En Cuba todos quieren saber cómo estamos. Las imágenes de
Haití, hoy infierno de este mundo, asustan. La escasez de
agua, alimentos, higiene, electricidad, y las recurrentes y
fuertes réplicas, son motivo de preocupación para todo aquel
que tenga por acá a algún familiar o amigo querido. Pero los
cubanos hemos tomado medidas, tantos años de entrenamientos
en las lides de socorrer, no nos toma desprevenidos. Por
aquí dicen que no hay terremoto ni huracán que nos "corra un
metro".
Las indicaciones fueron precisas desde el inicio: ¡ningún
cubano puede dormir bajo techo! Así, desde el 12 de enero
han sido muchos los que han conciliado el sueño mirando las
estrellas, aunque ya las cosas mejoran y las casas de
campaña que se levantan en cualquier espacio abierto parecen
habitaciones confortables. En el campamento hasta el más
mayorcito se tira en la colchoneta y se levanta con todos
los ánimos del mundo, aunque con dolor en la cintura.
¿Se bañan? preguntan mis coterráneos y a todos digo que
sí. Quizás un poco de pena me haga ocultar que en ocasiones
no hubo agua suficiente para realizar esos menesteres como
es debido. Los primeros días fueron más difíciles, cuando en
determinados lugares indicaron que el baño era un día sí y
otro no. Para algunos resultó una prueba de fuego; otros,
menos exigentes, lo tomaron con calma; todos entendieron que
se avecinaban días difíciles y había que ahorrar hasta lo
más mínimo. Hubo quien llamó a la lluvia para aplacar el
calor y el polvo que entra hasta los huesos.
En la racionalización también entró el tema comida,
durante el día cuando el hambre aprieta, puede ser un
caramelo el mejor de los manjares. Aunque nadie va a la
cama, o mejor dicho al colchón, con la barriga vacía. Ser
austeros en tiempo de terremoto va pareciendo una asignatura
aprobada. También vuelve a ponerse a prueba la solidaridad
entre nosotros. No es extraño por estos días ver a más de
uno compartiendo el pan.
Pero en medio de tanta tragedia, algunas imágenes dan
gracia. Como la de aquel baño de Jacmel que armado con palos
y nailon resguarda de indiscreciones; la del editor del
sistema informativo que enredado entre cables intenta traer
la corriente y la internet; la del equipo de televisión
editando bajo un árbol; la de los periodistas escribiendo
con la luz de la linterna; o la del asesor de la Misión
Educativa devenido chofer de película.
Así viven los cubanos estos días en Haití. En el infierno
de este mundo no todo es tan malo, ni tan difícil¼ si hay
deseos de hacer y de ayudar.