21 de enero de 2010
Haití: el infierno de este mundo (IV)
LETICIA MARTÍNEZ
HERNÁNDEZ
(Enviada especial)
En Puerto Príncipe hecho de menos hasta mi insistente
despertador. Así pensé cuando al amanecer de ayer me
despertó un sismo de 6.1 en la escala de Richter. Lo
confieso: todos corrimos. Los poquísimos metros que separan
nuestros colchones de la puerta de salida parecieron
kilómetros.
Y mientras nosotros corríamos, en la Plaza de Marzo,
Jeoncajó Magda alzaba sus manos al cielo y ponía sus
rodillas en tierra. Pedir a Dios que la salvara de este
nuevo temblor era lo único que le quedaba.
Así, con las manos alzadas y clamando, la encontramos
horas después frente a las sábanas que conformaban el quimbo
que habitaba desde la noche del martes 12. El día del
terremoto había perdido a tres de sus hijos, y luego de la
réplica de ayer daba gracias por continuar viva.
Lo mismo hizo la pequeña Joanny Susel, despierta desde
las cuatro de la madrugada en la plaza, llena hoy de miles
de personas sin casas. Dice que sintió cómo todo se sacudía
esta mañana y clamó entonces a Jesús. Cuenta la pequeña que
desde hace días se baña en la calle y cuando su mamá va a
buscar comida, ella y sus hermanos la siguen por todo Puerto
Príncipe.
El día del terremoto Joanny estaba en la escuela, cursaba
el cuarto grado, y su mamá la fue a buscar más temprano.
Salió con vida del colegio, pero sus compañeros de clases no
tuvieron la misma suerte. Con una inocencia que duele, esta
niña dice que su ciudad está llena de muertos y que nadie ha
venido a ayudarlos.
Pero Joanny es solo uno de los miles de niños que sufren
en Haití, el infierno de este mundo. Entre ellos estuve hoy,
y mi corazón se estremeció cuando varios me rodearon para
decir que tenían hambre. En el bolsillo llevaba dos
caramelos, pero ellos pasaban de cinco. Esto ha sido lo más
triste que hasta hoy he vivido aquí. |