Me asusto mucho en Haití. El más mínimo ruido me
sobresalta, el más leve movimiento me parece una réplica del
terremoto y puede hacerme correr. Es tanta la desazón, la
tristeza y el desespero de la gente que pasa a mi lado que
me resulta ya imposible ocultar las sensaciones, ahora
descubiertas a flor de piel.
Uno nunca sabe qué se va a encontrar. Pero con el paso de
los días hay algo que me va quedando claro: nunca acabo de
ver lo peor. Hoy lo confirmé. Tuve una de esas conmociones
donde se mezclan el temor y el coraje, el miedo y la
impotencia; y si no fuera por la cruda realidad de las
imágenes que me persiguen pensaría que vivo una película
hollywoodense.
A las puertas del aeropuerto internacional Toussaint
Louverture un hormiguero de hombres se amontonan con unos
papeles en las manos. Del lado de acá de la cerca,
blanquísimos y rubios militares norteamericanos y fuerzas de
la MINUSTAH (Misión de las Naciones Unidas para la
Estabilización de Haití) armados de arriba a abajo parecen
sugerir a los haitianos que no se acerquen. De repente,
empujones, gritos... La respuesta fueron golpes, palazos,
gases lacrimógenos, disparos de advertencia...
¿Qué querían los nativos que se arremolinaban en las
cercas del aeropuerto? ¿Qué eran esos papeles que exhibían
algunos? Solo buscaban empleo para poder comer y alimentar a
sus familias: descargar la ayuda que llegaba y se acumulaba
en la pista del aeropuerto parecía una muy oportuna opción
de trabajo. Los papeles eran la lista de nombres para
entrar.
Entonces, si los haitianos hacían gestiones para
organizar la avalancha de hombres necesitados y si es una
urgencia descongestionar el aeropuerto ¿por qué la
violencia?
¿Será que a algunos les conviene que Haití siga siendo el
infierno de este mundo? Mientras eso sucedía, dos aviones de
la fuerza aérea norteamericana tocaban suelo haitiano
¿Coincidencia?