| 
             15 de julio de
            2005 
            Manaca Iznaga 
            La torre de los misterios 
            A casi dos siglos de
            construida, la torre de 45 metros, símbolo del Valle de los
            Ingenios, en Trinidad, resistió desafiante el azote de Dennis 
            JUAN ANTONIO BORREGO 
            TRINIDAD, Sancti
            Spíritus.—Cuando Don Alejo María del Carmen Iznaga y Borre, en
            los albores del siglo XIX , decidió interrumpir la monotonía del
            valle con una provocadora torre de ladrillos de 45 metros de altura
            en medio de los cañaverales, difícilmente haya pensado en los
            ciclones del trópico. 
             Manaca Iznaga está
            reconocida como el mejor exponente de las torres vigías construidas en nuestras tierras. 
            La obra con el paso de
            los años devendría símbolo arquitectónico-cultural de una
            región, que en los tiempos de esplendor de la industria azucarera
            local —entre 1790 y 1846— alcanzaría producciones récord en
            más de medio centenar de fábricas y escaparía increíblemente a
            rabos de nubes, coléricas tempestades, movimientos telúricos,
            tornados, huracanes y al paso implacable de casi dos siglos bajo la
            voracidad de la intemperie. 
            Hoy, sin embargo, no son
            pocos los que se interesan por su salud al saber que a pocos
            kilómetros de ella los anemómetros registraron rachas de viento de
            casi 200 kilómetros por hora al paso de Dennis, que en la cercana
            Casilda, la iglesia de la Santa Elena se vino al piso y que en esta
            provincia hubo daños en alrededor de 20 000 viviendas, incluidas
            algunas bien al norte. 
            LA HISTORIA Y EL
            FOLCLORE 
            La solicitud formal de
            Manuel Tellería al cabildo trinitario para erigir un ingenio de
            hacer azúcar y miel en los terrenos del corral Manaca constituye la
            primera noticia documental sobre una industria que primero se
            llamaría Manaca Tellería y tiempo después de San Francisco
            Javier. 
            En 1795 Pedro José
            Iznaga y Pérez de Vargas Machuca adquiere la propiedad por 24 000
            pesos, que en 1831 heredaría su hijo Don Alejo, quien venía
            administrándola desde años atrás. Al morir este, en 1845, su
            viuda Juana Nepomuceno pide tasación de bienes y un inventario de
            haciendas, en el que ya se registra la famosa torre, al parecer,
            edificada en unos 15 años, entre 1814 y 1830. 
            Pero si bien existe
            consenso en la fecha de construcción de la obra, las causas de su
            origen todavía se discuten. Versiones folclóricas hablan de una
            apuesta entre Don Alejo y su hermano: el primero procurando la
            celebridad a costa de la altura de su torre y el segundo mediante la
            profundidad de su pozo. 
            Otras interpretaciones
            le atribuyen un fin utilitario en tanto desde su cima se podían
            avistar los barcos piratas por la costa sur y establecer permanente
            vigilancia sobre las extensas plantaciones para mantener a raya los
            incendios indeseados, las fugas de los negros o las frecuentes
            revueltas de la masa esclava que llegó a superar las 300 personas. 
            Algo también resulta
            muy lógico: la edificación de la famosa torre de Manaca Iznaga,
            nombre con el que ha trascendido, parece estar más asociada, a
            juzgar por sus valores estéticos, al placer de la ostentación que
            a los fines meramente pragmáticos que con frecuencia se le
            atribuyen. 
            MONUMENTO A PRUEBA
            DEL TIEMPO 
            De tal forma Don Alejo
            hizo levantar su proyecto con una sólida estructura repartida en
            siete niveles de formas geométricas que transitan desde el cuadrado
            hasta el octágono, con arcos espaciosos y una escalera interna
            desde la base hasta lo más alto. 
            La obra está edificada
            con ladrillo de barro y un mortero tradicional de cal y arena, al
            parecer procesado durante meses, todo lo cual, unido a la
            ingeniosidad de sus fabricantes, la ha dotado de una envidiable
            resistencia. 
            Especialistas
            consultados coinciden también en que su diseño ayuda a evitar el
            impacto frontal de los vientos en tanto los arcos descubiertos
            permiten la circulación de estos por su interior. 
            El monumento ha saltado
            de siglo en siglo y hoy, como parte del batey de Manaca Iznaga,
            constituye un ejemplo de arquitectura vernácula e industrial y el
            mejor exponente de las torres vigías construidas en nuestras
            tierras, según expertos en el tema. 
            Hace unos 15 años la
            torre recibió los beneficios de una restauración que le devolvió
            la seguridad de sus pisos de madera, mejoró el estado de la
            escalera, las barandas y su presencia en general, todo lo cual la ha
            convertido en atracción turística permanente y en un envidiable
            mirador del Valle de los Ingenios, reconocido por la UNESCO, en
            1988, junto al centro histórico trinitario, como Patrimonio
            Cultural de la Humanidad. 
            Por todo ello, quizás,
            el pasado lunes en la noche, cuando el Comandante en Jefe Fidel
            Castro en una comparecencia televisiva a propósito del paso del
            huracán Dennis, revisaba el país palmo a palmo, se preocupaba por
            las vidas perdidas, interrogaba sobre los daños materiales y
            decidía las urgencias de Cuba, a casi nadie le extrañó su
            pregunta: 
            —¿Pasó
            algo con la torre de Manaca Iznaga?
            |