La imagen es aún borrosa, pero la capital de Puerto
Príncipe muestra signos de querer recuperarse. Quizás son
los deseos de verla avanzar, los que hacen que hasta lo más
mínimo sea perceptible para quien de fuera viene y la
camina. Las ganas que tengo de ver este pedazo de tierra
recobrando vida, son mayores que la intención de perpetuar
el nombre de esta columna.
Varias horas del fin de semana recorriendo los parques
abarrotados de personas, descubren esos aires. La mejor
noticia de la mañana del sábado: ¡comenzaron a recoger la
basura! Varios equipos de haitianos, vestidos con uniformes
azules y con escobas en las manos, intentan acopiar la
suciedad que se amontona cerca de los quimbos donde miles de
niños, mujeres y ancianos hacen sus vidas desde hace casi
dos semanas.
Mientras, en la plaza Champ de Mars un hombre insiste en
hacer llegar su mensaje de salud, mediante un altoparlante,
a los allí hacinados. Entonces aconseja, a toda voz, barrer
los parques, recoger la basura, realizar las necesidades
fisiológicas fuera del lugar que ahora tienen por casa, y
acudir a los baños públicos habilitados ahora para ello.
Unas cuadras más allá, retroexcavadoras y cargadores
comienzan la difícil misión de penetrar las inmensas
montañas de escombros, de lo que antes fueron tiendas,
ministerios, escuelas, casas... Los puestos de ventas con
frutas y vegetales regresan a las calles. Y encima de las
ruinas dejadas por el terremoto, o en las aceras, vuelven
las mujeres a agacharse para organizar otros productos que,
de venderse, aliviarán el hambre de sus hijos. Los precios,
como es de suponer, comienzan a dispararse.
Los bancos abren sus puertas, y las largas colas parecen
eternas, incluso ayer domingo, día que normalmente
permanecen cerrados. La misma imagen ofrecen los alrededores
de las oficinas de la Western Union en Puerto Príncipe.
Mientras, muchos más se reúnen en uno de los parques de
La Ville, para dar gracias a Dios por mantenerlos con vida,
orar por sus muertos y pedir fuerzas para afrontar los
difíciles días que vendrán. Con las manos alzadas claman a
Jesús, y a una sola voz se escucha la palabra amén.
Aún con las banderas a media asta, la capital de Puerto
Príncipe intenta despojarse de las sacudidas del terremoto,
aunque es tanta la tragedia y la pobreza acumulada que los
días en el infierno parecen incontables.