11 de julio de 2005
Ciudad que regresa
PEDRO DE LA HOZ
Si no fuera porque aquí o
allá, en Alamar y Marianao, en el centro histórico y el Cotorro, en
San Miguel del Padrón y Guanabacoa, en Regla y los alrededores del
Parque de la Fraternidad, había grupos de trabajadores y voluntarios
juntando ramas y despejando suciedades, diríase que La Habana de ayer
era la misma ciudad de siempre.
Los últimos estropicios de una calle habanera son borrados por trabajadores de Servicios Comunales, con la colaboración de colegas y equipos de otras entidades del Estado.
Habría que prestar oído
al silencio, en buena parte de esas calles en las que en tiempos
normales, se escuchan danzones y viejas tonadas difundidas por esos
lánguidos programas radiales dedicados al recuerdo, cada domingo en
la mañana. O asomarse de manera indiscreta a las salas de las casas
para comprobar el mutismo de los televisores que atrapan a esa hora la
atención de los niños, imantados por los muñequitos de la tanda
infantil, señales de la prolongada interrupción del fluido
eléctrico en amplias zonas de la capital. O captar el mensaje
solidario del ama de casa que ofrece a la vecina el favor de un
emergente fogón de luz brillante —solo a medida que avanzó la
mañana comenzó a generalizarse el servicio de gas manufacturado—,
o los apremios de los viandantes a la caza de un punto de expendio de
pan.
Un viejo morador de la ciudad se dispone a habilitar la antena del televisor:
"Hay que estar bien informado Ånos diceÅ esa es una premisa de nuestra Revolución".
El Malecón, limpio y
despejado, sin trazas de los estropicios que el mar arroja cuando se
revuelve, acoge a turistas y enamorados, practicantes de ejercicios
calisténicos y avezados pescadores que en La Punta, armados con sus
cañas, saben que es un buen día para arrimar los pejes a sus brasas.
Maestros de vacaciones y
padres responsables se acercan a las escuelas —más de 200 sufrieron
en diversa medida los efectos del meteoro— para ofrecer ayuda en la
reparación constructiva.
En los hospitales y
policlínicos, la vitalidad de los servicios mantiene su pulso
inalterable, como cualquier día, o quizás aún más, por ese extra
que el alma cubana suele aportar ante tensiones circunstanciales.
Entretanto, cerca de 10
000 trabajadores y más de 300 equipos de transporte y carga de
Servicios Comunales, el Movimiento de Microbrigadas, empresas de la
Agricultura, la Industria Azucarera y la Construcción y de otros
organismos estatales, se hallan desplegados en una operación
destinada a avanzar en la higienización de la urbe, con énfasis en
los municipios de la zona oriental, los más afectados.
En la Plaza de Armas, el
centro de la vieja ciudad, un vendedor de libros de uso, al saber que
rastreamos las huellas del paso de Dennis por La Habana, nos muestra
un amarillento ejemplar que reproducía las actas capitulares del
Cabildo de los primeros tiempos de la villa, y señala una página que
da cuenta de la sesión del 31 de diciembre de 1557. Tres meses antes,
en octubre, la naciente comunidad había sufrido los embates de un
ciclón. En vista del calamitoso estado de cosas que imperaba aún en
vísperas del nuevo año, "fue acordado por los dichos señores que
después de la tormenta y huracán que pasó por los caminos de los
que este pueblo se sirve y se abastece, que son el camino de Matanzas,
el de Batabanó y el de Guanajay, están cerrados y copados a causa de
dicha tormenta y huracán, y conviene al servicio de Dios y de Su
Majestad que se abran, de suerte que se puedan andar".
Este domingo 10 de junio
del 2005, apenas 48 horas después del paso del huracán, los caminos
de La Habana están abiertos y se respira el aire de la ciudad que
recupera su ritmo, y el de sus habitantes empeñados en hacerla mejor.
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