Hoy no quiero hablar de terremotos, tragedias, hondos
dolores e irreparables pérdidas. No quiero escribir de lo
que fue y es ahora la ciudad de Puerto Príncipe o de cómo la
naturaleza y el coloniaje se han ensañado con este sitio. No
quiero hablar de pesares, aunque siga desandando el infierno
de este mundo.
Prefiero, en cambio, detenerme en esas imágenes que ni
aun los más terribles movimientos telúricos pueden borrar,
en eso que distingue a la tierra narrada por Carpentier.
Desde que acá puse un pie, me han llamado la atención muchas
cosas, algunas nada tienen que ver con el sismo y sus
destrozos.
Ahí están las mujeres con los enormes bultos en la cabeza
que cargan con la mejor de las destrezas, los tap tap
(taxis) repletos de personas y colores, los famosos y muy
demandados paté (frituras rellenas con carne o dulce), la
pintoresca artesanía colgada por doquier, la naturalidad de
los cuerpos desnudos a pleno sol, los amontonados y
callejeros mercados, la ferviente religiosidad...
Atraen, además, la imagen del Che en cualquier muro o
pulóver, y el inmenso amor de esta tierra hacia la
Revolución cubana, sus médicos y el Comandante Fidel.
Definitivamente Cuba también está hoy en las calles
devastadas de Puerto Príncipe.