domingo, desde donde no volvió a realizar intento
alguno de acudir de nuevo en apoyo de sus compañeros. El experimentado
Batallón 11, por su parte, tampoco se movió, salvo el pequeño refuerzo
que envió a la tercera compañía del 22. Durante la noche del 28 de junio, los hombres de Lalo se
dedicaron a recopilar todas las armas de los muertos enemigos o
abandonadas por los que habían huido. En esta primera requisa se ocuparon más de 30 fusiles,
una ametralladora calibre 30, un mortero de 60 milímetros, abundante
parque para todas estas armas y alrededor de 60 mochilas. Se contaron
esa noche 11 guardias muertos y se capturaron dos prisioneros. A la
mañana siguiente, ya el conteo ascendía a unos 20 muertos, 23
prisioneros y más de 50 armas, casi todas semiautomáticas. El resultado de esta primera jornada, durante la que se
combatió fuertemente a lo largo de más de cinco horas, fue tan
espectacular que nos hizo llegar a la conclusión de que era factible, no
solo precipitar los planes de cerco que habíamos elaborado, sino
considerar, incluso, la posibilidad de lanzar un asalto en toda regla
contra la fuerza enemiga establecida en Santo Domingo. En las primeras horas de la noche comencé, por tanto, a
dictar las órdenes pertinentes para ocupar las posiciones, tanto en
torno a Santo Domingo, como en el punto indicado para contener cualquier
posible refuerzo que viniera desde Providencia por el río, ese sitio era
sin discusión a la altura de Casa de Piedra. La otra única vía para un posible refuerzo era la del
Sur, con los efectivos del batallón acampado en Jigüe. Pero en esa
dirección, para impedirlo, estaba Ramón Paz posicionado en El Naranjal.
En mensaje que le envié a este capitán rebelde, responsable días antes
de haber conjurado el peligro que planteó momentáneamente la entrada de
Quevedo por La Caridad, le informé: Esta noche he tomado todas las disposiciones para
cortarle la retirada a esa tropa [la de Santo Domingo] y tratar de
batirla totalmente aprovechando el momento más oportuno. Las próximas 24
horas, a partir de mañana al amanecer, van a ser de intensa y decisiva
lucha. Tengo la seguridad de que si el combate se desarrolla mañana por
Santo Domingo en la forma planeada, la tropa enemiga de Jigüe hará lo
posible por avanzar hacia acá y esa será tu oportunidad. Te envío estas noticias para que estés alerta. Camilo había llegado finalmente con sus hombres a La
Plata esa misma tarde, y ya de noche, tras apenas un par de horas de
descanso, siguió rumbo a Casa de Piedra en una dura caminata. Llevaba
instrucciones de que la emboscada contra el refuerzo tenía que estar
dispuesta al amanecer, y fueron cumplidas. Con el apoyo del personal de
Félix Duque, al que moví también hacia Casa de Piedra, la trampa contra
el refuerzo quedó montada a tiempo y con toda eficacia. En cuanto a la tropa principal cercada en Santo Domingo,
también esa noche envié instrucciones a Ramiro para que acelerara el
traslado hacia el alto de El Cacao del personal de la columna de Almeida
que había recibido instrucciones de moverse hacia esa zona, y ordené a
Guillermo ocupar posiciones en La Manteca, lo más cerca posible de los
guardias. De esta forma podía quedar cerrado por el Sur el anillo
rebelde en torno al campamento del Batallón 11. Por el Norte, es decir,
por los estribos del firme de la Maestra, se mantendrían los grupos
rebeldes, y serían reforzados por el personal de reserva de René Ramos
Latour. Parte de estos grupos debía cubrir las posiciones dejadas por
Duque en el estribo de Gamboa. Lalo y Cuevas, por su parte, seguirían en sus posiciones
en Pueblo Nuevo, donde seguramente tendrían que combatir al día
siguiente contra los restos del Batallón 22 que aún permanecían en el
río. Cuando fueran venciendo la resistencia de los guardias, debían
avanzar en dirección a Santo Domingo. Del otro lado, es decir, aguas
abajo por la zona de Leoncito, por ahora no disponíamos de ningún
personal para destinar a ese lugar, pero no era este un problema que me
preocupara demasiado: si la tropa enemiga atacada en Santo Domingo
optaba por intentar una retirada por el río, su marcha podría ser
interceptada con relativa facilidad por alguno de los grupos rebeldes
que atacarían desde cualquiera de las dos laderas y, en última
instancia, estaba en Casa de Piedra la emboscada de Camilo, a quien le
advertí de esta contingencia para que estuviera preparado a virar sus
posiciones si fuera necesario. En esta dirección contábamos con la escuadra de Eddy
Suñol en El Toro, destinada en un primer momento precisamente a la
posición de Leoncito, pero, como se recordará, este personal había
debido permanecer donde estaba para actuar en caso de que la tropa
enemiga recién llegada el día anterior a Taita José intentase continuar
su penetración. Estos guardias, sin embargo, emprendieron el propio día
29 el regreso a las Vegas, con lo cual el peligro en esta zona quedó
conjurado. Pero la información llegó demasiado tarde, y los hombres de
Suñol no participaron por esa razón en el combate contra la tropa de
Santo Domingo esa segunda noche. En la mañana del domingo 29 de junio, al día siguiente
del primer choque en Pueblo Nuevo, se reanudó el combate en ese lugar.
El personal al mando de Lalo Sardiñas comenzó a realizar una limpieza de
toda la zona por donde se habían dispersado los guardias el día
anterior, y a media mañana recibieron con una lluvia de fuego a la
compañía enviada por Sánchez Mosquera desde Santo Domingo para tratar de
rescatar los restos del diezmado Batallón 22. El jefe enemigo intentó
nuevamente avanzar por las faldas del alto de El Naranjo, pero sin mucha
decisión. Fortalecido por las armas y el parque capturado durante
la noche, y por la euforia del triunfo aplastante alcanzado el día
anterior, la fuerza rebelde combatió ese día de nuevo con energía y
efectividad. Alrededor del mediodía el enemigo fue rechazado otra vez
hacia Santo Domingo. El balance de los resultados de estos dos combates,
realizado en días sucesivos e informado por Radio Rebelde el 30 de
junio, fue el siguiente: 26 guardias muertos, 27 prisioneros, un mortero
calibre 60 con bastante parque, un fusil ametralladora con 10 cajas de
cintas, 38 fusiles semiautomáticos Garand, siete carabinas San
Cristóbal, cinco carabinas M-1, tres fusiles Springfield, dos
subametralladoras Thompson; es decir, 57 armas en total. Se ocuparon, además, alrededor de 15 000 balas, 60
mochilas completas, uniformes y botas adicionales, siete casas de
campaña, cananas, cantimploras, alimentos en conserva y un equipo de
comunicación por microonda. Había sido un verdadero desastre para el
Ejército enemigo, sufrido por una de sus agrupaciones de campaña mejor
equipadas, como se observa por la calidad del armamento ocupado. Pero ese mismo domingo 29 de junio, el enemigo recibió
otro fuerte golpe, al chocar un pelotón enviado por Sánchez Mosquera en
busca de suministros con la emboscada de Camilo y Duque en Casa de
Piedra. Ocurrió un combate violento que comenzó poco después del
mediodía, como resultado del cual murieron ocho guardias, se capturaron
tres prisioneros —dos de ellos heridos, quienes fallecieron
posteriormente—, y se ocuparon un fusil ametralladora Browning, dos
Garand, tres San Cristóbal, una carabina M-1, tres fusiles Springfield y
unas 3 000 balas. Según el parte que me envió Camilo esa tarde, los
guardias que lograron escapar de regreso a Santo Domingo llevaban
consigo no menos de 10 heridos más. En este primer Combate de Casa de Piedra sufrimos una
baja en nuestras filas: Wilfredo Lara, conocido por Gustavo,
quien murió combatiendo en el firme de Casa de Piedra, en el lugar donde
el enemigo hizo el principal esfuerzo por escapar de la emboscada. Concluido el combate, Camilo comenzó a moverse río
arriba para cumplir las instrucciones recibidas, en el sentido de
coadyuvar en la acción contra el campamento de Santo Domingo planificada
para esa noche. El personal de Duque regresó a sus antiguas posiciones
en el firme de Gamboa. Mientras tanto, las otras fuerzas rebeldes que
participarían en el asalto al campamento principal habían ido ocupando
sus posiciones. En mensaje que le envié a Guillermo, quien ya estaba en
el alto de El Cacao, le indiqué que al anochecer avanzara resueltamente
con sus hombres en dirección a la casa de Lucas Castillo, donde, como se
recordará, estaba instalado el puesto de mando de Sánchez Mosquera, y le
participé que la intención de la operación era "procurar partirlos en
dos partes por ese punto, atacando también desde Naranjo, Santana y casa
de Piedra". "Puede ser esta una victoria decisiva", le advertí
también a Guillermo en ese mensaje. Y a Paz ese mismo día le trasmití la
misma apreciación optimista: "Esto está constituyendo una gran victoria,
que tratamos de lograrla completa". Realmente, nuestra impresión después del primer triunfo
en Pueblo Nuevo era que podíamos aprovechar la situación creada para
tratar de obtener la captura del grueso de la fuerza enemiga estacionada
en Santo Domingo, lo cual sería algo determinante para el curso
posterior de la ofensiva enemiga. La posibilidad de poder derrotar y
capturar una de las tres agrupaciones enemigas principales que actuaban
contra nuestras fuerzas, de ellas la más poderosa, mejor equipada y
comandada por uno de los jefes más notorios con que contaba el Ejército
de la tiranía, era demasiado atractiva como para dejar pasar la ocasión
sin intentarlo. No cabría duda alguna de que, si éramos capaces de
lograr ese objetivo, el mando enemigo sufriría un golpe del que
difícilmente podría recuperarse, tanto por la significación moral de
nuestra victoria como por la implicación material negativa, ya que se
vería privado de una de las piezas fundamentales para sus planes.
Nuestras fuerzas, por su parte, recibirían una importante inyección de
recursos con los que podríamos asumir la iniciativa y lanzarnos a una
contraofensiva indetenible. En nuestra apreciación de la situación táctica, además,
partíamos del criterio de que los golpes recibidos los días 28 y 29 por
el enemigo en la zona, sumados a la cobarde conducta de Sánchez
Mosquera, habían producido una desmoralización en la tropa estacionada
en Santo Domingo, lo cual parecía confirmar las declaraciones de algunos
de los guardias capturados. Aunque en términos estrictamente materiales
la correlación local de fuerzas no resultaba todavía favorable a
nosotros, valorábamos, también, que disponíamos de cerca de 100
combatientes rebeldes que podrían entrar en acción desde distintas
direcciones convergentes sobre el área ocupada por los guardias en Santo
Domingo, lo cual, unido al hecho de que ocupábamos posiciones dominantes
en las alturas en torno al campamento, nos permitiría disponer de una
cierta ventaja. Todas estas consideraciones nos llevaron a ratificar, al
mediodía del domingo 29, nuestra decisión de lanzar esa noche el ataque
concertado al enemigo. El asalto tendría efecto desde las cuatro
direcciones principales, con la participación de casi todas las fuerzas
rebeldes presentes en la zona. Desde el Sur, del otro lado del río Yara,
atacarían los grupos al mando de Huber Matos, reforzados por las tropas
de Daniel, Pérez Álamo y Geonel Rodríguez, y con el apoyo de la
ametralladora 50 de Curuneaux. Desde el Norte avanzarían hacia las
líneas enemigas los combatientes de Guillermo García, a los que se
habían sumado los de Reinaldo Mora y otros pequeños grupos llegados en
las últimas horas. Desde el Este, a lo largo del río desde Pueblo Nuevo,
las fuerzas de Lalo Sardiñas, Andrés Cuevas y Zenén Meriño tratarían de
quebrar la resistencia en ese sector del perímetro enemigo. Desde el
Oeste, también sobre el río, los combatientes de Félix Duque, con un
refuerzo de hombres de la tropa de Camilo, intentarían cerrar en esa
dirección el anillo rebelde y, con el apoyo del grueso del personal de
Camilo situado todavía en Casa de Piedra, impedirían la fuga de los
guardias por la vía más probable. Durante el resto de la tarde, nuestros combatientes
fueron ocupando sus posiciones avanzadas para el combate. En esas pocas
horas previas a la acción, los técnicos de Radio Rebelde instalaron a la
carrera, cerca del alto de Sabicú, uno de los altoparlantes de la
emisora con sus micrófonos, tocadiscos y demás equipos de apoyo,
alimentados por una planta relativamente pequeña y portátil con que ya
contábamos. Habíamos decidido también emplear, por primera vez en la
lucha en la Sierra Maestra, el recurso de esta arma psicológica para
impresionar al enemigo y contribuir a profundizar la desmoralización que
suponíamos en sus filas. Poco después del anochecer comenzó el combate, que se
prolongó durante casi toda la noche y la madrugada del día 30. Sin
embargo, el enemigo resistió fuertemente desde posiciones bien
fortificadas. Sánchez Mosquera tuvo la previsión de tomar algunas de las
alturas menores alrededor de su campamento, sobre todo, las más cercanas
a las dos márgenes del río. Los combatientes rebeldes que avanzaron desde la zona de
El Naranjo no lograron siquiera alcanzar el río, pues se vieron
expuestos muy pronto al fuego de flanco desde las posiciones enemigas en
las últimas alturas de los estribos de Gamboa y de El Naranjo. Como me
informó Daniel al amanecer del día 30: Al llegar abajo nos vimos en un camino malísimo con dos
firmes a ambos flancos ocupados por soldados [...] en posiciones muy
estratégicas para ellos de modo que quedábamos al centro, en un terreno
bajo y sin árboles apenas. Estoy seguro [de] que desde allí podíamos
hacer algunas bajas a los Soldados de Batista. Pero exponíamos muchas
vidas y malográbamos una victoria tan hermosa. A menos de 50 metros de
los Guardias ordené retirada y subimos de nuevo al firme. Daniel temió que el enemigo fuese capaz de envolver a
sus hombres, cortándoles la retirada hacia el alto de El Naranjo, o que
estuviese en condiciones de contraatacar en dirección al alto de Sabicú
y el firme de la Maestra. En las circunstancias de una pelea a tan corta
distancia, además, pensó que no podría contar con el apoyo efectivo de
la ametralladora de Curuneaux, cuyo fuego, en realidad, se estaba
concentrando hacia el propio campamento enemigo. Algo parecido le ocurrió al personal de Félix Duque. Al
avanzar por el río comenzaron a ser batidos por el fuego de posiciones
enemigas desde las alturas más inmediatas entre Leoncito y Santo
Domingo, por lo que Duque decidió dar un rodeo por la margen izquierda
del río, con la intención de atacar desde sus anteriores posiciones en
el estribo de Gamboa. Pero aquí tropezó con la resistencia de los
guardias atrincherados en las alturas terminales de este estribo, los
mismos que hostigaron el flanco izquierdo del avance de Daniel, y siguió
dando la vuelta hasta unirse a los combatientes que avanzaban desde El
Naranjo. Al dar Daniel la orden de retirada, este grupo se replegó
también y regresó a sus antiguas posiciones en el estribo de Gamboa.
Desde allí Duque, me informó lo ocurrido en la mañana del día 30. El personal rebelde que avanzó desde Pueblo Nuevo pudo
acercarse considerablemente al perímetro central del campamento enemigo,
pero también en esa dirección el Ejército había tomado precauciones y
fortificado sus posiciones defensivas en puntos estratégicos, desde los
que se dominaban el cauce y las márgenes del río. A pesar de la presión
sostenida durante toda la noche por los combatientes de Lalo y Cuevas,
no les fue posible romper la defensa enemiga en este sector, y al
amanecer se vieron obligados a retirarse. Donde el asalto tuvo más éxito fue en el sector norte,
en el que actuaron los hombres al mando de Guillermo. Bajando sobre el
perímetro enemigo desde el alto de La Manteca y la falda de la loma de
El Gallón, los combatientes de este sector lograron ocupar varias
trincheras de la primera línea de defensa del campamento y capturar
algún parque abandonado en ellas por los guardias, quienes, en su huida,
dejaron huellas de sangre y otros indicios de bajas. Pero una vez más el
dispositivo montado por el enemigo, aún con recursos abundantes para
combatir, no permitió a Guillermo seguir avanzando. Fue esta tropa la
que sufrió la única baja mortal rebelde en la acción: el combatiente
Wilfredo González, Pascualito, alcanzado por el fuego cruzado de
las posiciones enemigas, mientras avanzaba sobre las trincheras de los
guardias. Ante la certeza de que sería improbable continuar el
asalto de las posiciones enemigas sin perder a otros combatientes,
Guillermo determinó también suspender el ataque después de varias horas
de combate, y se retiró al firme. Esa noche, mientras los montes en torno a Santo Domingo
retumbaban con el fragor del combate, desde el alto de Sabicú los
altoparlantes de Radio Rebelde no cesaron de sonar con las encendidas
arengas de Ricardo Martínez, Orestes Valera y nuestros otros locutores,
con los himnos patrióticos grabados en discos y con las alegres e
intencionadas canciones del Quinteto Rebelde, que bajo la entusiasta
dirección del campesino Osvaldo Medina hacía su primera aparición en el
mismo escenario de guerra. Fue la primera prueba de un arma que, pocas
semanas después, en Jigüe, iba a desempeñar un papel de primera
importancia. La acción de la noche del 29 de junio contra el
campamento de Sánchez Mosquera en Santo Domingo, a pesar de que no
culminó en el de-senlace al que en un momento determinado habíamos
aspirado: la captura del Batallón 11 y de los restos del Batallón 22,
tuvo, no obstante, resultados significativos para el curso posterior de
la ofensiva enemiga. En primer lugar, enfrentó al Ejército de la tiranía
por primera vez a un asalto frontal por parte de las fuerzas rebeldes a
una posición fortificada, lo cual resultaba una evidencia, no solo del
grado de maduración de nuestras tropas sino, además, de sus
potencialidades combativas. Nunca antes en la Sierra Maestra una unidad
enemiga se había visto atacada de esa forma, y sometida a un volumen de
fuego tan considerable. Es evidente que este hecho, unido al efecto
psicológico de la presencia de Radio Rebelde en medio del combate,
produjo en la tropa acampada en Santo Domingo un resultado profundamente
desmoralizador. Prueba de ello fue que un jefe de tanta iniciativa como
Sánchez Mosquera, quien contaba con una fuerza nada despreciable desde
el punto de vista de sus posibilidades combativas, quedó casi anulado
durante todo el desarrollo ulterior de la campaña enemiga. Como se verá
en su momento oportuno, solo en una ocasión volvió a hacer un intento
relativamente tímido por cumplir la misión asignada de tomar el firme de
la Maestra, del que, como hemos dicho varias veces, apenas lo separaba,
en apariencia, un paso. Habíamos logrado, por tanto, uno de los
propósitos fundamentales que nos habíamos propuesto cuando comenzamos a
planear el cerco contra esta tropa. Como expresé en el parte redactado por mí para Radio
Rebelde, y leído por la emisora a raíz de estas acciones, la Batalla de
Santo Domingo, librada a lo largo de los días y las noches del 28 y 29
de junio y la madrugada del 30, había suministrado: Pruebas tan elocuentes de la victoria que muy pocas
veces se ven en una guerra donde la parte derrotada cuenta con ventajas
extraordinarias en armas y número, demostrándose de manera inequívoca la
superioridad del combatiente idealista sobre el soldado mercenario. El enemigo sufrió no menos de 36 muertos en el
transcurso de la batalla, desde las primeras acciones en Pueblo Nuevo.
Sin embargo, la cifra de bajas mortales debe haber sido superior. En
nuestro poder quedaron 28 prisioneros, algunos de ellos heridos, quienes
fueron atendidos por nuestros médicos. Por Radio Rebelde trasmitimos al día siguiente una
comunicación a la Cruz Roja cubana en la que expresábamos nuestra
disposición de entregar a los guardias heridos en el lugar conocido como
El Salto, sobre el río Yara, entre Providencia y Casa de Piedra. Este
llamado no recibió respuesta en los primeros momentos. A partir de la Batalla de Santo Domingo, puede decirse
que comenzó el fin de la ofensiva enemiga. |